domingo, 15 de abril de 2012

NOVELA - EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 8ª ENTREGA



 
 
 
 
 

Ramiro, montó en cólera al recibir la noticia. No es que la idea de ser abuelo le molestase pero temía por la indefensión de su hija en una situación como aquella. Desde que supo que los dos jóvenes estaban saliendo la previno, sin que esta le hiciese el menor caso, de las consecuencias que podría tener aquel romance.
El arquitecto no dejaba de ser un extraño en una tierra a la que lo único que le ataba era su trabajo y ella era una joven que empezaba a vivir y a la que su bisoñez, en ese tipo de relaciones, podía pasarle una amarga factura.
Había llorado mucho la falta de su esposa pero era ahora cuando más notaba su ausencia. Pensaba que quizás no fue todo lo riguroso que cabía ser en la educación de la chica, pero había puesto en ello todo su empeño y si no lo hizo mejor es porque ignoraba como hacerlo. Algunas veces se decía que si hubiese sido un varón, quizás, habría sido más fácil. No le preocupaba lo que la gente pudiese murmurar sobre su embarazo pues ser madre soltera, en aquel lugar, era algo más común que extraordinario. No sabía si la culpa la tenían la música, el sol, el mar, o lo idílico del paisaje, pero lo cierto es que la juventud se entregaba al sexo con autentico ardor y nula inhibición. Como consecuencia de ello abundaban las muchachas de Puerto Colombia, Barranquilla, en general toda la zona caribeña, que acostumbraban a ser madres a muy temprana edad.
Su padre se tranquilizó un poco cuando Yanira le explicó la conversación que había mantenido con Samuel aunque las dudas de Ramiro, persistieron al saber que,  en ningún momento, el arquitecto toledano, había planteado la opción del matrimonio.

Las calles de la ciudad lucían engalanadas con guirnaldas y con el típico alumbrado que recordaba  motivos navideños.
A Samuel, que pasaba su primera Navidad en Puerto Colombia, se le hacía muy raro contemplar  aquel decorado soportando el calor tórrido y húmedo del diciembre caribeño, así como ver a la gente en traje de baño, disfrutando de las playas, en lugar de ir tapados con abrigo y bufanda.
Aprovechando las fiestas, habían salido a navegar en su velero hasta una pequeña bahía en la que solían fondear la embarcación. Desde la cubierta, Samuel, observó como la mujer se desnudaba y, cual grácil sirena, se sumergía en aquella agua nítida y transparente. Nadó despacio, dejando que las olas la acariciasen, hasta llegar a la orilla y allí, tendida  en la arena, se rindió al abrazo del sol. Él, viéndola tan hermosa, sintió celos del agua, del sol y por un momento temió que Neptuno, si  realmente existía,  saliese del mar para raptarla y llevarla con él.
Acunados por el rumor del mar y con la única compañía de las gaviotas que  volaban incansables sobre el velero, pasaron el día en aquel lugar. Abrazándose los dos, fundiendo sus cuerpos el uno en el otro, e imitando a las olas que después de entregarse a la arena renacen en su ímpetu para volver a acometerla de nuevo. Las manos de él recorrían aquel vientre, en cuyo interior se desarrollaba una nueva vida, sintiéndose culpable por no tener la misma ilusión que Yanira y también  porque, ese ser, fuese más el fruto de un descuido que un hijo deseado por ambos.

La cena de Nochebuena es el evento  más celebrado en las fiestas navideñas del departamento del Atlántico. Las familias se reúnen en torno a una mesa bien provista de las viandas típicas de la zona: buñuelos, natillas y otros dulces acompañan a  los perniles de pavo o de cerdo y a las sabrosas hayacas (un pastel hecho con masa de maíz, relleno con guisos de carne de res, cerdo y gallina  al cual se le agregan aceitunas, uvas pasas, alcaparras, pimentón y cebolla,  envuelto de forma rectangular en hojas de plátano) tan populares en toda la zona caribeña, e importadas por los emigrantes hasta el archipiélago canario, en España.
Después de cenar la gente sale a la calle y en unión de sus vecinos, mientras brindan por la llegada del Niño Dios, cantan villancicos como: El Zagalillo, A la Nanita Nana o Mamá ¿donde están los juguetes?
La pareja estaba invitada  a cenar en casa de Ramiro. Acudirían también los  familiares más allegados y la joven creyó que sería buen momento para dar la noticia de su embarazo. No es que se sintiese obligada a ello pero pensó que su padre preferiría que fuese ella quien lo contase y no que sus parientes se enterasen de ello viéndola engordar o por los comentarios de la gente.
Esta cena, para Samuel, sería el primer contacto con la familia de su compañera. Hasta entonces sólo había conocido al padre y su relación había sido educada pero tensa desde el primer momento. Los recelos del carpintero de ribera,  por una parte, y la falta de compromiso en la relación que el arquitecto mantenía con su hija, por otra, eran motivo de desencuentro entre los dos hombres.

Con la puesta de sol fueron llegando los comensales: Rodolfo, hermano de Ramiro, acompañado de su mujer Emilia, su hija Susana y Rodi, su hijo menor. Casi al mismo tiempo llegó Cecilia, hermana soltera de la difunta Luz, que había ayudado mucho a Ramiro en los cuidados de su hija, cuando se quedó sin madre y de la que se decía también que, cuando la soledad de la viudez embargaba a su cuñado, le aportaba calor humano en esas horas de amargo desconsuelo. Los últimos en llegar fueron Mariana, una hermana divorciada de Ramiro, seguida de sus hijos, Carlos, Rogelio y Lucy.
La velada fue de lo más distendida; Samuel, que andaba algo preocupado pensando en cómo le iban a recibir los familiares de Yanira, desechó pronto sus temores pues, éstos, haciendo honor a la idiosincrasia de los porteños, lo acogieron y le trataron de una forma sumamente cariñosa.
Después de haber comido y bebido en abundancia, a los postres, la muchacha pidió a todos los presentes que volviesen a llenar sus copas y brindasen por su futura maternidad. En ese momento, Samuel, temió que la noticia provocase algún reproche hacia él. Pensaba que quizás le exigiesen que, un anuncio como aquel, debía ir acompañado de un compromiso de formalización de la relación por su parte pero todos, a excepción de Ramiro que mantenía su semblante serio, felicitaron a la joven pareja y siguieron con la fiesta.


lunes, 9 de abril de 2012

NOVELA - EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 7ª ENTREGA




 
 
 

Las obras del Santuario avanzaban a ritmo pausado, adaptándose a la poca prisa que para casi todo ponían los porteños. Era curioso ver como aquellas gentes que se entregaban con autentico frenesí a cualquier acto festivo, sobre todo si de moverse al son de música se trataba, actuaban de forma tan indolente a la hora de llevar adelante cualquier trabajo.
Samuel, feliz en su relación con Yanira, tampoco ponía ningún reparo a que aquel proyecto se alargase en su ejecución. Atrás quedaban sus prisas por regresar a España y, aunque ya hacía casi un año que no veía a su familia, tampoco se planteaba hacerlo de forma inmediata.
En Toledo, Daniel y Teresa sentían cierta preocupación por la dilatada ausencia de su hijo. Cierto que éste les había informado de que su estancia en Puerto Colombia se iba a prolongar, como mínimo dos años, con las nuevas obras que le habían sido adjudicadas a su empresa. Samuel les explicó en qué consistía  el nuevo encargo y se extendió de forma tan minuciosa en los detalles que sus padres, prácticamente, podían ver ya la nueva iglesia de la que justo se acababan de poner los cimientos.
Aunque nada les había comentado su hijo, Teresa intuía que no era sólo trabajo lo que retenía a Samuel en tierras colombianas. Siempre, desde la primera vez que el joven arquitecto viajó al país caribeño, su madre tuvo el temor de que alguna mujer se cruzase en su vida y eso le retuviese lejos para siempre.
Sabía del carácter familiar del muchacho y de lo arraigado que se sentía a su ciudad. Las calles de Toledo estaban llenas de embrujo para él, en cada piedra podía entrever una historia que, en su imaginación desbocada, le contaban almas errantes. Estas almas pertenecían a gentes de la ciudad que, después de dejar este mundo, no encontraron mejor paraíso que seguir  rondando por aquellas empinadas cuestas y estrechos recovecos. En más de una ocasión cuando su hijo regresaba, Teresa lo acompañaba hasta uno de sus lugares favoritos, el Puente de Alcántara, y allí, mirando al Tajo, Samuel le decía que querría emular a aquel río, rodear la ciudad en un gran abrazo y no abandonarla nunca más. 
Las mujeres tienen un instinto natural para adivinar aquello más oculto, pero las madres lo han desarrollado de forma especial. Recordaba las palabras de su hijo junto al río y esto unido a que su ausencia se prolongaba más de lo habitual hizo pensar a Teresa que aquello que tanto temió había sucedido. Sin ninguna duda para ella, Samuel había conocido a una mujer que le retenía muy lejos y quizás le apartase de ella para siempre.

Se había consumido la primera semana de diciembre y ya faltaba poco para Navidad. Samuel siempre procuraba pasar esas fechas en España, pero este año se quedaría, con Yanira, en Puerto Colombia. Se secó el sudor que resbalaba por su frente y buscó la sombra de las palmeras en los jardines del puerto. Desde allí, contemplaba el ir y venir de los obreros que trabajaban en la explanación de la plaza del Santuario.
Los pensamientos le llevaron rápidamente a su ciudad. Seguramente en ella hacía mucho frío y quizás también estuviese nevando. Eso no importaría a los muchos turistas que habitualmente guardaban turno para visitar la Catedral o bien entrar en la iglesia de Santo Tomé para ver El Entierro del Conde Orgáz, la obra maestra del Greco.
Cerrando los ojos podía ver como las empedradas calles, resbaladizas con la nieve (estaba seguro de que había nevado) eran un ir y venir de gentes que entraba en los comercios para proveerse del popular mazapán toledano, quesos, hojaldres y otras viandas con las que disponer las mesas en los días de fiesta. Camino de la Sinagoga del Tránsito, construida bajo el mecenazgo de un judío que por el nombre, Samuel ha Levi, bien podía ser un antepasado suyo, unos aspirantes a Caballero Andante, émulos de Don Alonso Quijano, blandían sus aceros recién adquiridos, quizás ¿por qué no? en la tienda de sus padres.
Por un momento creyó sentir frio y hasta oír tañer las campanas, pero las voces de los trabajadores le despertaron de su sueño y el calor agobiante lo situó de nuevo en la que había de ser la plaza del Santuario.
Era la hora de comer por lo que    se encaminó hacia el apartamento que, desde su llegada a Colombia, tenía alquilado en la playa de Pradomar.
Hacía unos meses que Yanira, desoyendo la opinión de su padre, se había ido a vivir con él, aunque continuase trabajando en la empresa de su progenitor. Suponía que la joven le estaría esperando y ese día, por alguna extraña razón, ardía en deseos de verla. 
Efectivamente, la muchacha había llegado antes que él y le recibió más cariñosa que de costumbre. Se abrazó a su cuello besándole  apasionadamente, como si hubiesen estado mucho tiempo sin verse. Cuando Samuel pudo por fin separarse, después de haber respondido a sus besos, la miró entre satisfecho y perplejo por aquella bienvenida. Ignoraba a que era debida pero, cualquiera que fuese el motivo de la misma, pensó que tenía que valer la pena.

Se habían sentado en la terraza, Samuel con la vista fija en el mar y Yanira mirándole a él, esperando que dijese algo. La noticia de que iba a ser padre le impactó de tal manera que le fue imposible articular palabra alguna. La verdad es que por su cabeza no había pasado tal posibilidad y tampoco era algo que se hubiese hablado entre los dos.
Estaba loco por Yanira, vivía esa relación de una forma intensa, entregándose cada día como si se tratase del último, sin plantearse como sería o si habría un futuro en la misma.
En ese momento los recuerdos  de Toledo y su familia que poco antes le asaltaron en la plaza, volvían a hacerse presentes con más fuerza. Amaba a su compañera pero no sabía si quería o estaba preparado para ser padre. Pensó en su madre y cómo reaccionaría ésta cuando le  contase que la iba a hacer abuela. Conocía los planes que Teresa había hecho sobre él y la situación que se planteaba distaba mucho de los mismos.
Le sacó de su letargo la voz de la muchacha quien con lágrimas en los ojos le reprochó la poca ilusión con la que acogía su embarazo. Yanira le manifestó su intención de seguir adelante con el mismo, ya fuese con su ayuda o sin ella. Seguidamente entró en la casa y se dirigió al dormitorio donde empezó a meter sus cosas en una maleta con la intención de regresar a casa de su padre. Samuel, que había ido tras ella, le pidió perdón y le rogó que no se fuese. Intentó explicarle que su reacción se debía a lo inesperado de aquella noticia y se comprometió a compartir juntos aquel embarazo, añadiendo que se sentiría feliz al tener un hijo. Ella intuía que aquellas palabras no eran del todo sinceras pero estaba convencida de que él la quería y pensó que, cuando asimilase la idea, también estaría orgulloso de su futura paternidad.

viernes, 6 de abril de 2012

FOTOS - FRAGAS DO EUME

Rio Eume
Este lugar ha estado esta semana de triste actualidad. Un incendio, al parecer provocado, ha calcinado 750 hectareas de esta reserva natural, uno de los más importantes ecosistemas de Galicia. Una vez más se demuestra la maldad que puede desarollar el ser humano. A todos los que podaís os recomiendo una visita a estos parajes y os pido que disfruteís de ellos con el maximo respeto.

Panel Informativo
Panel Informativo

 
Panel Informativo
Puente sobre el Eume
Rio Eume
Camino de Caveiro

Indicador de los rios Eume y Sesin

Monasterio de Caveiro

Monasterio de Caveiro

Monasterio de Caveiro

Camino del Río Sinde

Camino del Río Sinde

Peregrinos

Rio Eume

Rio Eume

Rio Eume

Rio Eume

Punto de Información

Rio Eume
Rio Eume
Os envío mi saludo desde uno de los puentes
                                                    colgantes del Rio Eume

lunes, 2 de abril de 2012

CUENTO - MARINERO DE TIERRA ADENTRO







MARINERO DE TIERRA ADENTRO




Las voces y  risas de los chiquillos se apagaban a medida que éstos iban abandonando el lago. En el pequeño embarcadero solamente quedaba el viejo Pepito, que estaba ocupado en amarrar su aún más vieja barca, la cual había heredado de su padre. Mirando la quietud del agua, mientras sujetaba la última amarra, pensaba que, aunque la dejase suelta, la barca  no se iría de allí y que en caso de hacerlo ella sola encontraría el camino para volver. Aquella barca, al igual que él, conocía hasta el rincón más recóndito del lago, no en vano lo había explorado, a bordo de ella, miles de veces.

Ensimismado en su tarea recordaba que su padre, siendo él todavía un niño, le hablaba del mar. Le explicaba que era una extensión de agua salada mayor que todos los lagos del mundo juntos. Su nombre variaba en función de su ubicación geográfica, llamándose mar cuando la distancia de una a otra orilla era relativamente corta y océano cuando se podían pasar días y semanas navegando sin ver la costa. Estos mares y océanos se comunicaban entre sí y ocupaban la mayor parte del planeta. En sus aguas vivía desde los más minúsculos peces hasta las más enormes de las criaturas marinas, como las ballenas. En sus costas había países de lo más variado. Unos tenían una vegetación exuberante, con un paisaje parecido al de las riberas del lago y otros eran auténticos desiertos. También las personas que habitaban esos países eran de lo más variopinto, siendo diferente hasta su color. Pepito escuchaba extasiado las historias de su padre; desde que empezó a oírlas se dijo que, en cuanto pudiese, dejaría el lago para ir hasta el mar.

Pepito le preguntó a su progenitor que es lo que debía de hacer para ser un buen marinero y este le contestó –“Primero deberás saber manejar la barca, después dominar, con ella, las aguas del lago y cuando éste no tenga secretos para ti lo dejarás y te irás al mar. Cuando estés en él descubrirás que, para navegar, lo que aquí has aprendido no es suficiente. Nuestra querida Isabela (nombre de la barca), que en el lago es la reina, en el mar sería sólo un cascarón que zozobraría al menor embate. Tus conocimientos de navegación, en ese medio, no te llevarían más allá de una jornada de travesía. Por ello tendrás que esforzarte y estudiar, sólo si haces todo eso podrás ser un buen marino”.

Pasaron los años y el niño se hizo hombre. Siguió los consejos de su padre  y se convirtió en un buen marino. Pepito era Don José, un capitán de la marina mercante que surcaba todos los mares del mundo y conocía los países más exóticos. Navegar le dio la oportunidad de tener amigos en  un extremo y otro de la tierra y de comprobar que la gente puede ser buena o mala sin importar el idioma que hablen o la raza que tengan. Pudo ver de cerca los avances más grandes que el hombre ha sido capaz de crear, los monumentos que adornan las grandes ciudades y también como los mismos hombres luchaban contra la naturaleza, destruyendo los rincones más bellos, persiguiendo y acosando a los animales hasta exterminarlos. No contentos con eso también se exterminaban entre sí, luchando en terribles guerras. Todo ello con el objetivo, casi siempre, de saciar sus ansias de riqueza y poder. 

Afortunadamente también había personas maravillosas que hacían de su vida una aventura al servicio de los demás. Gentes que habían abandonado la comodidad de la civilización más moderna para, con sus conocimientos, ayudar a otros que no habían tenido oportunidad de conocer más que, la miseria, el hambre y la enfermedad. Mujeres y hombres de las más diversas profesiones: médicos, enfermeros, misioneros y otros vivían entregados a esa labor.

Pepito, o Don José, pudo conocer como, dependiendo del lugar, se practicaban multitud de religiones y que en determinados países, donde se había producido una mezcla de razas y culturas, coexistían varias de ellas. Su experiencia le decía que no había una religión mejor que otra y que, en todas ellas, se podía encontrar el mandamiento que recordaba a los fieles la obligación de ser respetuoso con sus semejantes y el entorno en que vivían. Él pensaba que sólo con cumplir ese precepto el mundo sería completamente distinto y, sin lugar a dudas, mejor.

Pasaba también, por su mente, el recuerdo de las noches en medio del océano. La paz y el sosiego que le producía contemplar la belleza del cielo cuajado de estrellas, que le sugerían otros mundos en los que, quizás, también habría mares en los que navegar. Pero no siempre el mar ofrecía esa calma, en ocasiones se enfurecía, como si se rebelase contra aquellos que osaban surcar sus aguas, y entonces era terrible. Multitud de barcos y miles de marineros habían pagado su tributo al mar, quedándose para siempre en él. También Pepito tenía su recuerdo de esos momentos trágicos, en una de esas tempestades su barco estuvo a punto de zozobrar, salvándose de ello milagrosamente. Con los embates de las olas sufrió una caída que le provocó una fractura en su pierna derecha, de la cual le había quedado, como secuela, una cojera que al caminar le hacía arrastrar ligeramente la pierna.

Llegó un día en que Don José, que empezaba añorar a Pepito, revirtió el camino y volvió al lago en el que había nacido. En las aguas de su infancia el marino de los grandes viajes dejó paso al marinero de tierra adentro. A bordo de Isabela navegó otra vez por aquellos parajes familiares y queridos. Acompañándole, casi siempre, niños de las aldeas vecinas a los que les encantaba oír las historias de Pepito. La vida, que tantas alegrías le había proporcionado, no quiso premiarle con la llegada de un hijo, y aquellos niños a los que paseaba en su barca llenaban, de alguna manera, ese vacío.
La cálida voz de una bella mulata, que le avisaba para la cena, le trajo de nuevo a la realidad. Raquel era, desde hacía años, la mujer con la que compartía su vida. La conoció en uno de sus viajes por Las Antillas y desde entonces no se habían separado.



Apoyados el uno en el otro, como dos jóvenes enamorados, Raquel y Pepito caminaron hacia la casa. En la arena, las huellas de la pareja que, poco a poco, se iba perdiendo en la oscuridad de la noche. En el lago, la luna llena bañándose en las tranquilas aguas, acompañaba a Isabela esperando que con el amanecer el sol le diese el relevo.



Matías Ortega Carmona




NOVELA - EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 6ª PARTE


 
 
 
 
 
 
 
 

Para la construcción del Santuario se eligieron unos terrenos cercanos al puerto y a la estación de ferrocarril. La línea ferroviaria era la única en servicio en todo el país y se construyó para unir Puerto Colombia con Barranquilla. Por este medio, las mercancías que descargaban los gigantescos buques eran trasladadas hasta la capital del departamento del Atlántico en breve espacio de tiempo.
El muelle recién inaugurado era uno de los de mayor longitud del continente; obligaba a ello la poca profundidad del mar en la costa caribeña que hacía que los barcos de gran calado tuviesen que atracar mar adentro. Desde cierta distancia, en la que no se apreciaban los raíles, resultaba curioso ver cómo las humeantes locomotoras de los trenes parecían correr sobre las aguas, desafiando un mar que amenazaba con engullirlas.

Samuel diseñó una iglesia de estilo colonial, con  una nave central, en la que grande vidrieras laterales, proporcionarían al recinto luz natural procedente de un sol, que luce generoso en aquellas latitudes. Al final de la nave  estaría el altar y  tras él, sobre un pedestal adornado con dos columnas, se colocaría la imagen de la Virgen del Carmen.
Sobre el pórtico  de entrada habría un rosetón, de considerable tamaño con cristales de variadas tonalidades,  para aportar color y belleza al conjunto.
El campanario, con el fin de  que fuese visible desde cualquier punto de la ciudad, doblaría en tamaño a la altura de la iglesia.
Adosada a la derecha, en línea con la parte  trasera, estaría ubicada la sacristía y a la izquierda del santuario se construiría la vivienda del párroco.
Entre los jardines del puerto y  la ermita quedaba  una amplia plaza que serviría tanto de lugar de ocio como de concentración de los fieles que cada 15 de julio acudirían, seguro que en gran número, a festejar a su patrona.
Los suelos del interior del santuario, escaleras de acceso y el pavimento de la plaza, estarían recubiertos de mármol colombiano procedente de las canteras de Huila y Puerto Nare.

Sus obligaciones como arquitecto no fueron obstáculo para que Samuel y Yanira pasasen juntos mucho tiempo. Durante la semana, en los ratos que les dejaban libres sus respectivas ocupaciones, paseaban por la ciudad o se llegaban hasta la zona de los balnearios. El de Sabanilla era su preferido por la belleza del entorno y por la atención que les dispensaba Santiago Morales, el director del mismo, con quien Samuel había compartido mesa en la cena ofrecida por las autoridades, durante el Carnaval.
Cuando disponían de más tiempo, sobre todo los fines de semana, Yanira mostraba a su amante lugares cercanos a la ciudad por los que él, hasta entonces, no había mostrado gran interés.
La carretera del Mar que lleva hasta el estuario del Río Magdalena permite acercarse hasta un  conjunto de charcas o lagunas (Aguadulce, El Rincón, El salado, Balboa o Los Manatíes son algunas de ellas) en las cuales se puede pescar, contemplar gran variedad de aves acuáticas o, simplemente, en el caso de los enamorados, aislarse del mundo para dedicarse el uno al otro.
En otras ocasiones, embarcados  en el pequeño velero que Ramiro había vendido a  Samuel, navegaban recorriendo la costa. Paradisiacas calas, prácticamente vírgenes, con playas de una arena blanca y fina, fueron mudos testigos del amor y caricias con las que se agasajaba la pareja.
Si el tiempo se estropeaba, lo cual era más bien infrecuente, o no les apetecía navegar, su amigo Santiago siempre estaba dispuesto a ejercer de buen “Celestino” y les ofrecía la  mejor habitación del balneario. Allí, colmados de las más discretas atenciones, la pareja pasaba el tiempo entregados a una pasión que les consumía.

Ni las habladurías de la gente, ni los consejos de su padre, tenían ningún efecto en Yanira para que recapacitase sobre su relación con Samuel. Se diría que producían en ella el efecto contrario. Cuando empezaron a salir lo hicieron por apagar las llamas del deseo que se habían apoderado de los dos. Nada o poco conocían el uno del otro y nada necesitaban saber, solo beber el uno del otro para apagar la sed de caricias de sus cuerpos sedientos de amor.
En la habitación del balneario, cuando los dos yacían con sus cuerpos exhaustos, Samuel le hablaba de España, de su origen judío y de cómo sus antepasados habían sido expulsados, siglos atrás, de su país. Curiosamente, en muy pocas ocasiones hacía  referencia a su familia y si ella preguntaba, él le contestaba de forma escueta sin extenderse lo más mínimo. Tampoco (Yanira se daría cuenta más adelante de ese detalle)  mencionaba nunca la posibilidad de llevarla a conocer Toledo, una ciudad de la que el joven hablaba con devoción pero que no parecía tener en sus planes que ella conociese.
Realmente, Yanira no pedía ni necesitaba más; era feliz. Su amante la colmaba de atenciones, jamás miraba a otra mujer, aunque  la belleza de la mayoría de las porteñas estuviese fuera de toda duda, y se comportaba con ella de manera muy diferente a como lo hacían los nativos con sus mujeres, a las que consideraban como una propiedad más. Ella opinaba, tenía su propio criterio de las cosas y no obedecía a ningún dueño, si hacía el amor con Samuel era porque ambos lo deseaban y no porque su hombre lo demandase. Le hablaba y le trataba con la dulzura propia de las mujeres nativas pero sin dejar nunca que su amor por él se convirtiese en sumisión.

viernes, 30 de marzo de 2012

CUENTO - LUCÍA Y OSO







LUCÍA Y OSO

La pequeña Lucía le contemplaba extasiada. Como cada día, El Perrines pregonaba su mercancía mientras, a su lado, el oso bailaba. 


Surtido de toda clase de cachivaches y de los más milagrosos productos que curaban todos los males, el vendedor y su oso  eran el centro de atención en los mercados semanales de cualquier población. Niños, jóvenes y ancianos les rodeaban, unos con curiosidad, otros con temor, al ver el tamaño de la fiera. Para la mayoría el oso era considerado un animal terrible que, en las historias que se contaban, se decía de él que podía devorar una vaca en una sola comida y destrozar al más grande de los hombres de un solo zarpazo, pero  Lucía lo veía como un animal simpático. Cuando los demás se asustaban de sus bramidos, ella solo oía gemidos lastimeros de alguien preso que añora la libertad. Sus enormes fauces le sugerían, cuando su mirada se encontraba con la del que ella consideraba su amigo Oso, una gran sonrisa. 


Solía acudir al mercado en compañía de su madre y por las prisas de esta era muy poco el tiempo que podía disfrutar de esos encuentros. 
Un día que su madre estaba enferma, Lucía sabía que no debía de hacerlo, le mintió diciendo que iba a jugar un rato con las amigas y se fue sola al mercado. Pensaba que hoy si podría disfrutar mucho rato de la compañía de Oso y ver las cosas tan maravillosas que llevaba aquel vendedor y que ofertaba solo a 3 "perrines" que, por cierto, ella no tenía.  Cuánto habría deseado tenerlos para comprar aquella muñeca que como el oso, parecía sonreírle en sus visitas semanales.
Había llegado un poco tarde y ya El Perrines recogía su mercancía por lo que enseguida marcharía para su casa, lo cual dio una idea a Lucía; le seguiría y así sabría el lugar en que El Perrines vivía con Oso. Quién sabe si, de esa manera, ella lo podría ver más a menudo y Oso podría también disfrutar de su compañía, porque estaba segura de que Oso era feliz viéndola. Les siguió por la ancha avenida hasta llegar a una calle estrechísima por la cual desaparecieron Oso y El Perrines.


Al principio sintió un poco de miedo pues aquella calle parecía que, de un momento a otro, se podía estrechar aún más hasta el punto de atrapar entre sus paredes a aquellos que por ella pasaban. Además, mientras caminaba, había empezado a nevar y hacía mucho frío, pensó en su madre que estaría inquieta por su tardanza pero la curiosidad pudo más y siguió adelante. La calle desembocaba  en una gran explanada y en la misma, en un gran edificio de color azul desvaído, entraron El Perrines y Oso. 



Seguía nevando, cada vez con mayor intensidad, y Lucia se refugió en el portal, justo al lado de otra puerta en la que un rótulo indicaba que era una panadería. El hambre empezaba a dejarse sentir y la niña imaginó por unos momentos los bollos de pan calentitos, recién salidos del horno, pero para su desgracia la panadería estaba cerrada y además no tenía dinero. Se sintió cansada y tal como nevaba no era posible volver a casa; se acurrucó bajo la escalera y poco a poco el sueño hizo presa en ella. 
A pesar de estar dormida, cada vez fue notando  más y más frío, hasta que este se hizo insoportable. En sus sueños sintió que lloraba, pensaba en su madre y empezaba a estar aterida, pero de pronto una gran sombra se proyectó en la tenue luz que se filtraba en la escalera. Se sintió envuelta en unos brazos sedosos y calientes y notó como la acariciaban  hasta que entro en calor, tanto, tanto calor que la nieve desapareció como por arte de magia y ella siguió durmiendo cada vez de forma más y más plácida.
Por la mañana Lucía despertó en su cama, se frotó los ojos y corrió hasta la ventana, hacía un sol radiante  y oyó como su madre la apremiaba para que se asease y vistiese. Era jueves y había mercado, además Ana, su madre, le prometió una gran sorpresa. Por ello se apresuró a cumplir sus órdenes.
Como su madre debía de hacer un encargo antes de ir al mercado, ese día variaron su recorrido. Lucía caminaba cogida de la mano de Ana, todavía quedaban restos de las nevadas de días anteriores y podía resbalar y caerse. Llegaron a una calle estrechísima que desembocaba en una gran explanada (aquella calle que parecía poderse estrechar aun más, atrapando a los que por ella pasaban). De la panadería situada en aquel edificio azul desvaído salía un agradable olor a pan recién hecho y Ana compró dos bollos y Lucía devoró el suyo como si lo hubiese estado esperando mucho tiempo.


En el mercado, la gente seguía mirando a Perrines y a Oso, unos con admiración, otros con miedo y Lucía con devoción. Tenía en sus brazos aquella preciosa muñeca que por fin le había comprado su madre y hoy, más que nunca, estaba segura que Oso la miraba y sonreía solo para ella.
......
Lucía nunca mintió a su madre y recordó, toda su vida, aquel día. Cuando tuvo hijos les explicaba esta historia. No recordaba si todo había sucedido así o lo había soñado pero enseñó a sus hijos que la mentira sólo tiene cabida en los sueños y siempre que sea por una buena causa.

Matías Ortega Carmona

Nota: Las ilustraciones que acompañan este cuento están sacadas de páginas de Internet.


NOVELA - EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 5ª PARTE


 
 
 

En el Salón de Actos del Ayuntamiento, las mesas estaban dispuestas para satisfacer la gula más desenfrenada y los paladares más exigentes. Platos típicos de la región acompañando a pescados y mariscos traídos de Barranquilla, cordero asado preparado por cocineros de la provincia de Santander, postres de la zona del Valle llegados desde Cali, todo ello regado con vinos  blancos y tintos de Bocaya, en el Valle del Sol, y  vinos espumosos procedentes de las mejores cavas de España. El café ¿cómo no? del país, de la zona de Nariño y el Cauca y acompañándolo ron, aguardiente y los más variados licores de Antioquia.
La mesa principal estaba ocupada por  el Gobernador Inocencio Chávez, el Obispo Orestes Gaviría, Lucio Quintana Salcedo, Alcalde de Puerto Colombia, las esposas de ambos políticos, Rosaura González y Chelo Méndez, además de  Margarita Salado, Reina Oficial de las Fiestas y Yanira Herrera, Reina Popular del Carnaval de Puerto Colombia.
Durante la tarde, en las horas que precedieron a la cena, el Gobernador  y el Alcalde de una parte y el Obispo y su secretario, de otra, estuvieron reunidos buscando ideas para dar una solución definitiva al descubrimiento de la imagen de la Virgen. Concluyeron en que había que buscar un lugar donde ubicar a la que pensaban nombrar patrona de la ciudad. 
Visto el fervor  que había despertado este  suceso, se abriría una suscripción popular para que los porteños colaborasen en la construcción de una ermita que diese cobijo a la Virgen del Carmen. Bien sabido es que las gentes más humildes suelen olvidar sus penurias y abren corazón y bolsillo a las demandas del cielo, representado en este caso por Orestes Gaviría.
Sabían que con lo reacuadado por la aportación de los fieles no sería suficiente  para llevar a cabo este proyecto. Por ello intentarían implicar también a comerciantes y empresarios  convenciéndoles de que la idea de difundir la milagrosa aparición y construir un Santuario Mariano daría aún mayor auge a la ciudad. 
Estos hechos despertarían la curiosidad de muchos visitantes que llegarían dispuestos a dejar su dinero en los  comercios, hoteles y balnearios de Puerto Colombia. 
Comprometerían, como no podía ser de otra manera, la ayuda de las Administraciones local y provincial, además de contar con la contribución del Obispado, con partidas en sus presupuestos destinadas a financiar parte de las obras.
La reunión y los acuerdos tomados en ella, dejaron satisfechos a sus protagonistas. Si su idea se llevaba a término serviría de blasón a sus correspondientes carreras. Por otra parte, como en cualquier otra obra de gran envergadura, junto a los trabajos llegarían las comisiones que iban a parar directamente al bolsillo de muchos responsables de cada Administración implicada en los mismos. Como es sabido a mayor cargo mejor porcentaje.
Gobernador, Obispo y Alcalde decidieron que el mejor momento para explicar su proyecto sería después de los postres. En esos instantes ya  todos  los  comensales tendrían los estómagos llenos, agradecidos, y el ánimo bien dispuesto por los efectos de la bebida.

Yanira observaba a aquel hombre de atractivas facciones y cuerpo atlético que desde una mesa cercana la miraba con descaro. Su piel, bronceada por los efectos del sol, podía hacerlo pasar por un nativo pero sus rasgos denunciaban su procedencia extranjera. Sintió curiosidad por saber de quién se trataba  y, aunque estaba acostumbrada a que los hombres la desnudasen con la mirada, los ojos de aquel extraño producían en su interior un raro cosquilleo y la sumían en una honda turbación.
Efectivamente, Samuel, ya que se trataba del joven arquitecto, no había dejado de pensar en ella desde que vio como la coronaban. Él también sentía como un batallón de hormigas se paseaba por su interior. En un lugar lleno de hermosas mujeres sus ojos solamente la veían a ella y, a pesar de lo bien provista de viandas que estaba la mesa, el único manjar que su boca pedía eran aquellos labios que se abrían en cautivadora sonrisa.
Preguntó, sobre Yanira, a sus compañeros de mesa; Melquiades Luján García, un orondo banquero, el director de uno de los balnearios, Santiago Morales Esquivel y a Goyo Rosa Ligero, empresario y distribuidor de materiales para la construcción, que monopolizaba todas las grandes obras que se realizaban en aquellos contornos. A tan ilustres caballeros se añadían sus respectivas esposas, que fueron quienes aportaron una detallada información sobre la flamante Reina del Carnaval. Le contaron como la madre, Luz, había precedido a su hija como la mujer más popular de Puerto Colombia, unos años atrás y como ésta, heredera de su belleza, había seguido sus pasos. Añadieron con cierto retintín, que denotaba una mal disimulada envidia, que ser la Reina Popular, era algo a lo que solo se prestaban las mujeres de pocos prejuicios o excesivamente liberadas y que damas como ellas jamás participarían en un concurso como aquel. Samuel las miraba con cierta conmiseración y, aunque su sonrisa irónica quizás lo delataba, evitó decirles que para optar al lugar de Yanira deberían volver a nacer y por supuesto dentro de otro molde. Sus maridos por descontado no opinaban igual y devoraban a la joven Reina con la mirada.

La propuesta que, terminando la velada, expusieron Autoridades y Obispo a los comensales, fue aceptada de buen grado por todos los presentes. Unos porque realmente encontraban brillante la idea y otros porque de ningún modo querían quedar en evidencia al no apoyarla. De ese modo, a partir de aquella fecha, La Virgen del Carmen era designada Patrona de Puerto Colombia. También se aprobó la construcción del Santuario y se decidió que la imagen se ubicaría, en tanto no estuviese acabada la ermita, en una pequeña capilla que se haría en una cueva situada en el Monte Carmelo a las afueras de la ciudad.
Unos días después Samuel recibía un aviso del Alcalde para que pasase por el Ayuntamiento. Él, lo relacionó con algún detalle de las obras del nuevo muelle. Su empresa le había comunicado que su estancia en Colombia se iba a prorrogar por más tiempo del previsto, pero no le había dado más detalles.
Lucio Quintana sonrió al ver llegar al arquitecto. Le invitó a sentarse y tras los saludos de cortesía le puso al corriente del motivo de su llamada. Se conocían desde hacía unos tres años, cuando el joven llegó al país, por primera vez, para ponerse al tanto del proyecto de ampliación del puerto. Los planos, elaborados por él, que con posterioridad su empresa presentó al concurso de adjudicación de las obras, fueron los ganadores del mismo. Por ello, como si se tratase de una ampliación esos trabajos, la Comisión encargada de sacar adelante el asunto del Santuario (Gobernador, Obispo y Alcalde) optó por confiar a Samuel el diseño y construcción del mismo.
Pensó que aquella noticia no alegraría demasiado a sus padres, que no veían llegado el momento de que su hijo volviese a casa. Cierto es que cada seis meses viajaba a España para repasar detalles con la dirección de la empresa y acercarse a Toledo a ver a la familia. Esas visitas siempre sabían a poco, sobre todo a Teresa, que no había vuelto a ser madre, y no se resignaba a estar tanto tiempo sin la compañía de su único hijo.
Por su parte, a él, que una semana atrás estaba ilusionado con el regreso, ahora la noticia de quedarse le pareció maravillosa.
Desde que vio a Yanira no había dejado de pensar en ella. Lo inminente de su marcha le hizo ser precavido y evitó ponerse en contacto con la muchacha pero las circunstancias cambiaban e iba a tener mucho tiempo para poder encontrarla y cortejarla si ella se lo permitía.
En el transcurso de la cena le habían comentado que la chica acostumbraba a estar durante el día en la empresa de su padre. Había hecho estudios de secretariado en Barranquilla y ayudaba a Ramiro atendiendo a los clientes y llevando la contabilidad del negocio. Samuel se acercó hasta el taller con el pretexto de comprar una pequeña embarcación, no le importaba que ésta no fuese nueva siempre que estuviese en buen estado y le permitiese  desplazarse por la costa para practicar el submarinismo, una de las aficiones adquiridas desde que llegó a Colombia.
Ramiro vio acercarse a aquel hombre y al estrechar la mano que le tendía se sobresaltó. Sintió como una extraña premonición, la misma del primer día cuando cogidos de la mano, paseó con Luz, su difunta esposa. La amó más que a nada, fue tan feliz que pensó que era imposible mayor dicha, pero en los pocos años que el destino le permitió disfrutar de su compañía siempre tuvo la sensación de que algo vendría a romper aquel idilio.
Yanira también había visto llegar a Samuel y estaba tan turbada como la noche que le vio en la cena.
Sentía acelerarse su corazón y latidos en sus sienes. Abandonó la oficina yendo junto a los dos hombres. Un estremecimiento recorrió su cuerpo al notar el tacto de su mano. Ella, que se reía de los hombres y jugaba con ellos, se veía indefensa ante aquel español de tez ligeramente aceitunada. Éste,  como sus antepasados, ejercía de conquistador, aunque lo hiciese con la mirada en lugar de con la espada.
Mientras los dos jóvenes conversaban animadamente Ramiro los miraba con el ceño fruncido. No podía dejar de sentir aquella rara sensación que se apoderó de él con la llegada de Samuel.