jueves, 26 de abril de 2012

NOVELA - EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 9ª ENTREGA




 
 
 
 

A principio de enero, Samuel, al abrir la valija procedente de su empresa en España, se encontró con una inesperada convocatoria. Debía ir a Madrid para informar en persona de cómo se iban desarrollando los trabajos del Santuario, de la previsión para terminarlos y analizar otros proyectos que Construcciones de Ultramar tenía previstos en Sudamérica.
La noticia de este viaje no gustó nada a Yanira, que ya se encontraba en su tercer mes de embarazo, y aun menos a Ramiro, que temió que el arquitecto lo aprovechase para no regresar.
Todo lo contrario sucedió en Toledo, donde los padres del arquitecto no cabían en sí de gozo. Teresa hacía planes para la llegada de su hijo y rezaba para que no se volviese a marchar. Nada le había contado Samuel de su vida sentimental pero su silencio y lo prolongado de su ausencia eran detalles suficientes para que una madre, tan unida a su hijo, se afirmase en lo hacía tiempo que sospechaba.

El reencuentro con Toledo y su familia fue mucho más emotivo de lo que Samuel había pensado. En casa, rodeado de atenciones por sus padres, se sentía feliz. Teresa, siempre dispuesta a mimarle como si aun fuese el chiquillo que corría, en pantalón corto, por las estrellas callejuelas de la Judería. Daniel, atento a satisfacer el menor capricho de su hijo, no económico pues el joven disponía de buenos ingresos provenientes de su trabajo, se afanaba en encontrar aquellos libros, material de dibujo o tratados de arquitectura que este no podía hallar en Colombia.
Otra de las cosas que disfrutó el toledano fue del frío de su ciudad. En ésta apenas se superaban los diez grados mientras en Puerto Colombia se rondaban los 30 que con la humedad del ambiente parecían algunos más. Él, criado en el rigor del invierno castellano, siempre soportó mejor las bajas temperaturas que el calor, de ahí que no fuese excesivamente abrigado mientras paseaba por la Plaza Zocodover, lugar ideal para tomar el pulso a la ciudad.
Teresa, veía satisfecha como su hijo disfrutaba de su estancia con ellos y empezó a urdir un plan para que esta fuese lo más larga posible.
El 25 de enero, Samuel cumplía 28 años  y al estar, en esa fecha,  habitualmente fuera de España, hacía algún tiempo que no celebraban en familia su aniversario. Por eso en esta ocasión organizaron una gran fiesta en la que el homenajeado, poco dado a la vida social cuando no estaba en Toledo, se reencontró con familiares y amigos a los que tenía casi olvidados.
Destacaba entre los invitados la presencia de una joven hermosa, de mejillas sonrosadas, larga melena de cabello castaño, de aspecto tímido y porte distinguido que se ruborizó cuando al acercarse a felicitarlo, Samuel, la sorprendió con dos besos en las mejillas. Teresa, que observaba todo lo que hacía su hijo, sonrió satisfecha de aquel encuentro que ella misma había propiciado.
Isabel Serrano Pedraza, era hija de unos amigos de la familia. Su padre, Fernando, ejercía de notario de la Villa y su madre, Lucía, era profesora en el Conservatorio de la ciudad. La joven, además de su belleza física, tenía otras cualidades la hacían candidata a conseguir lo que la sociedad consideraba un buen matrimonio.
Licenciada en Arte e Historia, a sus veintidós años, era de un perfil parecido a Teresa, quien veía con muy buenos ojos que la muchacha pudiese convertirse en su nuera. A la posible suegra, le parecía que Isabel, con su cultura, belleza y desenvoltura, era la mujer ideal en la que su hijo podía apoyarse en la vida y progresar en su carrera.
Samuel no reconoció enseguida aquella doncella que se ruborizaba al sentir sus labios rozándola en sus mejillas. Había visto a Isabel corretear en multitud de ocasiones por su casa o la tienda de sus padres. Sus últimos recuerdos le traían la imagen de una adolescente con trenzas y la cara salpicada de acné, visión que estaba muy lejos de parecerse a la esplendida mujer que ahora estaba frente a él.

En los días siguientes, los dos jóvenes, se vieron con asiduidad y pasearon recorriendo, sobre todo, aquellos rincones que el arquitecto recordaba con mayor nostalgia cuando estaba lejos. Ya no le acompañaba Teresa hasta el Puente de Alcántara, pero eso no causaba ningún disgusto a una madre esperanzada en que, por fin, su hijo caminase por la senda que ella había previsto.
Era durante la noche en la soledad de su lecho cuando el toledano, acordándose de Yanira, se sorprendía al notar que la angustia de la separación era más llevadera conforme pasaban las fechas. No sucedía lo mismo con ella, que iba acumulando lágrimas mientras rezaba porque su amado volviese.

Ignorante de estos hechos y sin pretenderlo, el Obispo Orestes Gaviría, se iba a convertir en aliado de la porteña haciendo efímera la estancia de Samuel en España ya que, por solicitud suya, el arquitecto debía estar en Puerto Colombia antes del l8 de febrero. En esa fecha se cumplía un año de la inauguración del nuevo muelle y de la firma del acuerdo por el que se dio inicio a la construcción del Santuario. Por ese motivo, Su Eminencia, decidió organizar un acto de homenaje a la Virgen. Quería mantener viva la ilusión de los porteños hacia ella y ¿Por qué no? también estimularlos a seguir con sus aportaciones económicas para sufragar los gastos de las obras.
Aunque faltaba mucho para que los trabajos finalizasen, el evento tendría lugar en la Plaza del Santuario hasta donde  la imagen, procedente  del Monte Carmelo, sería traída a hombros de los fieles, en una procesión en la que también participarían las autoridades. Una vez la comitiva estuviese en la plaza se celebraría una misa solemne oficiada por el Obispo, ayudado por los sacerdotes de la diócesis.
En el año transcurrido desde que la Virgen ocupó la capilla en la gruta   de la montaña el fervor por ella había ido en aumento, siendo multitud los porteños y forasteros que habían convertido aquel sitio en lugar de peregrinación. Esto, había hecho pensar al Obispo Orestes en la conveniencia de mantener vivo el culto en aquella capilla una vez la imagen de la Virgen fuese trasladada al Santuario. A tal fin, realizó el encargo de una talla, de menor tamaño, en los talleres de imaginería religiosa de  Envigado, municipio cercano a Medellín.

lunes, 23 de abril de 2012

CELEBRANDO EL AMOR




Lloraba, triste, un corazón
porque su amor se había acabado.
Otro corazón, que le envidiaba,
lloraba su desilusión 
porque, él, nunca se había enamorado.



                                                   Matias Ortega Carmona





jueves, 19 de abril de 2012

CUENTO - HABLANDO CON IRENE




HABLANDO CON IRENE






EL MAR
-      

              Abuelo ¿Por qué miras tanto el mar?- preguntaba la pequeña Irene.
-      Mi  querida nieta  – contestó su abuelo –,  el mar es inmenso  como tu mirada,  tranquilo como tu sueño y también  bravo, como tu cuando te enfadas.
-         Las olas vienen y van y me traen tu recuerdo cuando te tengo lejos, su rumor es como tu risa, entra dentro de mí como la música y da paz a mi espíritu.
-         Abuelo ¿Por qué aquí el mar tiene dos orillas?
-         Verás, mi tesoro, el mar que conoce y baña la costa de multitud de países cuando llegó a Galicia se enamoró de esta tierra, tuvo envidia de los ríos y como estos quiso penetrar dentro de ella.
-         ¿Y el mar siempre es azul? – dijo la niña.
-         El mar es un espejo en el que se mira el cielo, en él se refleja su color que cambia del  nítido azul al gris de la tempestad, puede ser muy bello y también dar miedo hasta encoger el alma.
-         Abuelo, si yo soy como el mar ¿también puedo darte miedo?
-         No, querida mía, tu solo puedes darme amor aunque bien es cierto que podría sentir temor si te viese enferma o sujeta a cualquier peligro, solo eso sumiría mi mar en horribles tinieblas.

Rabindranath Tagore, nos dejó una magnífica obra literaria de la que yo destacaría sus relatos breves. Cuentos que partiendo de una elaborada sencillez exaltan en pocos párrafos todo un mundo de sensaciones en el que predominan los sentimientos.
Respetando estas pautas he llevado al papel una conversación algo imaginaria con esa niña, aun en camino pero pronta a llegar, que será mi primera nieta a la que llamaremos Irene.
Estoy seguro que la innata curiosidad de los niños y mis ganas por enseñarle mi forma de entender la vida, harán que esas conversaciones sean una práctica habitual en la relación abuelo nieta.


Matías Ortega Carmona

Carnoedo 8 de octubre de 2010


domingo, 15 de abril de 2012

NOVELA - EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 8ª ENTREGA



 
 
 
 
 

Ramiro, montó en cólera al recibir la noticia. No es que la idea de ser abuelo le molestase pero temía por la indefensión de su hija en una situación como aquella. Desde que supo que los dos jóvenes estaban saliendo la previno, sin que esta le hiciese el menor caso, de las consecuencias que podría tener aquel romance.
El arquitecto no dejaba de ser un extraño en una tierra a la que lo único que le ataba era su trabajo y ella era una joven que empezaba a vivir y a la que su bisoñez, en ese tipo de relaciones, podía pasarle una amarga factura.
Había llorado mucho la falta de su esposa pero era ahora cuando más notaba su ausencia. Pensaba que quizás no fue todo lo riguroso que cabía ser en la educación de la chica, pero había puesto en ello todo su empeño y si no lo hizo mejor es porque ignoraba como hacerlo. Algunas veces se decía que si hubiese sido un varón, quizás, habría sido más fácil. No le preocupaba lo que la gente pudiese murmurar sobre su embarazo pues ser madre soltera, en aquel lugar, era algo más común que extraordinario. No sabía si la culpa la tenían la música, el sol, el mar, o lo idílico del paisaje, pero lo cierto es que la juventud se entregaba al sexo con autentico ardor y nula inhibición. Como consecuencia de ello abundaban las muchachas de Puerto Colombia, Barranquilla, en general toda la zona caribeña, que acostumbraban a ser madres a muy temprana edad.
Su padre se tranquilizó un poco cuando Yanira le explicó la conversación que había mantenido con Samuel aunque las dudas de Ramiro, persistieron al saber que,  en ningún momento, el arquitecto toledano, había planteado la opción del matrimonio.

Las calles de la ciudad lucían engalanadas con guirnaldas y con el típico alumbrado que recordaba  motivos navideños.
A Samuel, que pasaba su primera Navidad en Puerto Colombia, se le hacía muy raro contemplar  aquel decorado soportando el calor tórrido y húmedo del diciembre caribeño, así como ver a la gente en traje de baño, disfrutando de las playas, en lugar de ir tapados con abrigo y bufanda.
Aprovechando las fiestas, habían salido a navegar en su velero hasta una pequeña bahía en la que solían fondear la embarcación. Desde la cubierta, Samuel, observó como la mujer se desnudaba y, cual grácil sirena, se sumergía en aquella agua nítida y transparente. Nadó despacio, dejando que las olas la acariciasen, hasta llegar a la orilla y allí, tendida  en la arena, se rindió al abrazo del sol. Él, viéndola tan hermosa, sintió celos del agua, del sol y por un momento temió que Neptuno, si  realmente existía,  saliese del mar para raptarla y llevarla con él.
Acunados por el rumor del mar y con la única compañía de las gaviotas que  volaban incansables sobre el velero, pasaron el día en aquel lugar. Abrazándose los dos, fundiendo sus cuerpos el uno en el otro, e imitando a las olas que después de entregarse a la arena renacen en su ímpetu para volver a acometerla de nuevo. Las manos de él recorrían aquel vientre, en cuyo interior se desarrollaba una nueva vida, sintiéndose culpable por no tener la misma ilusión que Yanira y también  porque, ese ser, fuese más el fruto de un descuido que un hijo deseado por ambos.

La cena de Nochebuena es el evento  más celebrado en las fiestas navideñas del departamento del Atlántico. Las familias se reúnen en torno a una mesa bien provista de las viandas típicas de la zona: buñuelos, natillas y otros dulces acompañan a  los perniles de pavo o de cerdo y a las sabrosas hayacas (un pastel hecho con masa de maíz, relleno con guisos de carne de res, cerdo y gallina  al cual se le agregan aceitunas, uvas pasas, alcaparras, pimentón y cebolla,  envuelto de forma rectangular en hojas de plátano) tan populares en toda la zona caribeña, e importadas por los emigrantes hasta el archipiélago canario, en España.
Después de cenar la gente sale a la calle y en unión de sus vecinos, mientras brindan por la llegada del Niño Dios, cantan villancicos como: El Zagalillo, A la Nanita Nana o Mamá ¿donde están los juguetes?
La pareja estaba invitada  a cenar en casa de Ramiro. Acudirían también los  familiares más allegados y la joven creyó que sería buen momento para dar la noticia de su embarazo. No es que se sintiese obligada a ello pero pensó que su padre preferiría que fuese ella quien lo contase y no que sus parientes se enterasen de ello viéndola engordar o por los comentarios de la gente.
Esta cena, para Samuel, sería el primer contacto con la familia de su compañera. Hasta entonces sólo había conocido al padre y su relación había sido educada pero tensa desde el primer momento. Los recelos del carpintero de ribera,  por una parte, y la falta de compromiso en la relación que el arquitecto mantenía con su hija, por otra, eran motivo de desencuentro entre los dos hombres.

Con la puesta de sol fueron llegando los comensales: Rodolfo, hermano de Ramiro, acompañado de su mujer Emilia, su hija Susana y Rodi, su hijo menor. Casi al mismo tiempo llegó Cecilia, hermana soltera de la difunta Luz, que había ayudado mucho a Ramiro en los cuidados de su hija, cuando se quedó sin madre y de la que se decía también que, cuando la soledad de la viudez embargaba a su cuñado, le aportaba calor humano en esas horas de amargo desconsuelo. Los últimos en llegar fueron Mariana, una hermana divorciada de Ramiro, seguida de sus hijos, Carlos, Rogelio y Lucy.
La velada fue de lo más distendida; Samuel, que andaba algo preocupado pensando en cómo le iban a recibir los familiares de Yanira, desechó pronto sus temores pues, éstos, haciendo honor a la idiosincrasia de los porteños, lo acogieron y le trataron de una forma sumamente cariñosa.
Después de haber comido y bebido en abundancia, a los postres, la muchacha pidió a todos los presentes que volviesen a llenar sus copas y brindasen por su futura maternidad. En ese momento, Samuel, temió que la noticia provocase algún reproche hacia él. Pensaba que quizás le exigiesen que, un anuncio como aquel, debía ir acompañado de un compromiso de formalización de la relación por su parte pero todos, a excepción de Ramiro que mantenía su semblante serio, felicitaron a la joven pareja y siguieron con la fiesta.


lunes, 9 de abril de 2012

NOVELA - EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 7ª ENTREGA




 
 
 

Las obras del Santuario avanzaban a ritmo pausado, adaptándose a la poca prisa que para casi todo ponían los porteños. Era curioso ver como aquellas gentes que se entregaban con autentico frenesí a cualquier acto festivo, sobre todo si de moverse al son de música se trataba, actuaban de forma tan indolente a la hora de llevar adelante cualquier trabajo.
Samuel, feliz en su relación con Yanira, tampoco ponía ningún reparo a que aquel proyecto se alargase en su ejecución. Atrás quedaban sus prisas por regresar a España y, aunque ya hacía casi un año que no veía a su familia, tampoco se planteaba hacerlo de forma inmediata.
En Toledo, Daniel y Teresa sentían cierta preocupación por la dilatada ausencia de su hijo. Cierto que éste les había informado de que su estancia en Puerto Colombia se iba a prolongar, como mínimo dos años, con las nuevas obras que le habían sido adjudicadas a su empresa. Samuel les explicó en qué consistía  el nuevo encargo y se extendió de forma tan minuciosa en los detalles que sus padres, prácticamente, podían ver ya la nueva iglesia de la que justo se acababan de poner los cimientos.
Aunque nada les había comentado su hijo, Teresa intuía que no era sólo trabajo lo que retenía a Samuel en tierras colombianas. Siempre, desde la primera vez que el joven arquitecto viajó al país caribeño, su madre tuvo el temor de que alguna mujer se cruzase en su vida y eso le retuviese lejos para siempre.
Sabía del carácter familiar del muchacho y de lo arraigado que se sentía a su ciudad. Las calles de Toledo estaban llenas de embrujo para él, en cada piedra podía entrever una historia que, en su imaginación desbocada, le contaban almas errantes. Estas almas pertenecían a gentes de la ciudad que, después de dejar este mundo, no encontraron mejor paraíso que seguir  rondando por aquellas empinadas cuestas y estrechos recovecos. En más de una ocasión cuando su hijo regresaba, Teresa lo acompañaba hasta uno de sus lugares favoritos, el Puente de Alcántara, y allí, mirando al Tajo, Samuel le decía que querría emular a aquel río, rodear la ciudad en un gran abrazo y no abandonarla nunca más. 
Las mujeres tienen un instinto natural para adivinar aquello más oculto, pero las madres lo han desarrollado de forma especial. Recordaba las palabras de su hijo junto al río y esto unido a que su ausencia se prolongaba más de lo habitual hizo pensar a Teresa que aquello que tanto temió había sucedido. Sin ninguna duda para ella, Samuel había conocido a una mujer que le retenía muy lejos y quizás le apartase de ella para siempre.

Se había consumido la primera semana de diciembre y ya faltaba poco para Navidad. Samuel siempre procuraba pasar esas fechas en España, pero este año se quedaría, con Yanira, en Puerto Colombia. Se secó el sudor que resbalaba por su frente y buscó la sombra de las palmeras en los jardines del puerto. Desde allí, contemplaba el ir y venir de los obreros que trabajaban en la explanación de la plaza del Santuario.
Los pensamientos le llevaron rápidamente a su ciudad. Seguramente en ella hacía mucho frío y quizás también estuviese nevando. Eso no importaría a los muchos turistas que habitualmente guardaban turno para visitar la Catedral o bien entrar en la iglesia de Santo Tomé para ver El Entierro del Conde Orgáz, la obra maestra del Greco.
Cerrando los ojos podía ver como las empedradas calles, resbaladizas con la nieve (estaba seguro de que había nevado) eran un ir y venir de gentes que entraba en los comercios para proveerse del popular mazapán toledano, quesos, hojaldres y otras viandas con las que disponer las mesas en los días de fiesta. Camino de la Sinagoga del Tránsito, construida bajo el mecenazgo de un judío que por el nombre, Samuel ha Levi, bien podía ser un antepasado suyo, unos aspirantes a Caballero Andante, émulos de Don Alonso Quijano, blandían sus aceros recién adquiridos, quizás ¿por qué no? en la tienda de sus padres.
Por un momento creyó sentir frio y hasta oír tañer las campanas, pero las voces de los trabajadores le despertaron de su sueño y el calor agobiante lo situó de nuevo en la que había de ser la plaza del Santuario.
Era la hora de comer por lo que    se encaminó hacia el apartamento que, desde su llegada a Colombia, tenía alquilado en la playa de Pradomar.
Hacía unos meses que Yanira, desoyendo la opinión de su padre, se había ido a vivir con él, aunque continuase trabajando en la empresa de su progenitor. Suponía que la joven le estaría esperando y ese día, por alguna extraña razón, ardía en deseos de verla. 
Efectivamente, la muchacha había llegado antes que él y le recibió más cariñosa que de costumbre. Se abrazó a su cuello besándole  apasionadamente, como si hubiesen estado mucho tiempo sin verse. Cuando Samuel pudo por fin separarse, después de haber respondido a sus besos, la miró entre satisfecho y perplejo por aquella bienvenida. Ignoraba a que era debida pero, cualquiera que fuese el motivo de la misma, pensó que tenía que valer la pena.

Se habían sentado en la terraza, Samuel con la vista fija en el mar y Yanira mirándole a él, esperando que dijese algo. La noticia de que iba a ser padre le impactó de tal manera que le fue imposible articular palabra alguna. La verdad es que por su cabeza no había pasado tal posibilidad y tampoco era algo que se hubiese hablado entre los dos.
Estaba loco por Yanira, vivía esa relación de una forma intensa, entregándose cada día como si se tratase del último, sin plantearse como sería o si habría un futuro en la misma.
En ese momento los recuerdos  de Toledo y su familia que poco antes le asaltaron en la plaza, volvían a hacerse presentes con más fuerza. Amaba a su compañera pero no sabía si quería o estaba preparado para ser padre. Pensó en su madre y cómo reaccionaría ésta cuando le  contase que la iba a hacer abuela. Conocía los planes que Teresa había hecho sobre él y la situación que se planteaba distaba mucho de los mismos.
Le sacó de su letargo la voz de la muchacha quien con lágrimas en los ojos le reprochó la poca ilusión con la que acogía su embarazo. Yanira le manifestó su intención de seguir adelante con el mismo, ya fuese con su ayuda o sin ella. Seguidamente entró en la casa y se dirigió al dormitorio donde empezó a meter sus cosas en una maleta con la intención de regresar a casa de su padre. Samuel, que había ido tras ella, le pidió perdón y le rogó que no se fuese. Intentó explicarle que su reacción se debía a lo inesperado de aquella noticia y se comprometió a compartir juntos aquel embarazo, añadiendo que se sentiría feliz al tener un hijo. Ella intuía que aquellas palabras no eran del todo sinceras pero estaba convencida de que él la quería y pensó que, cuando asimilase la idea, también estaría orgulloso de su futura paternidad.

viernes, 6 de abril de 2012

FOTOS - FRAGAS DO EUME

Rio Eume
Este lugar ha estado esta semana de triste actualidad. Un incendio, al parecer provocado, ha calcinado 750 hectareas de esta reserva natural, uno de los más importantes ecosistemas de Galicia. Una vez más se demuestra la maldad que puede desarollar el ser humano. A todos los que podaís os recomiendo una visita a estos parajes y os pido que disfruteís de ellos con el maximo respeto.

Panel Informativo
Panel Informativo

 
Panel Informativo
Puente sobre el Eume
Rio Eume
Camino de Caveiro

Indicador de los rios Eume y Sesin

Monasterio de Caveiro

Monasterio de Caveiro

Monasterio de Caveiro

Camino del Río Sinde

Camino del Río Sinde

Peregrinos

Rio Eume

Rio Eume

Rio Eume

Rio Eume

Punto de Información

Rio Eume
Rio Eume
Os envío mi saludo desde uno de los puentes
                                                    colgantes del Rio Eume

lunes, 2 de abril de 2012

CUENTO - MARINERO DE TIERRA ADENTRO







MARINERO DE TIERRA ADENTRO




Las voces y  risas de los chiquillos se apagaban a medida que éstos iban abandonando el lago. En el pequeño embarcadero solamente quedaba el viejo Pepito, que estaba ocupado en amarrar su aún más vieja barca, la cual había heredado de su padre. Mirando la quietud del agua, mientras sujetaba la última amarra, pensaba que, aunque la dejase suelta, la barca  no se iría de allí y que en caso de hacerlo ella sola encontraría el camino para volver. Aquella barca, al igual que él, conocía hasta el rincón más recóndito del lago, no en vano lo había explorado, a bordo de ella, miles de veces.

Ensimismado en su tarea recordaba que su padre, siendo él todavía un niño, le hablaba del mar. Le explicaba que era una extensión de agua salada mayor que todos los lagos del mundo juntos. Su nombre variaba en función de su ubicación geográfica, llamándose mar cuando la distancia de una a otra orilla era relativamente corta y océano cuando se podían pasar días y semanas navegando sin ver la costa. Estos mares y océanos se comunicaban entre sí y ocupaban la mayor parte del planeta. En sus aguas vivía desde los más minúsculos peces hasta las más enormes de las criaturas marinas, como las ballenas. En sus costas había países de lo más variado. Unos tenían una vegetación exuberante, con un paisaje parecido al de las riberas del lago y otros eran auténticos desiertos. También las personas que habitaban esos países eran de lo más variopinto, siendo diferente hasta su color. Pepito escuchaba extasiado las historias de su padre; desde que empezó a oírlas se dijo que, en cuanto pudiese, dejaría el lago para ir hasta el mar.

Pepito le preguntó a su progenitor que es lo que debía de hacer para ser un buen marinero y este le contestó –“Primero deberás saber manejar la barca, después dominar, con ella, las aguas del lago y cuando éste no tenga secretos para ti lo dejarás y te irás al mar. Cuando estés en él descubrirás que, para navegar, lo que aquí has aprendido no es suficiente. Nuestra querida Isabela (nombre de la barca), que en el lago es la reina, en el mar sería sólo un cascarón que zozobraría al menor embate. Tus conocimientos de navegación, en ese medio, no te llevarían más allá de una jornada de travesía. Por ello tendrás que esforzarte y estudiar, sólo si haces todo eso podrás ser un buen marino”.

Pasaron los años y el niño se hizo hombre. Siguió los consejos de su padre  y se convirtió en un buen marino. Pepito era Don José, un capitán de la marina mercante que surcaba todos los mares del mundo y conocía los países más exóticos. Navegar le dio la oportunidad de tener amigos en  un extremo y otro de la tierra y de comprobar que la gente puede ser buena o mala sin importar el idioma que hablen o la raza que tengan. Pudo ver de cerca los avances más grandes que el hombre ha sido capaz de crear, los monumentos que adornan las grandes ciudades y también como los mismos hombres luchaban contra la naturaleza, destruyendo los rincones más bellos, persiguiendo y acosando a los animales hasta exterminarlos. No contentos con eso también se exterminaban entre sí, luchando en terribles guerras. Todo ello con el objetivo, casi siempre, de saciar sus ansias de riqueza y poder. 

Afortunadamente también había personas maravillosas que hacían de su vida una aventura al servicio de los demás. Gentes que habían abandonado la comodidad de la civilización más moderna para, con sus conocimientos, ayudar a otros que no habían tenido oportunidad de conocer más que, la miseria, el hambre y la enfermedad. Mujeres y hombres de las más diversas profesiones: médicos, enfermeros, misioneros y otros vivían entregados a esa labor.

Pepito, o Don José, pudo conocer como, dependiendo del lugar, se practicaban multitud de religiones y que en determinados países, donde se había producido una mezcla de razas y culturas, coexistían varias de ellas. Su experiencia le decía que no había una religión mejor que otra y que, en todas ellas, se podía encontrar el mandamiento que recordaba a los fieles la obligación de ser respetuoso con sus semejantes y el entorno en que vivían. Él pensaba que sólo con cumplir ese precepto el mundo sería completamente distinto y, sin lugar a dudas, mejor.

Pasaba también, por su mente, el recuerdo de las noches en medio del océano. La paz y el sosiego que le producía contemplar la belleza del cielo cuajado de estrellas, que le sugerían otros mundos en los que, quizás, también habría mares en los que navegar. Pero no siempre el mar ofrecía esa calma, en ocasiones se enfurecía, como si se rebelase contra aquellos que osaban surcar sus aguas, y entonces era terrible. Multitud de barcos y miles de marineros habían pagado su tributo al mar, quedándose para siempre en él. También Pepito tenía su recuerdo de esos momentos trágicos, en una de esas tempestades su barco estuvo a punto de zozobrar, salvándose de ello milagrosamente. Con los embates de las olas sufrió una caída que le provocó una fractura en su pierna derecha, de la cual le había quedado, como secuela, una cojera que al caminar le hacía arrastrar ligeramente la pierna.

Llegó un día en que Don José, que empezaba añorar a Pepito, revirtió el camino y volvió al lago en el que había nacido. En las aguas de su infancia el marino de los grandes viajes dejó paso al marinero de tierra adentro. A bordo de Isabela navegó otra vez por aquellos parajes familiares y queridos. Acompañándole, casi siempre, niños de las aldeas vecinas a los que les encantaba oír las historias de Pepito. La vida, que tantas alegrías le había proporcionado, no quiso premiarle con la llegada de un hijo, y aquellos niños a los que paseaba en su barca llenaban, de alguna manera, ese vacío.
La cálida voz de una bella mulata, que le avisaba para la cena, le trajo de nuevo a la realidad. Raquel era, desde hacía años, la mujer con la que compartía su vida. La conoció en uno de sus viajes por Las Antillas y desde entonces no se habían separado.



Apoyados el uno en el otro, como dos jóvenes enamorados, Raquel y Pepito caminaron hacia la casa. En la arena, las huellas de la pareja que, poco a poco, se iba perdiendo en la oscuridad de la noche. En el lago, la luna llena bañándose en las tranquilas aguas, acompañaba a Isabela esperando que con el amanecer el sol le diese el relevo.



Matías Ortega Carmona