lunes, 25 de junio de 2012

LIBRO DE VIAJE POR LOS RECUERDOS 4ª ENTREGA DE MIS PAISAJES


Basilica de Snta María
Las grandes celebraciones religiosas tenían y tienen como escenario la Basílica de Santa María. Este templo milenario (las
primeras referencias que se tienen de la parroquia de Santa María datan del 25 de marzo de 1008) es la principal iglesia de Mataró.
Como todas las construcciones
religiosas, cuya antigüedad se
pierde en el tiempo, ha sido
sometida a numerosas reformas y
atravesado épocas de mayor o
menor fortuna. Después de la
guerra civil española, durante la
cual sufrió las iras de las
facciones anticlericales, recobró su mejor aspecto estando considerada una pequeña joya del llamado barroco catalán.
Situada en lo que fueron las murallas de la ciudad sirvió también, en alguna ocasión, de baluarte defensivo y está rodeada de un entramado de estrechas calles, típica de las ciudades de la edad media. Muy cerca de ella se ubica La Plaza Gran, pequeño mercado de abastos que, junto a La Plaza Cuba de mayor empaque, abastecían a la ciudad en sus necesidades alimentarias. Estos centros siguen funcionando en la actualidad aunque mermada su importancia por las grandes superficies comerciales de nuestro tiempo.
La Basílica de Santa María es otro de los paisajes familiares de mi infancia, en ella hice mi Primera Comunión y eran frecuentes las visitas que, como alumnos de la Academia Bálmes, realizábamos a la misma. Primeros Viernes de Mes, Semana Santa, Mes de María o cualquier otro evento religioso
eran un buen motivo para que fuésemos a rezar a esa iglesia.

Interior de la Basilica de Santa María



Aludiendo a mi oficio de “monaguillo de extrarradios”, he de explicar que también tuve la oportunidad de debutar en Santa María en una misa celebrada en el Altar Mayor.
Haciendo un símil futbolístico diríamos que, aunque fuese por una única vez, pude jugar un partido en la primera división de los acólitos.




Playa de Mataró
Mataró, capital de la comarca litoral del Maresme, ha sido siempre una ciudad abierta al mar que sin embargo hasta hace muy pocos años no dispuso de un puerto.
Recuerdo que, de niño, me gustaba ver como las barcas volvían de faenar y, a falta de unos muelles donde atracar, eran arrastradas hasta la arena por medio de tornos y cabrestantes. Allí reposaban hasta que, al día siguiente volvían a salir para iniciar una nueva jornada de pesca.
Con la construcción del puerto en la cercana población de Arenys de Mar, los pescadores fueron buscando refugio en el mismo y sin darme cuenta, la imagen de estas embarcaciones varadas en la playa y de los marineros repasando sus redes y poniendo sus barcas a punto, se convirtió en uno de mis paisajes perdidos.
En unos años la fachada marítima de Mataró sufrió un cambio radical. El barrio de pescadores prácticamente desapareció, quedando como testimonio cuatro casas contadas en la zona que llaman del Callao. Se fueron construyendo edificios modernos y el mar se convirtió en un reclamo de ocio. Hace poco tiempo, por fin, se construyó ese tan anunciado puerto del que había oído hablar desde muy niño y que nunca llegaba. Ahora, que ya es una realidad,
tampoco ha contentado a todos. Muchos mataroneses se quejan de unas instalaciones que, según dicen, sirven para que cuatro potentados atraquen sus yates de recreo pero que
aportan poco beneficio a la ciudad.

Puerto de Mataró
Esteción de Ferrocarril de Mataró
Si hay algo emblemático y ligado a la historia de Mataró es el ferrocarril. No en vano fue un mataronés, Miquel Biada (a él está dedicado el monumento en el que me he permitido posar), el promotor de que el primer tren que circuló en la península (2) lo hiciese desde Barcelona a su ciudad natal. Este evento tuvo lugar el 28 de octubre de 1848 y nadie podía imaginar, entonces, que este medio de transporte iba a alcanzar las cotas técnicas y de velocidad que tiene actualmente.
 

Monuento a Miquel Biada
La terminal ferroviaria está situada junto al mar y los trenes y las olas se fusionan en los recuerdos de mi niñez. Mi padre,  ferroviario de profesión, trabajó toda su vida en labores de conservación de la catenaria (el tendido eléctrico que suministra corriente a los trenes).
La base del equipo de electrificación, que aun sigue activa, ocupa un edificio de dos plantas en un extremo de los terrenos de la estación. Está apartada de las dependencias de viajeros y en el exterior hay una higuera y jardines, éstos desde hace tiempo muy abandonados.
Cuando éramos niños, mis hermanos, yo, y los hijos de los compañeros de mi padre compartimos muchos días de verano en la playa. Para llegar a ella tan solo teníamos que cruzar las vías vigilando siempre que no nos sorprendiese ningún tren.
Nos reuníamos familias enteras y comíamos debajo de la higuera. Después, mientras los hombres jugaban sus partidas de dominó o cartas, las mujeres hablaban de sus cosas (sin olvidar criticar a las que estaban ausentes) y los niños y niñas, volvíamos a disfrutar del mar y las olas. A medida que los pequeños fuimos creciendo, y entablando otras amistades, aquellas reuniones fueron siendo menos
frecuentes hasta caer en desuso.
Recuerdo también, de aquellos días, el incesante trasiego de vagones de mercancías para formar trenes que partían desde Mataró hacia otros puntos de la península. Una de las cargas más apreciadas eran las patatas de la zona que, en gran cantidad, se llevaban hasta el puerto de Barcelona para ser exportadas a Inglaterra. Con el tiempo, el transporte de mercancías, fue perdiendo importancia y desde hace unos años se ha erradicado totalmente de las estaciones de viajeros quedando concentrado en terminales que se dedican exclusivamente a él.
No imaginaba yo, en aquellos días, que años más tarde sería ferroviario y estar entre trenes mi ocupación. Tampoco podía pensar, cuando me inicie en la profesión, que para terminar mi carrera iba a dirigir una de las estaciones más modernas de España. En cierto modo y por supuesto, de una forma mucho más modesta, he acabado emulando a mi paisano Miquel Biada y el ferrocarril es, sin ninguna duda
, uno de los paisajes importantes de mi vida.

2 El primer ferrocarril español se construyó en la isla de Cuba. Empezó a circular el 19/10/1837 entre La
Habana y Güines, cuando ese territorio formaba parte de las provincias de ultramar.

Tranvía de Mataró
Mataró tiene tren pero también tuvo tranvía. En la Plaza Granollers una, de las últimas unidades que unía la ciudad con la vecina población de Argentona, recuerda a los viandantes la importancia que tuvo este medio de transporte en la comarca.
En tiempos en los que disponer de un vehiculo propio no estaba al alcance de casi ningún bolsillo, el tranvía era el único medio de que tenían los habitantes de las dos poblaciones para trasladarse de un lugar a otro. De vital importancia, sobre todo para los vecinos de Argentona, que en muchos casos debían desplazarse a Mataró para trabajar, acudir los sábados al mercado, o acceder a la estación de ferrocarril para viajar a otros destinos.
El recorrido del tranvía se iniciaba delante de la estación del tren y después de atravesar toda la ciudad, el cada vez más populoso barrio de Cerdanyola y unos tres kilómetros de tierras de labor finalizaba en el centro de la villa de Argentona. Hasta allí se iban, los fines de semana, muchos mataroneses a disfrutar del famoso manantial de “La Font Picant”, del que manaba un agua con gas de las primeras que se comercializó por esa comarca.
El tranvía, que curiosamente se vuelve a imponer como un medio de transporte moderno, dejó de circular cuando yo tenía doce años siendo sustituido por autobuses con mayor capacidad y rapidez en el servicio. Recuerdo con algo de nostalgia aquellos pequeños viajes y forzosamente, para que mis paisajes estén completos, debía hacer referencia a ellos.

miércoles, 20 de junio de 2012

SARAMAGO Y ANTONIO






 SARAMAGO Y ANTONIO


“No creo en dios y no me hace ninguna falta. Por lo menos estoy a salvo de ser intolerante. Los ateos somos las personas más tolerantes del mundo. Un creyente fácilmente pasa a la intolerancia. En ningún momento de la historia, en ningún lugar del planeta, las religiones han servido para que los seres humanos se acerquen unos a los otros. Por el contrario, solo han servido para separar, para quemar, para torturar. No creo en dios, no lo necesito y además soy una buena persona”

Las palabras de José Saramago me dan pie para acercarme a otro personaje, cercano en su forma de pensar al escritor, pero lejano a la fama y posición de este. De Antonio, así se llamaba, pude aprender lo importante que puede ser aquel que haciendo gala de su humildad y sin haber podido acceder a grandes estudios supo entender y vivir la vida. Amó como nadie la sencillez huyendo siempre de las grandes ideas con las que los poderosos, ya sean militares, políticos, grandes empresarios o aquellos que se atribuyen, en nombre de cualquier religión, la defensa del dogma, atacan la libertad de cualquier ser humano que aspira a ser, como decía Saramago, simplemente una buena persona.

“Es un bosque que navega y se balancea sobre las olas, un bosque en donde, sin saberse como, comenzaron a cantar los pájaros, debían de estar escondidos por ahí y de repente decidieron salir a la luz, tal vez porque la cosecha ya esté madura y es la hora de la siega…”

Siendo aun un niño, conoció Antonio las fatigas de la siega. Enrolado en una cuadrilla de segadores, junto a sus dos hermanos mayores, anduvo por las tierras de La Mancha. En aquellos campos el niño creció, haciéndose  hombre, mientras segaba la mies que engordaba el patrimonio de los terratenientes y ayudaba a matar el hambre de su familia. No pudieron con él, ni la  dureza del trabajo, ni el sol abrasador que los castigaba mientras segaban. Supo, como los pájaros, empaparse de la luz y dejar volar su canto mientras soñaba con un mundo más justo e igualitario.

“Que clase de mundo es éste que puede mandar maquinas a Marte y no hace nada para detener el asesinato de un ser humano”

No solo vivimos en un mundo que no hace nada para detener el asesinato de un ser humano, lo peor es que éste es un mundo que ha institucionalizado el asesinato de la especie humana. Militares llevados por ansias de gloria y celebridad, políticos al servicio de intereses comerciales, religiosos ávidos por imponer su fe, negando la de los que piensan de forma distinta, entre todos han inventado las guerras. Curiosamente se han dotado de unos códigos éticos en los que se condenan los conflictos armados declarados por motivos “injustos”. Antonio sintió, cuando lo enviaron a matar o ser muerto por los moros en el norte de África, que en verdad no hay ninguna justicia en obligar a  que los hombres se maten unos a otros.
Sufrió en sus carnes la debacle del ejército español en Annual y, aunque resultó herido, pudo salvar la vida. Volvió a casa con el recuerdo de los millares de jóvenes que, con peor suerte que él, dejaron su vida en tierra africana y convencido de que ninguna idea justifica el derramamiento de sangre.

“El poder lo contamina todo, es tóxico. Es posible mantener la pureza de los principios mientras estás alejado del poder. Pero necesitamos llegar al poder para poner en práctica nuestras convicciones. Y ahí la cosa se derrumba, cuando las convicciones se enturbian con la suciedad del poder”

Con las heridas del cuerpo sanadas pero muy frescas en el alma, Antonio, vio como la primavera de las ideas floreciendo en libertad se marchitaba con el horror de una guerra fratricida. Los principios, las convicciones que habían de converger en una sociedad más justa e igualitaria, fueron aniquilados por las luchas de poder entre quienes predicaban ese nuevo horizonte, ayudados por la beligerancia de los sectores más fácticos y reaccionarios.
Antonio, que se ilusionó con la llegada de la República,  fue perdiendo la fe al ver como muchos defensores de las nuevas ideas caían en los comportamientos de sus predecesores y  aposentados en el poder olvidaban rápidamente todas sus buenas intenciones. Después el estruendo de las armas silenciaría cualquier canto de esperanza.

“Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizás no merezcamos existir”

Nada ofende tanto a las dictaduras y a sus secuaces como las personas con ideas propias y un espíritu libre. Antonio fue una de esas personas y pagó por ello. Finalizada la guerra civil fue encarcelado sin que nunca se le dijese su culpa. En los casi dos años que pasó en prisión sufrió torturas mientras su mujer y sus hijos pasaban hambre y miseria. Un día, sin más, fue puesto en libertad sin que se le hubiese juzgado ni acusado formalmente de nada.
Cuando Antonio recordaba esa parte de su vida no lo hacía nunca con odio ni rencor, pero reivindicaba siempre mantener viva la memoria de hechos como aquellos. El odio, decía, es el peor carcelero, prolonga tu cautiverio  y destruye tu corazón, pero la memoria nos mantiene alerta para evitar que esas atrocidades puedan repetirse.

“El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir”

Antonio, como se desprende de los pasajes de su vida que he ido relatando, no tuvo demasiado tiempo para los libros. Su formación académica era escasa y adquirida junto al fuego del hogar después de un duro día de trabajo. Eso no hacía de él una persona ignorante pues aprendió a leer e interpretar en las páginas de la vida todo aquello que era útil para lograr su meta, ser feliz con aquellas cosas que realmente valen la pena. Amó a los demás y la mayoría de quienes le conocieron lo amaron a él.

“Si las conociéramos las cosas del cielo tendrían otro nombre”

Antonio jamás creyó en ese cielo que predica la religión, ya sea católica o cualquier otra. Ese cielo de mercadeo que quiere someter a las personas a una especie de competición liguera en la que solo los santos tienen garantizada la gloria. Mientras, los que han tenido algún desliz, limpian su alma en el purgatorio y los malos (?)  se queman en el infierno. Tampoco creía en un Dios ocupado en fiscalizar las acciones de los hombres para premiarlas o castigarlas, como si fuese un policía de tráfico. Por eso, quizás, escogió ser ateo. Por eso  trató siempre de conocer sus propias debilidades para así poder ser tolerante con las de los demás. Él creía en que la bondad puede estar en las personas sin depender de su raza, credo o posición y por eso, seguramente, él consiguió ser una buena persona.

Matías Ortega Carmona


Nota:

En negrita frases de Saramago que me han servido para recordar, dando un paseo por su vida, a una persona muy especial para mi. Yo sí creo en el cielo, está en un rincón de mi corazón; allí permanecen vivos y me acompañan siempre, Antonio y todos aquellos con los que compartí algún momento de mi vida, aquellos que me quisieron y a los que yo sigo queriendo.

lunes, 11 de junio de 2012

LIBRO DE VIAJE POR LOS RECUERDOS 3ª ENTREGA DE MIS PAISAJES


Un paisaje de mi infancia que no podía faltar, no en vano pasé en él ocho años de mi vida, fue el colegio. Se llamaba y creo que aún se llama Academia Bálmes, aunque era más conocido por el nombre del que entonces era su director, el Señor Banet.

Academia Balmes

Este colegio forma parte de unas instalaciones propiedad del Circulo Católico de Mataró en el que además de las aulas, destinadas a la docencia, existe un pequeño teatro llamado Sala Cabañes, una pista de baloncesto en la que jugaban los equipos de la Unión Deportiva y un bar que daba servicio a todo el complejo y al que, en mi época de estudiante, no teníamos acceso.

Sala Cabanyes
La Sala Cabañes tenía como objetivo dar a conocer obras representativas del acervo cultural catalán, sobre todo a niños y adolescentes, con el fin de preservar unas raíces y costumbres que la Dictadura no veía con buenos ojos. Estas actividades, enmarcadas en centros como el Circulo Católico, pasaban más desapercibidas.
Las representaciones estrella de la programación eran Els Pastorets, donde se revive año a año el nacimiento de Jesús y La Pasión en la que se rememora su muerte. Quizás porque forman parte de mi infancia, aunque he visto representadas esas obras en otros lugares, nunca he sentido la misma emoción que cuando las veía en aquella sala.
La entrada a la zona escolar estaba situada en la Plaza del Bous, llamada así porque está situada junto a lo que fue una de las puertas de la ciudad vieja. Por ella entraban las carretas tiradas por bueyes que descansaban en dicha plaza.
Frente al colegio, en lo que después sería el Instituto de Enseñanza Media Damiá Campeny, estaba el Cuartel de Bomberos. Las sirenas de los vehículos nos tenían al día de todos los incendios, u otras emergencias, que se producían en la ciudad.
Frente a la Sala Cabañes estaba situada la cárcel. Este edificio es hoy en día el cuartel de la Guardia Urbana de Mataró. Se trata de una construcción con gruesos muros de piedra y rejas en las ventanas que, básicamente, sigue conservando su estructura original. En ese centro penitenciario purgaban sus penas los delincuentes locales y de la comarca y también algunos presos llegados de otros lugares del país.

Antigua Carcel

Siempre me resultó curioso, y lo encontraba una condena añadida para los residentes de aquel centro, el que un patio anexo a la prisión sirviese de pista de baile en las tardes de los domingos y algunas verbenas. Imagino lo poco agradable que debía resultar para estos inquilinos privados de libertad ver, a través de los barrotes de sus ventanas, como las parejas se movían  haciendose carantoñas al son de la música.

La Riera
La calle que separa la antigua cárcel del complejo de lo que fue mi escuela es La Riera.Durante mucho tiempo fue la arteria principal de la ciudad. Empieza en la Plaza de España y finaliza en la Plaza Santana, muy cerca del mar y próxima a la estación del ferrocarril.
En esta avenida se situaban todos los cines que había en Mataró durante mi infancia y adolescencia. Al principio de la misma, bajando a mano derecha pegado a los terrenos de una gran vaquería a la que la modernidad y el tetra brik desterraron, estaba el Cine Monumental. Al igual que el resto de estas salas pasó de días de gloria a una penosa decadencia hasta que cerró sus puertas. Rescatado del ostracismo por el departamento de cultura del ayuntamiento, y bajo gestión municipal, ha sido remozado y es el único de estos centros que permanece activo. Para mi tiene unas connotaciones especiales pues, en la penumbra de su platea, conocí las caricias y los besos de aquel siempre recordado primer amor de juventud.
También en ese cine, por primera vez desde los tiempos de La Republica, se puso en escena una de la revistas musicales que triunfaban en El Paralelo de Barcelona. Fue todo un acontecimiento y constituyó un éxito tremendo de público, como es de suponer, en su mayoría masculino. Aunque el vestuario que utilizaban las mujeres que allí actuaban, sería hoy en día toda una manifestación de recato, para los varones de aquella época suponía toda una tentación e invitaba a pensar en el más erótico de los sueños ¡Como
cambian los tiempos!

En la acera de la izquierda, ocupando toda una gran manzana, se mantiene abierto el Colegio de Valldemia. El mismo es propiedad de los Jesuitas y da una idea del poder económico de esta orden religiosa.

Mansiones en La Riera

Entre el Cine Monumental y la Cárcel, casas de aspecto señorial servían de morada a algunas de las familias más adineradas de la ciudad. Las mansiones siguen ahí pero muchas de aquellas familias conocieron tiempos de crisis y tuvieron que deshacerse de ellas por no poder mantenerlas.
Un poco más abajo, en la misma acera, estaba uno de los personajes más emblemáticos de Mataró, El Churrero. Puede asegurarse, con muy poco margen de error, que todos los mataroneses le conocían. Hombre de una gordura descomunal era más famoso por este detalle que por la calidad de los productos que vendía. Y eso que sus churros y, sobre todo, sus patatas fritas eran insuperables. Muy aficionado al cine, había conseguido que en alguno de estos locales le tuviesen reservada una butaca de su tamaño para poder disfrutar del llamado séptimo arte. Este hombre y su gran humanidad fueron los culpables de una de las anécdotas de mi infancia:
 
“Había ido con mis padres y unos tíos a otro de los cines
ubicado en La Riera, El Ateneo, y antes de entrar a ver la
película, mis familiares, decidieron comprar patatas fritas.
Yo, que debía tener unos cinco años, me quedé tan
impresionado viendo aquel hombre tan gordo que no me
percaté de que mis acompañantes se iban y ellos, unos por
otros, me dejaron allí embobado mirando al Churrero.
Cuando me di cuenta de que mi familia no estaba se lo debí
decir a alguna persona que me llevó hasta el Ayuntamiento
(en aquellos tiempos no se raptaban niños). Un guardia
muy majo se ocupó de mí y además de darme parte de su
merienda avisó para que fuesen a recogerme. Coincidía que
un primo mío trabajaba en el Ayuntamiento y por ese
motivo lo acompañe en alguna ocasión a saludar a aquel
municipal que tan bien se portó conmigo”

Ayuntamiento

El Ayuntamiento también está situado en La Riera, en la zona que en algún tiempo fue el centro de la población. El edificio se ha quedado pequeño para albergar la actividad que genera una ciudad de 120000 habitantes y se han tenido que habilitar otras dependencias auxiliares, lo que no quita que sea en él donde se siguen tomando todas las decisiones que afectan a la vida pública.
En las fiestas de Las Santas Juliana y Semproniana, patronas de Mataró, la Casa Consistorial viste sus mejores galas y desde allí salen, para desfilar por todas las calles, los enanos cabezudos y los Gigantes que tan populares son en las fiestas mayores de toda Cataluña.

Gigantes y Cabezudos
No solo la vida pública se concentraba en La Riera, también el ocio y el comercio tenían en ella de su espacio principal. Otros cines ya desaparecidos: Moderno, Serra y Clavé ofrecían películas de diversos géneros para que cada cual escogiese la más adecuada a su preferencia.
Era casi una obligación en los días de fiesta, después de salir del cine o del baile, que toda la juventud fuese a pasear Riera arriba, Riera abajo desde El Churrero a La Plaza Santa Ana. También durante la semana, al salir del trabajo, era el lugar habitual de encuentro con los amigos o con la última chica/chico que habíamos conocido el domingo anterior.

jueves, 31 de mayo de 2012

LIBRO DE VIAJE POR LOS RECUERDOS 2ª ENTREGA DE MIS PAISAJES

Con una rapidez pasmosa fueron cambiando los paisajes de mi infancia. Los campos de cultivo desaparecían, los árboles se arrancaban y en su lugar se edificaban casas y más casas. Los nuevos barrios: Los Molinos, Cirera, Vista Alegre, Cerdanyola, La Llantia, etc eran, son, en lo que no se ha reformado de ellos, un caos urbanístico y un atentado a las más elementales normas de arquitectura. Calles, empinadas y tortuosas, muestran edificios en los que la azotea de uno está al mismo nivel que la entrada del otro.
La ausencia total de servicios y de medios de comunicación con el núcleo de la ciudad convertía estas zonas en focos de marginalidad y muchas veces de inseguridad.

La necesidad de un lugar en el que vivir y la falta de recursos llevaba a los emigrantes a construir viviendas infames que en algunos casos, cuando sus dueños prosperaban un poco, servían para realquilar a otros recién llegados. A éstos (con la etiqueta de “cuarto con derecho a cocina y baño”), paisanos convertidos en sanguijuelas, les alquilaban verdaderos agujeros donde se cocinaba en la misma habitación que se dormía y el baño consistía en un lavabo y un water de uso común.
Poco a poco, aquellos barrios, se irían dotando de alcantarillado y alumbrado. En la calles se construían aceras y se colocaban adoquines que las hacían más seguras para los vehículos motorizados y más peligrosas para los niños, que estábamos acostumbrados a que ése fuese nuestro lugar de juegos.
Casi sin darnos cuenta dejamos de ver pasar los carros de caballos que transportaban mercancías y hasta el Drapaire aquel que, según nos cuenta Serrat ( Joan Manel Serrat, cantautor catalán) compraba trapos y ropa sucia, paraguas y muebles viejos, cambió su viejo carro por una flamante furgoneta en la que, eso si, conservó la campana con la que avisaba al personal de su presencia.

Parque Municipal
La perdida de la calle, como escenario de juegos, hizo del Parque Municipal un lugar habitual de esparcimiento. En un tiempo en el que nadie tenía una especial preocupación por los espacios verdes, Mataró, disponía ya de ese estupendo recinto. Árboles de distintas especies, plátanos, eucaliptos, pinos, cedros y otras especies siguen dando sombra y cobijo a los muchos mataroneses que en cualquier época del año pasean por él.
Un pequeño zoológico, nos permitía disfrutar de la presencia de distintos animales; monos, cisnes, patos y un espectacular osa, a la que llamábamos Julia, contribuyeron durante algunos años a hacer más ameno aquel entorno. Todos estos animales fueron desapareciendo pero el resto del parque apenas ha cambiado. Los
jardines seguían, en mi última visita, igual de cuidados.
En el centro de la fuente, delante del Casal de Avis, la estatua del negrito se mantiene con su sonrisa impertérrita evocándonos rincones tropicales o de ultramar.

Negrito en el Casal dels Avis
Estatuas de personajes celebres de la ciudad, como el arquitecto Josep Puig y Cadafalch, y algún que otro foráneo, están repartidas por distintos rincones recordándonos que en su paso por la vida, esas personas, dejaron una huella másprofunda que la de sus coetáneos.

Estatua de Puig y Cadafalch

La zona de juegos infantiles está en el mismo lugar aunque ampliada con aparatos de aspecto más moderno que no hacen olvidar a columpios y toboganes, que eran y son los preferidos de los pequeños y otros que no se resignan a dejar de serlo. Recuerdo que mis amigos y yo, animados por algún que otro cuba-libre, habíamos rematado las emociones de alguna noche de verbena deslizándonos por el más grande de esos aparatos. Ligados a ese espacio están muchos momentos importantes de mi infancia y juventud.
En el centro del parque hay una gran pista de cemento en la que se utilizaba en competiciones deportivas, eventosmusicales y otras actividades. Esa pista servía también para que los domingos por la tarde y festivos, niños y algunos adolescentes, paseasen en bicicletas alquiladas; las había de tres ruedas para los más pequeños y de dos para los que yasabían aguantar el equilibrio. No recuerdo el precio pero si que, para mis posibilidades económicas, resultaban prohibitivas por lo que en pocas ocasiones podía disfrutar de ellas.
 
Sin cambiar de territorio, mis amigos y yo, pasamos de las bicicletas a perseguir los favores de alguna quinceañera que quisiera hacernos caso. El velódromo de la ciudad, adosado al Parque Municipal, era lo que hoy llamamos un espacio multiusos; allí se celebraban veladas ciclistas, combates de boxeo, conciertos y, los domingos por la tarde, baile con orquestas y los mejores conjuntos musicales del momento. El centro del velódromo, habilitado como pista de baile, era el escenario donde los jóvenes, además de tratar de emular a Fred Astaire y Ginger Rogers (2) buscaban, con intenciones más o menos serias, acortar distancias con su pareja. Son incontables los matrimonios, de Mataró y alrededores, que tuvieron su origen en las tardes del Velódromo.


(2) Fred Astaire y Ginger Rogers, famosa pareja de bailarines americanos, protagonistas de comedias
musicales.


sábado, 26 de mayo de 2012

NOVELA- EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA ÚLTIMA ENTREGA


 
 
 
 
 

He vuelto, como cada 16 de julio, al Santuario de la Virgen del Carmen. Durante los oficios religiosos, los ojos de la Patrona y los míos se han encontrado en muchos momentos. En algún instante he creído ver que me sonreía y eso ha aliviado mi melancolía (“Según te mire la Virgen, así te irán las cosas”).
La misa ha terminado y la imagen, a hombros de los fieles, ha iniciado el camino hacia el Monte Carmelo. Yo espero a que la iglesia quede desierta para abandonarla.
Desde  la puerta, un hombre con el cabello cano, me sonríe. Se trata de Raúl, unos años mayor que yo y al que conozco desde siempre. Fue el encargado del pequeño astillero de mi padre y estuvo con él hasta que cerró el negocio. Es un hombre cabal que siempre me ofreció amistad y respeto. Estuvo casado, aunque tuvo un matrimonio poco feliz. Su mujer, Flor, más dada a rumbear que a llevar una casa, lo abandonó a los pocos años de estar casados, según decía, por su carácter serio y poco ambicioso. Durante unos  carnavales, Flor, conoció a un empresario de Medellín y se fue con él. Cuentan que cuando a éste se le pasó el capricho la echó de casa y que la mujer había recalado en Cartagena de Indias donde se dedicaba a la prostitución.
Quizás porque no llegó a ser padre, Raúl siempre trató a mi hijo como si fuese el que él no tuvo. Jugaba con él, le regalaba juguetes y le gustaba estar al tanto de cómo progresaba en sus estudios.
Nunca me ha insinuado nada pero yo se que está enamorado de mi. Desde que mi hijo empezó en la Universidad hemos salido juntos a menudo. En alguna ocasión hemos ido a merendar al Balneario de Sabanilla en el cual ya no estaba su antiguo director, Santiago, que dejó el empleo para cumplir su sueño de conseguir otras metas en España.
No sé lo que nos deparará el destino  (quizás deba volver a mirar los ojos de la Virgen para saber sobre ello) pero Raúl y yo nos encontramos bien juntos y, aunque los dos sabemos que nunca le querré de la misma forma que él me quiere a mí, no descarto pasar la última etapa de mi vida en su compañía.


La hegemonía de que en otro tiempo disfrutó  Puerto Colombia, en el tráfico marítimo de la zona, se ha ido perdiendo en favor de Barranquilla. Las obras de ampliación en el puerto de la capital van desviado hacia él toda la actividad portuaria.
El que en su día llenó de orgullo a los porteños, por ser el muelle más largo de Suramérica, languidece falto de movimiento. Las humeantes locomotoras que circulaban por él, buscando el mar, ya son solamente un recuerdo y los pabellones que antaño albergaban las mercancías presentan en muchos casos un aspecto ruinoso y fantasmagórico.
El tren  que unía Puerto Colombia y Barranquilla es ya historia como lo es, tristemente, el ferrocarril en Colombia.
Pero los porteños somos como el Ave Fénix, sabemos sufrir y renacer de nuestras cenizas. Sentimos y amamos la vida y algunas veces, como es mi caso, pagamos por ello. Pero quizás por eso también, vivimos historias como la que les acabo de contar y disfrutamos intensamente de lo que tenemos en cada momento.

Me llamo Yanira,  mujer, amante y madre; he vivido el milagro de conocer y disfrutar de algo tan bello como es el amor.
Nací y resido en Puerto Colombia, lugar que también tuvo su propio milagro con unos años de gran auge económico. Una imagen religiosa, olvidada en la penumbra de un almacén, vio la luz coincidiendo con los mejores momentos de la ciudad. Los porteños hicieron de ella su patrona y olvidan cualquier pena cuando se trata de festejar  a su Virgen del Carmen.

“Según te mire la Virgen, así te irán las cosas”

Yo estoy segura que la Virgen nos mirará bien y velará por el futuro de Puerto Colombia y ¿cómo no? también por el mío.



Matías Ortega Carmona

lunes, 21 de mayo de 2012

LIBRO DE VIAJE POR LOS RECUERDOS 1ª ENTREGA DE MIS PAISAJES

                                                                    PROLOGO

 Al empezar a escribir este libro, que titularé Mis Paisajes, no
pretendo hacer algo que pueda confundirse con una guía
turística. Por ello el lector no encontrará, en el mismo, una
descripción minuciosa de los lugares que iré presentando y
puede que incluso, si le son conocidos, le parezca que las
imágenes que describo no se ajustan a la realidad.
Seguramente no le faltará razón; en unos casos, porque con
los años, alguno de esos paisajes se ha modificado de forma
sustancial, hasta el punto de que puede decirse que han
desaparecido; en otros, porque el terreno es simplemente el
marco en el que se encuadran las emociones vividas, siendo
éstas las conforman la verdadera imagen.
Doy por hecho que el viaje por estas páginas no despertará
en quien las lea los mismos sentimientos que en quien las
escribe y esta premisa también justifica el titulo pues, es
obvio que, todos esos paisajes están vistos desde mis ojos y
vestidos y adornados con mis vivencias. Espero de todos
modos que si alguien se enfrasca en esta lectura la
encuentre, cuando menos, interesante.
Para poner fecha y origen al inicio de este libro he escogido el
más reciente de los paisajes, la estación de ferrocarril del
Camp de Tarragona. No será, probablemente, el último de los
que aparezcan en él, pero tiene unas connotaciones muy
especiales. Esta estación modificará con toda seguridad el
entorno en que se encuentra pero, además, traerá cambios en
el devenir de las personas que con su trabajo le dan vida y
también en el de los viajeros que utilizan sus servicios. En mi
caso significa dedicar el final de mi vida laboral a un proyecto
que nace para hacer que el transporte ferroviario, en esta
provincia, siga siendo el vehículo que con toda rapidez lleve
personas y sueños hacia un futuro mejor.

Camp de Tarragona 28 de agosto de 2007






                         Paisajes de infancia
 
Los primeros paisajes que recuerdo son los de los
extrarradios de una ciudad que cambiaba su fisonomía día a
día. La continua llegada de inmigrantes procedentes de otras
partes de España hizo que Mataró, como otras ciudades de
Catalunya, tuviese un crecimiento rápido y no siempre
controlado.
Aunque nací y pasé los primeros dos años de mi vida viviendo
con mis padres, mi hermano mayor, mis tíos y primos en un
piso de alquiler en el centro de la ciudad, no tengo recuerdos
reales de esa época. Si se forjaron imágenes en mi
subconsciente, después de que en alguna ocasión mi madre
me llevase de visita a esa vivienda. Ellas me hablan de
hacinamiento y malas condiciones de vida debido a la
cantidad de gente que vivíamos allí.
Cuando tuvieron unos ahorros, mis padres y mis tíos,
compraron un terreno en las afueras de la ciudad y en el
mismo construyeron una vivienda para las dos familias. La
casa la dividía un pasillo central quedando a cada lado de
este tres habitaciones, una cocina, un pequeño comedor y un
más que elemental cuarto de aseo. En los laterales de la
edificación otros dos pasillos, estos descubiertos, llevaban a
la parte trasera en la que había un patio con un lavadero.
Las dos familias fuimos pioneras en lo que hoy es el populoso
barrio de Los Molinos Altos. Recuerdo que lo que era la
ciudad vieja terminaba en el Parque Municipal y a partir de
éste se extendían terrenos de labor en el que los almendros y
la viña convivían con otros cultivos. La sensación era la de
vivir en contacto con la naturaleza y nos sentíamos tan
ajenos a la urbe que, cuando dejábamos nuestro entorno
para llegarnos hasta ella, solíamos decir “Vamos a Mataró”,
cuando la realidad es que la distancia que nos separaba era
exigua.
 
En nuestro barrio, las calles eran de tierra y cuando llovía se
volvían intransitables. Si las lluvias eran fuertes, se habría el
terreno en profundos surcos que derivaban en torrenteras,
arrastrando el agua todo lo que encontraba a su paso. Existía
y aún existe, aunque ya hace años que se cubrió, un pequeño
canal que llamábamos El Desvío al que iban a parar estas
aguas y las que bajaban procedentes de las montañas
cercanas. Durante algún tiempo, hasta que viajando descubrí
que los ríos eran otra cosa, eso fue lo más parecido a éstos
que conocí.
 
Fuente del 1º de Mayo


 Uno de los rincones que disfruté en mi infancia, de los pocos
que perdura sin haber sufrido grandes cambios, es la Fuente
de Mayo. Esta fuente era, en su origen, un lugar situado en las
afueras de Mataró y acercarse a el a pasear o merendar
podía considerarse como una pequeña excursión.
Han desaparecido, de la explanada que hay en la parte
superior, una vivienda que estaba allí ubicada y los
algarrobos que compartían la tierra con unos pequeños
pinos. Entre aquellos pinos, mis amigos y yo, enterrábamos
nuestros “tesoros” cuando, en nuestros juegos, imitábamos a
los terribles corsarios que surcaban un mar que desde aquel
lugar entonces, sin grandes edificios que lo ocultasen,
podíamos divisar. Después, cuando volvíamos a buscar
aquello tan celosamente guardado, casi nunca atinábamos
con su paradero y muchas veces, ya de adulto, he sentido la
tentación de ponerme a excavar, no se si para hallar el tesoro
perdido o para tratar de reencontrarme con mi niñez.
Una canción muy de aquella época que alguna vez oía
tararear a mi padre, aficionado al cante flamenco, decía - “La
fuente se ha secado, las azucenas están marchitas…” Eso no
ha sucedido con la Fuente de Mayo de cuyo caño seguía
manando el agua la última vez que estuve en ella. También
siguen allí aquellos pequeños pinos, poco crecidos a pesar del
tiempo transcurrido, que me recuerdan unos días en los que
necesitábamos poco más que nuestra imaginación para pasar
unos ratos divertido
 
Muy cerca de La Fuente de Mayo está situado el viejo
Cementerio que aún hoy se sigue utilizando ocasionalmente.
La ciudad, en su crecimiento, ha engullido este recinto
ubicado en su origen a las afueras de la misma. Eso ha hecho
necesario construir un nuevo Campo Santo para aquellos que
duermen el sueño eterno.
He mencionado ese lugar porque también fue uno de los
paisajes habituales de mi infancia. En su interior hay una
pequeña capilla que, a falta de una verdadera iglesia, era la
sede de la parroquia y en ella se celebraban misas y
funerales. Los oficios religiosos como bodas, bautizos y
comuniones se llevaban a cabo en la iglesia de San José o
bien en la Basílica de Santa María, ambas situadas en el
centro de Mataró. Se evitaba así que un día de evidente
alegría para los protagonistas tuviese un escenario tan poco
apropiado para la fiesta.

Capilla del Cementerio Viejo


Mi relación con esta capilla fue, por decirlo de alguna
manera, casi profesional pues me tomaba muy en serio el
trabajo de ayudante de Mosén Jubany, el cura párroco.
Durante muchos años fui el monaguillo titular de la misma y
eso me hizo familiarizarme con aquel entorno.
Mi labor como acólito abrió mis ojos a otros paisajes de los
que, dada mi edad, no era muy consciente pero que sin
ninguna duda fueron calando en mi personalidad. Como ya
he dicho anteriormente, en aquella capilla eran infrecuentes
las celebraciones que incitaran a la alegría y por el contrario
se hacían muchos funerales por lo que aprendí a verle la cara
al dolor y empecé a no temerle a la muerte. Descubrí también
que, por mucho que los poderosos se esforzasen en
diferenciarse de los humildes, adornando su parcela con ricos
mármoles y colocando en las tumbas bellas estatuas, todos
los inquilinos de aquel lugar escuchaban la misma canción y
se arrullaban con el murmullo de los cipreses.
De que nadie perturbase el reposo de sus vecinos y de que en
el cementerio estuviese todo en orden se cuidaba  el sepulturero, que vivía con su familia en una casa adosada al
mismo. Recuerdo, de esta casa, el gran huerto cuajado de
naranjos en el que Pere sembraba también tomates y otras
hortalizas. En alguna ocasión acompañaba a Mosén Jubany
que, a la vez que párroco, era administrador del cementerio
en sus paseos por aquel huerto. No imaginaba entonces,
cuando me sentaba a la sombra de los naranjos, que años
más tarde en aquel lugar habría una iglesia en la se
celebrarían ceremonias sin distinguir si su finalidad era triste
o alegre. En ella, en la iglesia de Nuestra Señora de la
Esperanza, me casé, bauticé a mis hijos y me he despedido
de más de un ser querido. Siempre que he vuelto a esa iglesia
me ha acompañado el recuerdo de aquel buen sacerdote y el
del niño que le ayudaba.

 
Iglesia de Ntra. Sra. de La Esperanza