viernes, 10 de agosto de 2012

FOTOS DE GALICIA CALA DE ARMENTEIRO EN LA RÍA DE BETANZOS



En el idílico marco de la Ría de Betanzos, en Galicia, conviven embarcaciones de todo tipo y veraneantes que han elegido este lugar para combatir los rigores del verano. Diseminadas por la ría están las mejilloneras, en ellas se cría este sabroso molusco con denominación de origen conocido como Mejillón de Lorbé. 
El agua es muy fría pero, aun así, el maravilloso paisaje invita a zambullirse en ella. 
Quiero compartir con todos los que me seguís en el Blog las imagenes  de este bello lugar que yo puedo contemplar cada día, desde mi estudio, mientras escribo.























domingo, 5 de agosto de 2012

FOTOS - ESCENAS DE GALICIA

La última vaca de Carnoedo (A Coruña)

Calabaza en el huerto de Antonio Arevalo en Carnoedo (A Coruña)

Costa de Mera saliendo hacia Dexo

Furnas en Dexo
Illa de A Marola. Son tan fuertes las corrientes a su alrededor que han originado un refrán que dice "Quien pasó A Marola pasó A Mar toda"


Puente de piedra sobre la ría en Puentedeume

Imagen de la Quesera en Puentedeume

Mera

Mera, monumento a la Xente do Mar

Lagoa de Mera

Roca en Dexo que semeja un león avistando la Torre de Hércules en A Coruña

miércoles, 25 de julio de 2012

LIBRO DE VIAJE POR LOS RECUERDOS 5ª ENTREGA DE MIS PAISAJES


Locomotora de Vapor
He descrito hasta ahora los recuerdos, hechos paisajes, de mi ciudad y de mi infancia, aunque en lo que se refiere a ésta última no todos los paisajes corresponden a Mataró. Parte de ellos, los que me generan más emociones, pertenecen a la tierra de mis mayores en la provincia de Murcia.
A mí, que he adoptado rápidamente como mío cualquiera de los lugares en el que me ha tocado vivir, me ha resultado siempre penoso ver como la gente para poder subsistir no ha  tenido más salida que la emigración. Ese es el camino que tomaron mis padres, el cual solo desandaban en época de vacaciones. Atrás quedaban todos los seres queridos con los que el reencuentro, por lo breve del mismo, se veía empañado siempre por la tristeza.

Hasta donde alcanzan mis recuerdos, finales de agosto fue siempre sinónimo de viaje. En esas fechas nos desplazábamos toda la familia
hasta Cehegín, el pueblo natal de mis padres. Los primeros viajes que recuerdo podían calificarse de épicos. Recorrer una distancia de 700 Km. nos llevaba, en el mejor de los casos, un día completo y varios trasbordos. El tren, siempre el tren, era el medio de transporte
utilizado aunque no el único.
También formaban parte de esa aventura alguna tartana – carreta tirada por caballos, habilitada para el transporte de personas y equipajes- y en alguna ocasión una burra que tenía mi abuelo.
Como recuerdo de estos viajes, quedaron grabados en mi mente paisajes que hoy ya no existen. Pueblos, ciudades y cosas siguen estando ahí pero totalmente cambiados. La vieja estación de Barcelona Término, más conocida como Estación de Francia, mantiene su apariencia exterior pero el interior ha sido completamente remozado. Las humeantes locomotoras de vapor, de mi niñez, fueron sustituidas por otras de tracción eléctrica o diesel. Aprovechando la mayor potencia y velocidad de éstas se podía transportar más carga y reducir los tiempos de viaje, además de hacer innecesarios los continuos cambios de máquina.
El progreso, no sé si siempre pero sí en mi caso, genera con él una cierta nostalgia. Junto al humo de los trenes fueron desapareciendo una serie de estampas que le eran comunes.
Así aquellas peleas, que se organizaban en la Estación de Francia para ganar un sitio en el tren daban paso, una vez iniciado el viaje, a una armonía entre los viajeros que les llevaba a compartir sus historias personales y las viandas que todos llevaban en sus cestas de mimbre.
Las prolongadas paradas de los trenes en las estaciones daban vida todo tipo de vendedores. Estos se ganaban un sueldo ofreciendo múltiples productos a los viajeros:
Aguadores que, previo pago del precio estipulado, ofrecían sus botijos para mitigar la sed. Otros, con sus carritos de helados perseguían el mismo fin y, si lo que había que combatir el era el frío o el hambre, también se podía obtener una copa de coñac o aguardiente, cervezas, refrescos y el pertinente bocadillo.
Recuerdo una barra de bar en el andén de Valencia donde un camarero, al que vimos en varios viajes, repartía cerveza y horchata con una celeridad inusitada.
En Albacete, los vendedores de navajas, el producto más típico y famoso de la ciudad, ocupaban trenes y andenes para vender su mercancía.
En cada parada, más o menos importante del recorrido, este mercadillo se repetía.
Tartana
Y cuando llegábamos a Murcia ¡la Tartana!: Esta ciudad tuvo durante mucho tiempo dos estaciones de viajeros: Murcia del Carmen, la actual y de mayor importancia, y Murcia Zaraiche, cabecera de la línea que unía la capital de la provincia con Caravaca de la Cruz. Para ir de la una a la otra -los vehículos a motor aun no eran dominantes - nos servíamos de uno de estos carruajes de caballos que, para mi, eran una novedad ya que en Mataró nos los había.
Me encantaba viajar en esas tartanas, como si fuese un colono del oeste, y contarlo después a los compañeros en el colegio, pues la mayoría de ellos sólo las habían visto en las películas.
Poco se parece el Cehegín de hoy al de mi infancia. Sin duda ha mejorado mucho y desde hace tiempo los jóvenes no tienen la necesidad imperativa de emigrar. La industria conservera, las canteras de mármol, el comercio y otras empresas, han creado puestos de trabajo y la población se ha modernizado. También un hotel y una red de apartamentos y alojamientos rurales son un reclamo para el turismo de interior.
Un apreciable patrimonio cultural se ofrece al visitante que llega hoy a Cehegín. En su parte más antigua, bonitas iglesias y casas de antiguos nobles, con sus fachadas blasonadas, invitan a un relajante paseo aderezado con la ausencia de los ruidos, propios de grandes ciudades.
Para calmar el hambre y la sed, disfrutando de la mejor cocina huertana, no exenta de toques de modernidad, nada mejor que dirigirnos al Restaurante Bar Sol situado en lacalle Mayor. El buen hacer de Paco y Mari, que regentan el establecimiento, harán disfrutar a cualquiera que se acerque al mismo de una excelente jornada gastronómica.
Todo esto es bueno para los cehegíneros pero, espero que me perdonen si, yo, sigo añorando aquel otro Cehegín:

Panoramica de Cehegín



Calles de polvo y tierra (vuelvo a rememorar a Serrat), por estas si pasó la guerra y tardó mucho el olvido. Olvido que habría evitado rencillas entre paisanos que castigaron a todos y beneficiaron a muy pocos.

Monumento al Nazareno
Cehegín viejo, con callejuelas empedradas  que se retuercen y empinan: desde la Gran Vía, desde el río, desde la Cuesta del Parador y desde el Mercado de Abastos, hasta converger en la plaza de la Constitución. Allí se encuentran la Iglesia Santa María Magdalena, el Museo Arqueológico, el Hotel y el monumento al Nazareno.
Un mirador situado en la misma plaza nos brinda un paisaje de los más añorados y también modificado de ese pueblo que tanto quiero. Me gustaba mirar desde allí la huerta que se extendía a los pies del pueblo, con sus árboles dispuestos en perfecta formación, como si de un momento a otro fuesen a iniciar un desfile. Con el sol, las acequias de regadío de los bancales, semejaban pequeñas cintas de plata que los envolvían.
Un poco más abajo de este mirador, desde una de las ventanas traseras de la casa de mi Tía Juana, la vista era similar pero al paisaje descrito se añadía un mar de tejas escalonadas, salpicado de chimeneas, que lo hacían aun más interesante.
La Gran Vía es en la actualidad el eje que divide la población. Desde ella hasta el Convento, actualmente más allá, se fue edificando el nuevo Cehegín. En esa parte, que llaman El Barrio, vivieron siempre mis familiares por parte de padre y los de mi madre en la parte antigua. Podría parecer que esa Avenida fuese  también una frontera entre ambas familias. 
Convento
El Convento, más concretamente su iglesia, cobija la imagen de la Virgen de las Maravillas, patrona del pueblo. La casa de una de las hermanas de mi padre está situada a poca distancia del mismo. Desde ella, como si las tuviésemos encima, oíamos las campanas dando la hora o anunciando los oficios religiosos. 

A mi lo que realmente me gustaba era estar en el campo, con mis abuelos y unos tíos que vivían en un paraje llamado La Media Legua, situado entre Cehegín y Caravaca de la Cruz.


Media Legua
Mis abuelos, Matías y Juana, eran las personas más entrañables que he conocido. Con ellos descubrí el más hermoso de los paisajes, el del amor. Eran pobres, tan pobres que desconocían su pobreza pero… había tanto cariño en ellos que no necesitaban más riqueza.

Casa de La Media Legua en la que vivieron mis abuelos,  mi madre y sus hermanos.
 Vivían en una casa humilde con paredes de adobe y argamasa. El mobiliario era exiguo, tan sólo lo necesario; una mesa para comer, sillas con el asiento de anea, camas con colchones hechos con la perfolla del maíz (siempre aparecía algún carozo que se te clavaba en el costillar), una alacena para guardar los alimentos, una vajilla escasa, un baúl y un armario ropero.
En la vivienda habitaban personas y animales. Tenía una única entrada que daba acceso a una sala que hacía las veces de cocina y comedor, en la cual había una chimenea bajo la cual se cocinaba y alrededor de ella se sentaba la familia para conversar y combatir el frio invernal . A la derecha estaban los dos dormitorios y en la parte de atrás la cuadra para la burra y la cochinera para el cerdo. También había un altillo en el que se almacenaba la fruta, se secaba el maíz y se oreaban los embutidos procedentes de la matanza.

En el exterior, frente a la casa, había una gran higuera y  a continuación bancales de melocotoneros, albaricoqueros y perales. En la parte trasera, pegada a la pared, una acequia proporcionaba el agua necesaria para regar la tierra, hacer la colada y asearse. Como nuestras visitas eran siempre en verano, a mi me gustaba meterme directamente en la acequia y bañarme en ella.
Junto a la acequia estaba el camino, a continuación una finca, siempre sembrada de maíz, y después la vía del tren. Aquel tren, que yo veía pasar con cierta congoja, pues sabía que en pocos días me subiría a él para volver de nuevo a Mataró.
Aquella casa y las fincas que la rodeaban eran de uno de los terratenientes del pueblo, conocidos por todos como los Señoritos. Mi abuelo, a cambio de casa y una pequeña parte de la cosecha, cultivaba las tierras y los árboles frutales del Señorito. Después de que, mi abuelo y el menor de mis tíos, hubiesen regado la tierra con su sudor, llegado el tiempo de recoger los frutos de tanto esfuerzo, era aquel ricachón quien se llevaba prácticamente todo el beneficio.

Caravaca de la Cruz, es otra población muy ligada a aquellas visitas de vacaciones a la provincia de Murcia. Tenía más vida comercial que Cehegín y acostumbraba a ir a ella acompañando a Agueda, la mujer de mi otro tío. Íbamos con la burra (para mí era toda una aventura) a buscar pienso para los animales y otras cosas necesarias para la casa.

Castillo Santuario de Caravaca de la Cruz
Esta ciudad es famosa por las fiestas que en ella se celebran en honor de la Santa Cruz, la cual se venera en el Castillo Santuario de la misma. En estas fiestas, declaradas de Interés Turístico Nacional, se rememoran las luchas de moros y cristianos. Muchos caravaqueños, ataviados con lujosasvestimentas, reviven aquellos días en que unos y otros peleaban por el control del castillo y de la Sagrada Reliquia.
Se suceden multitud de actos a cada cual más vistosos pero, sin ninguna duda, las estrellas, quienes despiertan mayor admiración, son los llamados caballos del vino. 

Caballo del Vino
Los equinos, vestidos  de suntuosas galas, enriquecidas con maravillosos bordados, pasean altaneros por la villa y compiten en una desenfrenada carrera subiendo la cuesta del castillo.
En la fuente de La Glorieta, o Bañadero, donde se sumerge la Santísima Cruz, Los Reyes, Moro y Cristiano, se enzarzan en una batalla dialéctica recitando un magnifico parlamento.
Dispone Caravaca de la Cruz, por si sus fiestas no fuesen ya suficiente reclamo, de un rico patrimonio cultural y artístico que bien vale la pena visitar. Espacios naturales de singular belleza, como Las Fuentes del Marqués
complementan el atractivo de esta villa.
Fuentes del Marqués
He hablado, en este recorrido por mis paisajes murcianos, de Cehegín y Caravaca de la Cruz porque, como decía en el prólogo, no trato de hacer una guía turística sino más bien un viaje por las emociones. Pero tampoco quiero acabar mis referencias a esta tierra sin hacer una invitación, a quien me lea, para que se anime a conocer todos sus maravillosos rincones:

Catedral de Murcia
Murcia capital; una ciudad que me encanta. Ha sabido modernizarse conservando el aire campechano de pueblo donde la gente aun se conoce y saluda en lugar de huir unos de otros. Pasear por la Trapería, disfrutar de su rica gastronomía y visitar monumentos, como su Catedral, son todo un placer para los sentidos.
Espacios naturales como la Sierra de Espuña o el Valle del Ricote harán las delicias de aquellos que gustan de la montaña y el paisaje de interior.
Famosos, por la bondad de sus aguas, son los balnearios de Árchena, Fortuna y a un nivel más asequible y popular los Baños de Mula. A ellos acuden multitud de visitantes tratando de aliviar las más variadas dolencias o, simplemente, buscando pasar unos días de descanso y relax.
Para los amantes de las playas y el sol, su litoral, con localidades como Águilas y Mazarrón tiene una variada oferta de ocio. La Manga del Mar Menor es, desde hace muchísimos años, un centro turístico de primer orden. Recuerdo que, en mi primer viaje a esa zona, me sorprendió la pequeña bahía de Portmán, un lugar antaño lleno de belleza y ahora contaminado por los residuos vertidos en él, procedentes de las minas de la Unión. La tranquilidad que  ese entorno podría transmitir se rompe con el  negror enfermizo que presenta la playa y terrenos adyacentes.
Para los buenos aficionados al cante hondo, la localidad minera de La Unión celebra cada año uno de los festivales mas importantes del país, dedicado a este genero.
Este recorrido por el antiguo Reino de Murcia quedaría cojo si no hablase de Cartagena. La ciudad departamental compite en protagonismo con la capital. En ella está la sede del Parlamento Autonómico y ha sido relevante, desde siempre, su papel como plaza militar. En su Cuartel de Instrucción se han formado, durante años, los reemplazos de marineros que después servían en los barcos de guerra de la Armada.
Pero Cartagena es algo más que una ciudad a la que los militares dan vida y colorido. Es una urbe moderna que se exhibe, ufana de los vestigios de su historia, y mantiene un papel preponderante en el devenir de la región. He estado, en ella, en varias ocasiones y guardo muy buenos recuerdos
de esas visitas.

Submarino de isaac Peral. Foto bajada de Internet ( autor Manolo)

viernes, 20 de julio de 2012

HISTORIAS DE GALICIA - SURCO Y MAREA






Carmen Martin Gaite, una mujer que superó a su tiempo y se ganó un lugar sobresaliente en un mundo de hombres. 
Para un homenaje que varios amigos escritores  hicimosa a esta insigne dama de las letras, evocando su obra y  su ascendencia gallega, escribí este relato que es un esbozo de la vida y circunstancias de otra gran persona, prototipo de la mujer gallega en el mundo rural:
Consuelo, ejemplo de abnegación, tenacidad y sacrificio de su propio ser en el intento, a fe que lo consiguió, de hacer mejor la existencia de todos los que los que tuvo a su alrededor.


SURCO Y MAREA
                                                            
Bateas de mejillón en la Ria de Betanzos

Huerta con vistas a la Ría de Betanzos
     
La vida de Consuelo está escrita con sudor y lagrimas. Las frases son surcos que trazó día tras día, agarrada a un arado, abriendo las entrañas de la tierra para sacar de ésta algo con lo que sobrevivir y mitigar el hambre de su familia.

Páginas escritas, con la humedad del mar calándole lo huesos, mientras mariscaba o arrancaba los mejillones pegados a las rocas. Frutos de la Ría destinados a satisfacer la gula de quienes ignoran con cuanto sufrimiento llegan éstos hasta su mesa.

La subida de la marea marca el final de la jornada de marisqueo. Consuelo ha aprovechado hasta el último momento escarbando la arena en busca de las preciadas almejas. También ha ido recogiendo algunos erizos de mar que iba encontrando y deja para el final la recolección de mejillones en las rocas próximas a la playa, las cuales el mar poco a poco irá cubriendo.

Cada cosa en su sitio; los mejillones en un saco y los erizos y almejas en cubos. Mientras prepara su carga oye la voz de José, un pescador de la aldea que está amarrando su barca, quien le dice:
-         ¿No es esa mucha carga para una mujer? ¿No sería bueno que un hombre te ayudase?
-         ¡Vaya o demo contigo¡ Esta mujer es una barca para la que quizás no haya hombre con el suficiente timón para  manejarla- contesta Consuelo.

La tarde declina mientras la mujer enfila la dura pendiente que sube desde la cala de Lourido hasta su casa. El saco en la cabeza y en cada mano un cubo. José, el pescador, la ve marchar y piensa que seguramente Consuelo tiene razón, ella es una hembra curtida por el esfuerzo y el sufrimiento capaz de  superar, si  de trabajo se trata, a la mayoría de los hombres.

Sentado bajo la parra, presa del mal humor que le producen tanto los dolores, como el verse agarrado a una sonda que le acompañará hasta el final de sus días, Benito ve llegar a su hija. Parece no darse cuenta de la pesada carga que transporta pero en realidad es que no quiere verla. Antes de que Consuelo tenga tiempo de dejar el saco y los cubos la increpa desairadamente:
-         De dónde vienes perdida, aun no ordeñaste la vaca y ya vinieron a buscar la leche.
Consuelo mira a su padre, encendida pero temerosa. No es capaz de replicarle a aquel hombre al que durante su infancia y adolescencia solo veía un par de meses al año. Benito, de profesión marino mercante, pasaba el resto del año embarcado y sus regresos al hogar los aprovechaba para ejercer de patriarca y dejar embarazada a su mujer. Hasta ocho hijos parió Pilar, los últimos tres estando ya enferma e imposibilitada. Solo una prima, como mujer lo entendía mejor que nadie, fue capaz de frenar aquella barbarie enfrentándose a Benito.

Curioso personaje Benito. No se ajusta al perfil del clásico aldeano, le gusta leer y aunque su economía no le permite gastar en periódicos, lee los que le dan ya atrasados. Ha dado varias veces la vuelta al mundo a bordo de los barcos en los que trabajaba. Se recrea contando sus paseos por La Habana o Nueva York y se ufana que tal o cual personaje distinguido o famoso lo habían querido saludar personalmente en alguno de esos viajes. Con estos datos cabría decir que es una persona medianamente culta y sin embargo ha tratado, siempre, a su familia como algo de su propiedad, sobre todo a su ya difunta mujer  de la que disponía para calmar sus necesidades de sexo sin importarle su deteriorada salud.
Viejo y enfermo, Benito, espera el fin de sus días. Aquel que otrora surcase los mares y océanos de todo el mundo se ve condenado a pasar las horas en una silla, atado a una sonda, como  consecuencia de un cáncer de próstata y de otros problemas físicos. No dispone del dinero suficiente para operarse y su estado tampoco lo aconseja. Su mal genio es constante y de sus iras solamente escapa su pequeña nieta Lucía. Ésta y su hermana Margarita habían quedado huérfanas al morir su madre Rosa.

Consuelo ha terminado de ordeñar la vaca. El animal es una pieza importante en los escasos ingresos que entran en la casa. Aporta su fuerza para trabajar en el campo y su leche es vendida a excepción de una pequeña cantidad que se reserva para las niñas.
Aun no ha oscurecido del todo, los días son largos en Galicia, las pequeñas corretean enervando los ánimos de su abuelo y también los de su tía. Esta las mira y les chilla para que se estén quietas. “Demo de hombres”, piensa. En esta ocasión el recuerdo es para su cuñado Luis quien, poco antes de morir Rosa, marchó para  hacer las Américas y nunca más supo de él.  Al morir su hermana,  Consuelo, se convirtió sin esperarlo en madre y padre de sus sobrinas. Se veía,  aun joven, con una vida y unas obligaciones que no debían haber sido las suyas. Al ser la única, de los hermanos, que estaba soltera tuvo que cuidar de su padre y ahora tenía que hacerlo también de las niñas.

Mientras quita la concha a los mejillones, previamente cocidos (así el peso es menor para llevarlos al mercado), Consuelo sigue repasando su relación con los hombres. Nunca tuvo suerte con ellos; sus hermanas se casaron y ella, con su madre enferma, tuvo que cuidar de sus hermanos varones más pequeños. A dos de ellos los vería morir, uno en un accidente y otro de tuberculosis. El otro varón fue reclutado, siendo casi un niño, para marchar a esa maldita guerra civil que lleno el país de luto y miseria. Acabadas sus  obligaciones militares, Jesús ese era su nombre,  buscó novia y se casó. 

Trabajando desde muy niña en las labores de la casa, del campo o en la marea, ella acabó pensando que no era ni mujer ni hombre, era simplemente, Consuelo.

Algunos pretendientes se acercaron a ella pero su vigor, su fuerza y sobre todo el saber que aquella no era una hembra fácil de domar los asustaba. No era una mujer fea pero si poco dada a cuidar su aspecto, cosa que mermaba su posible atractivo. Solamente una vez, uno de aquellos mozos, la hizo plantearse realmente la opción del matrimonio pero esa posibilidad se esfumo cuando le puso como condición que abandonase a su padre y las niñas. Rechazó la oferta sin tener que pensarlo mucho. Aquel hombre había heredado unas posesiones en ultramar y buscaba una mujer fuerte, capaz de darle hijos y ayudarle a levantar su hacienda. Consuelo se vio, a sí misma, cargada de hijos trabajando tanto o más que lo hacía ahora y además teniendo que soportar a un hombre que querría ser su dueño.
Decidió, de alguna manera, enviudar antes de casarse. Sus sobrinas serían sus hijas y los hombres pues… ¡vaya o demo con ellos!

Matías Ortega Carmona