jueves, 13 de diciembre de 2012

POEMA NAVIDEÑO



Hice este poema hace algunos años, llevado por el estado de ánimo que me producía la reciente perdida de algunos seres queridos. Estas circunstancias están hoy presentes en las vidas de personas que me son muy cercanas y que afrontan la Navidad sin la compañía de aquellos que más querían. 
Una de esas personas, la protagonista de mi relato Julia y Manuel, (Juliana, su nombre real) no nos acompañará esta vez y todos los que la conocíamos, en especial su hija Juli, la echaremos de menos. Aunque seguramente, detras del brillo de cada estrella, estará su sonrisa para seguir iluninando la vida de todos los que la queríamos y a mantendremos viva en el recuerdo.


Para una Navidad muy especial:

Con los que nos dejaron, con los que estáis lejos, con los que tengo cerca, con todos los que quiero, deseo fundirme en ese abrazo que  nos trae el Niño, cada Navidad.


Las almas, de aquellos que se fueron,
se han convertido en estrellas,
me miran desde el cielo
sabiendo que no me olvido de ellas.
Me acompañan en Navidad
diciéndome que me alegre,
que es posible la felicidad,
aunque se nazca en un pesebre.           
Que la sonrisa de ese Niño
es un mensaje que me envían,
una muestra de cariño
y que me quieren todavía.
Que  siempre estarán conmigo,
pero desean verme con ilusión,
que recuerde que tengo amigos
que me llevan en el corazón.
Que ser feliz no es pecar
y que para curar una herida
es verdad que hay que luchar
pero, nunca, dar la espalda a la vida.


Matías Ortega Carmona                    
 

jueves, 6 de diciembre de 2012

CREO EN LA NAVIDAD



Para todos aquellos que seguís mi Blog vaya mi deseo de que vivais la Navidad, con vuestros familiares y amigos, en un entrono de Felicidad. También que el 2013 sea un año cargado de prosperidad.



Matías Ortega Carmona

sábado, 10 de noviembre de 2012

LIBRO DE VIAJE POR LOS RECUERDOS 12ª ENTREGA DE MIS PAISAJES





Iglesia de San Juan de Rabanera

Páginas Sorianas 

Soria; Soria pura, cabeza de Estremadura… como reza en la leyenda de su escudo.
A los pocos meses de estar en esa ciudad me hicieron una entrevista en un programa de radio. Llevaban al mismo, personajes con oficios populares y a los responsables del programa les debió de parecer que el de Jefe de Estación entraba en ese grupo.
La periodista que me entrevistaba se extrañó un poco de que siendo catalán me hubiese ido a Soria, una tierra que no conocía y con la que no me unía ninguna relación. Al pedirme mi opinión sobre la misma le respondí –“Soria es algo que antes de conocerla no te imaginas”- (Mi definición del lugar  debió de gustarle a alguién pues, curiosamente pocos meses después de esta entrevista, desde la Diputación Provincial, se lanzó  una campaña para atraer el turismo con el lema "Soria, ni te la imaguinas"). 
Realmente era así, tanto la ciudad como la provincia pueden llevar a una apreciación errónea si se opina de ellas sin conocimiento previo. Quiero añadir que ese error será, casi siempre, por defecto, nunca por exceso.

Ermita de San Saturio

Pronto descubrí la belleza de sus paisajes y el encanto de los paseos por el Duero. Sitios llenos de romanticismo como San Polo, antiguo monasterio templario. Allí, atravesando un estrecho paso, se inicia el camino que recorrería San Saturio - patrón de la ciudad - para retirarse a vivir, en soledad, su fe religiosa. Camino que se hace poesía en la pluma de Antonio Machado. Sendero en la margen del río donde, éste, se remansa y sus aguas se transforman en un espejo en el que se miran los álamos de su ribera y la ermita del Patrón. Vereda que hay que recorrer con calma, dejando que su paz nos embargue el espíritu.
Para un ferroviario, nada tan doloroso y nostálgico como mirar el viejo puente de hierro sobre el Duero. Hasta hace muy poco tiempo por él circulaban los trenes con destino Zaragoza y Pamplona; hoy está condenado al silencio y el abandono.
La ciudad, pequeña y recogida, que hay que vivir y disfrutar sin prisa. Adornada de viejas iglesias, lugares de culto pero también joyas de la arquitectura con las que recrear la vista:
- San Juan de Rabanera, con la preciosa portada de San Nicolás,   que encandiló a Gerardo Diego.
- La Iglesia de Santo Domingo que, según los entendidos en este tema, posee la mejor fachada del románico español.

Ermita de La Soledad
 - Situada en el Parque de La Dehesa, La Soledad, pequeña y preciosa ermita en la que se puede contemplar una magnifica talla del Cristo del Humilladero. Junto a esta capilla estaba ubicado otro de los símbolos legendarios de la ciudad, El Árbol de la Música. Este olmo centenario – hoy desaparecido - estaba rodeado de un templete desde el cual, la Banda Municipal, solía amenizar los paseos de los sorianos.
- La Ermita del Mirón en un cerro, frente a otro que da cobijo al Parque del Castillo. Entre uno y otro la Concatedral de San Pedro con un hermoso (la última vez que lo vi algo abandonado) claustro. 

Iglesia del Mirón
 Desde cualquiera de estos dos cerros las vistas sobre el Duero son espléndidas, pero si lo que buscamos es paz y sosiego el Paseo del Mirón es sin ninguna duda un lugar adecuado. En esa zona vivía Leonor, la mujer que cautivo el corazón de Antonio Machado. 
- El Collado, arteria principal de la ciudad, donde las gentes van y vienen sin un motivo concreto, a no ser que estemos en San Juan. Entonces se convierte en paso obligado de las  peñas y cuadrillas que desfilan desde la Plaza Mayor a La Dehesa.
 
Siempre que podíamos hacíamos alguna escapada por los maravillosos lugares que forman el paisaje soriano.
Mitigábamos nuestra añoranza del mar en el embalse de La Cuerda del Pozo, donde acudíamos en verano a bañarnos y a disfrutar de una comida en el campo. Éste pantano está rodeado de frondosos y cuidados pinares, en los que es fácil tropezar con alguno de los muchos ciervos que tienen allí su hábitat. Tiene zonas acondicionadas con mesas y fogones que atraen gentes de Soria y provincias vecinas. Los visitantes buscan un lugar donde comer carne a la brasa y refrescarse de los rigores del corto pero, a veces, riguroso verano.
Otro de los alicientes de este embalse es que está rodeado de pueblos tan pintorescos como hermosos. Abejar, Herreros, Molinos de Duero y Vinuesa conforman un mosaico de arquitectura popular lleno de encanto. En esta ultima villa, la más grande y para mí la más bonita de esta zona, uno puede tener la impresión de que el tiempo se ha detenido. Paseando por sus calles empedradas; contemplando sus balcones de madera; aspirando el olor del pan que se ha cocido en los hornos de leña y oyendo al pregonero que avisa con su corneta para que los vecinos escuchen el último bando
municipal, uno no echa nada de menos las grandes urbes, ni siente ningún deseo de volver a ellas.

Desde Vinuesa sale la carretera hacía la tierra de Cameros subiendo el Puerto de Santa Inés. En ese lugar existe una pequeña estación invernal, escasa de servicios y en muchas ocasiones también de nieve. La utilizan los aficionados sorianos al esquí para matar el gusanillo cuando no disponen de tiempo o medios económicos para desplazarse a otros centros con más recursos.
En un desvío de esa carretera está el camino hacia La Laguna Negra.
 
Mis hijos en La Laguna Negra
Este lago, de origen glaciar, está rodeado de altas paredes rocosas que le dan la apariencia de un fantástico anfiteatro. Sobre esta laguna se cuentan misteriosas leyendas pero la verdadera magia está en su belleza que llega a sobrecoger.
Como otros lugares, en que la naturaleza se muestra con todo su esplendor, a mí me gustaba vivirlo sin aglomeraciones, notando la soledad, sabiéndome poca cosa en ese universo, pero sintiéndome afortunado de pertenecer a él.
Desde Covaleda, otra preciosa localidad de la llamada Tierra de Pinares, queda cercano el nacimiento del Río Duero en los Picos de Urbión. Por un motivo u otro, no encontré el momento para conocer éste río cuando aún es niño y me tuve que conformar, para saber de su origen, con leer a Antonio Machado quien, a lomos de un rocín, sí viajó hasta su cuna.
Sin ánimo de extenderme mucho quiero dejar aquí un recuerdo para otros paisajes sorianos que dejaron en mí un recuerdo imborrable:

Sierra de Cebollera
- La zona del Valle, a la que algunos llaman la Suiza de Soria. Los ríos Razón y Tera riegan esas tierras y las convierten en un pequeño paraíso, con bonitos pueblos por los que apetece perderse. Valdeavellano de Tera, Sotillo del Rincón y Molinos de Razón son algunos de ellos. Desde éste último sale una pista por la que se llega a las Lagunas de Cebollera. En nuestro recorrido podremos contemplar caballos que viven en completa libertad en esos bellos parajes. Aunque el último tramo del camino hay que realizarlo a pie, y con la calma suficiente para no perder el sosiego, cuando se llega arriba el paisaje compensa, sobradamente, la fatiga del ascenso.
- Si abandonamos la carretera de Valladolid, por un cruce a la derecha, llegaremos a Calatañazor. Es uno de los pueblos medievales mejor conservado y con más historia de la península. A sus pies, en los llanos donde se asienta un gran sabinar, se libró la batalla en la que el gran Caudillo árabe Almanzor fue herido de muerte.
Desde las ruinas de su castillo podremos ver volar a las aves rapaces y carroñeras. Águilas y buitres recortan con su vuelo el nítido cielo soriano.
- No lejos de Calatañazor, otro espacio singular nos cautivará con su belleza. La Fuentona, manantial subterráneo que da origen al Río Abion, es un enclave único que atrae a muchos visitantes y que yo recomiendo conocer en familia.

El Burgo de Osma

- El Burgo de Osma, villa monumental donde se puede atender tanto el cuerpo como el intelecto. Las jornadas gastronómicas que organiza un afamado restaurante son el remedio para la gula más feroz. Si además uno quiere saciar también su apetito intelectual, podrá hacerlo paseando por sus calles y contemplando sus edificios
llenos de historia. Es ineludible una detenida visita a su Catedral, para poder extasiarse con sus mil detalles, a cuál más bello. Para mí, ver éste recinto religioso supuso una sorpresa, como lo había sido conocer el paisaje soriano; nunca hubiese imaginado que esa Catedral fuese tan hermosa.
- Cerca del Burgo de Osma, remontando el Río Ucero, se encuentra un Centro de Interpretación de la Naturaleza muy bien documentado, que nos dará las pautas para visitar con mayor conocimiento El Cañón del Río Lobos, un espacio natural de los que van quedando pocos. En él podremos ver la preciosa ermita de San Bartolomé y recordar que ese singular paraje fue, como otros rincones de Soria, morada de los caballeros templarios.
- Como estamos en tierra de castillos, por aquí y por allá quedan restos de ellos. De los más conocidos el de Gormaz y mejor conservado el de Berlanga. En esta última población merece una visita la Colegiata de Santa María (cuidado con el lagarto) y en la de San Esteban de Gormaz las iglesias de Nuestra Señora del Rivero y San Miguel.
- Almazán Villa, con una horrorosa y moderna iglesia cercana a la estación del ferrocarril, puede inducir a error si el visitante no va más allá. En cuanto te adentres en su parte antigua cualquier detalle negativo se te habrá olvidado. Pasear por sus calles contemplando las hermosas fachadas blasonadas, te harán concebir la idea de que en cualquier momento te puedes encontrar con los Reyes o Nobles que en otra época vivieron en la villa. La vista de la Iglesia de San Miguel y las murallas junto al Duero te harán tan grato el paseo que no desearas que éste termine.

En fin, son tantos y tantos los recuerdos y los lugares que me impresionaron y dejaron su impronta en mí, que tendré que ir resumiendo:

Morón de Almazán
- Morón de Almazán, tiene una encantadora plaza a la que se asoman el Palacio, el Ayuntamiento y la Iglesia Parroquial que posee una magnífica torre de estilo plateresco. La mezcla de colores, que en primavera ofrece el paisaje divisado desde el campanario, bien merece el esfuerzo de subir hasta el mismo.
- Medinaceli, fue durante mucho tiempo frontera entre la España cristiana y musulmana. Los romanos dejaron allí testimonio de su presencia con un arco de triple arquería, único en España.
- Santa María de Huerta, en la vega del Jalón tiene como mayor atractivo su esplendido monasterio cisterciense. Es un lugar lleno de paz y se presenta como un pequeño oasis en la austera geografía de esa zona soriana.
- Agreda, al pie del Moncayo, nos anuncia el final de Castilla y la llegada a tierras del Reino de Aragón. Son varios los signos de identidad de esta población, el más actual ser la villa natal de un campeón olímpico, Fermín Cacho. Los restos de sus murallas y sus iglesias nos hablan, también, del esplendor de otras épocas.
- Vestigios de tiempos más remotos, los que se pueden contemplar en la llamada Ruta de los Ignitas: Santa Cruz de Yanguas, Bretúm y alguna población más de Soria y La Rioja nos recuerdan, con las huellas y las replicas de estos animales, que los dinosaurios estuvieron allí hace millones de años.




Sin ninguna duda, Los Sanjuanes, son una de las motivaciones más importantes en la vida de cualquier soriano. Justo, cuando en la noche del Lunes de Bailas, sorianas y sorianos cantan en la Plaza Mayor el Adiós, adiós San Juan, y queman sus pañuelos, algunos ya están pensando en la posibilidad de ser Jurados el próximo año.

Imágenes de La Compra en Valonsadero
Otros recuerdan sus carreras delante de los toros en Cañada Honda, en Valonsadero, sus requiebros a las vaquillas en el coso taurino y empiezan a contar los días para vivir otra vez lo que alguno consideró su momento de gloria.
Cuando la fiesta ya ha terminado, camino de casa, alguno recuerda que tal o cual cuadrilla no se lució demasiado en el Catapán, que fueron rácanos con el bacalao y que el vino no estaba a la altura. Da igual, el año que viene será mejor.
Tampoco La Compra acabó de gustarle, aquello más que toros parecían becerros. Pero el Jueves La Saca, por si acaso, se subió a la roca más alta de las praderas de Valonsadero.
Por la tarde camino de Soria se volvieron a escapar los toros. La culpa la tienen los de a caballo que vienen a lucirse y no saben conducir el encierro.
Llega la noche y la calle es un jolgorio, hay ganas de fiesta, primero los fuegos artificiales y después a bailar:
 
En la verbena toca la orquesta
y la noche amenaza con frío.
No importa, nadie se acuesta.
En el tubo baila el gentío,
de mano en mano corre la bota
y el frío, ¿Qué frío? ni se nota.

Como cada año, en el Viernes de Toros, los toreros no saben torear y tienen miedo. Yo me pregunto de quien, ¿de los toros o de la multitud?
Es sábado de Agés y la tajada cada vez más pequeña, aunque los Jurados se afanen en decir que lo han hecho mejor que sus predecesores. Claro, hay que guardar para la subasta.
Este año se enfadó como los anteriores, porque la caldera de su cuadrilla, que era la mejor, no resultó premiada. No importa, ¡qué guapa iba la Jurada! y las mozas de su cuadrilla, las más hermosas, resplandecían el Domingo de Calderas, vestidas de piñorras, en el paseo por la Dehesa.

Domingo de Calderas
Y esa misma tarde, Lunes de Bailas, en la pradera de San Polo junto al río ha cantado y bailado Sanjuaneras con su moza. Al anochecer han subido con las antorchas desde el Duero y desfilando por El Collado, han llegado a la Dehesa.
Un ratito antes el Adiós, adiós San Juan, porque mañana es Martes a Escuela. Ya camino de casa, lo dicho, algún recuerdo efímero de lo que no le gustó pero sobre todo añoranza de unas fiestas que acaba de vivir y el deseo de que un año pase pronto para gritar de nuevo ¡Qué viva San Juan!
 
Recuerdos, paisajes y emociones de siete años vividos en Soria. Llegamos a esa tierra buscando una mejoría en la salud de mi hijo y ese deseo se cumplió. Pero además tuvimos la oportunidad de disfrutar y conocer los lugares que antes habían cautivado a Antonio Machado y que ya para siempre, mi familia y yo, llevaremos en el corazón. Soria, Machado y también Mara, una entrañable amiga, tuvieron mucho que ver en el que yo retomase mi afición por escribir, por eso he incluido en este libro un poema que dediqué al poeta con motivo de su centenario:

En recuerdo de Antonio y Leonor:
 
La niña se hizo mujer
en los brazos de Antonio.
Éste, que la había visto crecer,
la pidió en matrimonio.
En la iglesia de Sta. María La Mayor,
en Soria, junto al Duero,
Antonio y Leonor
se dijeron el “Sí, quiero”
Los álamos de la ribera
fueron testigos de su felicidad,
sin saber que ésta sería efímera,
vencida por la enfermedad.
Disfrutaron de su amor
en Paris, junto al Sena,
pero, al enfermar Leonor,
la dicha mudó en pena.
A Soria vuelven los enamorados
buscando una mejoría,
pero Antonio, desolado,
sólo pudo ver como su esposa moría.
La llevaron al camposanto
un viernes, por la mañana.
¡Soria sumida en llanto!,
¡Luto en la tierra castellana!
Y el poeta que clama al cielo:
“Necesito su compañía,
vivir sin ella no quiero,
¡Cómo pena el alma mía!,
¡Mis lágrimas se lleva el Duero!”

El hecho de no tener una conexión directa, en tren, de Soria a La Coruña motivó que, en los años que vivimos en la ciudad castellana, hiciésemos ese recorrido en coche.
Establecí rutas alternativas para ir conociendo, con más detalle, Castilla y León. Estos viajes me descubrieron ciudades como Valladolid, Palencia, León, Burgos, Tordesillas, Benavente, Astorga y una serie de pueblos que yo había oído nombrar pero que nunca había visitado.

Catedral de Burgos
En cada uno de esos lugares, quien llegue por primera vez, encontrará motivos suficientes para hacer un alto en el camino y disfrutar de Catedrales, castillos, iglesias y otros monumentos.

Castilla y León es una visita recomendable para cualquier tipo de turismo. La variedad de paisajes y su patrimonio cultural no dejará a nadie indiferente. En el aspecto gastronómico la oferta es tan diversa y rica que se convierte en un festival para los amantes de la buena mesa y de sus bodegas salen caldos que hacen las delicias de los paladares más exigentes.
Otra de las cosas que yo disfruté, en el tiempo que viví allí, fue de su clima. Del verano me gustaban, mayormente, el atardecer y la noche. El contraste de la temperatura, con respecto al día, suele ser tan acusado que hasta se agradece un poco de abrigo. Y del invierno, que dura muchos meses, ese frío tan intenso pero fácil de combatir y aquellas mañanas de campos de escarcha y cielo claro, nítido, que no he vuelto a ver en ningún otro lugar.
Castilla y León, un conjunto de paisajes; naturales, gastronómicos, culturales y, los más importantes para este libro, los del corazón, que encontré en Soria y su provincia.

sábado, 27 de octubre de 2012

LIBRO DE VIAJE POR LOS RECUERDOS 11ª ENTREGA DE MIS PAISAJES


GERONA



Estación de Port Bou
Tuve una larga trayectoria sindical dentro del Sector Ferroviario de la UGT que se desarrolló en varios ámbitos de Cataluña, Madrid y Castilla y León, siendo la provincia de Gerona el escenario donde esa labor me proporcionó más satisfacciones. Por eso, para encabezar estas páginas, he elegido esa foto de la estación de Portbou.
Ese fue, durante muchos años, un enclave ferroviario de los más importantes de España. Su condición de lugar fronterizo hacía de esta pequeña villa gerundense un punto vital del transporte por ferrocarril ya que, tanto pasajeros como mercancías, debían de pasar los controles aduaneros pertinentes. Puede decirse que aquella era una población hecha por y para el ferrocarril y por eso la estación era el centro neurálgico de la misma. Sus habitantes, salvo los que se dedicaban al comercio, tenían en ese recinto su medio de vida. Ferroviarios en su mayoría, pero también guardias civiles, policías y personal de aduanas transitaban a diario por andenes, vías y resto de dependencias.
Los paisajes gerundenses han sido importantes en mi trayectoria personal y profesional. Inicié mi carrera ferroviaria, como Especialista de Estaciones (nombre rimbombante cuyo verdadero significado era el de chico para todo) en Riudellots de la Selva, otra pequeña población cercana a la capital. Realicé prácticas en la terminal de Gerona Mercancías y después, ya como Factor de Circulación, trabajaría en diversas estaciones de la provincia como: Blanes, Sils y Massanet de la Selva. Después de mi ascenso a Jefe de Estación mi vida tomaría otro rumbo lejos de aquellas tierras.
Fue un Factor de Circulación, Carlos Domínguez, sindicalista de UGT y miembro del Comité de Centro de Trabajo el causante de que yo siguiese su mismo camino. Él me postuló como candidato en las Elecciones Sindicales celebradas en RENFE en el año 1980 y sin darme cuenta me encontré inmerso en una actividad para la que quizás estaba predestinado. (Un recuerdo entrañable para Carlos, buena persona, buen amigo, fallecido recientemente a consecuencia de un cancer)
Mi labor como sindicalista me llevó a visitar con asiduidad todos los centros ferroviarios de la provincia permitiéndome, a la vez que atendía mis quehaceres sindicales, conocer paisajes tan hermosos como todo el tramo de vía que va de Ripoll, capital del Ripollés, a La Tour de Carol, otra frontera ferroviaria con Francia de menor importancia y tráfico que Port Bou. 

Estación de Ripoll
Estación de La Tour de Carol
En ese recorrido ferroviario entre estas dos estaciones poblaciones llenas de belleza en las que he podido disfrutar en distintas ocasiones como Puigcerdá, capital de la comarca de La Cerdanya, frontera con Francia y cercana al Principado de Andorra. 


Estación de Puigcerda
En esta estación, que sigue cumpliendo sus funciones ferroviarias, se instaló hace unos años un hotel que ocupa la planta superior del edificio.
La población ofrece grandes atractivos turísticos y dispone de rincones tan bucólicos y hermosos como su lago.


Añadir leyenda
Lago de Puigcerdá
Lago de Puigcerdá

Ribes de Fresser, es otra población importante por su enlace con el ferrocarril de cremallera que llega hasta el Santuario de Nuria.

Estación de Ribes de Freser
Estación del Tren de Cremallera
La Molina, es una localidad basicamente dedicada al turismo invernal con una de las primeras estaciones de esquí que se abrieron en España, que se encuentra también en este trayecto ferroviario del Pirineo de Gerona.
 

El otro tramo de línea que cruza la provincia de Gerona es el que va desde Blanes a Port Bou. Blanes es una población pesquera y turística de primer orden. En ella se inicia la denominada Costa Brava y el río Tordera, que desemboca en sus proximidades, es la frontera natural con la comarca del Maresme.
 
Panoramica de Blanes
 A partir de Blanes el ferrocarril se adentra otra vez en la  provincia de Barcelona y después de pasar por Tordera llega a Massanet, enlace con la línea que viene de Granollers y mi última residencia como Factor de Circulación. No volveremos a encontrar la costa hasta la localidad de Llança, ya cerca de Port Bou. Por el camino habremos pasado por la capital, Gerona.

Girona, zona de la muralla detrás de la catedral.
Gerona es una ciudad donde pasado, presente y futuro se dan la mano. Resulta muy interesante visitar su barrio judío, tan bien restaurado que una vez dentro de alguna de estas casas nos parecerá que hemos vuelto a la Edad Media, antes de que los miembros de esta comunidad fuesen expulsados de España por los Reyes Católicos. Pero lo mejor de esta ciudad es su presente, no en vano está considerada una de las primeras ciudades españolas en calidad de vida, y también su futuro que con la llegada de los trenes de Alta Velocidad y la conexión de esta red con Francia se augura esplendido.

Museo Dalí de Figueres
Otra de las ciudades importantes por la que pasa el ferrocarril, en su camino a la frontera, es Figueras. Esta población cuenta como mayor atractivo con el Museo dedicado a Salvador Dalí, el gran genio de la pintura de la generación del 27 nacido en Cadaqués que vivió y realizó la mayor parte de su obra el bellísimo rincón de Port Lligat. Su casa, convertida en museo es uno de los lugares más visitados de la Costa Brava de la cual, junto a otros gerundenses ilustres como Josep Plá, por citar alguno, fueron unos dignos representantes.
El año 1986 supuso un cambio radical en la estructura de los sindicatos en RENFE. El Comité Intercentros, del cual yo había formado parte, pasó de 75 a 13 miembros y los Comités Locales se ciñeron al ámbito provincial. Estas modificaciones obligaron a variar la estructura interna de los sindicatos con representación en la empresa para adaptarlos a una mayor operatividad.
Hasta esa fecha yo había compatibilizado, mis responsabilidades en la Ejecutiva del sindicato en Cataluña, con frecuentes viajes a la provincia de Gerona.
Acostumbraba a dormir en el dormitorio de agentes que RENFE tenía en Port Bou y me gustaba pasear por la noche por la estación para conocer in situ los problemas que encontraban mis compañeros en el desarrollo de su trabajo.

Port Bou, edificio donde se encuentra el enclavamiento (Cuadro de mando desde donde se manejan a distancia todos los dispositivos de vía y señales) detrás la Iglesia.
La Tramontana, el viento típico de aquella zona, alcanza velocidades que suelen sobrepasar los 90 Km. por hora y eso hace que los trabajos de formación de trenes resulten muy penosos. En algunos casos la virulencia del viento era de tal magnitud que había arrancado el techo de algún vagón y levantado del suelo a alguno de los trabajadores que por allí faenaban. 
La noche era el mejor momento para comprobar  las carencias en las instalaciones, sobre todo en lo referente a iluminación, y hacerlo personalmente me daba mayores argumentos a la hora de exigir a los responsables que se aportasen las debidas soluciones.
 
Desde septiembre de 1986 a agosto del 1987 me dediqué, con la ayuda de los compañeros de la provincia, a organizar el Sector Ferroviario de la UGT de Gerona y a preparar las elecciones sindicales que se celebraron en el mes de noviembre. Fueron meses de intenso trabajo pero tuve la satisfacción de ver que, llegado el momento de mi marcha, quedaba una estructura consolidada y unas personas capaces, no solo de mantenerla, sino también de mejorarla.

Girona, puente sobre el río Oñar
No llegué nunca a vivir en Gerona pero fue mucho el tiempo que pasé por aquella provincia que, como no podía ser de otra manera, forma parte de mis paisajes más queridos.
Los años dedicados al sindicalismo son un paisaje agridulce en mi vida. En la parte oscura sitúo las intrigas internas, propiciadas por intereses personales de gentes cuya única meta era ocupar parcelas de poder dentro de la organización o usar ésta como trampolín político. También estaban aquellos que descubrieron en el movimiento sindical una forma de vida lejos de su puesto de trabajo, donde dolía menos la espalda y tenían a mano la llave que abría la puerta de los favores personales. Hablo en pasado pero bien podría hacerlo en presente ya que, lamentablemente, la situación que describo sigue estando igual de vigente hoy en día.
En el lado positivo muchos buenos momentos vividos junto a compañeros con los que conseguimos algunos logros que mejoraron las condiciones de trabajo y solucionaron los problemas de muchos trabajadores.
 
Tossa de Mar
El mejor marco, para recordar esa época de mi vida con alegría, es Gerona y su provincia. Tierra de grandes contrastes, con lugares de inigualable belleza que recomiendo visitar. Los hay de todo tipo:
La Costa Brava, con aguas cristalinas y poblaciones llenas de encanto como Tossa de Mar, San Feliu de Guixols, Rosas, Cadaques etc.
Paisajes de alta o media montaña,donde las cumbres nevadas alternan con  verdes e interminables prados.
Bañolas y su lago acogen a multitud de visitantes que buscan refrescarse en sus aguas o practicar deportes naúticos.
Recintos medievales como Pals o Besalú, nos trasladan a otro tiempo.
Antiguas zonas volcánicas como la Garrotxa de la que es capital la ciudad de Olot y ríos cristalinos que serpentean por las faldas pirenaicas antes de verter sus aguas en otros más contaminados por las influencias de la civilización.

Quiero que estas páginas, dedicadas a Gerona, sean también una muestra de cariño para esos amigos que hice mientras andaba por allí, en especial para: Cipriano, Joaquín y Jovi. Compartí con ellos mucho tiempo de labor sindical pero, por encima de eso, nos unió una  amistad  que  se mantiene viva con el paso de los años. Es uno de los grandes premios que me ha dado la vida y borra cualquier mal recuerdo que pudiese tener de aquella época.

De izquierda a derecha ,Cipriano, Jovi y Joaquín

viernes, 19 de octubre de 2012

HISTORIAS DE HOSPITAL - 2ª PARTE






Puesta de sol en Canarias  (Foto de Loli Agea)

HISTORIAS DE HOSPITAL

Capitulo 2

Hospital Militar de Tenerife

Hablaba en el capitulo anterior de mi paso por distintos hospitales y dejaba constancia de querer, por encima del dolor derivado de la enfermedad o algún mal trato recibido por algunas personas de esos centros, resaltar los detalles positivos de esas experiencias que al final son los que perduran en el recuerdo.

Desde mi infancia, yo, había destacado por mi avaricia en coger cualquier virus (recurro a ese vocablo tan de moda en la actualidad aunque entonces  las enfermedades tenían nombres tan pintorescos como cólico miserere, una cosa mala, etc.) que estuviese en el ambiente. La verdad es que si lo cuantificasen en datos económicos, las atenciones médicas que he recibido a lo largo de mi vida, bien podría achacárseme el haber contribuido de forma activa a fomentar el déficit en la sanidad pública. Por otra parte y mirándolo en positivo, puedo congratularme de haber proporcionado a la ciencia horas de estudio e investigación (si no estudiaban o investigaban era porque no querían) para descubrir y tratar mis males que bien pueden haber sido los de más  personas. Vaya pues lo uno por lo otro.
Vegetaciones, en dos ocasiones, y las anginas llenas de pus, me habían hecho someterme a intervenciones quirúrgicas antes de cumplir los nueve años. Recuerdo que para quitarme estas últimas me colocaron un aparato en la boca que me impedía cerrar la misma. Me sentaron en un sillón reclinable, tipo barbero, y el otorrino, un médico polivalente con fama de carnicero, introdujo una herramienta parecida a una tenaza con la que seccionó las glándulas. La anestesia no debía de haber hecho mucho efecto, mientras me estaba interviniendo,  porque lo recuerdo todo y vine a quedarme dormido cuando me bajaron del taxi, ya en casa. Nada que ver con la forma y los cuidados que rodean este tipo de intervenciones en la actualidad. Como todo tiene su parte positiva, la extracción de amígdalas hizo (puede resultar curioso leer esto hoy) que por primera vez, quizás porque el médico tuvo a bien recomendarlo, se comprasen helados en una casa en la que eso quedaba cercano al despilfarro económico.  Seguramente para cualquier niño de ahora, acostumbrado a ver estos productos en la nevera de casa, resultará chocante esta historia de los helados en el trance de una operación que en aquellos días se realizaba de un modo algo salvaje.

Dicen, yo lo creo, aunque no exactamente en su sentido religioso, que somos un espíritu alojado en un cuerpo y pienso que en esto también hay clases. Como en los automóviles, a mí alma le tocó (espero encontrar un día al repartidor de cuerpos) un utilitario de bajas prestaciones susceptible de tener las más variadas y diversas averías. Aun así voy trampeando y reforzando mi ánimo para que no se resienta  ante las adversidades.

Mi primera experiencia hospitalaria grave tuvo lugar en Santa Cruz de Tenerife. El Estado había tenido a bien enviarme a las Islas Canarias para hacer de mí un soldado. He de reconocer que, seguramente por mi poca disposición a ello, el intento resultó un fracaso. El ejército y yo nunca resultamos demasiado compatibles y a pesar de que me licencié como Cabo Primero mi única meta al ascender fue la de vivir mejor. En ningún momento el ardor guerrero caló en mi interior y a  ello contribuyó de manera decisiva mi paso por el Hospital Militar de Tenerife.

Llevaría unos dos meses en el CIR de Hoya Fría cuando me sobrevino una peritonitis que caso de haberme sucedido en mi siguiente destino, Arrecife de Lanzarote donde no había ningún hospital, y ser atendido con la poca diligencia que lo hicieron en el campamento  podía haber tenido consecuencias irreparables. Desde que me empezó el cólico hasta que me enviaron al Hospital pasaron ocho largas horas en las que me atendieron los sanitarios (ignoro hasta que punto estaban cualificados para recibir ese nombre) del  Dispensario médico. En ese tiempo, además de administrarme calmantes, hasta se les ocurrió darme una copa de ginebra que, según ellos, era buena para el “dolor de barriga”. El médico, un Alférez de milicias, al que habían avisado varias veces llegó, ataviado con su equipo de tenista incluida la raqueta, cuando terminó con el importante partido de tenis que le mantenía ocupado. No necesitó demasiado tiempo para ver que la cosa era grave y ordenó mi traslado en ambulancia hasta Santa Cruz.

El Hospital Militar era un edificio antiguo, de grandes dimensiones y bastante destartalado por el paso del tiempo. Fue derruido en febrero de 2002 y en la actualidad, después de su rehabilitación, se ha convertido en un Centro Socio-Sanitario. La verdad es que no me produce ninguna nostalgia la desaparición de ese centro.
Me ingresaron en la Sala de Cirugía donde me diagnosticaron una perforación de apendicitis que había que operar rápidamente.   Aun así hubo tiempo para que me sacasen sangre, me rasuraran desde el pecho hasta las ingles, no les iba de un palmo, y poder darme una gratificante ducha, la primera con lo más parecido a agua normal desde que había llegado a Canarias (en el CIR, aunque se suponía que el agua pasaba por una planta desaladora,  la sensación al ducharse e incluso al beber era que lo hacías con agua de mar).

El quirófano estaba anexo a la Sala de Cirugía por lo que no tuve que andar demasiado para llegar a él por mi propio pie. Cuando entré estaba allí un sacerdote, días más tarde me enteré que tenía la graduación de capitán, que me recibió sonriente intentando tranquilizarme para que afrontase la operación con mayor ánimo. Mientras me preguntaba de donde era y cosas por el estilo, la anestesia fue haciendo efecto y la cara de aquel capellán, entrado en años, fue lo último que vi antes de quedarme dormido. Que distinto en el trato, aquel religioso, de su colega Sor Luisa la Jefa de la Sala de Cirugía a la que conocí cuando desperté de la anestesia. Aquella mujer, nunca tenía una palabra amable para los enfermos y su mal genio la llevó en un par de ocasiones (mientras yo estuve allí) a ordenar retirar el desayuno   porque, según ella, los pacientes demostraban poco apetito al no apresurarse a sentarse a las mesas, situadas en el centro de la sala, donde  se depositaban las bandejas con los alimentos. Era necesario estar muy mal para que aquella bruja permitiese que algún compañero te acercase algo del desayuno a la cama.

Me operó el Capitán Castaños, un cirujano con buena fama y extrañamente amable para estar en aquel entorno. Eso, sin duda, contribuyó a hacer más llevadero mi paso por el hospital. Como le había comentado que yo era carpintero me pidió que, cuando me encontrase bien para hacerlo, le colocase una cortina y unas estanterías en su despacho. Después de hacerlo me dijo que si no quería el alta él no me la daría hasta que se lo pidiese. Podía estar así, en el  hospital, para salir con el tiempo justo de jurar bandera e irme para casa. En esa situación estaban varios compañeros que hacían de improvisados enfermeros y dependían directamente de lo que tuviese a bien ordenar Sor Luisa.
El ambiente del hospital me deprimía aun más que el del campamento y dos semanas en aquel lugar fueron suficientes para reponerme de la operación y mentalizarme de que una vez superado aquel mal trance, ni los militares , ni el ejército iban a poder conmigo. Por ello, agradecí su oferta al Capitán Castaños y le pedí que me diese el alta para poder jurar bandera con mis compañeros de reemplazo.

Siempre he pensado que cuando las cosas vienen mal, tarde o temprano, han de ir a mejor y también en aquella ocasión esa regla se confirmó:
Recuerdo con cariño y mucho agradecimiento a Isabel, una joven tinerfeña que, durante ocho o nueve días,  contribuyó a hacer más llevaderas aquellas tardes de hospital. Era hermana de un compañero canario ingresado en la misma sala, unos días después que yo, y desde que lo visitó por primera vez se interesó por mi estado y fue un bálsamo para mitigar la soledad que me embargaba en aquellos momentos.
Isabel sentía mucha curiosidad, después descubriría que eso era algo bastante común, sobre todo en las mujeres isleñas, por saber cosas de la España peninsular y se pasaba el tiempo conversando conmigo, cosa que yo agradecía profundamente. Ninguna tarde se olvidaba de traer para mí también,  como hacía con su hermano, algún zumo o galletas pero lo mejor de todo era, que estando tan lejos de casa y de mis seres queridos, había alguien que venía a verme como si formase parte de su familia. Ella fue, puede decirse así, mi hada madrina y con su dulce sonrisa trajo la luz  a  aquellos negros días de hospital.

Una mañana, sin previo aviso, me dieron el alta y me trasladaran de nuevo a Hoya Fría sin que pudiese despedirme de ella (tampoco de su hermano al que le estaban realizando unas pruebas) y agradecerle las atenciones que tuvo conmigo. Nunca más volví a saber nada de ella pero siempre he mantenido vivo el recuerdo  de aquella muchacha canaria que en tan pocos días dejó en mí una profunda huella.

Ciertamente la oscuridad, que acompaña al tiempo en que la enfermedad nos acecha, es ahuyentada por esas Blancas Sonrisas que también viven en los hospitales.