sábado, 7 de junio de 2014

VIAJES - SEGUNDO VIAJE A LA COSTA DA MORTE





2º VIAJE A LA COSTA DA MORTE


 
Como en mi anterior visita a ese litoral, el viaje empieza en mi refugio de La Pedreira en Carnoedo (Sada). En esta ocasión, Elena y yo, hemos cambiado de acompañantes y vienen con nosotros nuestros cuñados, Berta y José Mª.

Hasta A Coruña atravesamos los concellos de Sada y Oleiros por carreteras interiores (la belleza de los paisajes que ofrece la de la costa es de sobra conocida para nosotros y recrearnos en ella no es la finalidad de este viaje) buscando atravesar la ciudad de A Coruña con la mayor rapidez posible. Podemos decir que una vez en la carretera de Arteixo empieza el verdadero viaje.

La ciudad de Arteixo tiene atractivos suficientes para detenerse en ella aunque hoy no lo hagamos. Las ermitas de Pastoriza y Santa Eufemia son un reclamo para los más religiosos o para los creyentes que acuden a ellas con ofrendas para pedir la curación de sus males; sus aguas termales también atraen a muchos visitantes que buscan aliviar sus dolencias o simplemente relajarse y el Puerto Exterior de A Coruña que divisamos al salir del núcleo urbano es una garantía de futuro para la comarca. Sus playas, donde empezamos a ver la arena blanca y fina y algunas dunas, son un anticipo de las que encontraremos en el litoral de la Costa da Morte.

He renunciado a utilizar la autopista hasta Carballo como hice en mi anterior viaje. Las carreteras por las que vamos a transitar exigen más atención al conducir pero están en buen estado y tienen mayores atractivos para relacionarse con el entorno. De todos modos, para asegurarme de que llevamos el camino correcto, me detengo en las dependencias de la Guardia Civil donde un agente muy amablemente me confirma que vamos bien para llegar a Caión, primera parada de nuestro recorrido.






Para disfrutar de las más bellas panorámicas del pueblo de Caión es recomendable ir hasta la ermita de La Virgen de los Milagros, a la que se llega cogiendo, en la rotonda situada a la entrada, la carretera de Baldaio. Las gentes de Caión homenajean a su patrona en una romería que se celebra cada 8 de septiembre. Ese día la Imagen es trasladada desde la iglesia de San Xurxo, donde está habitualmente, hasta el lugar. No reúne este tempo, desde el punto de vista arquitectónico, demasiados atractivos, al menos en lo que se refiere a su apariencia externa, que es lo que pudimos ver, pero pasar por Caión sin ir hasta allí es perderse un paisaje irrepetible.


Caión, antiguo puerto ballenero, es una pequeña localidad con mucho encanto. La Plaza es el centro neurálgico de la villa, en ella están la Iglesia de San Xurxo y el Pazo dos Condes de Graxal, y desde ella salen diversas calles que nos llevan al mirador, paseo marítimo y al puerto.





Pienso, mientras paseamos por la dársena mirando las embarcaciones, en aquellos hombres que se hacían a la mar armados de grandes arpones para cazar a las ballenas y me alegro de que hoy en día puedan, esos grandes cetáceos, surcar esos mares sin que nadie los acose y pretenda acabar con ellos.


Dejamos Caión y nos dirigimos a Baldaio, más concretamente a su laguna. He visto muchas veces ese lugar en fotografías y sé que no es la mejor época del año para verlo en todo su esplendor, pero aun así me gusta. Los grandes espacios naturales, a ser posible con poca presencia humana, siempre me han atraído. Las dunas y marismas están bastante bien conservadas, aunque es imposible olvidarse de que por el lugar no solo transitan aves y otros animales sino que también pasan hombres, mujeres y niños; una latas de refresco, algunos papeles y plásticos, hasta un pañal de bebé usado están tirados aquí y allá despreciando a las papeleras y contenedores distribuidos por el entorno. Hoy somos pocos los depredadores que nos hemos  acercado hasta allí: apenas una decena de turistas, cuatro pescadores y media docena de mariscadores ocupamos el bello e idílico paisaje de las lagunas de Baldaio.






Las lagunas presentan en estas fechas  una gran escasez de agua, aun así la tranquilidad del lugar nos invita a estar un tiempo paseando por el mismo admirando su belleza. 







Desde las pasarelas de madera observamos el mar, hoy poco agitado, y al fondo divisamos la isla Sisarga grande, que forma parte del archipiélago del mismo nombre situado frente a Malpica de Bergantiños, próxima escala de nuestro viaje.
La carretera por la que transitamos está en obras y un semáforo portátil nos obliga a detenernos. Tarda tanto en ponerse verde que me permite bajar del auto y hacer unas fotografías a unos caballos que están sueltos en una finca vecina.


Malpica nos recibe con un cielo amenazador, en realidad en toda la mañana el sol ha huido de nosotros. Aparcamos en el puerto, en cuyo espigón principal, a pesar de haberse realizado algunas obras, aun hay huellas de los daños que los tremendos temporales de este pasado invierno han causado.

Éste, también fue en el pasado un puerto ballenero y hoy en día, olvidada esa actividad, mantiene un gran número de embarcaciones dedicadas a la pesca, tanto de bajura como de altura. Cada tarde en su lonja se subasta gran variedad de pescado con el que los barcos llegan a puerto. Allí se abastecen las pescaderías y restaurantes de la zona y también muchos particulares que acuden atraídos por la calidad de los productos de ese mar que baña la Costa da Morte.



La localidad tiene también una fuente de ingresos en el turismo. No demasiado grande, pero con atractivos suficientes para que los amantes de la naturaleza nos recreemos con sus encantos. Las Sisargas (hasta la mayor se puede acceder en embarcaciones que hacen la travesía desde el puerto de Malpica) son una reserva natural de flora autóctona además de ornitológica. El centro urbano se recorre enseguida y en él podemos encontrar la pequeña plaza del Cruceiro, la Iglesia y una fuente sufragada por Amadeo Villar Amigo y su esposa Mª Luisa Bernal. Este matrimonio, que hizo fortuna en Argentina, donde él fue comerciante y político, no olvidaron su origen y contribuyeron económicamente en el desarrollo de su ciudad.




Dejamos el centro y nos acercamos hasta la playa, situada en la parte opuesta del puerto. Allí también quedan vestigios de la fuerza de un mar enfurecido que una y otra vez ha  azotado con fuerza todo el litoral cantábrico y gallego durante el pasado invierno.
Desde el paseo marítimo se pueden ver las Sisargas y la ermita de San Hadrián, a la que nos acercaremos después.




Abandonamos la villa y en un desvío de la carretera de Ponteceso, a la derecha, cogemos la ruta que lleva hasta el Faro y la Ermita. En unos minutos nos encontramos en el Santuario dedicado al Santo que, según cuentan, liberó estas tierras de una plaga de serpientes llevándolas hasta el mar donde se ahogaron.
La ermita está cerrada y tenemos que contentarnos (que no es poco) con ver el exterior y las vistas maravillosas que la naturaleza ofrece en ese lugar. Por debajo del templo hay una zona de ocio con mesas y barbacoas. Desde allí se tiene una hermosa vista de Malpica y sus playas, la de Area Maior y la de



de Beo-Seaia. Olas de aguas limpias, cristalinas, llegan hasta la finísima y blanca arena, bello espectáculo que nos brinda la naturaleza. Desde la Villa hasta la Ermita hay un camino que, bordeando las playas, recorren los romeros en la festividad del Santo. En ese día el lugar se viste de fiesta, se come, se bebe, se danza al son de las gaitas y se celebra la misa en la que los asistentes homenajean al Santo. Todo ello en un marco incomparable que yo (aunque también me guste la fiesta) prefiero disfrutar sin tanto jolgorio.




 

Se está haciendo tarde para comer y además tenemos previsto que la excursión solamente dure un día, por lo que dejamos para otra ocasión lo mucho, interesante y bello, que hay en los alrededores y ponemos rumbo a Carballo.
Carballo es una ciudad referente en la provincia de A Coruña. Capital del Concello del mismo nombre es una ciudad con gran actividad comercial y constante pujanza económica, aunque como el resto note los difíciles momentos por los que atraviesa el país. Comemos, bien y con la abundancia que se estila en Galicia, en un restaurante que nos recomienda la dueña de una panadería, donde compramos el famoso pan de Carral, y nos dirigimos al paseo fluvial de Gabenlle en  Laracha. 

 

Saliendo de Laracha, tomando un cruce situado a la derecha de la carretera de Cerceda, en pocos minutos llegamos al área recreativa de Gabenlle. Una zona de ocio infantil y otra habilitada como merendero son la antesala de lo que es el paseo fluvial. En la margen derecha del Río Anllóns se ha instalado una pasarela de madera que se alarga unos 3 kilómetros. Pasear por ella, acompañados del rumor del agua y el frescor de la vegetación, es una delicia. A lo largo del camino hay varios molinos rehabilitados y algún puente que permite pasar a la otra orilla. Gabenlle es un remanso de paz en plena naturaleza.


Reanudamos el camino y casi sin darnos cuenta estamos inmersos en el tráfico y bullicio de una gran ciudad como es A Coruña. Recuerdo lo que hemos dejado atrás y me consuela saber que en veinte minutos estaré descansando y disfrutando de otro lugar tan maravilloso como es La Pedreira en Carnoedo.


Matías Ortega Carmona


8 de mayo de 2014.