sábado, 23 de mayo de 2015

CRÓNICA DE VIAJE A VIGO (21/05/2015)


No es la primera vez que voy a Vigo pero puedo deciros que esta visita a la ciudad olivica es de las que más he disfrutado. El pretexto del viaje, si hace falta alguno, era conocer la nueva linea de ferrocarril de velocidad alta entre esa ciudad y A Coruña y de paso visitar algo de lo que me quedaba por conocer de Vigo.

Desde Sada nos dirigimos hasta A Coruña en coche para tomar allí un tren que tiene la salida a las 09,00 horas. Con puntualidad iniciamos nuestro viaje en A Coruña San Cristobal y a las 10,20 horas, tal como estaba previsto, llegamos a la renovada estación de Vigo Urzaiz. Este recinto ferroviario, después de unos años de inactividad y con previsión de haber sido dedicado a otros menesteres, ha sido remozado para integrarse en la moderna red de estaciones de Alta Velocidad española. El viaje ha sido cómodo aunque Elena se queja del excesivo movimiento del comboy que no se desliza con la misma suavidad que los Aves que cubren el trayecto entre Barcelona y Madrid.


Salimos de la terminal de Vigo Urzaiz desde cuyo exterior se puede ver la ría y sobre ella el monte que alberga la iglesia de la Virgen de la Guía. 


Nuestro primer objetivo es la visita al Parque de Castrelos y más concretamente el Pazo Quiñones de León. Esta propiedad fue donada a la ciudad de Vigo por Fernando Quiñones de León, Marques de Alcedo,  en 1924. Su hijo, que llevaba su mismo nombre, murió dejándolo sin descendencia por lo que decidió que fuesen los vigueses quienes pudiesen disfrutar de este lugar con la condición de que mantuviese esta denominación. 
Dedicado a Museo Municipal se exponen en Él parte del mobiliario original y una colección de pintura y cerámicas. A través de lo que fuera la antigua Capilla, de la cual se conserva el Retablo y un Cristo Crucificado,  se accede a una sala en la que hay un pequeño  Museo Arqueológico.


En este Museo hay variedad de piezas. Ánforas, vasijas, herramientas de piedra, puntas de lanzas ya en hierro, monedas, joyas, hasta restos humanos hallados en antiguos enterramientos, nos trasladan en el tiempo. Unas colosales lapidas funerarias (quien podía escaparse con eso encima) completan el conjunto.







A la derecha de la recepción, según se accede al edificio, están las estancias dedicadas a vivienda, parte de ellas  albergan una colección de Pinturas Europeas de los siglos XVI al XIX de las escuelas italiana, holandesa, flamenca, francesa, alemana, española e inglesa con un total de 128 obras. También están expuestos muebles, porcelanas y otros objetos de colección. 






















Una escalera central que se bifurca a derecha e izquierda da acceso a la planta superior en la que se alternan dependencias propias de uso doméstico con salas de exposición





Frente a la escalera, en la planta baja se sitúa el que fuera despacho del administrador que se conserva como si todavía se utilizase:



Biblioteca, salón noble, vitrinas con cerámicas de Sargadelos, comedor principal con una hermosa lámpara central confeccionada con cristal de Murano y otras estancias del pazo atrapan al visitante que quisiera formar parte de los acontecimientos que allí han sucedido a lo largo de su historia

















Si el interior del pazo es una maravilla, no lo son menos los jardines que lo rodean. De estilos diferentes, francés, inglés y autóctono, estos espacios verdes son un magnífico entorno para disfrutar de la naturaleza. Rosas, diferentes tipos de plantas y árboles centenarios invitan a pasear sin prisas gozando de la belleza, paz y tranquilidad que allí se respiran.






















 La visita al Pazo Quiñones de León era una asignatura pendiente que ya ha sido cumplida. El paseo por los jardines ha despertado nuestro apetito y nos dirigimos al exterior del Parque Castrelos para comer. Un empleado de mantenimiento del parque nos indica un restaurante en el que podemos reponer fuerzas con una buena comida a un precio adecuado. El local es modesto pero su cocina, basada en los productos de mercado diario, tiene el sabor de las cosas bien hechas, el nombre del local es Manuel Rojo y está situado a unos quinientos metros del parque.  Recomendable sin ninguna duda.

Tras una copiosa comida no quedan demasiadas ganas de subir las empinadas cuestas que tanto abundan en Vigo por lo que cogemos un autobús que nos deja en la Plaza de España. Hago unas fotos de los caballos que ocupan la rotonda del centro de la plaza  y enfilamos la Gran Vía, esta vez cuesta abajo para dirigirnos a la zona del puerto y los Jardines de la Alameda.


En el camino encontramos unos esforzados marineros que sacan sus redes del mar:



Hace mucho calor y el sol cae sobre nosotros de forma aplastante por lo que la sombra de los jardines de La  Alameda es un bálsamo que agradecemos. Paseamos, agradeciendo la sombra y el frescor que proporcionan los árboles, contemplando las diversas esculturas, una de ellas dedicada al escritor Curros Enriquez y la variedad de plantas del lugar:


La Gente del Mar siempre presente en la vida de los gallegos, nos recuerda a esos esfrozados marineros esta escultura de la madre con los niños, oteando el horizonte con la esperanza de que el padre regrese sano y salvo a casa.
 




Descansamos un poco en uno de los bancos de la alameda y después nos acercamos al puerto, desde uno de los muelles contemplamos los paisajes que al otro lado de la ría nos ofrece la península del Morrazo:





 
Las Islas Cíes  forman una barrera ante la entrada de la Ría de Vigo lo cual además de ser una protección contra los temporales que llegan del océano proporciona e este territorio un microclima especial que según dicen redunda en la calidad del marisco que se extrae de estas aguas. Para poder contemplar éstas islas con mayor claridad nos dirigimos, a través de una pasarela que une la zona comercial del puerto con la ciudad, hasta el Mirador del Olivo. Desde allí la vista es esplendida y nos recreamos con ella:



Justo enfrente del Mirador del Olivo pero a mayor altura quedan los restos de la antigua fortaleza de San Sebastian, por unas empinadas escaleras subimos hasta ella y allí la vista de las Cíes es aun mejor por lo que bien merece la pena el esfuerzo:





Se va acercando la hora de salida de nuestro tren para A Coruña y la estación de Urzaiz nos que da algo retirada. Dejamos atrás los hermosos paisajes que se divisan desde los restos de la fortaleza y llegamos hasta la plaza del Ayuntamiento, dejamos a la derecha el Monte del Castro y con paso decidido nos dirigimos a la terminal ferroviaria.

Una vez en el tren, cansados por el intenso día que hemos tenido y mirando por la ventanilla como Vigo va quedando atrás no pasa por mi cabeza la idea de un adiós sino más bien la de un pronto regreso.


Matías Ortega Carmona.