viernes, 6 de abril de 2012

FOTOS - FRAGAS DO EUME

Rio Eume
Este lugar ha estado esta semana de triste actualidad. Un incendio, al parecer provocado, ha calcinado 750 hectareas de esta reserva natural, uno de los más importantes ecosistemas de Galicia. Una vez más se demuestra la maldad que puede desarollar el ser humano. A todos los que podaís os recomiendo una visita a estos parajes y os pido que disfruteís de ellos con el maximo respeto.

Panel Informativo
Panel Informativo

 
Panel Informativo
Puente sobre el Eume
Rio Eume
Camino de Caveiro

Indicador de los rios Eume y Sesin

Monasterio de Caveiro

Monasterio de Caveiro

Monasterio de Caveiro

Camino del Río Sinde

Camino del Río Sinde

Peregrinos

Rio Eume

Rio Eume

Rio Eume

Rio Eume

Punto de Información

Rio Eume
Rio Eume
Os envío mi saludo desde uno de los puentes
                                                    colgantes del Rio Eume

lunes, 2 de abril de 2012

CUENTO - MARINERO DE TIERRA ADENTRO







MARINERO DE TIERRA ADENTRO




Las voces y  risas de los chiquillos se apagaban a medida que éstos iban abandonando el lago. En el pequeño embarcadero solamente quedaba el viejo Pepito, que estaba ocupado en amarrar su aún más vieja barca, la cual había heredado de su padre. Mirando la quietud del agua, mientras sujetaba la última amarra, pensaba que, aunque la dejase suelta, la barca  no se iría de allí y que en caso de hacerlo ella sola encontraría el camino para volver. Aquella barca, al igual que él, conocía hasta el rincón más recóndito del lago, no en vano lo había explorado, a bordo de ella, miles de veces.

Ensimismado en su tarea recordaba que su padre, siendo él todavía un niño, le hablaba del mar. Le explicaba que era una extensión de agua salada mayor que todos los lagos del mundo juntos. Su nombre variaba en función de su ubicación geográfica, llamándose mar cuando la distancia de una a otra orilla era relativamente corta y océano cuando se podían pasar días y semanas navegando sin ver la costa. Estos mares y océanos se comunicaban entre sí y ocupaban la mayor parte del planeta. En sus aguas vivía desde los más minúsculos peces hasta las más enormes de las criaturas marinas, como las ballenas. En sus costas había países de lo más variado. Unos tenían una vegetación exuberante, con un paisaje parecido al de las riberas del lago y otros eran auténticos desiertos. También las personas que habitaban esos países eran de lo más variopinto, siendo diferente hasta su color. Pepito escuchaba extasiado las historias de su padre; desde que empezó a oírlas se dijo que, en cuanto pudiese, dejaría el lago para ir hasta el mar.

Pepito le preguntó a su progenitor que es lo que debía de hacer para ser un buen marinero y este le contestó –“Primero deberás saber manejar la barca, después dominar, con ella, las aguas del lago y cuando éste no tenga secretos para ti lo dejarás y te irás al mar. Cuando estés en él descubrirás que, para navegar, lo que aquí has aprendido no es suficiente. Nuestra querida Isabela (nombre de la barca), que en el lago es la reina, en el mar sería sólo un cascarón que zozobraría al menor embate. Tus conocimientos de navegación, en ese medio, no te llevarían más allá de una jornada de travesía. Por ello tendrás que esforzarte y estudiar, sólo si haces todo eso podrás ser un buen marino”.

Pasaron los años y el niño se hizo hombre. Siguió los consejos de su padre  y se convirtió en un buen marino. Pepito era Don José, un capitán de la marina mercante que surcaba todos los mares del mundo y conocía los países más exóticos. Navegar le dio la oportunidad de tener amigos en  un extremo y otro de la tierra y de comprobar que la gente puede ser buena o mala sin importar el idioma que hablen o la raza que tengan. Pudo ver de cerca los avances más grandes que el hombre ha sido capaz de crear, los monumentos que adornan las grandes ciudades y también como los mismos hombres luchaban contra la naturaleza, destruyendo los rincones más bellos, persiguiendo y acosando a los animales hasta exterminarlos. No contentos con eso también se exterminaban entre sí, luchando en terribles guerras. Todo ello con el objetivo, casi siempre, de saciar sus ansias de riqueza y poder. 

Afortunadamente también había personas maravillosas que hacían de su vida una aventura al servicio de los demás. Gentes que habían abandonado la comodidad de la civilización más moderna para, con sus conocimientos, ayudar a otros que no habían tenido oportunidad de conocer más que, la miseria, el hambre y la enfermedad. Mujeres y hombres de las más diversas profesiones: médicos, enfermeros, misioneros y otros vivían entregados a esa labor.

Pepito, o Don José, pudo conocer como, dependiendo del lugar, se practicaban multitud de religiones y que en determinados países, donde se había producido una mezcla de razas y culturas, coexistían varias de ellas. Su experiencia le decía que no había una religión mejor que otra y que, en todas ellas, se podía encontrar el mandamiento que recordaba a los fieles la obligación de ser respetuoso con sus semejantes y el entorno en que vivían. Él pensaba que sólo con cumplir ese precepto el mundo sería completamente distinto y, sin lugar a dudas, mejor.

Pasaba también, por su mente, el recuerdo de las noches en medio del océano. La paz y el sosiego que le producía contemplar la belleza del cielo cuajado de estrellas, que le sugerían otros mundos en los que, quizás, también habría mares en los que navegar. Pero no siempre el mar ofrecía esa calma, en ocasiones se enfurecía, como si se rebelase contra aquellos que osaban surcar sus aguas, y entonces era terrible. Multitud de barcos y miles de marineros habían pagado su tributo al mar, quedándose para siempre en él. También Pepito tenía su recuerdo de esos momentos trágicos, en una de esas tempestades su barco estuvo a punto de zozobrar, salvándose de ello milagrosamente. Con los embates de las olas sufrió una caída que le provocó una fractura en su pierna derecha, de la cual le había quedado, como secuela, una cojera que al caminar le hacía arrastrar ligeramente la pierna.

Llegó un día en que Don José, que empezaba añorar a Pepito, revirtió el camino y volvió al lago en el que había nacido. En las aguas de su infancia el marino de los grandes viajes dejó paso al marinero de tierra adentro. A bordo de Isabela navegó otra vez por aquellos parajes familiares y queridos. Acompañándole, casi siempre, niños de las aldeas vecinas a los que les encantaba oír las historias de Pepito. La vida, que tantas alegrías le había proporcionado, no quiso premiarle con la llegada de un hijo, y aquellos niños a los que paseaba en su barca llenaban, de alguna manera, ese vacío.
La cálida voz de una bella mulata, que le avisaba para la cena, le trajo de nuevo a la realidad. Raquel era, desde hacía años, la mujer con la que compartía su vida. La conoció en uno de sus viajes por Las Antillas y desde entonces no se habían separado.



Apoyados el uno en el otro, como dos jóvenes enamorados, Raquel y Pepito caminaron hacia la casa. En la arena, las huellas de la pareja que, poco a poco, se iba perdiendo en la oscuridad de la noche. En el lago, la luna llena bañándose en las tranquilas aguas, acompañaba a Isabela esperando que con el amanecer el sol le diese el relevo.



Matías Ortega Carmona




NOVELA - EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 6ª PARTE


 
 
 
 
 
 
 
 

Para la construcción del Santuario se eligieron unos terrenos cercanos al puerto y a la estación de ferrocarril. La línea ferroviaria era la única en servicio en todo el país y se construyó para unir Puerto Colombia con Barranquilla. Por este medio, las mercancías que descargaban los gigantescos buques eran trasladadas hasta la capital del departamento del Atlántico en breve espacio de tiempo.
El muelle recién inaugurado era uno de los de mayor longitud del continente; obligaba a ello la poca profundidad del mar en la costa caribeña que hacía que los barcos de gran calado tuviesen que atracar mar adentro. Desde cierta distancia, en la que no se apreciaban los raíles, resultaba curioso ver cómo las humeantes locomotoras de los trenes parecían correr sobre las aguas, desafiando un mar que amenazaba con engullirlas.

Samuel diseñó una iglesia de estilo colonial, con  una nave central, en la que grande vidrieras laterales, proporcionarían al recinto luz natural procedente de un sol, que luce generoso en aquellas latitudes. Al final de la nave  estaría el altar y  tras él, sobre un pedestal adornado con dos columnas, se colocaría la imagen de la Virgen del Carmen.
Sobre el pórtico  de entrada habría un rosetón, de considerable tamaño con cristales de variadas tonalidades,  para aportar color y belleza al conjunto.
El campanario, con el fin de  que fuese visible desde cualquier punto de la ciudad, doblaría en tamaño a la altura de la iglesia.
Adosada a la derecha, en línea con la parte  trasera, estaría ubicada la sacristía y a la izquierda del santuario se construiría la vivienda del párroco.
Entre los jardines del puerto y  la ermita quedaba  una amplia plaza que serviría tanto de lugar de ocio como de concentración de los fieles que cada 15 de julio acudirían, seguro que en gran número, a festejar a su patrona.
Los suelos del interior del santuario, escaleras de acceso y el pavimento de la plaza, estarían recubiertos de mármol colombiano procedente de las canteras de Huila y Puerto Nare.

Sus obligaciones como arquitecto no fueron obstáculo para que Samuel y Yanira pasasen juntos mucho tiempo. Durante la semana, en los ratos que les dejaban libres sus respectivas ocupaciones, paseaban por la ciudad o se llegaban hasta la zona de los balnearios. El de Sabanilla era su preferido por la belleza del entorno y por la atención que les dispensaba Santiago Morales, el director del mismo, con quien Samuel había compartido mesa en la cena ofrecida por las autoridades, durante el Carnaval.
Cuando disponían de más tiempo, sobre todo los fines de semana, Yanira mostraba a su amante lugares cercanos a la ciudad por los que él, hasta entonces, no había mostrado gran interés.
La carretera del Mar que lleva hasta el estuario del Río Magdalena permite acercarse hasta un  conjunto de charcas o lagunas (Aguadulce, El Rincón, El salado, Balboa o Los Manatíes son algunas de ellas) en las cuales se puede pescar, contemplar gran variedad de aves acuáticas o, simplemente, en el caso de los enamorados, aislarse del mundo para dedicarse el uno al otro.
En otras ocasiones, embarcados  en el pequeño velero que Ramiro había vendido a  Samuel, navegaban recorriendo la costa. Paradisiacas calas, prácticamente vírgenes, con playas de una arena blanca y fina, fueron mudos testigos del amor y caricias con las que se agasajaba la pareja.
Si el tiempo se estropeaba, lo cual era más bien infrecuente, o no les apetecía navegar, su amigo Santiago siempre estaba dispuesto a ejercer de buen “Celestino” y les ofrecía la  mejor habitación del balneario. Allí, colmados de las más discretas atenciones, la pareja pasaba el tiempo entregados a una pasión que les consumía.

Ni las habladurías de la gente, ni los consejos de su padre, tenían ningún efecto en Yanira para que recapacitase sobre su relación con Samuel. Se diría que producían en ella el efecto contrario. Cuando empezaron a salir lo hicieron por apagar las llamas del deseo que se habían apoderado de los dos. Nada o poco conocían el uno del otro y nada necesitaban saber, solo beber el uno del otro para apagar la sed de caricias de sus cuerpos sedientos de amor.
En la habitación del balneario, cuando los dos yacían con sus cuerpos exhaustos, Samuel le hablaba de España, de su origen judío y de cómo sus antepasados habían sido expulsados, siglos atrás, de su país. Curiosamente, en muy pocas ocasiones hacía  referencia a su familia y si ella preguntaba, él le contestaba de forma escueta sin extenderse lo más mínimo. Tampoco (Yanira se daría cuenta más adelante de ese detalle)  mencionaba nunca la posibilidad de llevarla a conocer Toledo, una ciudad de la que el joven hablaba con devoción pero que no parecía tener en sus planes que ella conociese.
Realmente, Yanira no pedía ni necesitaba más; era feliz. Su amante la colmaba de atenciones, jamás miraba a otra mujer, aunque  la belleza de la mayoría de las porteñas estuviese fuera de toda duda, y se comportaba con ella de manera muy diferente a como lo hacían los nativos con sus mujeres, a las que consideraban como una propiedad más. Ella opinaba, tenía su propio criterio de las cosas y no obedecía a ningún dueño, si hacía el amor con Samuel era porque ambos lo deseaban y no porque su hombre lo demandase. Le hablaba y le trataba con la dulzura propia de las mujeres nativas pero sin dejar nunca que su amor por él se convirtiese en sumisión.

viernes, 30 de marzo de 2012

CUENTO - LUCÍA Y OSO







LUCÍA Y OSO

La pequeña Lucía le contemplaba extasiada. Como cada día, El Perrines pregonaba su mercancía mientras, a su lado, el oso bailaba. 


Surtido de toda clase de cachivaches y de los más milagrosos productos que curaban todos los males, el vendedor y su oso  eran el centro de atención en los mercados semanales de cualquier población. Niños, jóvenes y ancianos les rodeaban, unos con curiosidad, otros con temor, al ver el tamaño de la fiera. Para la mayoría el oso era considerado un animal terrible que, en las historias que se contaban, se decía de él que podía devorar una vaca en una sola comida y destrozar al más grande de los hombres de un solo zarpazo, pero  Lucía lo veía como un animal simpático. Cuando los demás se asustaban de sus bramidos, ella solo oía gemidos lastimeros de alguien preso que añora la libertad. Sus enormes fauces le sugerían, cuando su mirada se encontraba con la del que ella consideraba su amigo Oso, una gran sonrisa. 


Solía acudir al mercado en compañía de su madre y por las prisas de esta era muy poco el tiempo que podía disfrutar de esos encuentros. 
Un día que su madre estaba enferma, Lucía sabía que no debía de hacerlo, le mintió diciendo que iba a jugar un rato con las amigas y se fue sola al mercado. Pensaba que hoy si podría disfrutar mucho rato de la compañía de Oso y ver las cosas tan maravillosas que llevaba aquel vendedor y que ofertaba solo a 3 "perrines" que, por cierto, ella no tenía.  Cuánto habría deseado tenerlos para comprar aquella muñeca que como el oso, parecía sonreírle en sus visitas semanales.
Había llegado un poco tarde y ya El Perrines recogía su mercancía por lo que enseguida marcharía para su casa, lo cual dio una idea a Lucía; le seguiría y así sabría el lugar en que El Perrines vivía con Oso. Quién sabe si, de esa manera, ella lo podría ver más a menudo y Oso podría también disfrutar de su compañía, porque estaba segura de que Oso era feliz viéndola. Les siguió por la ancha avenida hasta llegar a una calle estrechísima por la cual desaparecieron Oso y El Perrines.


Al principio sintió un poco de miedo pues aquella calle parecía que, de un momento a otro, se podía estrechar aún más hasta el punto de atrapar entre sus paredes a aquellos que por ella pasaban. Además, mientras caminaba, había empezado a nevar y hacía mucho frío, pensó en su madre que estaría inquieta por su tardanza pero la curiosidad pudo más y siguió adelante. La calle desembocaba  en una gran explanada y en la misma, en un gran edificio de color azul desvaído, entraron El Perrines y Oso. 



Seguía nevando, cada vez con mayor intensidad, y Lucia se refugió en el portal, justo al lado de otra puerta en la que un rótulo indicaba que era una panadería. El hambre empezaba a dejarse sentir y la niña imaginó por unos momentos los bollos de pan calentitos, recién salidos del horno, pero para su desgracia la panadería estaba cerrada y además no tenía dinero. Se sintió cansada y tal como nevaba no era posible volver a casa; se acurrucó bajo la escalera y poco a poco el sueño hizo presa en ella. 
A pesar de estar dormida, cada vez fue notando  más y más frío, hasta que este se hizo insoportable. En sus sueños sintió que lloraba, pensaba en su madre y empezaba a estar aterida, pero de pronto una gran sombra se proyectó en la tenue luz que se filtraba en la escalera. Se sintió envuelta en unos brazos sedosos y calientes y notó como la acariciaban  hasta que entro en calor, tanto, tanto calor que la nieve desapareció como por arte de magia y ella siguió durmiendo cada vez de forma más y más plácida.
Por la mañana Lucía despertó en su cama, se frotó los ojos y corrió hasta la ventana, hacía un sol radiante  y oyó como su madre la apremiaba para que se asease y vistiese. Era jueves y había mercado, además Ana, su madre, le prometió una gran sorpresa. Por ello se apresuró a cumplir sus órdenes.
Como su madre debía de hacer un encargo antes de ir al mercado, ese día variaron su recorrido. Lucía caminaba cogida de la mano de Ana, todavía quedaban restos de las nevadas de días anteriores y podía resbalar y caerse. Llegaron a una calle estrechísima que desembocaba en una gran explanada (aquella calle que parecía poderse estrechar aun más, atrapando a los que por ella pasaban). De la panadería situada en aquel edificio azul desvaído salía un agradable olor a pan recién hecho y Ana compró dos bollos y Lucía devoró el suyo como si lo hubiese estado esperando mucho tiempo.


En el mercado, la gente seguía mirando a Perrines y a Oso, unos con admiración, otros con miedo y Lucía con devoción. Tenía en sus brazos aquella preciosa muñeca que por fin le había comprado su madre y hoy, más que nunca, estaba segura que Oso la miraba y sonreía solo para ella.
......
Lucía nunca mintió a su madre y recordó, toda su vida, aquel día. Cuando tuvo hijos les explicaba esta historia. No recordaba si todo había sucedido así o lo había soñado pero enseñó a sus hijos que la mentira sólo tiene cabida en los sueños y siempre que sea por una buena causa.

Matías Ortega Carmona

Nota: Las ilustraciones que acompañan este cuento están sacadas de páginas de Internet.


NOVELA - EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 5ª PARTE


 
 
 

En el Salón de Actos del Ayuntamiento, las mesas estaban dispuestas para satisfacer la gula más desenfrenada y los paladares más exigentes. Platos típicos de la región acompañando a pescados y mariscos traídos de Barranquilla, cordero asado preparado por cocineros de la provincia de Santander, postres de la zona del Valle llegados desde Cali, todo ello regado con vinos  blancos y tintos de Bocaya, en el Valle del Sol, y  vinos espumosos procedentes de las mejores cavas de España. El café ¿cómo no? del país, de la zona de Nariño y el Cauca y acompañándolo ron, aguardiente y los más variados licores de Antioquia.
La mesa principal estaba ocupada por  el Gobernador Inocencio Chávez, el Obispo Orestes Gaviría, Lucio Quintana Salcedo, Alcalde de Puerto Colombia, las esposas de ambos políticos, Rosaura González y Chelo Méndez, además de  Margarita Salado, Reina Oficial de las Fiestas y Yanira Herrera, Reina Popular del Carnaval de Puerto Colombia.
Durante la tarde, en las horas que precedieron a la cena, el Gobernador  y el Alcalde de una parte y el Obispo y su secretario, de otra, estuvieron reunidos buscando ideas para dar una solución definitiva al descubrimiento de la imagen de la Virgen. Concluyeron en que había que buscar un lugar donde ubicar a la que pensaban nombrar patrona de la ciudad. 
Visto el fervor  que había despertado este  suceso, se abriría una suscripción popular para que los porteños colaborasen en la construcción de una ermita que diese cobijo a la Virgen del Carmen. Bien sabido es que las gentes más humildes suelen olvidar sus penurias y abren corazón y bolsillo a las demandas del cielo, representado en este caso por Orestes Gaviría.
Sabían que con lo reacuadado por la aportación de los fieles no sería suficiente  para llevar a cabo este proyecto. Por ello intentarían implicar también a comerciantes y empresarios  convenciéndoles de que la idea de difundir la milagrosa aparición y construir un Santuario Mariano daría aún mayor auge a la ciudad. 
Estos hechos despertarían la curiosidad de muchos visitantes que llegarían dispuestos a dejar su dinero en los  comercios, hoteles y balnearios de Puerto Colombia. 
Comprometerían, como no podía ser de otra manera, la ayuda de las Administraciones local y provincial, además de contar con la contribución del Obispado, con partidas en sus presupuestos destinadas a financiar parte de las obras.
La reunión y los acuerdos tomados en ella, dejaron satisfechos a sus protagonistas. Si su idea se llevaba a término serviría de blasón a sus correspondientes carreras. Por otra parte, como en cualquier otra obra de gran envergadura, junto a los trabajos llegarían las comisiones que iban a parar directamente al bolsillo de muchos responsables de cada Administración implicada en los mismos. Como es sabido a mayor cargo mejor porcentaje.
Gobernador, Obispo y Alcalde decidieron que el mejor momento para explicar su proyecto sería después de los postres. En esos instantes ya  todos  los  comensales tendrían los estómagos llenos, agradecidos, y el ánimo bien dispuesto por los efectos de la bebida.

Yanira observaba a aquel hombre de atractivas facciones y cuerpo atlético que desde una mesa cercana la miraba con descaro. Su piel, bronceada por los efectos del sol, podía hacerlo pasar por un nativo pero sus rasgos denunciaban su procedencia extranjera. Sintió curiosidad por saber de quién se trataba  y, aunque estaba acostumbrada a que los hombres la desnudasen con la mirada, los ojos de aquel extraño producían en su interior un raro cosquilleo y la sumían en una honda turbación.
Efectivamente, Samuel, ya que se trataba del joven arquitecto, no había dejado de pensar en ella desde que vio como la coronaban. Él también sentía como un batallón de hormigas se paseaba por su interior. En un lugar lleno de hermosas mujeres sus ojos solamente la veían a ella y, a pesar de lo bien provista de viandas que estaba la mesa, el único manjar que su boca pedía eran aquellos labios que se abrían en cautivadora sonrisa.
Preguntó, sobre Yanira, a sus compañeros de mesa; Melquiades Luján García, un orondo banquero, el director de uno de los balnearios, Santiago Morales Esquivel y a Goyo Rosa Ligero, empresario y distribuidor de materiales para la construcción, que monopolizaba todas las grandes obras que se realizaban en aquellos contornos. A tan ilustres caballeros se añadían sus respectivas esposas, que fueron quienes aportaron una detallada información sobre la flamante Reina del Carnaval. Le contaron como la madre, Luz, había precedido a su hija como la mujer más popular de Puerto Colombia, unos años atrás y como ésta, heredera de su belleza, había seguido sus pasos. Añadieron con cierto retintín, que denotaba una mal disimulada envidia, que ser la Reina Popular, era algo a lo que solo se prestaban las mujeres de pocos prejuicios o excesivamente liberadas y que damas como ellas jamás participarían en un concurso como aquel. Samuel las miraba con cierta conmiseración y, aunque su sonrisa irónica quizás lo delataba, evitó decirles que para optar al lugar de Yanira deberían volver a nacer y por supuesto dentro de otro molde. Sus maridos por descontado no opinaban igual y devoraban a la joven Reina con la mirada.

La propuesta que, terminando la velada, expusieron Autoridades y Obispo a los comensales, fue aceptada de buen grado por todos los presentes. Unos porque realmente encontraban brillante la idea y otros porque de ningún modo querían quedar en evidencia al no apoyarla. De ese modo, a partir de aquella fecha, La Virgen del Carmen era designada Patrona de Puerto Colombia. También se aprobó la construcción del Santuario y se decidió que la imagen se ubicaría, en tanto no estuviese acabada la ermita, en una pequeña capilla que se haría en una cueva situada en el Monte Carmelo a las afueras de la ciudad.
Unos días después Samuel recibía un aviso del Alcalde para que pasase por el Ayuntamiento. Él, lo relacionó con algún detalle de las obras del nuevo muelle. Su empresa le había comunicado que su estancia en Colombia se iba a prorrogar por más tiempo del previsto, pero no le había dado más detalles.
Lucio Quintana sonrió al ver llegar al arquitecto. Le invitó a sentarse y tras los saludos de cortesía le puso al corriente del motivo de su llamada. Se conocían desde hacía unos tres años, cuando el joven llegó al país, por primera vez, para ponerse al tanto del proyecto de ampliación del puerto. Los planos, elaborados por él, que con posterioridad su empresa presentó al concurso de adjudicación de las obras, fueron los ganadores del mismo. Por ello, como si se tratase de una ampliación esos trabajos, la Comisión encargada de sacar adelante el asunto del Santuario (Gobernador, Obispo y Alcalde) optó por confiar a Samuel el diseño y construcción del mismo.
Pensó que aquella noticia no alegraría demasiado a sus padres, que no veían llegado el momento de que su hijo volviese a casa. Cierto es que cada seis meses viajaba a España para repasar detalles con la dirección de la empresa y acercarse a Toledo a ver a la familia. Esas visitas siempre sabían a poco, sobre todo a Teresa, que no había vuelto a ser madre, y no se resignaba a estar tanto tiempo sin la compañía de su único hijo.
Por su parte, a él, que una semana atrás estaba ilusionado con el regreso, ahora la noticia de quedarse le pareció maravillosa.
Desde que vio a Yanira no había dejado de pensar en ella. Lo inminente de su marcha le hizo ser precavido y evitó ponerse en contacto con la muchacha pero las circunstancias cambiaban e iba a tener mucho tiempo para poder encontrarla y cortejarla si ella se lo permitía.
En el transcurso de la cena le habían comentado que la chica acostumbraba a estar durante el día en la empresa de su padre. Había hecho estudios de secretariado en Barranquilla y ayudaba a Ramiro atendiendo a los clientes y llevando la contabilidad del negocio. Samuel se acercó hasta el taller con el pretexto de comprar una pequeña embarcación, no le importaba que ésta no fuese nueva siempre que estuviese en buen estado y le permitiese  desplazarse por la costa para practicar el submarinismo, una de las aficiones adquiridas desde que llegó a Colombia.
Ramiro vio acercarse a aquel hombre y al estrechar la mano que le tendía se sobresaltó. Sintió como una extraña premonición, la misma del primer día cuando cogidos de la mano, paseó con Luz, su difunta esposa. La amó más que a nada, fue tan feliz que pensó que era imposible mayor dicha, pero en los pocos años que el destino le permitió disfrutar de su compañía siempre tuvo la sensación de que algo vendría a romper aquel idilio.
Yanira también había visto llegar a Samuel y estaba tan turbada como la noche que le vio en la cena.
Sentía acelerarse su corazón y latidos en sus sienes. Abandonó la oficina yendo junto a los dos hombres. Un estremecimiento recorrió su cuerpo al notar el tacto de su mano. Ella, que se reía de los hombres y jugaba con ellos, se veía indefensa ante aquel español de tez ligeramente aceitunada. Éste,  como sus antepasados, ejercía de conquistador, aunque lo hiciese con la mirada en lugar de con la espada.
Mientras los dos jóvenes conversaban animadamente Ramiro los miraba con el ceño fruncido. No podía dejar de sentir aquella rara sensación que se apoderó de él con la llegada de Samuel.

jueves, 29 de marzo de 2012

POESÍA - EL RUISEÑOR Y LA ROSA




Oscar Wilde escribió un triste cuento en el cual pienso que reflejó parte de sus propias contradicciones emocionales. Por un lado una extrema sensibilidad destacando las bondades del amor en el personaje del ruiseñor  y por otro la amargura del amor, superado por las miserias humanas, en los personajes del estudiante y su pretendida enamorada.
Esta es mi versión, en forma de poema, de esa historia:
 
El Ruiseñor y la Rosa

Hizo suyas, el candido ruiseñor,
las penas de un joven embelesado
por una mujer vanidosa,
quien como prueba de amor
le pidió la más bella de las rosas.
¿Dónde encontraré esa rosa roja
que cautive el corazón de mi doncella?
¿Existirá un rosal que dé una flor tan bella?
Se preguntaba el galán lleno de congoja.
Contestó el ruiseñor:
No sufras mi buen amigo,
Volaré hasta hallarla
y pronto la tendrás contigo.
Cansado de tanto volar
sin encontrar lo que buscaba,
se detuvo a descansar
y mientras lo hacia, cantaba.
Un rosal de blancas rosas
de sus trinos se prendó
y su flor mas hermosa
al ruiseñor ofreció.
Mas linda no podía ser
pero su blanco inmaculado
no era el color deseado                   
por la caprichosa mujer.
Abrazado al rosal, sin notar sus espinas,
seguía cantando el ruiseñor
mientras gotas, de su sangre roja,
cubrían los pétalos de la rosa
y la cambiaban de color.
Así nació la rosa de la pasión,
para expresar sentimientos
que se llevan en el corazón,
unas veces alegrías y otras, lamentos.

Matías Ortega Carmona

miércoles, 28 de marzo de 2012

FOTOS - MATARÓ





 Algunos rincones de Mataró, la ciudad donde nací.




Convento de las Capuchinas



Ayuntamiento
Gigantes en las Fiestas de Las Santas


Parque Municipal

Parque Municipal

Parque Municipal

Parque Municipal

Parque Municipal

Interior de la Basilica de Sta María

Castellers en Sta María

Castellers en Sta María

Castellers en Sta María


Plaza Chica

Museo

Capilla del Cementerio Viejo
Fuente del Primero de Mayo
Estación del ferrocarril
Monumento a Miquel Biada, impulsor del primer ferrocarril de la España Peninsular




Playa
Paseo Marítimo

Playa

Puerto

martes, 27 de marzo de 2012

NOVELA - EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 4ª ENTREGA


 

Si la mañana había sido pródiga en acontecimientos, los actos previstos para la tarde iban a poner el digno colofón a tan fastuoso día. Estaba programado que a las seis de la tarde, en el estadio anexo a la Plaza Principal, tuviese lugar la elección de la reina Popular de las Fiestas, momento largamente anhelado por todas las muchachas porteñas que aspiraban a esa designación.
Hasta aquel lugar iban llegando riadas de personas que no querían perderse el evento. Desfilando por el centro de las calles, que desembocan en la plaza, las comparsas llenaban de colorido y estruendo las mismas. 
Hombres y mujeres luciendo sus galas de carnaval y contoneándose al ritmo de las orquestas moliendo (tocando) porros, guarachas, ballenatos, salsas, cumbias y merengues. 
Alegría aderezada con aguardiente de Antiquíssima, ron o la popular chicha, bien fría, para elevar el ánimo a lo más alto. Afortunadamente, para controlar a aquellos a los que el alcohol incita a cometer desmanes, la estación (cuartel) de la policía está a una manzana del estadio y siempre hay una dotación preparada para intervenir y restablecer un orden adecuado al espíritu festivo. 
Son días en que se perdona casi todo y muchas parejas aprovechan el anonimato de la multitud para dar rienda a sus deseos de sexo fuera del matrimonio. Las infidelidades en Carnaval o bien no existen o se convierten en pecados veniales.
El estadio es un clamor cuando aparecen las ocho finalistas entre las que elegirá la reina Popular del Carnaval. Lucen, cada una de ellas, diversas variantes del traje regional y a pesar de sus sonrisas no pueden disimular los nervios que las atenazan. El camino ha sido largo, hasta llegar aquí han tenido que mostrar sus aptitudes, bailando y alternando en actos previos como la Rueda de la Cumbia, la Noche del Garabato o la Noche de las Antorchas. Ahora solo cabe esperar el veredicto del Jurado, lágrimas de felicidad para la ganadora y de tristeza o sana envidia en la mayoría de los casos para sus competidoras.

Samuel, desde un palco reservado a autoridades, personalidades e invitados, lo observaba todo con aire distraído. Si las cosas transcurrían según lo previsto, en un par de meses regresaría a España o viajaría hasta otro lugar en el cual su empresa le asignase un nuevo trabajo.
No le atraían en exceso este tipo de manifestaciones festivas pero era una forma de hacer tiempo hasta la hora de acudir al Ayuntamiento. Debía, como representante de su empresa, asistir a una cena a la que acudirían el Gobernador Inocencio Chávez, el Obispo Orestes Gaviría, y las autoridades locales, además de lo más representativo de la alta sociedad de Puerto Colombia. No podía faltar en ese ágape la que en breves momentos iba a ser elegida como la figura más popular del Carnaval, su Reina.

Yanira no podía contener el llanto mientras su antecesora la coronaba, hasta el siguiente carnaval, como la mujer más popular de Puerto Colombia. Recordó, en ese momento, más que nunca, a su madre que la había precedido veinte años atrás en esa ceremonia.
Su padre, Ramiro, que no había sido precisamente quien más ilusión mostró por    verla subida  en aquel escenario, recordaba  ahora en ella a la esposa desaparecida. Se alegraba por su hija, pero sentía como el recuerdo de la mujer que amaba y que la muerte le arrebató de forma tan temprana, le rasgaba el corazón.
La joven estaba deslumbrante, una aparición, o al menos así se lo pareció a Samuel. Llevaba un vestido largo, blanco y añil, adornado en talle, mangas y bajos con llamativos volantes verdes y amarillos. Un ceñido corpiño, mostraba de manera generosa, unos bellos y turgentes  senos que parecían querer escapar del mismo. Sus ojos negros, de mirada profunda, aun humedecidos por las lagrimas, pensó el joven arquitecto, bien podían ser  un mar en el que sumergirse en pos de los más sensuales deseos.
Sin saber porqué le vino a la memoria la imagen de la Virgen, que él había visto por primera vez en la mañana; dos rostros hermosos, ambos con tintes de melancolía y misterio, solo que éste, el de Yanira, era real. Samuel aún no lo sabía, pero  la Virgen y la muchacha iban a estar presentes en su futuro más inmediato.