Uxía, la
princesa del mar
Uxía es una niña alegre y muy
inteligente. Sus ojos azules han tomado el color de ese mar gallego que la vio
nacer y que ha sido compañero inseparable durante sus pocos años de vida.
Preocupada por el entorno antes, incluso, de poder darse cuenta de ello, ama a
su tierra gallega de tal forma que no sabría vivir lejos de ella. A pesar de
ser una niña es conocida y respetada por su amor a la naturaleza, siendo un
ejemplo para los adultos que no siempre nos comportamos como es debido.
Ella es una niña muy especial y tiene un gran
secreto que ni siquiera sus padres conocen. Su cariño por el mar y sus
habitantes no había pasado desapercibido para estos, que un día pidieron a la
Reina de las Sirenas que nombrase princesa a Uxía. Querían, así, agradecerle a
la pequeña sus desvelos por el mundo marino y demostrarle que ellos también la
querían mucho. La Reina de las Sirenas, Libertad (así se llamaba), venía
observando desde hacía mucho tiempo el comportamiento de Uxía.
Veía con agrado como la niña,
cuando jugaba en la ría, se cuidaba muy mucho de no ensuciar y además
acostumbraba a limpiar lo que otras personas desaprensivas, casi siempre
adultos, dejaban tirado en cualquier sitio.
Otra de sus ocupaciones era salvar a pequeños peces y otros
animales marinos que quedaban atrapados en las pozas de las rocas al bajar la
marea. Ella los cogía y los devolvía al mar para que siguieran viviendo.
Por
todo ello, Libertad, La Reina de las Sirenas, estuvo encantada de nombrar
Princesa del Mar a la pequeña, dotándola además de grandes poderes, jamás
concedidos a humano alguno.
A partir de esa fecha, Uxía podía
respirar y vivir bajo el agua como cualquier pez y como las sirenas. Ella, con el consejo que
formaban los animales marinos más sabios, sería la encargada de velar por el
orden y la convivencia en aquella ría. Para que ni tan siquiera sus padres
descubrieran su secreto, la Sirena Reina realizó un encantamiento y cuando nuestra
amiga estaba en el mar sus progenitores creían verla acostada en su cama.
Uxía se rodeó de un eficiente
equipo de colaboradores: Brazos, un gran pulpo de largos tentáculos, Pindo, un
simpático delfín, y Xallas, una orca que, como su amigo Pindo, un día entró en
la ría y enamorada de su belleza ya nunca más quiso abandonarla.
Durante muchos años aquella ría y la pequeña
cala de Lourido, cerca de la cual estaba la casa en que vivía Uxía con sus
padres y su pequeña hermana, había sido un entorno privilegiado. El lugar era
bellísimo y sus habitantes lo cuidaban. Con el tiempo fueron llegando los
visitantes y muchos de ellos en vez de disfrutar de la belleza de aquel paraje,
lo ensuciaban y estropeaban. Como las malas costumbres enseguida se contagian,
algunos habitantes del lugar hacían lo mismo. Todo esto preocupaba mucho a Uxía
y sus amigos.
Decidieron que había que hacer algo
para solucionarlo y la niña convenció a sus compañeros del colegio, formando
grupos que los sábados se dedicaban a hacer la limpieza de la costa. Mientras
Brazos, Pindo y Xallas organizaron, con los habitantes del mar, unas brigadas de
limpieza marina. En las aldeas, los adultos, avergonzados viendo el esfuerzo de
los niños, decidieron ayudar y poco a poco la ría fue recuperando su mejor
cara.
Uxía pasaba todo el tiempo que le
dejaban libre sus estudios, sabía que era muy importante llevarlos bien,
dedicada a sus funciones de Princesa del Mar. Algunas noches, mientras sus
padres sonreían al verla dormir plácidamente, ella en realidad estaba reunida
con el Consejo de Sabios Marinos, analizando los problemas que les afectaban.
La vida de Uxía transcurría feliz, sus padres la
adoraban y era muy querida por todos los que la conocían. Compartía con los
demás niños la amistad de Brazos, Pindo y Xallas. Estos exhibían sus
habilidades deleitando a la chiquillería y vigilando sus baños para que no les
sucediese nada. En alguna ocasión Brazos había rescatado con sus tentáculos a
algún osado niño que era sorprendido por la marea y no podía volver a la playa.
El pulpo lo cogía y lo depositaba a lomos de sus compañeros que,
diligentemente, lo devolvía a la misma.
Xallas, la preciosa orca, era la encargada de que ningún animal
peligroso se acercase al lugar donde se bañaban y jugaban los niños. Para
deleite de estos, Xallas y Pindo les obsequiaban realizando múltiples saltos y
piruetas que eran un espectáculo con el que se divertían mucho. Aparte de los
juegos, los tres amigos marinos realizaban labores de vigilancia, siendo
acompañados a menudo en las mismas por Uxía. Ésta, sujeta a la aleta de Pindo o
sentada a lomos de Xallas, recorría la ría observando todo lo que pasaba en
ella.
Mientras, Pindo, ayudado por
Martín, el capitán de los peces espada, inspeccionaba las redes y si éstas no
cumplían con las medidas legales, Martín y los suyos las cortaban,
quedando los infractores sin ellas. Brazos y otros pulpos gigantes eran los
encargados de controlar a los submarinistas, los cuales poco a poco decidieron
cambiar el fúsil por cámaras acuáticas y llevarse imágenes de la vida en el mar
en lugar de perseguir a sus habitantes.
Tal como había sucedido con la
limpieza, el control de la pesca parecía asegurado. No contaban Uxía y sus
amigos con que la maldad de los hombres se reinventa día a día y pronto
tuvieron oportunidad de comprobarlo.
Uno de los políticos importantes de
la ría, Monchito, tras engañar a los ciudadanos con falsas promesas, se dedicó
a promover la especulación inmobiliaria y, mientras él se iba enriqueciendo,
los ataques al medio ambiente y la degradación de la naturaleza crecían
constantemente. Aparecieron también tres amigotes de este personaje llamados
Paco, Mariano y Pepote que montaron una gran fábrica con la promesa de ofrecer
muchos puestos de trabajo y prosperidad para los lugareños. Las promesas, como
casi siempre sucede, quedaron sólo en eso. La fábrica sólo trajo prosperidad
para sus dueños, que se enriquecían a cambio de contaminar las aguas del mar
con vertidos de chapapote y el aire y
los cultivos con los gases que emitía. En cuanto a los puestos de
trabajo, estos no eran tantos como se habían anunciado y además las condiciones
laborales eran tan precarias que los trabajadores eran despedidos a la primera
queja.
Los habitantes de la ría dejaron
ver su malestar con multitudinarias manifestaciones. De otras partes del país
vinieron gentes que se sumaron a la protesta y ofrecieron su ayuda para que
aquel lugar recobrase su primitiva belleza.
Los cuatro siniestros personajes seguían
ignorando el malestar vecinal y demonizando a todo aquel que no estuviese de
acuerdo con ellos. Mientras la situación iba empeorando día a día, hacían ostentación de su riqueza.
Paseaban por la Ría en su lujoso yate llamado “La Gaviota”, en el que
organizaban fiestas a las que sólo invitaban a aquellos que estaban dispuestos
a adularlos. Uxía pensó que había llegado el momento de tomar medidas y convocó
una reunión urgente con el Consejo de sabios Marinos. Tenían que dar una
lección a aquellos desaprensivos y demostrarles que, aunque ellos así
pareciesen creerlo, no eran los dueños de aquella ría y que debían respetarla,
a ella y a sus habitantes. Uxía y sus amigos decidieron un castigo ejemplar que
tendría lugar el mismo día que aquellos facinerosos habían elegido para celebrar una gran fiesta.
En esa fiesta iban a celebrar lo que ellos consideraban sus éxitos y además
brindar por un futuro en el que seguirían desarrollando sus malévolas
actividades.
Ésta había reclamado la ayuda de otras
orcas, las cuales no dudaron en acudir a su llamada para realizar la tarea asignada.
Entre todas embistieron el yate y el Gaviota, que algunos
creían indestructible, se hundió en pocos instantes.
Al momento aparecieron un grupo de
delfines, capitaneados por Pindo, que ayudaron a los marineros de la
embarcación a llegar rápidamente a la orilla y ponerse así a salvo. Brazos, con
otros pulpos gigantes, se encargó de apresar a los malignos, político y
empresarios, y al resto de secuaces que les ayudaban en sus actividades.
Atrapados en los tentáculos, estos personajes fueron trasladados a una cueva
marina a la espera de ser llevados ante el Consejo. Después, todos los peces
unidos, grandes, medianos y pequeños, levantaban una gran pancarta que pasearon
por la ría. En ella, todos los habitantes y los que estaban allí de paso pudieron
leer “Estamos aquí y nos necesitáis, por
eso debéis respetarnos”.
En el fondo del mar nunca había habido tanta
expectación, sus habitantes estaban congregados esperando que la reunión del
Consejo Marino empezase. En esta ocasión se contaba con la asistencia de la
Reina de las Sirenas la cual sólo acudía en casos muy especiales y, éste, era
uno de ellos. No podía faltar, desde luego, Uxía, en quien, la Reina, había
delegado toda su autoridad, reconociendo así su buena labor (evidentemente,
como cada noche, los padres de la niña seguían viéndola dormida en su cama).
Nuestra amiga, después de que el presidente
del Consejo Marino abriese la sesión, hizo la siguiente propuesta:
Pedir a la Reina de las Sirenas que realizase un
encantamiento mediante el cual aquellos malvados, a los que estaban juzgando,
adaptasen su sistema respiratorio al de los peces. Con ello se evitaría que
pudiesen huir del mar. Además, a partir de ese momento, estarían obligados a
limpiar el fondo marino y las costas de todos aquellos vertidos que, ellos y
otros indeseables, habían arrojado. Sólo cuando la ría se hubiese regenerado y
los cautivos hubiesen mostrado su arrepentimiento, sería posible revisar su
causa, devolviéndoles la libertad y su condición humana.
La propuesta fue aprobada por
aclamación y desde entonces aquellos que no supieron respetar el mar y su
entorno purgan su daño bajo las aguas.
Entre los habitantes de la ría se
celebró la desaparición de esas gentes poco queridas y sobre la misma se
contaban las más variadas historias. Hubo una reunión en la que los adultos
proponían derribar la fábrica, pero también aquí Uxía, apoyada por el resto de
los niños, propuso que la fábrica fuese convertida en El Museo del Mar y la
Naturaleza para que sus visitantes
aprendiesen a conocer y respetar el entorno.
Hoy en día la ría ha recuperado su belleza y ha sido
declarada un área protegida. Uxía es ya una bella mujer que ha
conseguido terminar su carrera de bióloga marina y vive dedicada a ese mundo
del mar tan querido para ella. Sigue siendo la Princesa del Mar y desde las
rocas, muchas noches, hace sonar su caracola para que sus amigos Xallas, Pindo
y Brazos vengan a recogerla y recorrer con ellos la ría. Sus padres,
entretanto, siguen dándole todo su amor y sonriéndole cuando la ven
plácidamente dormida.
FIN
Nota:
Este cuento está dedicado a una joven amiga que, como la protagonista, profesa
un gran cariño hacia los animales marinos, especialmente a las orcas. La
historia expresa, también, un deseo por mi parte, el de que esas espléndidas
rías gallegas tan maltratadas, a veces, reciban el cuidado y la atención que
merecen.
Matías Ortega Carmona.
Nota 2: Las ilustraciones están
sacadas de páginas de Internet y la fotografía del velero en la ría es
propiedad del autor del cuento.