miércoles, 25 de julio de 2012

LIBRO DE VIAJE POR LOS RECUERDOS 5ª ENTREGA DE MIS PAISAJES


Locomotora de Vapor
He descrito hasta ahora los recuerdos, hechos paisajes, de mi ciudad y de mi infancia, aunque en lo que se refiere a ésta última no todos los paisajes corresponden a Mataró. Parte de ellos, los que me generan más emociones, pertenecen a la tierra de mis mayores en la provincia de Murcia.
A mí, que he adoptado rápidamente como mío cualquiera de los lugares en el que me ha tocado vivir, me ha resultado siempre penoso ver como la gente para poder subsistir no ha  tenido más salida que la emigración. Ese es el camino que tomaron mis padres, el cual solo desandaban en época de vacaciones. Atrás quedaban todos los seres queridos con los que el reencuentro, por lo breve del mismo, se veía empañado siempre por la tristeza.

Hasta donde alcanzan mis recuerdos, finales de agosto fue siempre sinónimo de viaje. En esas fechas nos desplazábamos toda la familia
hasta Cehegín, el pueblo natal de mis padres. Los primeros viajes que recuerdo podían calificarse de épicos. Recorrer una distancia de 700 Km. nos llevaba, en el mejor de los casos, un día completo y varios trasbordos. El tren, siempre el tren, era el medio de transporte
utilizado aunque no el único.
También formaban parte de esa aventura alguna tartana – carreta tirada por caballos, habilitada para el transporte de personas y equipajes- y en alguna ocasión una burra que tenía mi abuelo.
Como recuerdo de estos viajes, quedaron grabados en mi mente paisajes que hoy ya no existen. Pueblos, ciudades y cosas siguen estando ahí pero totalmente cambiados. La vieja estación de Barcelona Término, más conocida como Estación de Francia, mantiene su apariencia exterior pero el interior ha sido completamente remozado. Las humeantes locomotoras de vapor, de mi niñez, fueron sustituidas por otras de tracción eléctrica o diesel. Aprovechando la mayor potencia y velocidad de éstas se podía transportar más carga y reducir los tiempos de viaje, además de hacer innecesarios los continuos cambios de máquina.
El progreso, no sé si siempre pero sí en mi caso, genera con él una cierta nostalgia. Junto al humo de los trenes fueron desapareciendo una serie de estampas que le eran comunes.
Así aquellas peleas, que se organizaban en la Estación de Francia para ganar un sitio en el tren daban paso, una vez iniciado el viaje, a una armonía entre los viajeros que les llevaba a compartir sus historias personales y las viandas que todos llevaban en sus cestas de mimbre.
Las prolongadas paradas de los trenes en las estaciones daban vida todo tipo de vendedores. Estos se ganaban un sueldo ofreciendo múltiples productos a los viajeros:
Aguadores que, previo pago del precio estipulado, ofrecían sus botijos para mitigar la sed. Otros, con sus carritos de helados perseguían el mismo fin y, si lo que había que combatir el era el frío o el hambre, también se podía obtener una copa de coñac o aguardiente, cervezas, refrescos y el pertinente bocadillo.
Recuerdo una barra de bar en el andén de Valencia donde un camarero, al que vimos en varios viajes, repartía cerveza y horchata con una celeridad inusitada.
En Albacete, los vendedores de navajas, el producto más típico y famoso de la ciudad, ocupaban trenes y andenes para vender su mercancía.
En cada parada, más o menos importante del recorrido, este mercadillo se repetía.
Tartana
Y cuando llegábamos a Murcia ¡la Tartana!: Esta ciudad tuvo durante mucho tiempo dos estaciones de viajeros: Murcia del Carmen, la actual y de mayor importancia, y Murcia Zaraiche, cabecera de la línea que unía la capital de la provincia con Caravaca de la Cruz. Para ir de la una a la otra -los vehículos a motor aun no eran dominantes - nos servíamos de uno de estos carruajes de caballos que, para mi, eran una novedad ya que en Mataró nos los había.
Me encantaba viajar en esas tartanas, como si fuese un colono del oeste, y contarlo después a los compañeros en el colegio, pues la mayoría de ellos sólo las habían visto en las películas.
Poco se parece el Cehegín de hoy al de mi infancia. Sin duda ha mejorado mucho y desde hace tiempo los jóvenes no tienen la necesidad imperativa de emigrar. La industria conservera, las canteras de mármol, el comercio y otras empresas, han creado puestos de trabajo y la población se ha modernizado. También un hotel y una red de apartamentos y alojamientos rurales son un reclamo para el turismo de interior.
Un apreciable patrimonio cultural se ofrece al visitante que llega hoy a Cehegín. En su parte más antigua, bonitas iglesias y casas de antiguos nobles, con sus fachadas blasonadas, invitan a un relajante paseo aderezado con la ausencia de los ruidos, propios de grandes ciudades.
Para calmar el hambre y la sed, disfrutando de la mejor cocina huertana, no exenta de toques de modernidad, nada mejor que dirigirnos al Restaurante Bar Sol situado en lacalle Mayor. El buen hacer de Paco y Mari, que regentan el establecimiento, harán disfrutar a cualquiera que se acerque al mismo de una excelente jornada gastronómica.
Todo esto es bueno para los cehegíneros pero, espero que me perdonen si, yo, sigo añorando aquel otro Cehegín:

Panoramica de Cehegín



Calles de polvo y tierra (vuelvo a rememorar a Serrat), por estas si pasó la guerra y tardó mucho el olvido. Olvido que habría evitado rencillas entre paisanos que castigaron a todos y beneficiaron a muy pocos.

Monumento al Nazareno
Cehegín viejo, con callejuelas empedradas  que se retuercen y empinan: desde la Gran Vía, desde el río, desde la Cuesta del Parador y desde el Mercado de Abastos, hasta converger en la plaza de la Constitución. Allí se encuentran la Iglesia Santa María Magdalena, el Museo Arqueológico, el Hotel y el monumento al Nazareno.
Un mirador situado en la misma plaza nos brinda un paisaje de los más añorados y también modificado de ese pueblo que tanto quiero. Me gustaba mirar desde allí la huerta que se extendía a los pies del pueblo, con sus árboles dispuestos en perfecta formación, como si de un momento a otro fuesen a iniciar un desfile. Con el sol, las acequias de regadío de los bancales, semejaban pequeñas cintas de plata que los envolvían.
Un poco más abajo de este mirador, desde una de las ventanas traseras de la casa de mi Tía Juana, la vista era similar pero al paisaje descrito se añadía un mar de tejas escalonadas, salpicado de chimeneas, que lo hacían aun más interesante.
La Gran Vía es en la actualidad el eje que divide la población. Desde ella hasta el Convento, actualmente más allá, se fue edificando el nuevo Cehegín. En esa parte, que llaman El Barrio, vivieron siempre mis familiares por parte de padre y los de mi madre en la parte antigua. Podría parecer que esa Avenida fuese  también una frontera entre ambas familias. 
Convento
El Convento, más concretamente su iglesia, cobija la imagen de la Virgen de las Maravillas, patrona del pueblo. La casa de una de las hermanas de mi padre está situada a poca distancia del mismo. Desde ella, como si las tuviésemos encima, oíamos las campanas dando la hora o anunciando los oficios religiosos. 

A mi lo que realmente me gustaba era estar en el campo, con mis abuelos y unos tíos que vivían en un paraje llamado La Media Legua, situado entre Cehegín y Caravaca de la Cruz.


Media Legua
Mis abuelos, Matías y Juana, eran las personas más entrañables que he conocido. Con ellos descubrí el más hermoso de los paisajes, el del amor. Eran pobres, tan pobres que desconocían su pobreza pero… había tanto cariño en ellos que no necesitaban más riqueza.

Casa de La Media Legua en la que vivieron mis abuelos,  mi madre y sus hermanos.
 Vivían en una casa humilde con paredes de adobe y argamasa. El mobiliario era exiguo, tan sólo lo necesario; una mesa para comer, sillas con el asiento de anea, camas con colchones hechos con la perfolla del maíz (siempre aparecía algún carozo que se te clavaba en el costillar), una alacena para guardar los alimentos, una vajilla escasa, un baúl y un armario ropero.
En la vivienda habitaban personas y animales. Tenía una única entrada que daba acceso a una sala que hacía las veces de cocina y comedor, en la cual había una chimenea bajo la cual se cocinaba y alrededor de ella se sentaba la familia para conversar y combatir el frio invernal . A la derecha estaban los dos dormitorios y en la parte de atrás la cuadra para la burra y la cochinera para el cerdo. También había un altillo en el que se almacenaba la fruta, se secaba el maíz y se oreaban los embutidos procedentes de la matanza.

En el exterior, frente a la casa, había una gran higuera y  a continuación bancales de melocotoneros, albaricoqueros y perales. En la parte trasera, pegada a la pared, una acequia proporcionaba el agua necesaria para regar la tierra, hacer la colada y asearse. Como nuestras visitas eran siempre en verano, a mi me gustaba meterme directamente en la acequia y bañarme en ella.
Junto a la acequia estaba el camino, a continuación una finca, siempre sembrada de maíz, y después la vía del tren. Aquel tren, que yo veía pasar con cierta congoja, pues sabía que en pocos días me subiría a él para volver de nuevo a Mataró.
Aquella casa y las fincas que la rodeaban eran de uno de los terratenientes del pueblo, conocidos por todos como los Señoritos. Mi abuelo, a cambio de casa y una pequeña parte de la cosecha, cultivaba las tierras y los árboles frutales del Señorito. Después de que, mi abuelo y el menor de mis tíos, hubiesen regado la tierra con su sudor, llegado el tiempo de recoger los frutos de tanto esfuerzo, era aquel ricachón quien se llevaba prácticamente todo el beneficio.

Caravaca de la Cruz, es otra población muy ligada a aquellas visitas de vacaciones a la provincia de Murcia. Tenía más vida comercial que Cehegín y acostumbraba a ir a ella acompañando a Agueda, la mujer de mi otro tío. Íbamos con la burra (para mí era toda una aventura) a buscar pienso para los animales y otras cosas necesarias para la casa.

Castillo Santuario de Caravaca de la Cruz
Esta ciudad es famosa por las fiestas que en ella se celebran en honor de la Santa Cruz, la cual se venera en el Castillo Santuario de la misma. En estas fiestas, declaradas de Interés Turístico Nacional, se rememoran las luchas de moros y cristianos. Muchos caravaqueños, ataviados con lujosasvestimentas, reviven aquellos días en que unos y otros peleaban por el control del castillo y de la Sagrada Reliquia.
Se suceden multitud de actos a cada cual más vistosos pero, sin ninguna duda, las estrellas, quienes despiertan mayor admiración, son los llamados caballos del vino. 

Caballo del Vino
Los equinos, vestidos  de suntuosas galas, enriquecidas con maravillosos bordados, pasean altaneros por la villa y compiten en una desenfrenada carrera subiendo la cuesta del castillo.
En la fuente de La Glorieta, o Bañadero, donde se sumerge la Santísima Cruz, Los Reyes, Moro y Cristiano, se enzarzan en una batalla dialéctica recitando un magnifico parlamento.
Dispone Caravaca de la Cruz, por si sus fiestas no fuesen ya suficiente reclamo, de un rico patrimonio cultural y artístico que bien vale la pena visitar. Espacios naturales de singular belleza, como Las Fuentes del Marqués
complementan el atractivo de esta villa.
Fuentes del Marqués
He hablado, en este recorrido por mis paisajes murcianos, de Cehegín y Caravaca de la Cruz porque, como decía en el prólogo, no trato de hacer una guía turística sino más bien un viaje por las emociones. Pero tampoco quiero acabar mis referencias a esta tierra sin hacer una invitación, a quien me lea, para que se anime a conocer todos sus maravillosos rincones:

Catedral de Murcia
Murcia capital; una ciudad que me encanta. Ha sabido modernizarse conservando el aire campechano de pueblo donde la gente aun se conoce y saluda en lugar de huir unos de otros. Pasear por la Trapería, disfrutar de su rica gastronomía y visitar monumentos, como su Catedral, son todo un placer para los sentidos.
Espacios naturales como la Sierra de Espuña o el Valle del Ricote harán las delicias de aquellos que gustan de la montaña y el paisaje de interior.
Famosos, por la bondad de sus aguas, son los balnearios de Árchena, Fortuna y a un nivel más asequible y popular los Baños de Mula. A ellos acuden multitud de visitantes tratando de aliviar las más variadas dolencias o, simplemente, buscando pasar unos días de descanso y relax.
Para los amantes de las playas y el sol, su litoral, con localidades como Águilas y Mazarrón tiene una variada oferta de ocio. La Manga del Mar Menor es, desde hace muchísimos años, un centro turístico de primer orden. Recuerdo que, en mi primer viaje a esa zona, me sorprendió la pequeña bahía de Portmán, un lugar antaño lleno de belleza y ahora contaminado por los residuos vertidos en él, procedentes de las minas de la Unión. La tranquilidad que  ese entorno podría transmitir se rompe con el  negror enfermizo que presenta la playa y terrenos adyacentes.
Para los buenos aficionados al cante hondo, la localidad minera de La Unión celebra cada año uno de los festivales mas importantes del país, dedicado a este genero.
Este recorrido por el antiguo Reino de Murcia quedaría cojo si no hablase de Cartagena. La ciudad departamental compite en protagonismo con la capital. En ella está la sede del Parlamento Autonómico y ha sido relevante, desde siempre, su papel como plaza militar. En su Cuartel de Instrucción se han formado, durante años, los reemplazos de marineros que después servían en los barcos de guerra de la Armada.
Pero Cartagena es algo más que una ciudad a la que los militares dan vida y colorido. Es una urbe moderna que se exhibe, ufana de los vestigios de su historia, y mantiene un papel preponderante en el devenir de la región. He estado, en ella, en varias ocasiones y guardo muy buenos recuerdos
de esas visitas.

Submarino de isaac Peral. Foto bajada de Internet ( autor Manolo)