domingo, 3 de marzo de 2013

¿PASADO O FUTURO?












 


¿Pasado o futuro?



Irene, si es que alguna vez había salido, volvía a entrar en la vida de Luisa y lo hacía valiéndose de Fernando, aquel hombre misterioso, motivo de su inquietud y desasosiego, que había conocido en la biblioteca de la Universidad donde ella trabajaba. No se había percatado al principio pero, ahora, todos sus gestos y su mirada se la recordaban.

Abandonaron el Campus Universitario al acabar la manifestación silenciosa, en homenaje a las víctimas del atentado. La biblioteca estaba cerrada, en señal de duelo, y las clases se habían suspendido por el mismo motivo.

 Dirigieron sus pasos hasta la zona del llamado Madrid de los Austrias. No hubo acuerdo previo, pero los dos sabían que querían ir hacia  aquel lugar. Luisa no había vuelto por allí desde que acabó su relación con Irene. Las dos, aficionadas a la lectura y al arte, gustaban de recorrer esas callejuelas que van desde la Plaza Mayor hasta el Palacio Real. En sus tiendas de antigüedades habían comprado la medalla y estilográfica que se regalaron mutuamente y en las viejas librerías encontraban aquellos libros antiguos que alimentaban su espíritu. Su hambre la saciaban en alguno de los pintorescos mesones en los que de pronto, pensaban, podía aparecer el mismísimo Luis Candelas. No se cansaban de admirar los viejos palacios con sus fachadas blasonadas que construyó la nobleza, mucho tiempo atrás, para estar cerca de sus reyes. El final de su paseo era siempre el mismo, Los Jardines del Campo del Moro.

Como otras parejas, ellas también buscaban rincones perdidos donde dar rienda suelta a sus confidencias y prodigarse las caricias que demandaban sus corazones enamorados. La belleza y paz del entorno las hacía sentirse en un mundo que parecía haberse hecho sólo para ellas. Claro está que, desde entonces, había pasado mucho tiempo y también muchas cosas. Al pasar por delante del Palacio de Santa Cruz, la otrora antigua prisión y hoy sede del Ministerio de Asuntos Exteriores,  donde se guardan los mayores secretos de la diplomacia española, pensó que quizás ella también había estado prisionera de los recuerdos que le dejó Irene y de aquel secreto ahora desvelado.

Habían caminado en silencio, Luisa sumida en sus recuerdos y Fernando reviviendo un camino que sólo existía en sus pensamientos. Ninguno sabía desde cuando, pero hacía mucho rato que sus manos se habían entrelazado. La mano de Fernando era suave, de largos dedos, y oprimía la suya con calidez. Luisa lo miró y un escalofrío recorrió su cuerpo.

Recorrieron los jardines hasta hallar el lugar donde las dos mujeres solían sentarse. Luisa sonrió, recordaba que acostumbraba a decir a Irene que aquel paraje era tan bello porque ellas lo alimentaban con su amor, pero era evidente qué, aun huérfano de esa pasión, aquel rincón continuaba siendo muy hermoso.

Llegado el momento de las confidencias, Fernando le contó que Irene, su madre, fue, en su juventud, una mujer soñadora y romántica a la que pudo la ambición. Su afán por triunfar profesionalmente la alejó de todo lo que había amado o sentido alguna vez, convirtiéndola en una mujer despiadada (esa parte de la historia era bien sabida por Luisa). Entró en un mundo en que sólo destacaban los hombres y lo hizo dispuesta a demostrar que ella también podía hacerlo. Su carrera profesional pronto estuvo acompañada del éxito, pero en su vida personal había un enorme vacío.  Irene, antigua compañera y amante de Luisa, decidió llenar ese vacío con un hijo y fruto de ello nació Fernando. Este nunca supo quien era su padre e Irene jamás quiso contárselo, tampoco importaba demasiado, porque Irene nunca habría compartido su hijo con nadie.

Cuando Fernando tenía diez años, Irene contrajo una grave enfermedad que la obligó a abandonar su trabajo. Decidió dejar Madrid e irse a vivir a una pequeña capital de provincia. Allí se dedicó por entero a su hijo al que inculcó su afición por la lectura y el arte. Agobiada por la enfermedad y presa de sus recuerdos explicaba a Fernando sus historias de juventud, en las que los días de mayor felicidad correspondían a los de su romance con Luisa. Fernando sintió, al conocerla, rechazo hacia  esa relación, para acabar, más tarde, convenciéndose de que algo que había hecho tan felices a dos personas no podía ser malo. Estaba seguro que el amor, si de verdad existe, nunca puede ser impuro.

A través de Irene fue conociendo a Luisa, primero con curiosidad y, más tarde, esa curiosidad se convirtió en obsesión y deseo por tenerla cerca. Así que cuando tuvo que empezar la carrera, cogió aquel desvencijado tren que atravesando los desiertos páramos castellanos le llevó de regreso  a Madrid. Desconocía, cuando tomó esa decisión, el paradero de la antigua amante de su madre quien, cuando acabó su relación, borró cualquier rastro que la pudiese unir con Luisa. Había conservado únicamente una vieja fotografía que,  pensaba Fernando, no le sería de mucha ayuda, pues la mujer debía de haber cambiado en todos esos años. La casualidad se alió con él y, una tarde, cuando estaba preparando un trabajo en la biblioteca, oyó como el conserje llamaba a Luisa y  así, como si el destino le empujase a ello, pudo conocerla.

Luisa se tumbó en su cama, acababa de regresar a casa después de un día lleno de emociones. Era la primera vez que pasaba el día entero con Fernando y eso había despertado en ella sensaciones que creía olvidadas. Fernando no era el primer hombre con el que había tenido una relación, pero si era el único del que podía enamorarse, o al menos así lo creía. Irene, sí había sido la única mujer de su vida y hasta entonces también la única persona con la que había compartido su amor. Definitivamente el pasado había vuelto y por su cabeza desfilaban, como un torbellino, los recuerdos de sus días con Irene. Sentía aún en sus labios los besos del muchacho, como su cuerpo se estremecía mientras la acariciaba y se preguntaba si realmente el amor había vuelto a su vida, o, era ella la que se agarraba con añoranza al pasado, inventando una pasión que la alejase de su soledad.
Matías Ortega Carmona



Nota: Las fotografías que ilustran el texto están sacadas de páginas de Internet.