domingo, 15 de abril de 2012

NOVELA - EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 8ª ENTREGA



 
 
 
 
 

Ramiro, montó en cólera al recibir la noticia. No es que la idea de ser abuelo le molestase pero temía por la indefensión de su hija en una situación como aquella. Desde que supo que los dos jóvenes estaban saliendo la previno, sin que esta le hiciese el menor caso, de las consecuencias que podría tener aquel romance.
El arquitecto no dejaba de ser un extraño en una tierra a la que lo único que le ataba era su trabajo y ella era una joven que empezaba a vivir y a la que su bisoñez, en ese tipo de relaciones, podía pasarle una amarga factura.
Había llorado mucho la falta de su esposa pero era ahora cuando más notaba su ausencia. Pensaba que quizás no fue todo lo riguroso que cabía ser en la educación de la chica, pero había puesto en ello todo su empeño y si no lo hizo mejor es porque ignoraba como hacerlo. Algunas veces se decía que si hubiese sido un varón, quizás, habría sido más fácil. No le preocupaba lo que la gente pudiese murmurar sobre su embarazo pues ser madre soltera, en aquel lugar, era algo más común que extraordinario. No sabía si la culpa la tenían la música, el sol, el mar, o lo idílico del paisaje, pero lo cierto es que la juventud se entregaba al sexo con autentico ardor y nula inhibición. Como consecuencia de ello abundaban las muchachas de Puerto Colombia, Barranquilla, en general toda la zona caribeña, que acostumbraban a ser madres a muy temprana edad.
Su padre se tranquilizó un poco cuando Yanira le explicó la conversación que había mantenido con Samuel aunque las dudas de Ramiro, persistieron al saber que,  en ningún momento, el arquitecto toledano, había planteado la opción del matrimonio.

Las calles de la ciudad lucían engalanadas con guirnaldas y con el típico alumbrado que recordaba  motivos navideños.
A Samuel, que pasaba su primera Navidad en Puerto Colombia, se le hacía muy raro contemplar  aquel decorado soportando el calor tórrido y húmedo del diciembre caribeño, así como ver a la gente en traje de baño, disfrutando de las playas, en lugar de ir tapados con abrigo y bufanda.
Aprovechando las fiestas, habían salido a navegar en su velero hasta una pequeña bahía en la que solían fondear la embarcación. Desde la cubierta, Samuel, observó como la mujer se desnudaba y, cual grácil sirena, se sumergía en aquella agua nítida y transparente. Nadó despacio, dejando que las olas la acariciasen, hasta llegar a la orilla y allí, tendida  en la arena, se rindió al abrazo del sol. Él, viéndola tan hermosa, sintió celos del agua, del sol y por un momento temió que Neptuno, si  realmente existía,  saliese del mar para raptarla y llevarla con él.
Acunados por el rumor del mar y con la única compañía de las gaviotas que  volaban incansables sobre el velero, pasaron el día en aquel lugar. Abrazándose los dos, fundiendo sus cuerpos el uno en el otro, e imitando a las olas que después de entregarse a la arena renacen en su ímpetu para volver a acometerla de nuevo. Las manos de él recorrían aquel vientre, en cuyo interior se desarrollaba una nueva vida, sintiéndose culpable por no tener la misma ilusión que Yanira y también  porque, ese ser, fuese más el fruto de un descuido que un hijo deseado por ambos.

La cena de Nochebuena es el evento  más celebrado en las fiestas navideñas del departamento del Atlántico. Las familias se reúnen en torno a una mesa bien provista de las viandas típicas de la zona: buñuelos, natillas y otros dulces acompañan a  los perniles de pavo o de cerdo y a las sabrosas hayacas (un pastel hecho con masa de maíz, relleno con guisos de carne de res, cerdo y gallina  al cual se le agregan aceitunas, uvas pasas, alcaparras, pimentón y cebolla,  envuelto de forma rectangular en hojas de plátano) tan populares en toda la zona caribeña, e importadas por los emigrantes hasta el archipiélago canario, en España.
Después de cenar la gente sale a la calle y en unión de sus vecinos, mientras brindan por la llegada del Niño Dios, cantan villancicos como: El Zagalillo, A la Nanita Nana o Mamá ¿donde están los juguetes?
La pareja estaba invitada  a cenar en casa de Ramiro. Acudirían también los  familiares más allegados y la joven creyó que sería buen momento para dar la noticia de su embarazo. No es que se sintiese obligada a ello pero pensó que su padre preferiría que fuese ella quien lo contase y no que sus parientes se enterasen de ello viéndola engordar o por los comentarios de la gente.
Esta cena, para Samuel, sería el primer contacto con la familia de su compañera. Hasta entonces sólo había conocido al padre y su relación había sido educada pero tensa desde el primer momento. Los recelos del carpintero de ribera,  por una parte, y la falta de compromiso en la relación que el arquitecto mantenía con su hija, por otra, eran motivo de desencuentro entre los dos hombres.

Con la puesta de sol fueron llegando los comensales: Rodolfo, hermano de Ramiro, acompañado de su mujer Emilia, su hija Susana y Rodi, su hijo menor. Casi al mismo tiempo llegó Cecilia, hermana soltera de la difunta Luz, que había ayudado mucho a Ramiro en los cuidados de su hija, cuando se quedó sin madre y de la que se decía también que, cuando la soledad de la viudez embargaba a su cuñado, le aportaba calor humano en esas horas de amargo desconsuelo. Los últimos en llegar fueron Mariana, una hermana divorciada de Ramiro, seguida de sus hijos, Carlos, Rogelio y Lucy.
La velada fue de lo más distendida; Samuel, que andaba algo preocupado pensando en cómo le iban a recibir los familiares de Yanira, desechó pronto sus temores pues, éstos, haciendo honor a la idiosincrasia de los porteños, lo acogieron y le trataron de una forma sumamente cariñosa.
Después de haber comido y bebido en abundancia, a los postres, la muchacha pidió a todos los presentes que volviesen a llenar sus copas y brindasen por su futura maternidad. En ese momento, Samuel, temió que la noticia provocase algún reproche hacia él. Pensaba que quizás le exigiesen que, un anuncio como aquel, debía ir acompañado de un compromiso de formalización de la relación por su parte pero todos, a excepción de Ramiro que mantenía su semblante serio, felicitaron a la joven pareja y siguieron con la fiesta.