jueves, 27 de diciembre de 2012

LIBRO DE VIAJE POR LOS RECUERDOS 13ª ENTREGA DE MIS PAISAJES





Estación de trenes de Tarragona
En páginas anteriores contaba que conocía Tarragona y su provincia como parte del camino que me llevaba a otros destinos. Hasta que en año 1995 vine destinado a Reus, como Jefe de Estación, solo había hecho un par de visitas a estas dos ciudades. En ambas ocasiones de forma muy breve para intervenir en dos asambleas sindicales, pidiendo el voto para U.G.T,  sindicato al que estaba afiliado entonces. Corría el año 1986 y se celebraban Elecciones Sindicales en Renfe.
Tarragona, la capital, ya formaba parte de mis paisajes emocionales desde que, en mis viajes a Cehegín, parábamos en su estación situada junto al mar. Acuden a mi mente las imágenes de las humeantes locomotoras de vapor, encabezando trenes de viajeros o de mercancías y los barcos, fondeados frente al puerto, esperando para entrar en este.
Me gusta esta ciudad, toda ella respira historia y la antigua Tarraco, capital de la Hispania romana, se muestra orgullosa de ello. Es prácticamente imposible encontrar un rincón que no conserve vestigios de ese pasado.
La Rambla Nova es su arteria principal y en ella se desarrolla gran parte de la vida comercial y de ocio de sus habitantes. Es una amplia avenida con una zona peatonal en el centro. En su origen iba desde la Plaza Imperial Tarraco hasta el Balcón del Mediterráneo y en la actualidad, con el crecimiento de la urbe, se ha prolongado hasta la zona del hospital Juan XXIII. El nuevo tramo ha adoptado el nombre de Avenida de Lluis Companys, en recuerdo del Presidente de la Generalitat de Cataluña, fusilado por La Dictadura después de la Guerra Civil.

Edificio Modernista y Fuente en la Rambla de Tarragona
Estatuas y fuentes adornan todo el paseo que conduce al mirador, sobre el mar. Desde ese lugar dicen que en los días muy claros se ve la isla de Menorca. Yo no he tenido la oportunidad de contemplarla pero puedo asegurar que el paisaje que se divisa es muy bello, lástima que el subconsciente me lleve, siempre que miro el mar, a Galicia y a la búsqueda de la otra orilla.
Dejando el balcón, a la izquierda, caminando bajo las palmeras, llegamos hasta el anfiteatro romano. Poco a poco las excavaciones van devolviendo a este lugar su primitivo aspecto y las recreaciones que en él se llevan a cabo, con personajes vestidos de época, hacen que pensemos que estamos en la antigua Roma.
Por encima del Anfiteatro se encuentran el Pretorio, antiguo Palacio de Augusto que ocuparían después los Reyes de la Corona de Aragón y los Príncipes de Tarragona. Como muchos de estos edificios, tampoco se libraría de ser usado durante un tiempo como prisión, antes de acabar ejerciendo funciones de Museo.
Otra signo de identidad de la población son sus murallas que han merecido que un pasodoble lleve su nombre y ensalce sus méritos. Esta es una costumbre muy socorrida de los compositores de ese género musical que han homenajeado, así, a distintos monumentos y lugares de la geografía nacional. Las murallas forman partes de las visitas turísticas de Tarragona y se puede pasear por encima de ellas disfrutando de una vista de la ciudad, única.
Dentro del recinto amurallado está la Plaza del Fórum, lugar donde se concentraba la vida social en la época romana. Cerca de este lugar se levanta la Catedral y por debajo de ella diversas casas de la antigua nobleza, como La Casa Castellarnau (leer en mi Blog el relato La Casa Encantada), sede del Museo de Historia de la ciudad, famosa también por las misteriosas historias que la envuelven.
Bajando por la Calle Mayor, a la derecha, ésta la Plaza de la Font y el Ayuntamiento, lugar de encuentro de los tarraconenses en las grandes ocasiones.

Concurso de castillos humanos en la Plaza de Toros de Tarragona
Tarragona tiene Plaza de Toros la cual he visitado en alguna  ocasión. No para ver la lidia y el sacrificio de estos animales, espectáculo que no se incluye entre mis favoritos, sino para disfrutar del concurso de Colles Castelleres que se celebra en ese recinto cada dos años.
En ese evento se miden los mejores grupos y también los más modestos, compitiendo todos ellos en hacer el mejor Castell o torre humana. Entre los más destacados están Els Castellers de Vilafranca –vencedores en las últimas ediciones-, las dos colles de Chiquets Valls, La Jove y La Vella y en los últimos años Els Capgrosos de Mataró. La colla de mi ciudad natal se ha distinguido por ser desde su creación, bastante reciente, uno de los grupos punteros en esta actividad. Pocas cosas hay que me emocionen tanto como escuchar el sonido de la gralla y ver como los anxanetas (niños y niñas de corta edad) trepan por las espaldas de sus compañeros para coronar el castillo. No puedo evitar que, viendo esa imagen, se me erice la piel y aparezca un nudo en mi garganta.
Además de sus atractivos turísticos, Tarragona y el Camp de Tarragona tienen una intensa actividad industrial. Son muchas las poblaciones que viven a la sombra de las empresas petroquímicas que, con sus chimeneas e intensa iluminación, además de modificar el paisaje han propiciado, un rápido crecimiento demográfico. Sirva el ejemplo de la capital que en un periodo de poco más de treinta años ha duplicado el número de sus habitantes.

Empresas petroquímicas en el campo de Tarragona

Plaza Mercadal con el Ayuntamiento al fondo
Reus; la ciudad en sí, no es, a pesar de estar viviendo en ella desde hace quince años, lo que yo catalogo como uno de mis paisajes emocionales.
Circunstancias laborales y familiares me trajeron a esta ciudad y he vivido y trabajado aquí sin que, como si sucedió con Soria, se hayan establecido otros lazos. Curiosamente, tengo muy buenos amigos que viven en esta población pero nos hemos conocido y desarrollado esa amistad fuera de ella.
Tampoco el que mi hija Mª Elena se haya casado con un reusense ha cambiado las circunstancias. Quizás si la boda se hubiese celebrado aquí, la importancia del evento y todas las emociones que viví ese día, habría hecho crecer algo de raigambre entre Reus y yo. Pero la ceremonia se llevo a cabo en Galicia, en la iglesia de Carnoedo, y es allí donde mayoritariamente se sitúan mis sentimientos.
Reus es la segunda ciudad de la provincia y ha rivalizado desde siempre, con la capital, por ser la primera. Puede asegurarse que en algún momento de la historia lo ha conseguido. En el siglo XIX tuvo un gran auge cultural e industrial y fruto de ello se acuñó el lema “Reus-Paris-Londres” que destacaba a la ciudad como uno de los núcleos comerciales, de referencia, en ese tiempo.
No tiene mar y tampoco se pueden encontrar, en Reus, esos vestigios del pasado que adornan Tarragona. Pero aún así, en otros aspectos como las infraestructuras, provoca la envidia de sus vecinos. Pegado a la ciudad se encuentra el aeropuerto que da servicio a la provincia y, junto a él, se va a construir una estación intermodal de trenes que traerá, hasta la capital del Baix Camp, el ferrocarril de última tecnología.
Reusenses ilustres, ambos de la misma época, fueron el General Juan Prím y el pintor Mariá Fortuny.

Plaza Prim con la estatua del general.
Juan Prím, fue un militar de reconocido prestigio y participó en las campañas de Méjico y Marruecos; político e intrigante permanente, conseguiría llegar a presidir el Gobierno de la nación en el año 1869. Defendió con firmeza, pero su muerte truncó esos planes, una salida negociada del conflicto de Cuba y consiguió que el Congreso avalase la llegada de Amadeo Iº, primer y último rey, perteneciente a la Casa de Saboya, cuyo reinado sería más bien efímero.
El General fue víctima de la inestabilidad política y de las propias intrigas en las que participó. Murió a consecuencia de las heridas recibidas en un atentado, cuando salía del Congreso de los Diputados en Madrid. Su estatua, a caballo, preside una de las plazas más importantes de la ciudad, en la que también se encuentra el teatro que lleva el nombre del pintor Mariá Fortuny. Éste, que también tiene su estatua a poca distancia de la de Prím, recogería con sus pinceles escenas de las batallas de Marruecos en las que participaba su conciudadano.

Otro reusense insigne (Hay cierta polémica sobre el lugar de su nacimiento que algunos historiadores sitúan en la vecina población de Riudoms, lugar de veraneo de la familia ), este más cercano en el tiempo, es Antonio Gaudí Cornet. Reconocido como el más genial de los arquitectos, sus obras están repartidas por muchos lugares de la geografía española, con mayor presencia en Cataluña, pero curiosamente no en Reus ni en Tarragona.
Beneficiado por el mecenazgo del Conde Eusebio Güell Bacigalupe, también natural de las tierras de Tarragona, Gaudí pudo poner en práctica sus ideas, revolucionando con ellas el mundo de la arquitectura. Inició, así, un camino que seguirían otros muchos arquitectos dando origen al llamado estilo modernista. Por citar alguno de ellos, lo haré con mi paisano, el mataronés Josep Puig y Cadafalch, y el tarragonés (que yo catalogo como arquitecto de las causas pobres) Josep María Jujól Gibert, al que me referiré más adelante.
De Gaudí, quiero resaltar la impresión que me causó mi primera visita al Parque Güell y a la Sagrada Familia. Contemplar estas obras significó, al margen de lo que había visto en libros y postales, el descubrimiento de su talento y supuso un despertar en las emociones de alguien que, no entendiendo de arquitectura, es capaz de extasiarse con la belleza de las cosas bien hechas. Decía que Reus, la ciudad en sí, no es, por lo menos de momento, uno de mis paisajes emocionales. De ahí que haya recurrido a la historia y a unos reusenses célebres que, con
su obra y vivencias, hacen que me sienta algo más identificado con ella.
 
Vivir en Reus, me ha permitido dedicar tiempo a conocer toda la provincia y encontrar paisajes y personas que si me han llegado al corazón. No han sido hasta ahora, las personas, protagonistas de lo que cuento en este libro pero hay paisajes (como sucedía con La Media Legua y mis abuelos) que, sin ellas, podrían resultar tan bellos como huérfanos de sentimientos. Por eso en las páginas que seguirán algunos amigos serán también protagonistas.
Hay un pequeño pueblo, a once o doce kilómetros de Reus, llamado La Pobla de Mafumet. Casualmente, un día viendo la televisión, me enteré de que un albañil había decorado las paredes exteriores de su casa con mosaicos de trozos de azulejos, a semejanza de lo que había diseñado Antonio Gaudí en el Parque Güell.

Tarsicio junto a la imagen de Mosén Cinto Verdaguer
En la primera ocasión que tuve, acompañado de mi inseparable cámara fotográfica y de mi esposa, me desplacé hasta ese lugar para satisfacer mi curiosidad.
Me sorprendió, al llegar, el gran número de personas que se encontraban visitando la casa. Después la dueña, Montserrat, nos contaría que habitualmente recibían peticiones de grupos que se encontraban de excursión en la zona e incluían en su itinerario esa visita.
Después de que los turistas se hubiesen marchado, maravillados por lo que habían visto, mi esposa y yo nos quedamos charlando con Montserrat y su hija Mª del Carmen, quienes con gran amabilidad nos explicaron cómo Tarsicio, el esposo de Montserrat, se había enfrascado en aquella labor.
Tarsicio fue un albañil tardío pues empezó a trabajar en esa profesión cuando contaba treinta y un años. Comenzó de peón y al poco tiempo ya estaba de encargado en la empresa para la cual trabajaba.
Carecía de formación técnica pero dentro llevaba un genio. Aprendía, día a día, a pie de obra, lo que a otros les llevaba meses y años de facultad. Sirva como ejemplo la pérgola que construyó en el jardín, la cual, desafiando la opinión de algún aparejador que vaticinó que no se aguantaría, se mantiene erguida desafiando el tiempo y el pronóstico de aquel “experto”.

Patio de la casa de Tarsicio 
Una persona como Tarsicio no podía jubilarse y quedarse quieta. Un día mirando las grandes tinajas de barro, que en otro tiempo habían servido para almacenar aceite y otros alimentos, pensó que podrían quedar bien, adornando su jardín, si las decoraba un poco.
Se puso manos a la obra y utilizando restos de azulejos, que guardaba en su almacén, forró algunas de estas tinajas. El resultado fue tan espectacular que Tarsicio, sacando el genio que llevaba dentro, siguió engalanando primero las barandillas y bancos de su cuidado jardín y después el resto de las paredes.
La obra de este artista recoge motivos de la vida cotidiana de esa Cataluña que el tanto amaba:

Detalles de la fachada

Un gran mural nos recuerda la Noche de San Juan, con los fuegos de artificio, reflejados en el cielo, acompañando a las estrellas.
Más abajo, otro de estos mosaicos recoge estampas de la Costa Catalana, con una sirena tomando el sol en las rocas mientras contempla los veleros que surcan las azules aguas.
El campo y las labores propias del mismo, a las que Tarsicio también se dedicó, están también recogidos. Como lo están las faenas de pastoreo con la presencia de un rebaño de ovejas, con el pastor y su perro.
No podían faltar detalles que recordasen a la Virgen y las montañas de Montserrat y algún guiño para su esposa que lleva este nombre y a la que Tarsicio veneraba. Dice el refrán: -“Detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer”- En este caso puedo dar fe de que así es. Montserrat, es la mujer que Tarsicio siempre quiso tener a su lado y ella, con su cariño, sigue manteniendo vivo el recuerdo de su marido.
Son mil y un detalles los que este gran artesano plasmó en aquellas paredes. Yo que, gracias a la amistad que mantengo con Montserrat y su familia, he estado en esa casa en muchas ocasiones, siempre descubro algo nuevo que no había apreciado en mis anteriores visitas. Sería muy amplio entrar aquí en describir todo lo que puede verse en la “Casa de los Cantis”, como la llamaba mi difunta madre.

Belen permanente en la casa de Tarsicio y Montserrat.
No podía faltar, en la obra de Tarsicio, un espacio dedicado a la Navidad. En este nacimiento todo a excepción de las figuras esta hecho con azulejos recortados, incluso los haces de leña y las palmeras.
Catorce años estaría ocupado, Tarsicio, en ese entretenimiento que deja boquiabiertos a los muchos curiosos que se acercan a contemplar su obra.

jueves, 13 de diciembre de 2012

POEMA NAVIDEÑO



Hice este poema hace algunos años, llevado por el estado de ánimo que me producía la reciente perdida de algunos seres queridos. Estas circunstancias están hoy presentes en las vidas de personas que me son muy cercanas y que afrontan la Navidad sin la compañía de aquellos que más querían. 
Una de esas personas, la protagonista de mi relato Julia y Manuel, (Juliana, su nombre real) no nos acompañará esta vez y todos los que la conocíamos, en especial su hija Juli, la echaremos de menos. Aunque seguramente, detras del brillo de cada estrella, estará su sonrisa para seguir iluninando la vida de todos los que la queríamos y a mantendremos viva en el recuerdo.


Para una Navidad muy especial:

Con los que nos dejaron, con los que estáis lejos, con los que tengo cerca, con todos los que quiero, deseo fundirme en ese abrazo que  nos trae el Niño, cada Navidad.


Las almas, de aquellos que se fueron,
se han convertido en estrellas,
me miran desde el cielo
sabiendo que no me olvido de ellas.
Me acompañan en Navidad
diciéndome que me alegre,
que es posible la felicidad,
aunque se nazca en un pesebre.           
Que la sonrisa de ese Niño
es un mensaje que me envían,
una muestra de cariño
y que me quieren todavía.
Que  siempre estarán conmigo,
pero desean verme con ilusión,
que recuerde que tengo amigos
que me llevan en el corazón.
Que ser feliz no es pecar
y que para curar una herida
es verdad que hay que luchar
pero, nunca, dar la espalda a la vida.


Matías Ortega Carmona                    
 

jueves, 6 de diciembre de 2012

CREO EN LA NAVIDAD



Para todos aquellos que seguís mi Blog vaya mi deseo de que vivais la Navidad, con vuestros familiares y amigos, en un entrono de Felicidad. También que el 2013 sea un año cargado de prosperidad.



Matías Ortega Carmona