Samuel, dado lo imprevisto del viaje, tuvo muchas
dificultades para encontrar pasaje en un buque que zarpase de inmediato desde
Vigo para Sudamérica. Aún así pudo llegar a Puerto Colombia el 16 de febrero y
acercarse al Ayuntamiento donde Lucio Quintana, el Alcalde, le puso al
corriente de los actos programados a los que también asistiría el Gobernador
Inocencio Chávez. La misa y resto de actos con participación de la ciudadanía
tendrían lugar en la mañana y por la tarde, autoridades y el resto de responsables
en el proyecto del Santuario, se reunirían en las dependencias municipales para
examinar los avances del mismo.
La comida, que precedió a la reunión fue, como
siempre, excelente. Los comensales dieron buena cuenta de los manjares que les
eran servidos mientras platicaban con ánimo distendido.
Samuel tenía a su lado a Santiago, al que hacía
algún tiempo que no visitaba en el balneario de Sabanilla y con el que le
agradaba conversar. El porteño había visitado España en varias ocasiones; por
eso, la Madre Patria, como acostumbraba a llamarla, solía ser el tema central
de la conversación y eso agradaba a los dos amigos que ansiaban regresar a ella,
aunque cada uno por un motivo distinto.
Santiago veía en el viejo continente unas
posibilidades de progreso que tenía limitadas en su país y pensaba que, llegado
el momento, Samuel podría serle de utilidad. Para éste último, algo cansado de
su estancia en Colombia, la añoranza era una pesada carga. Su reciente viaje
supuso un reencuentro con su mundo de siempre, con costumbres largo tiempo
aparcadas y sobre todo con Isabel, aquella hermosa toledana a la que cada día
que pasaba recordaba con más vehemencia.
Inocencio Chávez saludó a todos los presentes y
pidió a Samuel que, como máximo responsable de las obras, informase de la
marcha de las mismas y del plazo previsto para finalizarlas. El arquitecto le
respondió que lo más difícil estaba hecho pero aún así, si no surgía ningún
problema que las demorase, no estarían
listas antes de dos años. Esta respuesta pareció contrariar al político quien exigió,
a todos, el máximo empeño en que el plazo se cumpliese y sobre todo que el
presupuesto se mantuviese en las cantidades previstas, aunque fuese necesario
prescindir de algunos detalles. Pidió a Obispo y Alcalde que se implicasen en
mayor medida en los gastos, ya que su Administración estaba embarcada en otro
ambicioso plan al que el Gobierno Nacional daba prioridad absoluta. Todos los
asistentes quedaron perplejos cuando el Gobernador les explicó que esos planes
incluían, como objetivo principal, la ampliación y modernización del puerto de la
cercana Barranquilla.
Como era costumbre, ninguno de los presentes osó
contravenir a Inocencio Chávez y ni mucho menos manifestar lo incongruente de
aquel proyecto que, sin ninguna duda, tendría consecuencias negativas para
Puerto Colombia, pudiendo acabar con la hegemonía de su puerto sobre el tráfico marítimo de la zona.
16 de julio, en el Santuario Mariano de la Virgen
del Carmen no cabe un alma más. En la Plaza, una marea de fieles espera ansiosa
a que la misa solemne termine y la Patrona salga del interior del templo para
vitorearla y acompañarla hasta su antigua capilla.
Es la primera celebración de las fiestas patronales
desde que la Virgen ocupó su santuario. Hasta entonces la fiesta y adoración de
la imagen se había realizado en la capilla del Monte Carmelo.
En todo aquel tiempo los porteños habían establecido la costumbre de llevarse la comida y pasar un día en el
campo. Después de la misa, en toda la
montaña, la música y el baile tomaban el protagonismo. Como es habitual en esos
festejos la chicha, el ron y el aguardiente, corrían de forma generosa, dando lugar a algunos
altercados que la policía, siempre pendiente, sofocaba con rapidez.
La Virgen pasará tres días en la gruta, acompañada
de la réplica que el Obispo Orestes había hecho traer desde Envigado, siendo
llevada de nuevo a la ciudad en el cierre de las fiestas patronales.
Dicen que según te mire la Virgen, así te irán las
cosas. Me llamo Yanira y hace ya muchos años que su mirada y la mía se
cruzaron. Yo era, aún, una joven llena de ilusiones que reclamaba a la vida que
todas se cumpliesen. Me pareció entonces que sus ojos me devolvían una mirada
que yo veía cada mañana en el espejo. Samuel me lo recordaba a menudo:
– Tiene los
ojos hermosos como los tuyos, mirada profunda, llena de misterio y melancolía.
Como tú, tiene una mirada cálida que reconforta e invita a soñar.
De alguna manera aquella imagen cautivó a los
porteños invitándoles a un maravilloso sueño lleno de prosperidad. La aparición
de la misma coincidió con el despegue económico de la ciudad y años de bonanza
para sus habitantes. El fervor que los porteños sentimos por nuestra patrona no
ha desaparecido ni aun cuando el castillo de naipes, que supuso la ampliación
del puerto con el nuevo muelle, se vino abajo.
Mi vida puede decirse que ha ido paralela al
devenir de Puerto Colombia. Cuando conocí a Samuel, él llenó por completo mis
días y mis noches. No quise escuchar los consejos de mi padre y me entregué a
aquella aventura sin reservas. Fui muy feliz, tuve toda la felicidad que puede
dar la unión entre un hombre y una mujer. De esa unión nació lo mejor y más
importante que me ha dado la vida, mi hijo Ramiro. No importa que, como pude
comprobar más tarde, ese hijo fuese deseado tan solo por mí y que el hombre que
lo engendró nos olvidase pronto a los dos.
Samuel no fue el mismo después de su viaje a
España. Apenas habló de su familia y mucho menos (él, que la recordaba constantemente)
de su ciudad, Toledo. Se limitó a decir que todo estaba bien y que tanto su
empresa, como ahora el Gobernador, le exigían celeridad en su trabajo porque
habían otros proyectos que esperaban con urgencia.
A partir de entonces pasaba más horas en el trabajo
y cuando estaba en casa se entregaba a la lectura y andaba siempre ensimismado.
Aquella pasión que antes nos devoraba a los dos, aquel deseo de estar siempre
juntos, abrazados o haciendo el amor, se iba amortiguando, en él, al mismo
tiempo que mi cuerpo cambiaba y engordaba con el embarazo. Yo lo atribuía a mi
estado pero intuía que los motivos en el cambio de actitud de Samuel eran
otros.