sábado, 11 de mayo de 2019

VIAJANDO POR EL ANTIGUO REINO DE MURCIA - CARTAGENA






VIAJANDO POR EL ANTIGUO REINO DE MURCIA


Iª ETAPA - CARTAGENA 


Nuestro habitual viaje de primavera no es un viaje más. Nunca lo es cuando se trata de volver a Murcia. 
Tenemos que amar la tierra, aquella en la que nacimos, aquella que nos acoge y también aquella que visitamos, amarla y respetar a sus gentes y sus costumbres. Solo así disfrutaremos de toda la esencia que la envuelve y nos sentiremos, aunque sea por unos días, parte de ella. Para mi resulta fácil, el devenir de mi vida me ha llevado por diversos territorios en los que he vivido más o menos tiempo procurando hacerlos mios. 
Llegar a Murcia es algo especial, es volver al origen, a la cuna de mis padres que emigraron a Cataluña donde yo nací. Es el abrazo con mis antepasados, con los que están y con los que se fueron, es el encuentro con los recuerdos, casi todos ellos felices, es volver a los mejores momentos de mi niñez y adolescencia, es definitivamente volver a casa, esa casa humilde en la huerta de Cehegín en la que vivieron mis abuelos donde el amor que se respiraba suplía cualquier carencia, es revivir las conversaciones junto a la chimenea con mis primas en casa de mis tíos Francisco y María, es...


Nuestro tren con destino a Cartagena sale de Tarragona a las 15,54 horas. Hemos llegado con tiempo suficiente en un tren regional desde Reus. Mientras Elena y Mª Dolors se quedan en la estación, Domingo y yo, nos acercamos a la recién estrenada pasarela que salvando las vías une la ciudad con el remozado Paseo Marítimo. Estos también son paisajes de mi niñez (igualmente remozados) que veía, cuando íbamos de vacaciones, desde la ventanilla de aquellos vagones de madera, arrastrados por locomotoras de vapor. Era una época en  que, para mi, el mundo empezaba en Mataró y acababa en Cehegín o viceversa.
Los tiempos son otros y el tren Talgo en el que viajamos es bastante cómodo. Las dos películas que nos ponen durante el trayecto son un tanto soporíferas por lo que ante la disyuntiva de aburrirme o echar una siesta opto por entretenerme con el paisaje tantas veces visto y sin embargo cambiante.
Llegamos a Alicante a la hora prevista, desde aquí hasta nuestro destino, debido a las obras que estos días se realizan en la infraestructura ferroviaria, el viaje continuará por carretera.
Subimos a un autobús, aparentemente cómodo, en el que han aprovechado tanto el espacio que si el viajero que llevas delante reclina el asiento, como así sucede, no sabes donde meter las piernas. Me veo obligado a pedir al pasajero que vuelva a enderezar el respaldo, cosa que parece no gustarle demasiado pues lo hace a regañadientes.  Sigo sin entender como se apañan las personas más altas que yo para meterse en esos espacios tan reducidos. Una vez más pienso que hay que tener vocación de sufridor para pasar una semana en un autobús recorriendo mundo.
La estación de Murcia del Carmen es nuestra primera parada, en ella, del autobús, bajan algunos viajeros y suben otros que tienen como destino Balsicas, Torrepacheco o Cartagena. Debemos de seguir el mismo itinerario y paradas que habría hecho el tren y eso nos priva de poder realizar todo el trayecto por autovía lo cual hubiese sido más rápido y cómodo. Paciencia.


Con unos quince minutos de retraso sobre la hora prevista para el tren,  llegamos por fin a Cartagena. La oscuridad de la noche y algunos tramos de carretera estrecha y con curvas han hecho el viaje algo pesado.
Recordaba la estación de viajes anteriores y me sigue pareciendo, en su aparente sencillez, uno de los más bellos edificios dedicados al uso ferroviario. De estilo modernista, se construyó entre los años 1903 y 1908   correspondiendo el diseño del edificio al arquitecto Emilio Antón Hernández junto con los ingenieros José Cebada Ruíz y José Moreno Rodríguez, equipo que coordinaba y dirigía el también ingeniero Ramón Peironcely Elóseguí. 
Con el paso de los años las dependencias interiores se han ido acomodando a las nuevas necesidades de explotación del ferrocarril. En un guiño a la nostalgia, en el vestíbulo principal podemos ver algunos detalles del pasado.



Estamos deseosos de llegar al Hotel para descansar y reponer fuerzas de cara al día de mañana que esperamos intenso y agotador. Nuestro alojamiento, cercano a la Estación, es el Hotel Los Habaneros, del cual somos antiguos huéspedes aunque de eso haga ya muchos años. El personal, por su edad, deduzco que ha cambiado pero la amabilidad sigue siendo la nota predominante como lo era antaño. Nuestras habitaciones que están en la parte ampliada, nos parecen confortables y limpias con una única pega, la falta de enchufes. Hoy en día, cuando todo funciona a base de baterías no tener donde recargarlas es un problema. Dejo constancia de ello en el cuestionario que nos han dejado para valorar el establecimiento y también lo comento en Recepción.



Desayunamos en la cafetería y con fuerzas y animo renovados vamos al reencuentro, en el caso de Elena y mío de Cartagena. Para Mº Dolors y Domingo está es su primera visita que espero les resulte tan amena que deseen volver.



Enfrente del Hotel podemos ver la Arcada del Portal de La Milagrosa por el que se accedía a la antigua Casa de la Misericordia de Cartagena dedicada al acogimiento y educación de niños huérfanos. En la actualidad este edificio es la Sede de la Universidad Politécnica.
La ciudad ha cambiado bastante, en mi opinión  para bien. Es cierto que el ambiente, el pulso de sus calles es otro. Cuarenta años son muchos y  se hace  raro, de hecho no encontramos a ninguno, no ver a los militares, sobre todo marineros, caminando de aquí para allá, como sucedía entonces.
Caminamos por la Calle Cuatro Santos para llegar hasta el puerto. Vemos algunos edificios en obras de los que solo se mantiene en pie su fachada.  Esto está motivado por el interés en conservar vivo el patrimonio arquitectónico que en Cartagena como demuestran sus edificios modernistas es muy interesante. Mientras caminamos veremos alguno de ellos:







Uno de estos edificios, bello y singular es el Palacio Consistorial o Ayuntamiento cuya fotografía encabeza este reportaje. También de estilo modernista fue construido entre los años 1900 y 1907 bajo la tutela del Arquitecto vallisoletano Tomás Rico Valarino.
Del amplio vestíbulo sale una trabajada escalinata de mármol, que lleva a las dependencias de las plantas superiores. Está adornada con alfombra y tapiz donde destaca el escudo de la ciudad. Las balaustradas junto a las columnas de la primera planta dan un aspecto señorial a todo el conjunto. En el techo una espectacular claraboya,  también con el escudo municipal, remata el bello artesonado y permite que ese sol  casi permanente en estas latitudes aporte luz y calidez al edificio.




Alguna maqueta como la de este velero o curiosas lamparas como la de la siguiente imagen completan la decoración del vestíbulo.




Al Teatro Romano se accede por su Museo que está situado frente al Ayuntamiento. Recogeremos aquí las entradas para las distintas visitas que tenemos programadas  entre ellas la del Fuerte de la Navidad al que llegaremos navegando en el Barco Turístico.


El Barco Turístico es un catamarán que recorre el puerto de Cartagena realizando una breve incursión en mar abierto. Cuando accedemos al mismo somos informados por los tripulantes de que seremos desembarcados en el Fuerte de la Navidad. Tendremos una hora más o menos para que podamos visitarlo con tranquilidad y  después nos recogerán para hacer el resto del recorrido.
Mientras navegamos por las aguas del puerto me parece recordar que éste tenía mayor  actividad  en mis visitas anteriores, cuando el movimiento de embarcaciones, sobre todo militares, era constante.



Somos los primeros pasajeros en acceder a la embarcación, después lo harán un grupo de estudiantes y sus profesoras.  Nos ubicamos en la cubierta superior, a babor muy cerca de la proa (esto me ha quedado muy marinero). 
La travesía hasta el Fuerte de la Navidad dura unos quince minutos, incluyendo las labores de atraque y desembarco. Dentro de la bahía el movimiento de la nave es mínimo y la navegación se hace agradable. Hace un buen día y corre una suave brisa marina; atracadas en los muelles hay embarcaciones de distinto tipo, algunas militares. Un yate de recreo de diseño esbelto y lujoso  nos llama la atención, suponemos por su nombre que debe de pertenecer a algún príncipe o jeque árabe.




Cerca de nuestra embarcación, un gran buque de la marina española se dirige hacia la bocana del puerto acompañado por las lanchas de los prácticos que dirigen la maniobra. En la distancia parece mucho barco para pasar por un espacio que se antoja reducido pero finalmente el barco sale a alta mar sin ningún problema.




El Fuerte de la Navidad es una pequeña fortaleza situada a poniente, a la derecha del Puerto de Cartagena (frente a Cala Cortina me dice mi amiga Josi, cartagenera de pro afincada en Reus).  Tenía encomendada, junto a otras baterías de costa la defensa del puerto impidiendo la entrada al mismo de naves enemigas. Para ello contaba con 16 piezas de artillería.
Asentada sobre una edificación anterior del Siglo XVII, es  una construcción de estilo neoclásico del Siglo XIX,  que dirigió el Ingeniero Militar Esteban de Panón.  Se puede llegar hasta ella por carretera pero a mi me parece más auténtico hacerlo navegando y sumergirse en el tiempo dejando volar la imaginación



En la actualidad este fortín es un Centro de Interpretación de este tipo de defensas costeras.  Está gestionado, al igual que otros monumentos, por Cartagena Puerto de Culturas, entidad de titularidad municipal
Paseando por el interior y a través de los distintos paneles informativos (también se proyecta un audiovisual en una de sus salas) podemos acercarnos a lo que era la vida y actividades de los militares de la guarnición.







Los paisajes desde lo más alto de la muralla son impresionantes y nos proporcionan bonitas vistas de Cartagena y su bahía.




Desde el Fuerte de la Navidad, vemos como el Barco Turístico se acerca a recogernos por lo que vamos bajando hacia el embarcadero. Subimos a bordo y de nuevo nos colocamos en el mismo lugar que en el trayecto anterior aunque ahora el pasaje ha aumentado con algún grupo más de turistas. Una de las profesoras que acompaña a los escolares se presta a hacernos una foto como recuerdo de esta travesía. Con ella hablamos, durante la misma, de los cambios que se han producido en Cartagena en los últimos años.




En unos minutos, dejamos atrás el pequeño faro situado en el muelle del fuerte y salimos a mar abierto.


La suavidad con la que el catamarán se deslizaba dentro del puerto ya no es tal y ahora parece que estemos en una montaña rusa, nada que a "marinos experimentados" como nosotros deba preocuparnos. Por la megafonía de la embarcación van explicando los distintos puntos del litoral que divisamos. Nos indican los emplazamientos de las distintas baterías de costa y de otras instalaciones militares, además de alguna construcción minera. A la derecha, saliendo del puerto se halla la costa de Mazarrón y a la izquierda la Manga del Mar Menor, la Bahía de Portmán y el Cabo de Palos, lugares que conozco de anteriores viajes, hechos por carretera, y que recomiendo visitar.






Nuestra travesía toca a su fin, nos acercamos de nuevo al punto de atraque del Barco Turístico y la panorámica que obtenemos de Cartagena, vista desde el mar, es muy hermosa.


Antes de comer, todavía tenemos tiempo  de ver el Museo y el Teatro Romano por lo que nos encaminamos hasta allí.

Podríamos decir que lo que vamos a ver es a la vez de lo más moderno y de lo más antiguo que tiene Cartagena. Durante siglos este Patrimonio permaneció oculto, enterrado bajo el Barrio del Molinete, la parte menos noble por llamarlo de alguna manera de la ciudad. Allí se ubicaban, entre otras cosas, los prostíbulos en los que militares y paisanos satisfacían sus necesidades de sexo.  
Los trabajos urbanísticos para sacar de su degradación esa zona pusieron al descubierto la identidad de un pasado que la Edad Media se quiso ignorar y enterrar. Las posteriores excavaciones han devuelto a esta ciudad unos monumentos y una parte de su historia que muchos de sus habitantes y turistas que habíamos pasado por ella desconocíamos. 
Soy de los que piensan que un pueblo que olvida y no cuida su pasado no puede labrar un futuro floreciente por eso me parece muy encomiable, y la aplaudo, la labor que Cartagena está haciendo para recuperar su esencia. 
Supongo que no todos estarán igual de satisfechos y algunos, que estarían frotándose las manos pensando en los beneficios de la especulación urbanística, se estarán tirando de los pelos.
El Diseño y construcción del Museo Romano fue un encargo realizado al Arquitecto tudelano Rafael Moneo, quien ya había dejado su impronta y su buen hacer en otro Museo Romano, el de la localidad pacense de Mérida. 
Este museo se asienta sobre el antiguo Palacio Riquelme  y su interesante diseño permite recorrer distintas salas de exposición en las que están depositados los hallazgos más importantes encontrados en las excavaciones. 











Después de recorrer estas salas y pasar por un par de túneles, situados bajo las calles y de lo que fue la Catedral Antigua de Santa María, salimos al Teatro Romano. 


Este Teatro, fue en su día uno de los de mayor capacidad de la Hispania Romana pues podía acoger a 7000 espectadores. Se empezó a construir entre los años 5 y 1 a.C. por orden del Emperador Augusto, decidido éste a romanizar  la antigua Cartago-Nova de los cartagineses que desde el año 44 a.C ostentaba el rango de Colonia Romana.
Las obras para construir el Centro Regional de Artesanía dejaron al descubierto este monumento sobre el cual, en el Siglo III,  aprovechando sus materiales se habían edificado, primero un mercado y después barracas destinadas a viviendas. El encargado de los trabajos para su recuperación fue el Arqueólogo de la Universidad de Murcia Sebastián Ramallo Asénsio quien inició las excavaciones en 1988.







Salimos del Teatro Romano, todavía sorprendidos de que sus restos hayan podido estar tanto tiempo ocultos a la historia y a los propios cartageneros.
Muy cerca, encontramos otro monumento que recuerda a los Héroes de Cavite y Santiago de Cuba. Una página de nuestra historia que algunos califican de gloriosa y yo de negra. Es curioso que seamos "Héroes" siempre que nos zurran; cabe preguntarse cuantos de aquellos marinos y soldados españoles que murieron, en los enfrentamientos con los estadounidenses, en la guerra de Cuba quisieron participar en esas batallas y merecer ese distintivo. 
Mirando este monumento pienso en el General Prím, entonces Presidente del Consejo de Gobierno, quien era partidario de una solución negociada para la independencia de las Colonias de Ultramar. Oscuros intereses de algunos personajes influyentes de la época propiciaron  un atentado que acabaría llevando a la muerte a este ilustre militar reusense. Con ello se frustró cualquier posibilidad de acuerdo y España se vio abocada a una guerra que estaba perdida antes de iniciarse y de la cual no se aprendió nada. Posteriormente, una a una, el resto de las colonias se fueron independizando a través de cruentos conflictos de los que siempre fuimos perdedores. 



Otro personaje que pasó por Cartagena fue el insigne autor del Quijote, Miguel de Cervantes Saavedra. Un mural, junto a la Muralla de Carlos III, nos recuerda esa estancia del escritor en la ciudad.



La figura de un marinero, con su petate al hombro, me recuerda mi primera visita a Cartagena, cuando paseaba por estas calles con mi hermano Ginés. Lo destinaron aquí para hacer el  Servicio Militar, primero en el Cuartel de Instrucción de Marinería y después formando parte de la dotación de un submarino. El homenaje a aquellos recuerdos lo inmortalizo con una fotografía.




Siguiendo la muralla nos dirigimos hacia la Casa del Mar donde comeremos.  Nada especial, un menú del día justito, pero se trata de reponer fuerzas más que de darse un festín y este lugar queda muy cerca del Castillo de la Concepción que será nuestra próxima visita.



Sobre el Cerro de la Concepción, dominando la ciudad y su puerto, se encuentra el Castillo del mismo nombre. Se construyó a caballo de los Siglos XIII y XIV sobre la antigua Alcazaba Árabe ubicada a su vez sobre los restos de un templo romano dedicado, según algunas informaciones, al Dios Esculapio. 
Para llegar al Castillo utilizamos este moderno ascensor que en un momento nos sitúa el lo alto del cerro.


Alfonso X el Sabio fue quien impulsó la construcción  de este bastión defensivo para alojar la guarnición que debía proteger Cartagena. Para la Corona de Castilla era vital no perder el único puerto que le facilitaba su salida al Mediterráneo pues el resto del litoral se lo repartían el Reino de Granada y la Corona de Aragón. Da una idea de lo importante que fue este castillo el que su imagen figure en el escudo de la ciudad. Aun así, al perder con el tiempo su valor defensivo, cayó en el abandono y el Consistorio se planteó su demolición a principios del Siglo XX. Afortunadamente esta decisión no llegó a tomarse y en la actualidad, castillo y los jardines que lo rodean, se han convertido en una zona de ocio que los cartageneros llaman el Parque de los Patos.







Paseando por los jardines, vemos este Pavo Real al que iremos encontrando en diversos lugares de nuestro recorrido por la fortaleza. Intentamos llamar su atención para  que abra su cola y luzca toda su belleza pero no hace caso. Debe estar con la libido baja porque tampoco la cercanía de algunas pavas despierta su interés.



El Castillo de la Concepción es llamado también Castillo de Asdrúbal al que se recuerda con un busto enclavado en este recinto. Al General cartaginés, apodado El Bello, se atribuye la fundación de Quart Hadasht, posteriormente llamada Cartago-Nova por los romanos. Asdrúbal, aún siendo militar, era un hombre amante de la diplomacia y prefería agotar todos los recursos antes de utilizar las armas. Firmó con Roma el llamado Tratado del Ebro mediante el cual romanos y cartagineses se repartían el dominio de las tierras íberas. A su muerte le sucedería Anibal, menos dialogante y más guerrero. Éste desafió la hegemonía del Imperio Romano en las sucesivas Guerras Púnicas en las que finalmente sería derrotado lo que supuso el ocaso y sometimiento de  Cartago a los vencedores.



Coincide nuestra visita con la exposición que, en diversas dependencias del castillo, se está realizando del vestuario y joyas utilizados en la grabación de la serie de TVE, Isabel. En las siguientes fotografías podemos ver una muestra de ello:













En algunas vitrinas vemos instrumentos de navegación y otros objetos relacionados con los Reyes Católicos y el periodo colombino












Antes de abandonarlo, aprovechamos que el Castillo de la Concepción es una magnífica atalaya desde la cual se divisa toda la ciudad para verla a vista de pájaro














Terminada la visita nos dirigimos al ascensor que nos situará a nivel de calle  para seguir paseando por Cartagena. En el camino hasta él, encontramos unos murales de azulejos con motivos de la ciudad, están algo deteriorados y escojo uno de ellos que me parece bastante adecuado para la fotografía



Como disponemos de tiempo, nos dirigimos al Museo Naval, visita  que en principio no teníamos prevista. Esa falta de previsión nos ocasiona un pequeño contratiempo, el Museo ha cerrado a las 14 horas y no abrirá hasta mañana. 
Uno de los atractivos de este lugar es el Submarino de Isaac Peral, muchos años expuesto a la mirada de cartageneros y turistas en un pedestal en el puerto, junto a la muralla. En ese lugar, no solo despertaba curiosidad pues algunos vándalos llegaron a atentar contra él con pintadas y otros actos propios de gente sin escrúpulos. Supongo que por eso se decidió su traslado al Museo Naval donde su conservación está garantizada.



Al no poder entrar no tenemos más remedio que contemplar este ingenio de la navegación desde el exterior por el cierre acristalado.
El Museo Naval, si la memoria no me engaña, está ubicado en terrenos de lo que antes fue el Cuartel de Instrucción de Marinería (si no es así agradeceré la corrección).
Seguimos paseando por esos lugares, antes de uso militar y ahora abiertos al ocio y disfrute de la ciudad. Y mientras paseamos, como no podía ser de otra manera, yo sigo recogiendo las imagenes con mi cámara sometida a un trabajo intensivo.






Antes de volver para el Hotel decidimos tomar un descanso sentados en una terraza de la Calle Mayor. Me llama la atención el cartel que en la fachada del restaurante pone "El mejor Café Asiático de Cartagena" por lo que decido recordar viejos tiempos (algo más de cuarenta años) y tomarme uno. No se si es el mejor, pero está bueno y con ello cumplo el capricho, que no antojo, (mi nieta pequeña suele decirme que llevo un bebé en la tripa porque ando algo pasado de talla).
Un par de fotos más a algún detalle que me llama la atención, las figuras de una madre e hija camino de la procesión (imagino) y una de las muchas vírgenes que en murales de azulejo encontramos por las calles, en este caso la del Carmen o Estrella de los Mares.



La noche se apodera de Cartagena y nosotros nos dirigimos al hotel en busca de un merecido descanso. Mañana hemos de levantarnos algo temprano para viajar hasta Murcia. Las últimas fotografías de la jornada las hago en un una placita cerca de los restos de la Muralla Púnica. El reencuentro con la ciudad cantonal ha sido interesante y con deseos de que no transcurran otros cuarenta años para volver.






Cartagena 8 de abril de 2019

Matías Ortega Carmona.