Carmen Martin Gaite,
una mujer que superó a su tiempo y se ganó un lugar sobresaliente en un mundo
de hombres.
Para un homenaje que varios amigos escritores hicimosa a esta insigne dama de las letras, evocando su obra y su ascendencia gallega, escribí este
relato que es un esbozo de la vida y circunstancias de otra gran persona, prototipo de la mujer gallega en el mundo rural:
Consuelo, ejemplo de
abnegación, tenacidad y sacrificio de su propio ser en el intento, a fe que lo
consiguió, de hacer mejor la existencia de todos los que los que tuvo a su
alrededor.
SURCO Y MAREA
Bateas de mejillón en la Ria de Betanzos |
Huerta con vistas a la Ría de Betanzos |
La vida de Consuelo
está escrita con sudor y lagrimas. Las frases son surcos que trazó día tras día,
agarrada a un arado, abriendo las entrañas de la tierra para sacar de ésta algo
con lo que sobrevivir y mitigar el hambre de su familia.
Páginas escritas, con
la humedad del mar calándole lo huesos, mientras mariscaba o arrancaba los
mejillones pegados a las rocas. Frutos de la Ría destinados a satisfacer la
gula de quienes ignoran con cuanto sufrimiento llegan éstos hasta su mesa.
La subida de la marea
marca el final de la jornada de marisqueo. Consuelo ha aprovechado hasta el
último momento escarbando la arena en busca de las preciadas almejas. También
ha ido recogiendo algunos erizos de mar que iba encontrando y deja para el
final la recolección de mejillones en las rocas próximas a la playa, las cuales
el mar poco a poco irá cubriendo.
Cada cosa en su
sitio; los mejillones en un saco y los erizos y almejas en cubos. Mientras
prepara su carga oye la voz de José, un pescador de la aldea que está amarrando
su barca, quien le dice:
-
¿No es esa mucha carga para una mujer?
¿No sería bueno que un hombre te ayudase?
-
¡Vaya o demo contigo¡ Esta mujer es
una barca para la que quizás no haya hombre con el suficiente timón para manejarla- contesta Consuelo.
La tarde declina
mientras la mujer enfila la dura pendiente que sube desde la cala de Lourido
hasta su casa. El saco en la cabeza y en cada mano un cubo. José, el pescador,
la ve marchar y piensa que seguramente Consuelo tiene razón, ella es una hembra
curtida por el esfuerzo y el sufrimiento capaz de superar, si
de trabajo se trata, a la mayoría de los hombres.
Sentado bajo la
parra, presa del mal humor que le producen tanto los dolores, como el verse
agarrado a una sonda que le acompañará hasta el final de sus días, Benito ve
llegar a su hija. Parece no darse cuenta de la pesada carga que transporta pero
en realidad es que no quiere verla. Antes de que Consuelo tenga tiempo de dejar
el saco y los cubos la increpa desairadamente:
-
De dónde vienes perdida, aun no
ordeñaste la vaca y ya vinieron a buscar la leche.
Consuelo mira a su
padre, encendida pero temerosa. No es capaz de replicarle a aquel hombre al que
durante su infancia y adolescencia solo veía un par de meses al año. Benito, de
profesión marino mercante, pasaba el resto del año embarcado y sus regresos al
hogar los aprovechaba para ejercer de patriarca y dejar embarazada a su mujer.
Hasta ocho hijos parió Pilar, los últimos tres estando ya enferma e
imposibilitada. Solo una prima, como mujer lo entendía mejor que nadie, fue
capaz de frenar aquella barbarie enfrentándose a Benito.
Curioso personaje Benito.
No se ajusta al perfil del clásico aldeano, le gusta leer y aunque su economía
no le permite gastar en periódicos, lee los que le dan ya atrasados. Ha dado
varias veces la vuelta al mundo a bordo de los barcos en los que trabajaba. Se recrea
contando sus paseos por La Habana o Nueva York y se ufana que tal o cual
personaje distinguido o famoso lo habían querido saludar personalmente en
alguno de esos viajes. Con estos datos cabría decir que es una persona
medianamente culta y sin embargo ha tratado, siempre, a su familia como algo de
su propiedad, sobre todo a su ya difunta mujer de la que disponía para calmar sus necesidades
de sexo sin importarle su deteriorada salud.
Viejo y enfermo, Benito,
espera el fin de sus días. Aquel que otrora surcase los mares y océanos de todo
el mundo se ve condenado a pasar las horas en una silla, atado a una sonda, como
consecuencia de un cáncer de próstata y de
otros problemas físicos. No dispone del dinero suficiente para operarse y su estado
tampoco lo aconseja. Su mal genio es constante y de sus iras solamente escapa
su pequeña nieta Lucía. Ésta y su hermana Margarita habían quedado huérfanas al
morir su madre Rosa.
Consuelo ha terminado
de ordeñar la vaca. El animal es una pieza importante en los escasos ingresos
que entran en la casa. Aporta su fuerza para trabajar en el campo y su leche es
vendida a excepción de una pequeña cantidad que se reserva para las niñas.
Aun no ha oscurecido
del todo, los días son largos en Galicia, las pequeñas corretean enervando los
ánimos de su abuelo y también los de su tía. Esta las mira y les chilla para
que se estén quietas. “Demo de hombres”, piensa. En esta ocasión el recuerdo es
para su cuñado Luis quien, poco antes de morir Rosa, marchó para hacer las Américas y nunca más supo de
él. Al morir su hermana, Consuelo, se convirtió sin esperarlo en madre
y padre de sus sobrinas. Se veía, aun
joven, con una vida y unas obligaciones que no debían haber sido las suyas. Al
ser la única, de los hermanos, que estaba soltera tuvo que cuidar de su padre y
ahora tenía que hacerlo también de las niñas.
Mientras quita la
concha a los mejillones, previamente cocidos (así el peso es menor para
llevarlos al mercado), Consuelo sigue repasando su relación con los hombres.
Nunca tuvo suerte con ellos; sus hermanas se casaron y ella, con su madre
enferma, tuvo que cuidar de sus hermanos varones más pequeños. A dos de ellos
los vería morir, uno en un accidente y otro de tuberculosis. El otro varón fue
reclutado, siendo casi un niño, para marchar a esa maldita guerra civil que
lleno el país de luto y miseria. Acabadas sus obligaciones militares, Jesús ese era su
nombre, buscó novia y se casó.
Trabajando desde muy niña en las labores de
la casa, del campo o en la marea, ella acabó pensando que no era ni mujer ni
hombre, era simplemente, Consuelo.
Algunos pretendientes
se acercaron a ella pero su vigor, su fuerza y sobre todo el saber que aquella
no era una hembra fácil de domar los asustaba. No era una mujer fea pero si
poco dada a cuidar su aspecto, cosa que mermaba su posible atractivo. Solamente
una vez, uno de aquellos mozos, la hizo plantearse realmente la opción del
matrimonio pero esa posibilidad se esfumo cuando le puso como condición que
abandonase a su padre y las niñas. Rechazó la oferta sin tener que pensarlo
mucho. Aquel hombre había heredado unas posesiones en ultramar y buscaba una
mujer fuerte, capaz de darle hijos y ayudarle a levantar su hacienda. Consuelo
se vio, a sí misma, cargada de hijos trabajando tanto o más que lo hacía ahora
y además teniendo que soportar a un hombre que querría ser su dueño.
Decidió, de alguna
manera, enviudar antes de casarse. Sus sobrinas serían sus hijas y los hombres
pues… ¡vaya o demo con ellos!
Matías Ortega Carmona