viernes, 10 de diciembre de 2021

DICIEMBRE





DICIEMBRE

 

Cuando decidí aceptar la propuesta de Mara para escribir sobre los meses del año en el Grupo de Amigos Escritores me incliné, no sabía bien porqué en aquel momento, por el mes de diciembre.

Fue pensando en cómo encarar ese cometido y en lo que podía contar yo, así a botepronto, de una página del calendario cuando caí en la cuenta de que con el paso de los años, diciembre, ha sido uno de los meses en que han sucedido algunas de las cosas importantes de mi vida.

Muchos recuerdos de la infancia sucedieron en el mes de Diciembre:

Las piernas heladas, porque no era habitual que a pesar del frio invernal, en aquellos años, los niños llevásemos pantalón largo; sí de lana o paño grueso, pero solo hasta las rodillas. La “puesta de largo” acostumbraba a ser con la pubertad y en mi caso creo recordar que sucedió un diciembre cuando contaba 13 años.

La primera vez que pude ver la nieve, disfrutarla y sufrirla también fue en una Nochebuena del año 1962. Aún no teníamos televisión en casa y junto con mis padres y hermanos fuimos al Bar de Aurelio que estaba en nuestra calle a escasa distancia de nuestro domicilio. Por el único canal de TV disponible en aquellos tiempos emitían un programa especial que se daba tradicionalmente en la vigilia de Navidad.

Cuando terminó la retransmisión y salimos del Bar de Aurelio empezaba a nevar. A todos, mayores y especialmente a los pequeños, nos ilusionó ver como aquellas calles de nuestro barrio todavía vírgenes de los adoquines que llegarían más tarde se teñían de blanco. No faltaron las risas y las carreras originadas por una espontánea pelea de bolas de nieve y todos fuimos para casa pensando que por la mañana la nieve habría desaparecido. Vivíamos en la costa y la nieve, ni era algo frecuente ni se quedaba demasiado tiempo. De hecho, esa era la primera vez, a mis once años, que podía verla y tocarla físicamente.

Cuando nos levantamos, el día de Navidad era como se suele describir en los cuentos. La nieve, no solo permanecía, sino que lo cubría todo con un espesor de medio metro. Era imposible transitar por las calles y los vecinos se afanaban con sus palas en abrir unos senderos por los que poder llegar a las tiendas del barrio. Tampoco era muy necesario pues estos comercios, que solían abrir los festivos por la mañana, estaban totalmente desabastecidos porque no había ningún tipo de transporte habilitado para circular. Decía anteriormente que había disfrutado por primera vez la nieve y también la había sufrido, algo muy cierto porque de lo bucólico pasamos a la realidad de una única estufa de petróleo cuyo uso se hubo de racionar al no saber cuándo se podría comprar más combustible.

Diciembre y la Nochebuena, siguieron siendo protagonistas de algunas actividades durante mi juventud que recuerdo gratamente. La víspera de Navidad era una noche tradicionalmente hogareña. Familias y en algunos casos los vecinos más allegados se reunían en alegres veladas en las que se cantaba, bailaba y sobre todo se bebía. Con mis amigos, acostumbrábamos a juntarnos después de cenar y hacíamos la ronda por los domicilios de las respectivas familias para que nos invitasen a una copa. En muchas ocasiones aparecíamos en alguna de esas casas cuando la gente ya se había ido a la cama y volvían a levantarse para atendernos. Lo hacían, casi siempre, con la sonrisa en la cara y puede, pienso yo, que reprimiendo las ganas de darnos un escobazo. Nuestra ronda acababa al amanecer en plena montaña, en una Masía Restaurante junto a la cual había un campo de futbol. Dando patadas a un balón tratábamos de eliminar la resaca de una intensa noche de juerga.

Fue también, a finales de un mes de diciembre cuando murió la madre de mi madre, la única abuela que conocí y a la que quería con devoción. Culminaba ese fallecimiento dos meses trágicos en los que, de noviembre hasta ese día, también habían fallecido dos de mis tíos, hermanos de mi padre. Esas pérdidas se superan porque el cariño que yo sentía por esas personas me ayudaron y me ayudan a mantenerlas vivas en el recuerdo, pero, sin duda ninguna, fue una experiencia desoladora. Como decía, todo se supera y hoy todos ellos siguen formando parte de mi vida de otra forma.

Seguimos repasando diciembre, pero ya con sucesos más alegres.

Iban a ser mis primeras Navidades fuera de casa. Paquito, el Dictador, me había premiado con unas vacaciones de 16 meses en Las Islas Canarias sirviendo en su “glorioso ejército”. 

El permiso oficial, al que todos los soldados teníamos derecho, no me tocaba hasta los 11 meses de “mili” lo cual sucedería en febrero del año siguiente. Yo, ya estaba hecho a la idea de que pasaría las Fiestas en Lanzarote, pero la añoranza se apoderó de mi cuando a primeros de diciembre volví a Tenerife donde había desembarcado casi 9 meses antes para hacer el periodo de instrucción en Hoya Fría, el CIR de Reclutas.

En esta ocasión llegaba para hacer un examen buscando ascender a Cabo 1º; nunca le tuve apego a ser soldado pero la vida era mucho más fácil con galones que sin ellos y los conseguí, aunque no por ello me integrase con mayor dedicación a la vida militar. Mi desinterés era tal que acabé la mili sin saber marcar el paso.

Estuvimos unos días en Los Rodeos, muy cerca de La Laguna y en las horas de paseo por esa hermosa ciudad alguna de sus calles, sembrada de plataneros (no de los de comer), y el clima me recordaban mucho al principio de otoño en Mataró. Fueron momentos de intensa melancolía.

Cuando volví a Lanzarote ya estaba más tranquilo y conformado a tomarme la situación como parecía que debía ser. Digo parecía porque, sin esperarlo, me encontré con un “Hada madrina”, la mujer del Teniente Coronel que mandaba el acuartelamiento y un “Mago padrino”, uno de los Comandantes del mismo, que convirtieron aquel diciembre en mágico. Gracias a sus gestiones se me concedió un permiso extraordinario que me permitió, como en aquel famoso anuncio de turrón, volver a casa por Navidad. Fue la segunda vez, en su vida, que mi madre esperó nueve meses para verme pues justo ese tiempo pasó desde que salí de casa hasta que regresé de nuevo.

En mi vida laboral también diciembre ha sido importante. El 9 de diciembre de 2006 se inauguró la Estación de tren de Alta Velocidad de Camp de Tarragona. Se me había ofrecido la oportunidad de ser el primer Supervisor de la misma cosa que acepté encantado. Todo era nuevo y había que ponerlo a punto para que a partir de esa fecha la estación funcionase sin problemas. Fue ilusionante volcar en aquel lugar todo lo que había aprendido en mi trayectoria como ferroviario, adaptándolo a un tiempo distinto y un funcionamiento que poco tenía que ver con el ferrocarril tradicional.

Contaba con una plantilla totalmente nueva que se estrenaba en esas labores. Personas que carecían de experiencia pero que en su conjunto llegaban sin los vicios de los ferroviarios “viejos”, aquellos que yo llamo funcionarios costumbristas, y traían consigo una gran ilusión. Después de pulir un poco ese grupo, desechando lo que podíamos llamar “las malas hierbas” conseguimos ser una “orquesta afinada” con un rendimiento excepcional. Sin ninguna duda el mejor grupo humano que me ha tocado dirigir y en el cual el compañerismo nunca dejó lugar a que nadie olvidase cuál era su cometido y su responsabilidad. Nunca olvidaré esta experiencia, Tampoco a esas personas que lograron hacerme vivir mis últimos años en activo como los mejores de mi vida ferroviaria.

Dejo para el final de este recorrido por diciembre la mayor alegría que me ha proporcionado ese mes en uno de los 69 que he vivido hasta ahora. Mi primera nieta, Irene, vino al mundo un 29 de diciembre y trajo con ella un horizonte lleno de ilusiones como también lo haría dos años más tarde su hermana Paula.

Ser abuelo es uno de los grandes regalos que te puede hacer la vida. Se vive con la misma ilusión que la llegada de un hijo, pero, por decirlo de alguna manera, “con los deberes hechos”. Los hijos son parte de esa vida que estas conformando y como parte activa de la misma traen consigo las obligaciones y preocupaciones de un futuro común en el que prima la responsabilidad de encauzar su porvenir. Coinciden con los años en los que el trabajo propio y sus obligaciones escolares ocupan la mayor parte del tiempo, robando horas al entorno afectivo y de ocio familiar. Con los nietos es totalmente diferente, hay tiempo, menos responsabilidad en su educación y uno puede convertirse en niño en lugar de tratar de hacerlos adultos. Mis nietas son, sin duda, la gran alegría de mi vida.

No sé si este pequeño recorrido por mis diciembres vividos se ajusta a la idea que se tenía sobre escribir a un mes del calendario. En todo caso me ha hecho revivir algunos momentos importantes y fijarme en que, si bien el calendario no organiza nuestra vida sí es testigo fiel de la misma.

Ojalá, éste próximo diciembre que vendrá, recoja el final de este tiempo de zozobra que nos ha tocado vivir, recoja ilusiones nuevas, recoja esperanza y se pueda escribir en él, el final de esta Pandemia y otras enfermedades que nos castigan y también el inicio de un nuevo mundo más fraternal y más humano.

 

Matías Ortega Carmona