martes, 27 de marzo de 2012

NOVELA - EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 4ª ENTREGA


 

Si la mañana había sido pródiga en acontecimientos, los actos previstos para la tarde iban a poner el digno colofón a tan fastuoso día. Estaba programado que a las seis de la tarde, en el estadio anexo a la Plaza Principal, tuviese lugar la elección de la reina Popular de las Fiestas, momento largamente anhelado por todas las muchachas porteñas que aspiraban a esa designación.
Hasta aquel lugar iban llegando riadas de personas que no querían perderse el evento. Desfilando por el centro de las calles, que desembocan en la plaza, las comparsas llenaban de colorido y estruendo las mismas. 
Hombres y mujeres luciendo sus galas de carnaval y contoneándose al ritmo de las orquestas moliendo (tocando) porros, guarachas, ballenatos, salsas, cumbias y merengues. 
Alegría aderezada con aguardiente de Antiquíssima, ron o la popular chicha, bien fría, para elevar el ánimo a lo más alto. Afortunadamente, para controlar a aquellos a los que el alcohol incita a cometer desmanes, la estación (cuartel) de la policía está a una manzana del estadio y siempre hay una dotación preparada para intervenir y restablecer un orden adecuado al espíritu festivo. 
Son días en que se perdona casi todo y muchas parejas aprovechan el anonimato de la multitud para dar rienda a sus deseos de sexo fuera del matrimonio. Las infidelidades en Carnaval o bien no existen o se convierten en pecados veniales.
El estadio es un clamor cuando aparecen las ocho finalistas entre las que elegirá la reina Popular del Carnaval. Lucen, cada una de ellas, diversas variantes del traje regional y a pesar de sus sonrisas no pueden disimular los nervios que las atenazan. El camino ha sido largo, hasta llegar aquí han tenido que mostrar sus aptitudes, bailando y alternando en actos previos como la Rueda de la Cumbia, la Noche del Garabato o la Noche de las Antorchas. Ahora solo cabe esperar el veredicto del Jurado, lágrimas de felicidad para la ganadora y de tristeza o sana envidia en la mayoría de los casos para sus competidoras.

Samuel, desde un palco reservado a autoridades, personalidades e invitados, lo observaba todo con aire distraído. Si las cosas transcurrían según lo previsto, en un par de meses regresaría a España o viajaría hasta otro lugar en el cual su empresa le asignase un nuevo trabajo.
No le atraían en exceso este tipo de manifestaciones festivas pero era una forma de hacer tiempo hasta la hora de acudir al Ayuntamiento. Debía, como representante de su empresa, asistir a una cena a la que acudirían el Gobernador Inocencio Chávez, el Obispo Orestes Gaviría, y las autoridades locales, además de lo más representativo de la alta sociedad de Puerto Colombia. No podía faltar en ese ágape la que en breves momentos iba a ser elegida como la figura más popular del Carnaval, su Reina.

Yanira no podía contener el llanto mientras su antecesora la coronaba, hasta el siguiente carnaval, como la mujer más popular de Puerto Colombia. Recordó, en ese momento, más que nunca, a su madre que la había precedido veinte años atrás en esa ceremonia.
Su padre, Ramiro, que no había sido precisamente quien más ilusión mostró por    verla subida  en aquel escenario, recordaba  ahora en ella a la esposa desaparecida. Se alegraba por su hija, pero sentía como el recuerdo de la mujer que amaba y que la muerte le arrebató de forma tan temprana, le rasgaba el corazón.
La joven estaba deslumbrante, una aparición, o al menos así se lo pareció a Samuel. Llevaba un vestido largo, blanco y añil, adornado en talle, mangas y bajos con llamativos volantes verdes y amarillos. Un ceñido corpiño, mostraba de manera generosa, unos bellos y turgentes  senos que parecían querer escapar del mismo. Sus ojos negros, de mirada profunda, aun humedecidos por las lagrimas, pensó el joven arquitecto, bien podían ser  un mar en el que sumergirse en pos de los más sensuales deseos.
Sin saber porqué le vino a la memoria la imagen de la Virgen, que él había visto por primera vez en la mañana; dos rostros hermosos, ambos con tintes de melancolía y misterio, solo que éste, el de Yanira, era real. Samuel aún no lo sabía, pero  la Virgen y la muchacha iban a estar presentes en su futuro más inmediato.