jueves, 26 de abril de 2012

NOVELA - EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 9ª ENTREGA




 
 
 
 

A principio de enero, Samuel, al abrir la valija procedente de su empresa en España, se encontró con una inesperada convocatoria. Debía ir a Madrid para informar en persona de cómo se iban desarrollando los trabajos del Santuario, de la previsión para terminarlos y analizar otros proyectos que Construcciones de Ultramar tenía previstos en Sudamérica.
La noticia de este viaje no gustó nada a Yanira, que ya se encontraba en su tercer mes de embarazo, y aun menos a Ramiro, que temió que el arquitecto lo aprovechase para no regresar.
Todo lo contrario sucedió en Toledo, donde los padres del arquitecto no cabían en sí de gozo. Teresa hacía planes para la llegada de su hijo y rezaba para que no se volviese a marchar. Nada le había contado Samuel de su vida sentimental pero su silencio y lo prolongado de su ausencia eran detalles suficientes para que una madre, tan unida a su hijo, se afirmase en lo hacía tiempo que sospechaba.

El reencuentro con Toledo y su familia fue mucho más emotivo de lo que Samuel había pensado. En casa, rodeado de atenciones por sus padres, se sentía feliz. Teresa, siempre dispuesta a mimarle como si aun fuese el chiquillo que corría, en pantalón corto, por las estrellas callejuelas de la Judería. Daniel, atento a satisfacer el menor capricho de su hijo, no económico pues el joven disponía de buenos ingresos provenientes de su trabajo, se afanaba en encontrar aquellos libros, material de dibujo o tratados de arquitectura que este no podía hallar en Colombia.
Otra de las cosas que disfrutó el toledano fue del frío de su ciudad. En ésta apenas se superaban los diez grados mientras en Puerto Colombia se rondaban los 30 que con la humedad del ambiente parecían algunos más. Él, criado en el rigor del invierno castellano, siempre soportó mejor las bajas temperaturas que el calor, de ahí que no fuese excesivamente abrigado mientras paseaba por la Plaza Zocodover, lugar ideal para tomar el pulso a la ciudad.
Teresa, veía satisfecha como su hijo disfrutaba de su estancia con ellos y empezó a urdir un plan para que esta fuese lo más larga posible.
El 25 de enero, Samuel cumplía 28 años  y al estar, en esa fecha,  habitualmente fuera de España, hacía algún tiempo que no celebraban en familia su aniversario. Por eso en esta ocasión organizaron una gran fiesta en la que el homenajeado, poco dado a la vida social cuando no estaba en Toledo, se reencontró con familiares y amigos a los que tenía casi olvidados.
Destacaba entre los invitados la presencia de una joven hermosa, de mejillas sonrosadas, larga melena de cabello castaño, de aspecto tímido y porte distinguido que se ruborizó cuando al acercarse a felicitarlo, Samuel, la sorprendió con dos besos en las mejillas. Teresa, que observaba todo lo que hacía su hijo, sonrió satisfecha de aquel encuentro que ella misma había propiciado.
Isabel Serrano Pedraza, era hija de unos amigos de la familia. Su padre, Fernando, ejercía de notario de la Villa y su madre, Lucía, era profesora en el Conservatorio de la ciudad. La joven, además de su belleza física, tenía otras cualidades la hacían candidata a conseguir lo que la sociedad consideraba un buen matrimonio.
Licenciada en Arte e Historia, a sus veintidós años, era de un perfil parecido a Teresa, quien veía con muy buenos ojos que la muchacha pudiese convertirse en su nuera. A la posible suegra, le parecía que Isabel, con su cultura, belleza y desenvoltura, era la mujer ideal en la que su hijo podía apoyarse en la vida y progresar en su carrera.
Samuel no reconoció enseguida aquella doncella que se ruborizaba al sentir sus labios rozándola en sus mejillas. Había visto a Isabel corretear en multitud de ocasiones por su casa o la tienda de sus padres. Sus últimos recuerdos le traían la imagen de una adolescente con trenzas y la cara salpicada de acné, visión que estaba muy lejos de parecerse a la esplendida mujer que ahora estaba frente a él.

En los días siguientes, los dos jóvenes, se vieron con asiduidad y pasearon recorriendo, sobre todo, aquellos rincones que el arquitecto recordaba con mayor nostalgia cuando estaba lejos. Ya no le acompañaba Teresa hasta el Puente de Alcántara, pero eso no causaba ningún disgusto a una madre esperanzada en que, por fin, su hijo caminase por la senda que ella había previsto.
Era durante la noche en la soledad de su lecho cuando el toledano, acordándose de Yanira, se sorprendía al notar que la angustia de la separación era más llevadera conforme pasaban las fechas. No sucedía lo mismo con ella, que iba acumulando lágrimas mientras rezaba porque su amado volviese.

Ignorante de estos hechos y sin pretenderlo, el Obispo Orestes Gaviría, se iba a convertir en aliado de la porteña haciendo efímera la estancia de Samuel en España ya que, por solicitud suya, el arquitecto debía estar en Puerto Colombia antes del l8 de febrero. En esa fecha se cumplía un año de la inauguración del nuevo muelle y de la firma del acuerdo por el que se dio inicio a la construcción del Santuario. Por ese motivo, Su Eminencia, decidió organizar un acto de homenaje a la Virgen. Quería mantener viva la ilusión de los porteños hacia ella y ¿Por qué no? también estimularlos a seguir con sus aportaciones económicas para sufragar los gastos de las obras.
Aunque faltaba mucho para que los trabajos finalizasen, el evento tendría lugar en la Plaza del Santuario hasta donde  la imagen, procedente  del Monte Carmelo, sería traída a hombros de los fieles, en una procesión en la que también participarían las autoridades. Una vez la comitiva estuviese en la plaza se celebraría una misa solemne oficiada por el Obispo, ayudado por los sacerdotes de la diócesis.
En el año transcurrido desde que la Virgen ocupó la capilla en la gruta   de la montaña el fervor por ella había ido en aumento, siendo multitud los porteños y forasteros que habían convertido aquel sitio en lugar de peregrinación. Esto, había hecho pensar al Obispo Orestes en la conveniencia de mantener vivo el culto en aquella capilla una vez la imagen de la Virgen fuese trasladada al Santuario. A tal fin, realizó el encargo de una talla, de menor tamaño, en los talleres de imaginería religiosa de  Envigado, municipio cercano a Medellín.