No hay virgen, santo, iglesia, ermita o incluso alguna fuente, en Galicia, que no tenga su leyenda. Esas leyendas son en parte el origen de multitud de romerías que se celebran por todos los rincones gallegos. Esta es mi versión de una de ellas, la Romería de La Santa Cruz de Aranga.
Valle de Aranga |
Romería
de La Santa Cruz de Aranga
Sábado 3 de mayo, es la
segunda vez que acudo a esta romería y en esta ocasión, a pesar de mi poca fe, lo
hago con el espíritu más expectante y participando de los actos religiosos que
allí se celebran.
Recuerdo mi primera
visita, hace algunos años, en la que lo ignoraba todo sobre el lugar y lo que
en el mismo acontecía. Acudí invitado por unos parientes que son habituales
seguidores de esta celebración. El viaje, por una carretera estrecha, con el
asfalto en mal estado y un sinfín de curvas, se me hizo muy largo a pesar de
que los kilómetros recorridos no fuesen demasiados. Pensaba durante el trayecto
que, si bien todo lo que no se conoce merece algo de esfuerzo por descubrirlo,
en este caso con ir una vez sería suficiente.
Una vez llegados a nuestro destino y ya fuera
del automóvil el paisaje me impactó. Aranga es uno de los concellos más
extensos, en territorio, de la provincia de A Coruña y curiosamente su
Ayuntamiento está ubicado en un reducido núcleo urbano que conforman La Casa
Consistorial, delante de la cual hay una placita a la que se asoman una taberna y cuatro o
cinco edificaciones más. Un monolito dedicado al insigne maestro Mosquera, que impartió sus
enseñanzas en este territorio y una coqueta fuente a la que saluda un árbol de
camelias, completan el conjunto.
Todo ello está situado a la orilla del Rio
Mandeo, corriente de aguas cristalinas que fluyen sin prisa en su camino a
Betanzos.
Allí, en la ciudad de
los caballeros, el Mandeo recibirá a otro río menos caudaloso, el Mendo, y
ambos se entregarán al mar para formar una hermosa ría.
Saliendo de la plaza
subimos por una estrecha carretera que lleva al lugar de Pereira; después de
dejar atrás un par de casas rodeadas de huerta y el edificio de la casa de
cultura, llegamos a la Iglesia de San
Paio.
Lo que en otro
tiempo debió ser un bello recinto religioso presenta en la actualidad un
aspecto bastante ruinoso. Se conservan en relativo buen estado la iglesia y el
cementerio (algo común en Galicia) que la rodea. Una fuente de piedra no
demasiado cuidada vierte agua por su único caño y un Cruceiro, sin grandes
méritos arquitectónicos, se eleva, como los eucaliptos vecinos, hacia el cielo
en busca del sol. El edificio que antiguamente sirvió de alojamiento a los
clérigos está prácticamente sin tejado y
amenaza con derrumbarse de un momento a otro.
En la Iglesia, las
misas se repiten de hora en hora para poder atender a todos los feligreses que
hasta ella se acercan. Una vez acabado el oficio religioso, mientras el cura
que ha oficiado la misa ofrece a los creyentes la cruz para que estos la besen,
empieza la hora de las ofrendas. Son muchas las personas que depositan cirios
encendidos a los pies del camerino de la Santa Cruz, agradeciendo o pidiendo un
milagro o una curación que están por venir
o que bien ya se han producido.
Puestos de venta
ambulante, con las tradicionales rosquillas presentes en cualquier festejo que
se celebre en estas tierras, están situados en la plaza y a lo largo del camino
que lleva a la iglesia. Fue en uno de ellos donde escuché la historia de
Maruxa, una campesina de una de las aldeas del Concello que, hace mucho, mucho
tiempo, a punto estuvo de morir de melancolía viendo cómo la tierra le negaba
su fruto.
Maruxa, una aldeana
viuda con tres hijos, trabajaba la tierra heredada de sus antepasados y veía
desesperada como todo su esfuerzo era en vano. Año tras año, cuando la cosecha
empezaba a despuntar, llegaba una plaga que la arrasaba. En los campos vecinos
el maíz crecía mientras que en los suyos las plantas apenas asomaban
languidecían.
La mujer no sabía qué
hacer ni a quién acudir y un día oyó hablar de que en la Iglesia de San Paio en Aranga, los creyentes, cada 3
de mayo, acudían a venerar a la Santísima Cruz. Pensó que nada perdía en ir a
orar ante aquella reliquia y que si la Cruz que vio morir a Jesús también lo vio resucitar, porque a
ella no iba a cuando menos a reconfortarla.
Maruxa caminó
durante muchas horas por tortuosos caminos, pero cerca ya de su destino se
sintió tan cansada que tuvo que tumbarse a descansar en la orilla del sendero.
Pensando en sus campos yermos lloró
desconsolada durante largo tiempo hasta que la fatiga la rindió y quedó
dormida. Cuando despertó observó sorprendida que allí, en el lugar donde sus
lágrimas cayeron, manaba el agua como si en él siempre hubiese habido un
manantial. Bebió de aquella agua y siguió andando. En el resto del trayecto,
hasta llegar a la iglesia, sintió que sus pies más que andar volaban y, con
cada paso que daba, mermaba su pena y la paz y el sosiego se adueñaban de su
corazón.
La Iglesia de San
Paio estaba llena cuando llegó; para
poder sentarse tuvo que subir hasta la primera planta, donde un grupo de
sacerdotes entonaban cánticos que acompañaban al servicio religioso. Siguió con
atención la misa y acabada la misma se sumó a los muchos fieles que esperaban
para besar la Cruz; mientras lo hacía tuvo una visión; una nube cogía agua del
manantial, nacido en el lugar donde ella derramó sus lágrimas, y la dejaba caer
sobre sus áridos campos.
Antes de abandonar el
templo depositó una vela encendida bajo el camerino de la Cruz; después, en uno
de los puestos situados en la pequeña plaza junto al río, compró las rosquillas
que sabía harían las delicias de sus hijos cuando llegase a su casa. Debía de
andar varias horas, antes de verse de nuevo en su hogar, pero la experiencia
vivida y el deseo de encontrarse con sus hijos hicieron el viaje más llevadero.
Superó con decisión las empinadas cuestas que encontró en su camino y antes de
lo que había pensado estaba abrazando a sus pequeños.
Maruxa se sorprendió al ver sus campos mojados, pues
en los últimos días no había llovido en aquellos contornos. Recordó la visión
que tuvo al besar la Cruz y pensó que quizás sus plegarias habían sido
escuchadas. Al día siguiente se puso manos a la obra y esparció la simiente de
maíz por toda su tierra. Transcurridos tres meses las plantas habían
sobrepasado a la mujer en altura y todas ellas estaban cargadas de preciosas
panochas que prometían grano en abundancia.
Nunca más los campos
de Maruxa estuvieron baldíos y cada año, el tres de mayo, la mujer acudió a la
Iglesia de San Paio para agradecer aquel
milagro.
Las leyendas, leyendas
son. Puedes, como se dice en Galicia con las meigas, creer o no creer en ellas
pero haberlas hailas y los milagros seguramente también alguna vez suceden y haberlos
hailos.
Matías Ortega
Carmona.
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