viernes, 12 de octubre de 2012

LIBRO DE VIAJE POR LOS RECUERDOS 10ª ENTREGA DE MIS PAISAJES


Carnoedo
De Carnoedo a la Coruña se puede ir por carreteras interiores o bordeando la costa. A mi, siempre que puedo ir sin prisas, me gusta no separarme del mar. El primer tramo de carretera atraviesa unos montes en el término de Veige y tiene acceso a varias calas en las que se puede disfrutar del mar en un privilegiado entorno.

Veige
Enseguida, pasado Veige, llegamos a Lorbé. Con el nombre de está aldea se comercializan todos los mejillones que se crían en las bateas de esa parte de la ría; desde el mismo Lorbé hasta las cercanías de Fontán. Éste apetitoso molusco se puede consumir preparado de   diversas maneras en alguno de los restaurantes de la localidad. A mi me gusta hacerlos en casa y darles mi toque personal.




Mera saluda al mar con sus dos faros, construcciones sin ningún encanto, hechas para llevar a cabo la labor encomendada sin ninguna otra pretensión. Aun así, conviene llegarse hasta ellos y disfrutar del paisaje.

Vistas desde uno de los Faros de Mera con los toxos en primer plano




La zona que rodea a los faros tiene pequeños acantilados donde rompen las olas. Al final de la primavera y principio del verano las flores de los toxos (Los toxos son unos arbustos muy abundantes en Galicia. Su flor es utilizada para fabricar un licor de alta graduación y el tallo servía de lecho a los animales y descompuesto se usaba como abono en las tierras de labor), en todo su esplendor, tiñen aquellos campos de un amarillo intenso; si además tenemos la suerte de disfrutar de uno de esos días claros, en que el cielo está limpio de nubes y presta su azul a ese mar en que pasean los veleros, estaremos contemplando un cuadro que bien podrían haber pintado, pincel a pincel, Sorolla y Van Gog.
Casi tocando al mar, aproximadamente a unos cien metros del mismo, existe una laguna que no siempre tuvo la atención que merecía. Afortunadamente tampoco nadie opto, como ha ocurrido en otros lugares, por desecarla. Actualmente, adecentado su entorno, se ha convertido en una zona de ocio para los lugareños o los muchos foráneos que visitan Mera.

Majestuosos cisnes y algunos patos comparten el espacio para regocijo de grandes y pequeños.

Lagoa de Mera
Visité Mera en mi primer viaje a Galicia. Se celebraba la verbena de Santa Ana, la patrona, y la orquesta tocaba al lado de la capilla, junto al mar. No había pista de baile, como ahora, y se bailaba en el prado. Embelesado como estaba, con todo lo que iba descubriendo sobre aquel maravilloso país, aquella fiesta es uno de mis recuerdos favoritos.
Después de Mera, siguiendo la carretera de la costa, llegamos a Santa Cruz. Otro rincón lleno de encanto con su castillo construido en un islote a pocos metros de la costa. En él, según me han contado (confieso que no lo he verificado porque me parece bien la idea de que así fuese), vivió la insigne escritora gallega Doña Emilia Pardo  Bazán.

Castillo de Santa Cruz
El acceso a este castillo se realizaba, tradicionalmente en barca aunque, cuando la marea está en su punto más bajo, se puede llegar hasta él a pie. No hace mucho tiempo se construyó un puente que permite ir hasta el castillo sean cuales sean las condiciones de la mar. Se han eliminado, de paso, esas barreras naturales que impedían el acceso a personas con discapacidad.
Desde los jardines y murallas de esta fortaleza la vista de la ría es esplendida; proporciona toda la belleza y calma que un escritor puede necesitar para plasmar en los libros las más sugerentes historias. Quizás fuese, éste, el caso de Doña Emilia.
Dejando atrás Santa Cruz, bordeamos la extensa playa de Bastiagueiro. A ella acuden en masa los coruñeses para combatir los rigores veraniegos, bañándose en unas aguas que en algunos casos, por el oleaje y las corrientes, suelen resultar traicioneras para nadadores poco avezados.
Antes de enfilar el puente del Pasaje y entrar en La Coruña queda a la derecha Santa Cristina, una de las zonas de ocio del fin de semana coruñés. Su playa (foto que encabeza estas páginas dedicadas a Galicia), sembrada de pinos, más o menos extensa según el capricho de la marea, es una delicia para disfrutar del baño. Ya sea paseando o contemplada desde el tren o el automóvil esta imagen es un regalo para los ojos de quien la mira.


Santa Cristina  
La Coruña, esa ciudad donde según su lema nadie es forastero, se ofrece al visitante llena de atractivos, pero no voy a hacer una descripción minuciosa de la misma. Eso se puede encontrar en cualquiera de las guías editadas con ese fin. Me limitaré por tanto a repasar alguno de los lugares que tienen más significado para mí.
El acceso, por las Avenidas del Pasaje y la del Ejército, nos lleva hasta el puerto de la ciudad. Barcos de todo tipo dan vida a este recinto, en el que podemos encontrar, desde la flota pesquera que faena en el Gran Sol cerca de las costas de Irlanda y la Gran Bretaña, a grandes buques de la marina mercante o los cruceros que llevan pasajeros de un lugar a otro del mundo. Los muelles de las embarcaciones recreativas y deportivas se sitúan a continuación.

Veleros en el Puerto de A Coruña
He paseado en muchas ocasiones por ese puerto pero si tengo que quedarme con unas imágenes, como referencia, lo haría con las de la descarga de los barcos pesqueros y la posterior subasta. Es un espectáculo ver la gran diversidad de pescados que salen de sus bodegas; los hay de todos los tamaños y aspectos, especies que yo no conocía pero que las personas que pujan en la subasta acaban llevándose a los mercados y restaurantes de la ciudad. Curiosa manera de comprar y vender que solo entienden los implicados en el negocio.
Paralelos al puerto, están ubicados los jardines de Méndez Núñez. Cualquier época del año es buena para pasear por ellos, pero es con el calor veraniego cuando más se agradece el frescor y la sombra de esa grande y variada arboleda.

Dña Emilia Pardo Bazán
También, en ese lugar, tiene un espacio Doña Emilia Pardo de Bazán con una estatua que le rinde merecido homenaje.
Siguiendo los jardines se llega a la Dársena de La Marina. A la izquierda las típicas balconadas acristaladas y a la derecha el principio del Paseo Marítimo, uno de los legados de Paco Vázquez, posiblemente el alcalde que más ha cambiado la fisonomía de la ciudad durante su mandato. Cambios que, mejorando sustancialmente lo que había, han sabido mantener viva la esencia de La Coruña.

Bahía de San Amaro
Estos cambios de los que hablaba se reflejan en toda su magnitud en zonas como San Amaro, en los aledaños de La Torre de Hércules, y en los terrenos que circundan el viejo faro romano.
Recuerdo mi primera visita a la Torre en el año 1975 y la diferencia, de entonces a ahora, es abismal. Su aspecto exterior parece otro, aunque sólo se le hayan hecho ligeros retoques, pero lo que realmente le da una nueva imagen es el campo que la rodea.

Desde el faro hasta San Amaro, en lo que era una zona totalmente degradada, se ha creado el parque de las esculturas que vienen a ser un testimonio de épocas pasadas.
En lo que amenazaba con convertirse en un basurero se han puesto bancos y limpiado y acondicionado el terreno. Ese entorno invita al paseo o a sentarse para contemplar las hermosas vistas. Por un lado el océano, por otro la Ría de La Coruña, más allá, en la boca de la Ría de Betánzos, La Marola (ese islote del que se dice que quien pasó La Marola pasó la mar toda), algo más lejos la entrada a la Ría de Ferrol. En fin, un paisaje que incita a soñar a los más despiertos y al que he dedicado una de mis poesías que transcribo a continuación:

Torre de Hercules

Torre de Hércules
viejo faro romano,
tumba de Gerión,
vigía frente al océano.
La rodean verdes prados
con margaritas y amapolas,
junto a ella, en los acantilados,     
llegan y rompen las olas.
Los barcos que van a puerto
saludan al pasar,
vienen de mar abierto,
cansados de navegar.
Las gaviotas desde el cielo
bajan hasta el mar,
incesantes en su vuelo
cansinas en su piar.
Niños que corretean
gritando con alegría,
gentes que sestean,
en los bancos, frente a la ría.
Jóvenes que se besan
con ardor inusitado.
Dos ancianas que los miran
diciendo si eso no será pecado.
Repartidas por los prados,
imágenes de piedra,
recuerdan el pasado
rememorando antiguas guerras.
Paisajes de primavera

de una ciudad que quiero,
A Coruña marinera,
donde nadie es forastero.

Castillo de San Antón
Atrás se nos ha quedado el Castillo de San Antón. Esta fortaleza fue construida para defender la entrada de la ciudad de los ataques ingleses. Con el tiempo se ha utilizado también de prisión y actualmente es la sede del Museo Arqueológico.
Es recomendable una visita a este castillo, para ver las piezas que alberga como museo, pero sobre todo para embelesarse con el paisaje. Desde sus almenas obtendremos una panorámica inigualable del puerto y las galerías de lo quellaman la Ciudad de Cristal, más a la derecha está el mirador del Jardín de San Carlos y por el otro lado alcanzaremos a ver Mera y sus faros que, junto con la Torre de Hércules, velan por la seguridad de las embarcaciones que surcan aquellas aguas.

Jardín de San Carlos
He hablado del Jardín de San Carlos y éste bien merece otra visita. En el centro del mismo se halla el sarcófago que contiene los restos del almirante inglés Sir Jon Moore, muerto tras ser herido por los franceses en la batalla de Elviña, durante la Guerra de la Independencia. En un extremo se encuentra un palacio que alberga el Museo de Historia de La Coruña. La tranquilidad que se respira en este rincón es un bálsamo para los espíritus acelerados. Ya sosegados podremos seguir explorando la ciudad.
Lo que llaman la ciudad vieja es un entramado de calles estrechas y plazas recogidas, llenas de encanto. Mi primer paseo por ellas fue, como a mí me gusta, en un día normal sin el agobio y bullicio propio de las fiestas. Disfrutar con calma del callejeo, contemplando esas hermosas fachadas de piedra, pequeñas joyas como las iglesias de Santa María y de Santiago, hacer un alto en la Plazuela de las Bárbaras donde está el convento de la santa que le da nombre, vivir ese paisaje, es algo que no tiene precio.

Plaza de María Pita y Palacio Municipal
Irse de La Coruña sin visitar La Plaza de María Pita y el Palacio Municipal es un error imperdonable.
Conviene rendir un pequeño homenaje, aunque sea desde el recuerdo, a la heroína de la ciudad. Valiente mujer, pescadera de profesión, que guió a los coruñeses en la defensa de la ciudad contra los ingleses.
Una vez presentados nuestros respetos a tan emblemática dama visitaremos el Ayuntamiento. Este edificio, una joya en sí mismo, alberga una importante colección de relojes. El mobiliario en general y el del despacho del alcalde, en particular, nos trasladan a un tiempo en que cualquier trabajo era un arte y el artesano dejaba su impronta en lo que hacía. Pero es el Salón de Plenos lo que deja boquiabierto al visitante; si los políticos alcanzasen, en sus debates, el nivel de los artesanos que allí trabajaron, serían capaces de aportar soluciones a la mayoría de los problemas que padecen los ciudadanos.
No es, sólo, lo que he relatado hasta ahora lo que hace grande a una ciudad como La Coruña y lo que despierta mi amor por ella. Las playas del Orzán, Riazor, el Parque de Santa Margarita, sus museos, la Calle Real, el Parque de Bens, etc. son otros lugares llenos de interés que harán las delicias de cualquiera.

He procurado describir los lugares que más sensaciones me despiertan guardando para el final el Parque de San Pedro de Visma.

Puesta de sol en el Parque de San Pedro
Unas antiguas baterías de costa que se han transformado en un precioso lugar de ocio. Los enormes cañones, con sus bocas selladas, son ahora cañones para la paz, una paz que se siente de manera profunda al contemplar desde ese monte una puesta de sol. Emociona contemplar, en silencio, como el astro rey se sumerge, lenta pero inexorablemente, en las aguas del océano.

Betanzos, es uno de los lugares de Galicia en los que no me importaría vivir. De hecho estuve a punto de hacerlo; pedí en primer lugar esa residencia cuando ascendí a Jefe de Estación. Luego, por tejemanejes del concurso de ascenso, me diesen la plaza en Montmeló, provincia de Barcelona.
Siempre me ha gustado esa ciudad, habitualmente tranquila, cuya paz se altera de forma puntual los días 1 y 16 que es cuando se celebra el mercado. Esos días acuden gentes de toda la comarca, unos a vender, otros a comprar y muchos atraídos por la curiosidad que generan ese tipo de eventos.

Iglesia de Sta María del Azogue
Barcas preparadas para la Fiesta de Os Caneiros

Yo la definía como la ciudad de las iglesias, hay muchas para  el tamaño de la población, y algunas muy bonitas. En la construcción de todas ellas predomina la piedra, cosa habitual en Galicia. La de Santa María con su placita y cruceiro y la de San Francisco en la que se encuentra el sepulcro del conde Fernando Pérez de Andrade son mis favoritas.
Pero la antigua Brigantium es algo más que iglesias, es una ciudad en la que se concentra todo el comercio de la zona y a la que acudíamos con regularidad, a realizar compras, en mis primeras visitas a Galicia. Es también bella; dos ríos, el Mendo y el Mandeo, vierten en ella sus aguas dando origen a la Ría de Betánzos. Aguas arriba de este último se celebran las famosas fiestas de los Caneiros en las que barcas, engalanadas de flores y guirnaldas, repletas de gente, remontan el río para celebrar una curiosa romería.
Famoso es el Globo de Betánzos. En las Fiestas Patronales de San Roque se suelta cada año un globo de papel, dicen que el mayor que se fabrica en el mundo, que viaja por el cielo de la noche gallega hasta donde el viento quiere empujarlo. En alguna ocasión, cuentan, que ha llegado hasta Portugal.

Globo de Betanzos
Otro de los atractivos de la localidad es El Parque del Pasatiempo que debe su construcción a los hermanos García Naveira, nativos de la villa y sus principales benefactores. En el mismo se recrean lugares de todos los continentes que los dos hermanos tuvieron oportunidad de conocer en sus viajes.

León en el Parque del Pasatiempo
Durante décadas, ese recinto, estuvo sumido en el ostracismo hasta que el consistorio decidió rehabilitarlo. En la actualidad, aunque siguen los trabajos de restauración, está abierto de forma regular a los visitantes.
Santiago de Compostela, capital espiritual de Galicia lo es también, política y administrativa, desde la llegada de la Autonomía.
La ciudad del Apóstol recibe diariamente la visita de peregrinos de todo el mundo. En algunas fechas, como en la festividad del Patrón o cuando se celebra el Año Santo, llegan de forma tan masiva que se hace imposible caminar con tranquilidad por sus calles. Nunca me han gustado las aglomeraciones y por eso, una vez visto ese ambiente, mis visitas se producen fuera de esos días tan señalados.

Vista de La Catedral desde los jardines de La Alameda
 Alguien me decía que lo que más le había sorprendido de Galicia es que, en un día, se pueden vivir las cuatro estaciones del año. La verdad es que son muchos los días en que el clima se manifiesta de esa forma y si así lo hace, mientras visitamos Santiago de Compostela, tendremos en una sola jornada la oportunidad de vivir la ciudad en toda su esencia. Porque lejos de la fama que le dan los más agoreros no siempre llueve y en julio o agosto aguantar el sol implacable, en la Plaza del Obradoiro o haciendo cola para entrar por la Puerta Santa, es toda una heroicidad.
Me gusta Santiago y a fuerza de ir muchas veces me siento allí como en casa. Disfruto paseando por la zona monumental, viendo escaparates o engullendo un trozo de empanada. No siempre visito al Santo pero él, estoy seguro, sabe que ando cerca y me lo agradece igual. Además, así le dejo tiempo para atender a los que no son tan habituales.
Al igual que con otros lugares, no voy a describir aquí los monumentos de esa entrañable ciudad. Pero si quiero hablar, desde la emoción que a mí me producen, de algunos rincones que recomiendo visitar:
Por supuesto la Catedral; disfrutar en silencio y sin agobios de la belleza del Pórtico de la Gloria; visitar al Santo, sin  prisas, y contarle, sin que nadie lo sepa, alguna de nuestras cuitas son cosas que conviene hacer.

Callejear por los alrededores, disfrutando de cada plaza y plazuela. Extasiarnos con la grandiosidad de la Plaza del Obradoiro y los edificios que se asoman a ella: Catedral, Palacio de Raxoi, Hostal de los Reyes Católicos, Pazo de Xelmirez; muy cerca, en la Plaza de la Inmaculada el Convento de San Martiño y al principio de la Rúa del Franco el Palacio de Fonseca. Siguiendo por esa calle llegaremos al Parque de La Alameda, un remanso de paz para solaz de cuerpo y mente. Desde ese lugar hay unas vistas de la Catedral que hacen las delicias de cualquier buen aficionado a la fotografía.

Vista del Hostal de los Reyes Católicos desde la escalinata de la Catedral.
Un recuerdo imborrable que tengo de la capital gallega fue una visita nocturna en la vigilia del Apóstol. Recién estrenada la Autonomía pude escuchar, por primera vez en mi caso, como los miles y miles de gallegos que abarrotaban la Plaza del Obradoiro entonaban con entusiasmo el Himno Gallego. En una tierra donde el franquismo había menospreciado, de forma sistemática, sus signos de identidad esa manifestación de fervor galaico despertaba lo más profundo de los sentimientos. 

Ría de Ferrol con la ciudad al fondo
Si vistamos Galicia con tiempo suficiente podremos llegarnos a otros lugares de su geografía que no nos dejaran indiferentes:
Ferrol, ciudad marinera donde las haya, con los castillos de La Palma y San Felipe custodiando la entrada a su puerto.
Muy cerca Doniños, lago, playa y dunas.
Siguiendo la escarpada costa otra laguna, la de Valdoviño, y preciosas rías como la de Cedeira, Ortigueira, Viveiro y, hasta llegar a Ribadeo, el maravilloso paisaje de la Mariña lucense con un grandioso colofón como La Playa de las Catedrales.
Desde Caión a Muros nos espera la llamada Costa de la Muerte, trágica y hermosa, con poblaciones como Laxe o Camariñas (famosa por sus encajes). También están en este itinerario el Faro de Fisterra, durante mucho tiempo el fin del mundo conocido como su nombre indica, y lugares de peregrinación como el Santuario de la Virgen de la Barca en la localidad de Muxía.


Santuario de A Virxe da Barca
A partir de Noya la costa se suaviza dando origen a las denominadas Rias Bajas. Clima más benigno y paisajes de inconmensurable belleza. 

Playa de Samil en Vigo
Vigo con la playa de Samil, Parque de Castrelos y la Virgen de la Guía.
Pontevedra, con el Museo, su Casco Antiguo y su Virgen Peregrina.

Lugo, con sus Murallas, el Parque de Rosalía y el Miño que pasa acariciando la ciudad.

Lugo, Muralla y Catedral
Orense, con su Puente Romano, la Catedral y las fuentes termales de Las Burgas.
Eso y mil rincones más. Podría seguir llenando páginas y más páginas, hablando de Galicia, pero eso sería salirme de las pautas que me marqué cuando empecé a escribir este libro.

Me ciño por ello a lo que me es más cercano, física y emocionalmente. Galicia, en su conjunto, es el más hermoso de los paisajes y poder vivirlo, la más bella de las emociones: 

GALICIA

Se acelera mí corazón,
te siento como una caricia
rebosante de ilusión,
me acerco a ti: Galicia.
Esa tierra tan bella,
con sus montes, valles y rías;
es como una doncella,
es toda ella, poesía.
A Coruña: Plaza de María Pita;
Torre de Hércules, faro marinero.
Aunque estés de visita,
en esa ciudad, nunca serás forastero.
Dársena de la Marina,
Ciudad de Cristal,
más allá, Santa Cristina;
Jardines de Méndez Núñez y la calle Real.
Un recuerdo a lo más cercano,
Lorbé, Oleiros y Mera.
Aunque quedan más a mano,
Carnoedo y La Pedreira.
Cantan los de Milladoiro
a Santiago y a su Catedral,
en la Plaza del Obradoiro,
conjunto monumental.
En Lugo y sus murallas,
ciudad que el Miño baña,
pelearon en mil batallas
celtas, romanos y “María Castaña”.
Pontevedra en otra esquina
nos llama la atención.
Allí a La Virgen Peregrina
la quieren con devoción.
En Vigo está Samíl y su playa.
y para ver la esplendida Ría
nada mejor que subir la atalaya
que nos brinda la Virgen de Guía.
Orense y su Puente Romano,
La Catedral y sus arrabales
y, muy cerca, muy a mano,
Las Burgas, fuentes termales.
Galicia, campesina y marinera,
a tus pueblos y a tus gentes,
por muy lejos que estuviera
siempre los tendría presentes.

Nota:
María la Castañeira, fue una heroína lucense que se
enfrentó al poder eclesiástico en el siglo XIV. El
pueblo ha conservado su memoria haciendo habitual

la frase: “En los tiempos de Mari Castaña…”

lunes, 24 de septiembre de 2012

LIBRO DE VIAJE POR LOS RECUERDOS 9ª ENTREGA DE MIS PAISAJES



Desde Barcelona a La Coruña habíamos empleado algo más de veintiséis horas de viaje. He de decir, no obstante, que cualquier penalidad derivada de las pocas comodidades que ofrecía el tren me parecía una nimiedad ante el júbilo de encontrarme allí. 

Estación de A Coruña
Bajamos del tren cansados por el largo viaje. En la estación nos esperaban mis cuñados para llevarnos hasta Carnoedo, la aldea donde vivía la familia de Elena. El recorrido, esta vez en coche por una estrecha carretera local, no hizo más que acrecentar mi admiración por aquella región que empezaba a descubrir.
Carnoedo es una aldea de unos 800 habitantes. Tiene un centro urbano donde se agrupan la mayoría de las casas y otros núcleos, menos poblados, con casas rodeadas de terreno dedicado a fines agrícolas.
La confirmación de que realmente, entre Galicia y yo, se iniciaba un idilio sin final vendría con la llegada a La Pedreira, la zona de Carnoedo donde nació mi esposa.

Iglesia de San Andrés de Carnoedo
Una imagen, dicen, vale más que mil palabras y eso es lo que sentí yo cuando, después de bajar por una pronunciada pendiente, puede
contemplar el maravilloso paisaje de la Ría de Betánzos.
A la derecha apareció una pequeña iglesia a la que hace grande y bella el entorno que la cobija.
Muy cerca de esta capilla, en la parte trasera, como suele ser habitual en los pueblos y aldeas gallegas, el cementerio y de fondo el mar, el mar y…la otra orilla. El éxtasis, ante la mezcla de luz, color y aromas, de que hablaba en páginas anteriores.  

Ría de Betanzos, al fondo la entrada de la Ría de Ares
La casa familiar donde vivía Consuelo, la tía soltera que había criado a Elena y su hermana Berta, cuando las dos niñas quedaron huérfanas, me recordó escenas de mi niñez en Cehegín.
Es una vivienda que tiene más de cien años y, aquella primera vez que estuve en ella, ofrecía pocas comodidades.
Disponía de luz eléctrica pero no de agua corriente. Un pozo artesano, hoy más ornamental que útil, proporcionaba el agua necesaria para la casa y para dar de beber a los animales. Como no había motor, la extracción del agua se hacía mediante una polea y un cubo. Aunque hubiese que utilizar la palangana para echarse el agua por encima, había cuarto de aseo, algo inusual en las casas de La Pedreira cuando el abuelo de Elena lo hizo. Tenía una pequeña bañera de asiento y un inodoro que desaguaban en el pozo negro situado en la huerta.

En la parte delantera de la casa estaban las cuadras; una vaca, y un cerdo eran sus ocupantes. En el patio trasero en unos cobertizos han estado, hasta hace muy poco, el gallinero y la cuadra de la burra. Un perro, pequeño y flaco, al que Consuelo prestaba poca atención era el último inquilino de aquella casa. Con Elena y conmigo empezó a comer como no lo había hecho nunca y no nos dejaba ni a sol ni asombra. En mi siguiente visita, este animal había desaparecido, sin que nunca llegásemos a enterarnos que había sido de él.
El suelo, alrededor de la vivienda, era de tierra y guijarros algo poco práctico pues, con lo que llueve por allí, suponía un peligro para personas y animales. Una parra rodeaba parte de la casa; según me cuentan alguna vez habían hecho vino con su uva pero, a cambio de ello, en las habitaciones situadas en el piso superior, entraban unas arañas de un tamaño nada corriente.


Con los años hemos ido reformando esa vivienda y hoy, por los cambios realizados tanto en el interior como en el exterior, se parece poco a la que fue ayer. Ha cambiado su aspecto y además es más práctica y confortable. Con las obras pudimos reformar el acceso desde la planta baja a la superior que se hacía por una infame escalera, la cual por su poca inclinación y la altura de sus peldaños producía vértigo con solo mirarla, no digamos ya la dificultad de subir y bajar sobre todo para niños y mayores.
Otra modificación importante fue la construcción de mi estudio, con una gran superficie acristalada con vistas a la Ría. En ese lugar paso muchos momentos escribiendo, leyendo o simplemente disfrutando del hermoso paisaje.
Me he extendido un poco en la descripción de esta casa porque es muy probable que, ése, sea el lugar en que pase mis últimos días. Los cambios, a los que la hemos sometido no han borrado los recuerdos acumulados en su larga vida. Eso  mantiene vivas las sensaciones que experimenté la primera vez que entré en ella. Sus ventanas están en el mismo lugar desde el que pude ver mi primer anochecer sobre la ría. Desde entonces, cuando estoy en Galicia, mantengo esa costumbre de echar una última mirada a las luces de la “otra banda” antes de acostarme.

Cala de Lourido
Lourido; es una pequeña cala a la que, hace años, solo acudían los vecinos de La Pedreira, algunos habitantes de la aldea y los pescadores que tenían allí ancladas sus barcas.
Con el tiempo y la curiosidad humana, que lleva a la gente a buscar los rincones más recónditos, este lugar recibe más visitas de foráneos que de residentes. Afortunadamente eso sucede en los tres meses de verano y después Lourido y el resto de calas: Armenteiro, Los Lobos, Arnela, etc. recuperan la calma que les es propia.
Lourido era, se puede afirmar que aun lo es, una cala de una belleza primitiva. Aguas nítidas y frías en las que se refleja, cuando el sol luce en todo su esplendor, el azul intenso del cielo; o las aguas se vuelven grises, del mismo color de las nubes, cuando el cielo está encapotado.
Si la marea está baja queda una playa de arena blanca y fina en la que tenderse a tomar el sol. Cuando sube la marea desaparece la playa y entonces hay que aposentarse en las rocas que sirven, también, de improvisados trampolines para zambullirse en el agua.
Los árboles llegan hasta el mar (lastima que en Lourido casi todos sean eucaliptos) y podemos disfrutar de la hermosura del paisaje que se divisa a la otra orilla de la ria. 




Miño y su playa grande, con un islote donde en un tiempo se incineró a los muertos; verdes campos sembrados de maíz y patatas; los montes cercanos a Pontedeume y la torre del castillo de los Andrade, dominando todo el paraje y sugiriendo una visita a las Fragas del Eume o al monasterio cisterciense de Caveiro; la entrada a la Ría de Pontedeume y a la Ría de Ares, Cabanas y un poco más lejos, sobresaliendo entre las ondulaciones del terreno, las grúas del puerto de la ciudad de Ferrol. Magnifico paisaje que me cautivó cuando lo conocí y al que sigo siendo fiel.

Sada, monumento a la emigración
Sada, que da nombre al Concello es el lugar donde está la  alcaldía. A su término municipal pertenecen Carnoedo, Osedo, el barrio de pescadores de Fontán, Mondego y otros pequeños núcleos urbanos que hacen grande al municipio y casi nunca recogen los mismos beneficios que la ciudad.
El Pazo de Meirás, en la aldea que le da nombre, también del Concello de Sada, fue durante la Dictadura el lugar donde veraneaba el entonces Jefe de Estado. Ni su condición de gallego, ni el ser durante una parte del año residente en aquella zona supuso ningún beneficio para la misma. Si se aprovecharían, de su afección a este personaje y a su Régimen, otras personas que, con el advenimiento de la democracia, optaron por la política. Eso les permitió participar de la especulación urbanística y amasar considerables fortunas. 
No puede decirse que Sada y su entorno no hayan mejorado desde mi primera visita. La también llamada Perla de las Mariñas, dispone de unas instalaciones portuarias de primer orden, dedicadas en su mayor parte a las embarcaciones de recreo.

Puerto de Fontán
Terrenos arrebatados al mar, se han equipado con jardines, zonas de ocio para pequeños y mayores y se ha construido un paseo marítimo por el que es una delicia caminar. Invita a ello el inigualable paisaje, naturaleza viva que mantiene su belleza desafiando el paso del tiempo, pero temerosa de lo que pueda hacer con ella la mano del hombre.
En el capitulo negativo, esa especulación urbanística de la que hablaba, que ha permitido construir un hotel en la entrada de la ciudad, limitando el acceso a la misma y al puerto, además de ser un serio peligro para la circulación de personas y vehículos.
Tampoco me parece muy afortunado el proyecto que permitió que una zona de humedales, en el sitio de Las Brañas, fuese desecada para construir un conjunto de bloques de viviendas.
Son cosas que solo tienen explicación vistas desde el bolsillo de unos cuantos políticos y empresarios con afán de riqueza. Sin ninguna duda hablando de paisajes, en este caso negativos, la corrupción y la falta de escrúpulos, son dos de los más representativos.

viernes, 14 de septiembre de 2012

FOTOS - PASEO POR LA COSTA DEL GOLFO ÁRTABRO




Quiero invitaros a un paseo por lugares de singular belleza en la costa del Golfo Artabro, al que se asoman las rías de: Betanzos, Pontedeume, Ares y Ferrol, esto por una orilla, mientras que por el lado contrario se puede ver: A Coruña, Santa Cruz, Mera, o, ya en la Ría de Betanzos, Dexo, Lorbe, Carnoedo y Sada.
En el caso de hoy, las fotos que incluyo corresponden a los Concellos de Ares y Ferrol y a las localidades de Redes, Ares, Chanteiro, Mugardos, Ferrol y Brion.
En Redes se ruedan los exteriores de una popular serie de la TV de Galicia llamada El Padre Casares, cosa que ha hecho famosa a esta pequeña villa marinera que en televisión adopta el nombre de San Antonio de Louredo.
Algunas de las fotos han sido tomadas desde lo alto del Monte Faro, en el lugar que ocupaba una antigua batería de costa llamada La Bailadora
Espero que estas imágenes, que yo tengo tan cercanas, gusten a todos aquellos que visitan mi Blog. 

Plaza de la villa en Redes

Casa tipica.

Redes

Redes

Redes

Redes

Redes

Redes (casa del alcalde en la serie de tv)

Redes

Redes

Redes (la casa azul pasa por ser la sede del Concello de San Antonio de louredo en la serie de tv)

Redes Puerto

Redes

Redes

Ares, paseo marítimo.
Ares, parque

Ares, puerto

Ares, Centro Social

Castillo de San Felipe, en Brión

Castillos de San Felipe y de La Palma qu guardaban la entrada de ría de Ferrol.

Ciudad de Ferrol, al fondpo de la ría.

Castillo de La Palma en Mugardos


Barco mercante abandonado la Ría de Ferrol

Ría de Ferrol desde la antigua batería de Costa de La Bailadora

Ría de Ferrol

El mismo barco de antes saliendo de la ría.

Ermita de La Virgén de las Mercedes en Chanteiro.

Virgen de Las Mercedes

Mugardos

Puerto de Mugardos

Paseo marítimo de Mugardos

Yo he definido alguna vez a Galicia como una mezcla de olores y aromas, estas fotografías quizás os hagan llegar de alguna manera esas sensaciones.

lunes, 10 de septiembre de 2012

LIBRO DE VIAJE POR LOS RECUERDOS 8ª ENTREGA DE MIS PAISAJES




VIAJE


Playa de Santa Cristina
Galicia; te seduce como una mujer y ya no puedes vivir sin ella.
 
Una foto, en un libro escolar de geografía donde se veía la imagen de una ría gallega, se quedó grabada en mi mente como si fuese una premonición de que, algún día, ese sería mi paisaje preferido.
 
Me enamoré de Galicia en mi primer viaje. Un viaje que se podría calificar de infernal si yo no fuese un avezado usuario del tren.
Salimos de la estación de Francia a las 11,00 de la mañana y debíamos de llegar a La Coruña al día siguiente a las 12,25 horas, en total más de un día de viaje que, como era habitual, se alargó en algo más de una hora.
Era un tiempo en que la puntualidad no importaba demasiado. RENFE no asumía compromisos de ese tipo y los viajeros estaban tan acostumbrados a los retrasos que llegar a la hora era algo tan casual como insospechado. Muy lejos estaba el ferrocarril del estado y servicios que presta en la actualidad.
Ya no remolcaba el tren una locomotora de vapor pero como la vía no estaba electrificada en todo el recorrido, tampoco lo esta actualmente, aún se hacían necesarios los cambios de maquina, eléctrica a diesel, en algunos trayectos.
No disponía el tren, en aquel primer viaje, de coches de literas ni camas. Tampoco importaba demasiado en nuestro caso (hablo de Elena, mi esposa, y de mi) porque nuestras posibilidades económicas
, entonces, no eran muchas. Así que nos acomodamos, es un decir, en uno de los coches de 2ª Clase con el ánimo de que aquella experiencia fuese lo más liviana posible.
He podido comprobar, a lo largo de mis viajes, que los paisajes que se ven desde el tren van cambiando de una forma invariable. Las nuevas infraestructuras, el paso del tiempo que provoca cambios en la naturaleza y hasta los diferentes tipos de tren invitan a ver las cosas de otra manera.
El recorrido hasta San Vicente de Calders me era muy familiar pues en mis viajes a Cehegín había pasado por allí en infinidad de ocasiones. En esta  estación  el tren de La Coruña, conocido popularmente como “Gallego” o “Shangai”, se desviaba hacía Lérida y Zaragoza para seguir hasta su destino.

Entre la costa de Garraf y Sitges, las ventanillas del lado mar disfrutaban de ocupación completa. Los curiosos, en su mayoría hombres, se afanaban en observar como, en las recónditas calas, los bañistas totalmente desnudos disfrutaban del mar.
Eso levantaba los más diversos comentarios, sin que dejasen por ello, de seguir prestando la debida atención al espectáculo. Eran tiempos de una tenue apertura política y aquellas playas nudistas daban fe de ello.
A partir de San Vicente de Calders el terreno era toda una novedad para mí. Pinos, olivares, almendros y avellaneros adornaban el paisaje. La primera parada que tenía el tren era Valls. Importante población agrícola, capital de la comarca tarraconense del Alt Camp, famosa además por ser la sede de importantes Colles Castelleras dedicadas a la construcción de torres humanas.
Hasta Lérida el paisaje se sucedía sin grandes variaciones. La llegada a la capital ilerdense venía anunciada por la presencia de Río Segre, principal afluente del Ebro y la imagen del Castillo de la Suda recortándose en el horizonte.


Campanario de la Seo  y recinto del Castillo de la Suda
Estábamos, como quien, dice en el principio del viaje y el calor era insoportable. El skay, con el que estaban tapizados los asientos ardía y todos los pasajeros íbamos bañados en sudor. Eso hacía necesario que las ventanillas fuesen bajadas con lo que, si bien el ambiente se refrescaba y el olor a humanidad se notaba menos, por ellas entraban cantidad de moscas y otros insectos.
Con ese panorama, quien más y quien menos, esperaba ansioso que el sol se ocultase dando paso a la noche.
Zaragoza era la siguiente capital de provincia en la que el tren tenía parada y donde se efectuaba el primer cambio de locomotora.


Basílica del Pilar
Las torres de la Basílica del Pilar nos saludaban desde un poco antes de llegar y también el Ebro, que yo conocía de  verlo en Tortosa, había aparecido. A partir de la ciudad maña, el gran río, sería nuestro compañero de viaje por tierras aragonesas, navarras, riojanas y burgalesas. Su ribera estaba cuajada de fértiles huertas y viñedos, un paisaje que me era entonces desconocido que encontré ameno y gratificante.
Cuando llegamos a Burgos ya hacía rato que había caído la noche y la temperatura era muy diferente. Como es habitual, en las tierras de Castilla, la ausencia del sol refresca el ambiente de tal forma que el contraste con el día es muy acusado. No imaginaba entonces que unos años más tarde tendría la oportunidad de conocer y disfrutar a fondo del clima castellano.
Con el exterior del tren envuelto en la oscuridad de la noche se hacía difícil seguir contemplando el paisaje por lo que después de cenar, de forma abundante (el tren siempre me ha despertado el apetito), nos dispusimos a echar una cabezada.
 A pesar del cansancio, fue prácticamente imposible dormir de forma continuada y, en cuanto el día empezó a despuntar, me dedique de nuevo a observar aquellas tierras que atravesaba el tren.
En León ya era de día y eso me dio la oportunidad de ver como, poco después, el terreno cambiaba y los páramos castellanos daban paso a las montañas y a una abundante vegetación.
Yo siempre he definido a Galicia como una mezcla única de imágenes, colores y aromas. En aquel primer viaje en tren, en los sucesivos y también por carretera, cuando paso de Astorga, empiezo a intuir que el paraíso está cerca. Aquello aún no es Galicia pero empieza a parecerse.
La llegada a Astorga me recordó mucho los viajes de mi niñez y la estación de Albacete. En la capital manchega eran los vendedores de navajas los que subían al tren ofertando su mercancía y aquí eran los vendedores de mantecadas y hojaldres (fabulosos productos, incluso para los que son poco golosos) los que endulzaban la mañana a los sufridos viajeros.
Dejamos Astorga, la capital de la Maragatería, cuna de los carreteros que desde la Meseta llevaban y traían mercancías a Galicia y la cornisa Cantábrica y llegamos a Ponferrada, la ciudad de los templarios. Su castillo aun permanece erguido y ha sido remozado en recuerdo de aquellos caballeros, guerreros y eruditos, que marcaron toda una época.


Rio Sil
Pronto encontramos al Síl, ese afluente con vocación de río principal. Ya lo dice el refrán “El Síl lleva el agua y el Miño la fama”. Hasta Quiroga, en la zona de la Ribeira Sacra, el tren bordea en muchos tramos el cauce de éste río, proporcionando unas vistas de extraordinaria belleza. A pesar de mis muchos viajes, volver a contemplar ese paisaje, sigue embriagándome como la primera vez.
Monforte de Lemos era un núcleo ferroviario de primer orden. En esa estación se bifurca la vía, por un lado para Orense y Vigo y por otro para La Coruña. Por ese motivo, y porque el trayecto hasta La Coruña permanece aun sin electrificar, del tren se segregaban los coches de Orense y Vigo y la rama de La Coruña seguía viaje con una locomotora diesel.
Estas operaciones que se siguen realizando en la actualidad, aunque ahora el protagonista sea un moderno tren hotel que ofrece todas las comodidades imaginables, daban lugar a una parada de 25 minutos. El ansia de estirar un poco las piernas y mi curiosidad por todo lo ferroviario, hizo que me apease del tren y con ello descubriese un bar en la plazuela de la estación. En el mismo, para acompañar la bebida, te ponían unos callos con garbanzos insuperables. Muchas son las veces que he repetido visita a ese establecimiento.
En el aspecto ferroviario la estación de Monforte de Lemos era un centro lleno de actividad. Al movimiento de viajeros había que añadir las vías llenas de vagones destinados al tráfico de mercancías y en el andén los carros cargados de paquetería esperaban ser cargados en los trenes de viajeros para ser llevados a sus destinos. Con el paso de los años, y la transformación a la que se ha sometido al ferrocarril, muchas de estas actividades han quedado en el olvido. Monforte de Lemos rinde homenaje, al ayer del ferrocarril, con un pequeño museo situado en un antiguo muelle de la estación.
Una vieja maquina de vapor y coches de viajeros en desuso, totalmente rehabilitados, se utilizan por los aficionados al ferrocarril de esa zona para rememorar viajes de otra época.
Cuando el tren reanudó su marcha, saliendo de Monforte de Lemos con destino a La Coruña, empecé a disfrutar de verdad del paisaje gallego.
Embobado miraba aquellos campos pintados de un verdor para mi desconocido y salpicados de unas plantas de un amarillo intenso que nunca había visto. Casas dispersas rematadas con tejados de todos los estilos: de pizarra, de teja y de Uralita, humo saliendo de las chimeneas y vacas paciendo en aquellos hermosos prados. 




En la estación de Sarria un grupo de peregrinos se apearon para iniciar, desde allí, el Camino de Santiago. Había oído hablar mucho de esa peregrinación pero desconocía los requisitos para hacerla en la forma adecuada. Después me enteraría de que, cuando se hace a pie, en bicicleta o a caballo, se exigen un mínimo de cien kilómetros para ganar el jubileo y Sarria está en la distancia justa.
El tren seguía su marcha mientras yo no perdía detalle del paisaje. El día había amanecido con nubes que poco a poco iban desapareciendo; el sol, que iba asomando tímidamente, daba nuevas tonalidades a los campos salpicándolos de luces y sombras.
Lugo, la ciudad de las murallas y de María Castaña ( María Castaña fue una heroína lucense que se enfrentó al poder eclesiástico en los años de la Inquisición, su memoria es recordada con la dicho popular de “en tiempos de María Castaña) era la última capital de provincia por la que pasábamos antes de llegar a La Coruña.
El que el tren, además de viajeros transportase paquetería, obligaba a realizar paradas en poblaciones en las que con el tiempo dejaría de hacerlo. Rábade, Guitiríz (población famosa por las aguas y su hotel balneario) Bahamonde, Curtis y Betánzos, la ciudad de los caballeros y una de las antiguas capitales de Galicia, eran algunas de ellas.
De Lugo a Betánzos, el trazado ferroviario discurre entre el cauce de pequeños ríos y bosques. En éstos últimos se alternan pinos, castaños y eucaliptos, ese árbol foráneo quesembrado de forma masiva se ha convertido en omnipresente
en los montes gallegos. Tanto es así, que hay quien le otorga su origen en esa comunidad, cuando en realidad proviene de Australia. En mi modesta opinión su único mérito es el rápido crecimiento que lo hace útil, con prontitud, para la industria maderera. Por lo demás decir que, esta especie, contribuye de forma importante al deterioro tanto del suelo como del paisaje.
Antes de llegar a Betánzos, por un momento, atisbamos el inicio de la ría. En esa estación se bifurca la vía que va al Ferrol, ciudad que en aquellos días llevaba el añadido del Caudillo por haber nacido en ella el Dictador Franco.
Betánzos anuncia el final del viaje. El tramo de esa ciudad a La Coruña es quizás de los que más ha cambiado con los años. Donde antes había monte y bosques ahora se han construido polígonos industriales y la localidad del Burgo, ya próxima a La Coruña, se ha dotado de un maravilloso paseo que bordea toda la ría.
Aunque en mi primer viaje el escenario fuese diferente, no por eso, dejó de maravillarme. El embalse de Cecebre, con unas estupendas vistas, fue un magnifico anticipo de la emoción que sentiría al contemplar la belleza de la Ria del Burgo y la entrada de La Coruña presidida por la playa de Santa Cristina. Después una sucesión de túneles y ¡por fin! la estación de La Coruña San Cristóbal