jueves, 1 de febrero de 2018

LA TRASTIENDA













  LA TRASTIENDA

 
Fernando odiaba a Roberto. No siempre había sido así incluso, durante algún tiempo, fueron amigos y compartieron alguna que otra correría nocturna.
Roberto era el dueño de un establecimiento llamado La Favorita, dedicado a la venta de lencería y ropa de cama, el cual atendía junto a Rosario, su mujer, y dos empleadas, Marga y Susana. Cuando el negocio empezó a prosperar, su propietario, que nunca fue muy amigo de ataduras, contrató a Fernando para que atendiese la oficina y llevase la contabilidad de la empresa. De esa forma él tendría más tiempo para dedicarlo a aquellas cuestiones que exigían su atención fuera de la tienda, como  las gestiones bancarias y las visitas a proveedores y clientes. Esa era la excusa, porque lo que de verdad mantenía ocupado a Roberto era su afición al juego y las mujeres. Jugador y mujeriego empedernido, gran parte de los beneficios del negocio los dilapidaba en satisfacer esos vicios.
El comerciante, además de poner al día a su nuevo empleado en lo que eran sus obligaciones laborales, lo inició en sus libidinosas costumbres, llevándole a casas de citas y otros antros que él frecuentaba.
Fernando recordaba, como un mal sueño, la  primera vez que tuvo relaciones con una de aquellas mujeres. Los dos amigos habían bebido bastante y el contable, como siempre, aceptaba la voluntad de su jefe y le seguía la corriente. Roberto decidió que había llegado el momento de que su pupilo perdiese la virginidad y le escogió la pareja que consideró más adecuada. Se trataba de una mujer voluptuosa, veterana en el oficio, con la que el comerciante decía haber pasado ratos maravillosos. No sería así en el caso del debutante; éste, quizás por los efectos de la bebida o amilanado por su inexperiencia y la sordidez del lugar, apenas pudo conseguir mantener erguido el pabellón  unos minutos. Toda la experiencia de aquella profesional fue insuficiente para que su cliente recuperase el estado de gracia. La manera entre compasiva y burlona con que la mujer le despidió y las chanzas de Roberto, hicieron que el escaso afecto que Fernando sentía por aquel depravado se convirtiese en odio. Aunque  la razón más poderosa para ese odio era Rosario.
Su patrona era una mujer  de una belleza espléndida.  Rubia, de largos cabellos recogidos habitualmente en una cola. Cuando caminaba, esa cola, contagiada del balanceo de sus caderas, poderosas y bien torneadas, se movía con un garbo y una gracia inigualable. A Fernando (salvando las diferencias) le recordaba una de esas yeguas jerezanas, que había visto en la Real Escuela Ecuestre  y que lo habían maravillado por su plasticidad y belleza. Él,  soñaba con ser el caballero que montase aquella jaca a la que colmaría de mimos y cuidados. No comprendía porque Roberto, teniendo una esposa como Rosario, vivía entregado a la lujuria, buscando placer en profesionales del sexo, a las que tenía que pagar y compartir con otros hombres tan degenerados como él. “Si yo tuviese una mujer como ella -se decía el administrativo- jamás miraría a otra”.
Desde que era un mozalbete imberbe sentía admiración por la que primero fue su vecina y luego su jefa. Cuando lo contrataron para atender la oficina y tuvo la oportunidad de estar cerca de ella, su fascinación fue en aumento. Pero sería después, cuando por casualidad pudo contemplar su cuerpo semidesnudo, que la atracción que sentía por Rosario, se convertiría en auténtica pasión. Una tarde, Fernando, se quedó más tiempo del habitual en la oficina. Quería revisar unas facturas que no estaban claras. Al salir y pasar por delante del vestuario de las mujeres, observó que la puerta estaba abierta. En el interior, Rosario, acababa de quitarse la bata que usaba en la tienda y lucía un bonito conjunto de braguitas y sostén, tan minúsculos que, más que ocultar nada, resaltaban toda su feminidad. Sus hermosos pechos parecían querer escapar de aquella prenda que los oprimía y Fernando quedó paralizado ante aquella visión. No fue capaz de articular palabra alguna. Pensó que oía música cuando escuchó la voz de Rosario, quien, dedicándole una sonrisa, no le permitió seguir gozando de aquel maravilloso espectáculo. Con un -“Hasta mañana, Fernando”- le cerró la puerta.
A partir de aquella fecha su pasión fue en aumento. Durante el día la voz de Rosario lo envolvía y era como una caricia; en la penumbra de su habitación, por las noches, era su sonrisa y aquella imagen del vestuario la que lo acompañaba. 

Fernando temía que su obsesión por Rosario se notase tanto que el marido de ésta, Roberto, se diese cuenta. No es que temiese por su integridad física, pues era más joven y fuerte que su patrón. De hecho, en más de una ocasión había tenido que hacer grandes esfuerzos para contenerse y no abofetearlo. Roberto, como si de una de aquellas rameras a las que solía frecuentar se tratase, acostumbraba a manosear a su esposa delante del muchacho. La ira lo consumía cuando veía a aquel libertino levantar la bata de la mujer y acariciar sus nalgas, o bien meter la mano por el escote y tocar sus pechos. Rosario, a quien no le gustaban nada aquellas caricias públicas, se enfadaba, pero su marido reía y, mirando a su empleado, le guiñaba el ojo. Éste disimulaba su rabia porque de ninguna manera deseaba abandonar aquel trabajo y con ello dejar de estar cerca de la que consideraba su musa.
Fernando había intentado curarse de aquella devoción, casi enfermiza, que sentía por Rosario, relacionándose con otras mujeres. Una de ellas fue Susana, su compañera de trabajo, con la que mantuvo una pequeña aventura. La impulsora de este corto romance había sido Marga, la otra dependienta, quien en funciones de alcahueta hizo todo lo que pudo para unir a los dos jóvenes. Marga era una mujer casada, ya madura, que no tenía hijos. Ésta falta de descendencia no era debida a ningún problema que se lo impidiese, sino a su afán por disfrutar la vida sin ataduras. A ella y a su marido les encantaba viajar y aprovechaban, para ello, todo el tiempo que sus respectivos trabajos les dejaba libre. También les gustaba, con cualquier excusa, organizar fiestas en su casa. En una de ellas fue donde Susana y Fernando, ayudados por los buenos oficios de Marga, empezaron a intimar. Su anfitriona, con el pretexto de enseñarles unas raras plantas, que había traído de uno de sus viajes, se llevó a la pareja hasta un pequeño patio. Éste quedaba  apartado de la terraza donde estaban el resto de invitados. A los pocos minutos se excusó para volver con los demás, dejándolos solos.
En el patio, además de las “curiosas” plantas, había un mullido sofá, tipo balancín, en el que se sentaron. Fernando no perdió el tiempo y empezó a besar a Susana. Ella, que hacía mucho que deseaba aquellos besos, correspondió a los mismos con ardor. Su respiración se convirtió en jadeo cuando, él, metiendo la mano bajo su falda empezó a acariciar sus muslos y llegó hasta su sexo. La muchacha que, hasta entonces, no había tenido contacto con ningún hombre, disfrutaba de ese momento deseando que no terminase. Estaba enamorada de Fernando desde que se conocieron, pero él, a pesar de que Susana era una mujer preciosa, parecía ignorarla. Gracias a la ayuda de Marga, quien desde la ventana de la cocina procuraba no perderse detalle, la joven empezaba a ver cumplidos sus sueños.
Las citas entre los dos se sucedían pero las cosas no eran como Susana las había imaginado. Fernando hablaba poco y nunca lo hacía del futuro ni de sus sentimientos. Si bien se prodigaban todo tipo de caricias,  tampoco en ese terreno se sentía satisfecha. Susana ardía en deseos de hacer el amor con su pareja. Él, lejos del celo que mostraba su enamorada, actuaba de una forma mucho más fría y parecía no tener prisa por llegar a eso. Marga, a quien su amiga contaba todos los detalles de su idilio, decidió poner su granito de arena para derribar las barreras que se oponían a que la felicidad de Susana fuese completa.
Aquel fin de semana tendría un día más de lo habitual. Se trataba de uno de esos puentes que tanto gustaban a Marga. Lo aprovecharía para irse con Pedro, su marido, a algún hotel de la costa. Consideró, también, que era una oportunidad para dar un empujoncito a la relación de sus dos compañeros de trabajo. Habló con ellos y les dijo que necesitaba alguien que atendiese sus queridas plantas y cuidase la casa mientras ella  y su marido se bronceaban en la playa.
Marga, se cuidó de que en la casa no faltase ningún detalle que obligase a los tortolitos a abandonar el nido. La nevera y la bodega estaban bien surtidas y  estaba segura de que, sobre todo Susana, pondría de su parte lo necesario para que todos los apetitos quedasen saciados. Así que se despidió de sus amigos con un- “Hasta el lunes”- y los dejó solos.
Aquellos días que la joven enamorada había esperado con ilusión serían, sin embargo, de los más amargos de su vida. La venda que el amor había puesto en sus ojos caería, mostrándole a un Fernando que no conocía.
Susana estaba radiante. No necesitaba demasiados complementos para que cualquier hombre perdiese la cabeza por ella pero, aún así, se puso su mejor perfume y buscó, en su vestuario, la ropa que mejor destacase su bien moldeado cuerpo.
Estaban en aquel patio donde Fernando la había besado por primera vez. Él,  sentado en el balancín, miraba como su pareja regaba las plantas. Realmente estaba maravillosa y por unos momentos olvidó  que Susana no era la mujer que le tenía secuestrado el corazón. Le pidió que se acercase y ella se sentó sobre sus piernas. En está ocasión no dejó que él tomase la iniciativa, fue ella la que buscó sus labios y después de unos apasionados besos se despojó del suéter  ofreciéndole sus pechos para que, Fernando, los acariciase y mordisquease sus pezones. Éste, como hipnotizado por la hermosura de su compañera, dejo aparcadas sus reticencias y la llevó hasta la alcoba donde, esta vez sí, consumaron la relación. Fernando tuvo en cuenta que para ella era la primera vez y la trató con delicadeza. Mientras la besaba en la boca y el cuello, sus manos acariciaban sus senos y sus nalgas. La excitación de su pareja iba en aumento y él empezó a estimular su parte más íntima. Le hizo el amor con mimo y ella gimió, primero ligeramente dolorida  y después con un inmenso placer. Susana estaba feliz y convencida de que, aunque no se lo hubiese dicho nunca, Fernando la quería. Él, la sacó de su error confesándole que estaba enamorado de otra  y diciéndole que, si ella así lo deseaba, lo único que podía ofrecerle era aquella relación de amantes.
En la Favorita se habían producido algunos cambios. Susana se casó con uno de los viajantes que regularmente pasaban por la tienda y  había abandonado el trabajo. Los números empezaban a ser difíciles de cuadrar, pues Roberto dedicaba a sus turbios caprichos más dinero de lo que los ingresos del comercio  permitían. Rosario, tratando de dar un nuevo aire al negocio  que lo revitalizase, decidió hacer una liquidación de todo el género que se había quedado anticuado y modificar su oferta. Escogió  el fin de semana para hacer un inventario del material situado en la trastienda, para lo cual pidió ayuda a Fernando. Su marido estaba de viaje de “negocios” (así llamaba Roberto a sus escapadas) y no podía contar con él.
Fernando estaba tomando anotaciones cuando oyó la voz de Rosario que lo llamaba. La mujer estaba subida en una pequeña escalera y le pidió que le diese una caja. Al acercarse vio que el último botón de su bata estaba desabrochado lo que permitía contemplar una inmejorable panorámica de sus magníficas piernas. Se sintió presa del vértigo como si fuese el quien estuviese en las alturas. En un impulso irrefrenable acarició aquellas piernas. Temía que ella lo rechazase y lo despidiese pero no pasó nada de eso. Como aquel día en el vestuario, le dedicó su mejor sonrisa. En este caso no había puerta que cerrar y mientras él la seguía acariciando, ella  se quitó la bata. Curiosamente llevaba puesta la misma ropa interior con la que la había sorprendido Fernando en la otra ocasión.
 En la trastienda había una pequeña habitación con una cama. Rosario llevó hasta ella al que en unos momentos sería su amante y entre beso y beso lo ayudó a desnudarse. El muchacho estaba excitadísimo y su amada supo que no iba aguantar mucho, por lo que sin más preámbulos dejó que él le hiciera el amor. Éste lo hizo con fuerza, casi con brusquedad, pero ella no se lo tuvo en cuenta. Hacía mucho tiempo que sabía lo que él sentía por ella y cuanto deseo contenido había en aquel momento.
 Se quedaron tendidos el uno junto al otro y Rosario se sorprendió al ver que de los ojos de Fernando salían unas lágrimas -¿De verdad él la quería tanto, pensó? Ella misma se contestó la pregunta; aquellas lágrimas sólo podían ser de felicidad. Llena de ternura besó sus ojos y mejillas hasta dejarlos secos.
Se ducharon juntos y, mientras se enjabonaban mutuamente, iban explorando sus cuerpos. Fernando no había podido olvidar el de ella desde que lo contempló, con aquellas sugerentes prendas. Rosario descubría por primera la desnudez de él y estaba totalmente seducida por aquel cuerpo fuerte, pero no excesivamente musculoso. Ella sentía cierto rechazo por los culturistas en  quienes encontraba más deformidad que atractivo.
Volvieron a la cama y esta vez hicieron el amor sin prisas y disfrutando de cada momento. Se entregaban el uno al otro sin dejar ninguna parte se sus cuerpos libres de caricias. Los pechos de Rosario, no exageradamente grandes, se ofrecían como fuentes, dispuestos a calmar  con su elixir la sed del deseo. El bello de su pubis, de rizos ensortijados, brillaba como un tesoro que  Fernando acarició. Después, como si buscase saborear el néctar de la pasión libó la flor de su vulva. Rosario, encendida de gozo, se situó encima de su amante controlando el ritmo de la acción. Sus senos, que se balanceaban al ritmo de sus movimientos, semejaban hermosas campanas que tañían  anunciando un  momento mágico. Cuando los dos amantes notaron que sus cuerpos estallaban de placer  se unieron en un largo abrazo, tan juntos, tan pegados, que parecían estar en la misma piel. 
La trastienda de aquel negocio pasó a ser la parte más importante del mismo. Los encuentros de la pareja, que había instalado allí su nido de amor, se sucedían cada vez con más frecuencia. En la vida de Fernando, cada día más cautivado, sólo había una sombra:   que Rosario no se atreviese a dejar a su marido y decirles a todos que estaba loca por él.
Los dos enamorados estaban en su refugio entregados a una de aquellas refriegas amorosas. Buscaban las  frases más  cariñosas, intentaban descubrir las  caricias más placenteras y alimentaban su amor bebiendo, uno en los labios del otro. Preocupados solamente de escuchar el latir de sus corazones, y arrullados en las más tiernas confidencias, no oyeron los pasos en el almacén. De pronto, alguien abrió la puerta de la habitación. Roberto contempló a la pareja, primero sorprendido y después preso de la ira. Él, que hacía del adulterio una práctica cotidiana, jamás pensó que Rosario pudiese pagarle con la misma moneda. Ciego por el rencor sacó un pequeño revolver, que siempre llevaba consigo, y disparó.
En el lugar que durante años ocupara La Favorita era ahora un moderno edificio en el que la planta baja estaba ocupada por una sala de cine. En la fachada,  los rótulos luminosos, anunciaban dramas de ficción sin saber, seguramente, que aquel sito había sido el escenario de una triste historia de amor y sangre. Dicen que el asesino siempre vuelve al lugar del crimen pero en este caso,  en el hombre  parado en la acera, se daba la circunstancia de ser asesino y victima a la vez.
Fernando había abandonado la prisión en la que pasó los últimos cinco años, pena que le fue impuesta por la muerte de su rival. Por su aspecto, se diría que era mucho más el tiempo que había estado preso. Caminaba con cierta dificultad debido a que una de las balas, disparadas por Roberto, le había destrozado el fémur dejándole una cojera crónica. Rosario tuvo menos suerte y murió a consecuencia de las heridas recibidas. Poco pudo disfrutar su marido de la venganza pues, el malherido amante, consiguió arrebatarle el arma dándole muerte.
Permaneció horas delante de aquel cine pensando, quizás, que éste podía desaparecer y retornarle la imagen del antiguo comercio y traer con él a Rosario, pero nada de eso sucedió. Justo cuando Fernando empezaba a caminar, desde uno de aquellos rótulos luminosos, una esplendida mujer rubia de larga melena unió sus labios lanzándole un cálido beso. Sintió su beso, mientras veía como de sus hermosos ojos  caían dos gruesas lágrimas que resbalando por sus mejillas se fundían con la tenue lluvia que empezaba a caer.

Matías Ortega Carmona


domingo, 14 de enero de 2018

VIAJE POR EXTREMADURA Y TALAVERA DE LA REINA - TALAVERA






VIAJE POR EXTREMADURA Y TALAVERA DE LA REINA  

TALAVERA DE LA REINA



Son las 8,10 horas cuando salimos del Hostal Cerezo con nuestro equipaje listo para viajar hasta Talavera de la Reina. La mañana es fría, 8 grados de temperatura según la información de mi teléfono móvil, y afortunadamente la espera en la parada del autobús es corta pues éste llega puntual. 
Nos acomodamos en los asientos delanteros para evitar mareos y también con la intención de hacer alguna fotografía, labor difícil pues a las curvas de la carretera hay que añadir que el parabrisas tiene una fractura que lo atraviesa de arriba a abajo. Esperemos que, por lo menos, esa incidencia no sea peligrosa para la realización del viaje.


La carretera discurre cercana a lo que hubiese sido el trazado ferroviario al que aludía al principio del reportaje de Guadalupe, caso de haberse puesto en servicio alguna vez. Es sinuosa pero está en buen estado

La baja temperatura no es obstáculo para que esta señora de avanzada edad, provista un paraguas por lo que pueda ocurrir, realice su paseo mañanero por las cercanías de Alía, el pueblo natal de mi buen amigo Luis.



Pasado Alía, me llama la atención el Hotel Valmayor, situado en un entorno de lo más tranquilo, junto al Camposanto, quizás buscando que la vecindad no sea bulliciosa y perturbe el descanso de los huéspedes.


El paisaje es bastante diferente, cuando estamos a punto de dejar Extremadura, del que vimos cuando llegamos hace cinco días por la zona de Navalmoral de la Mata y Plasencia. En esta vertiente de Las Villuercas el terreno es más abrupto y las altas cumbres se alternan con los pequeños valles.




Alcanzamos la cota máxima del Puerto de San Vicente (859 metros) para en un descenso de unos cuatro kilómetros llegar a la localidad del mismo nombre ya en la provincia de Toledo.


A partir de aquí iremos descendiendo hasta llegar a Puente del Arzobispo, una de las localidades importantes toledanas que dista 37 kilómetros de Talavera de la Reina.



Nuestro hotel en Talavera de la Reina es el  Roma Áurea. Está un poco alejado de la Estación de Autobuses por lo que se hace necesario, más que nada por el equipaje, coger un taxi. 
Es un establecimiento que en su día seguramente fue una referencia en la ciudad pero que actualmente necesita un lavado de cara, por lo menos en lo que se refiere a las habitaciones 204 y 206 que son las que utilizamos nosotros. Los muebles tienen marcas, quemaduras, de cigarrillos, algún aplique de luz medio desmontado y los cuartos de baño, amplios, acusan el paso del tiempo.  El desayuno, tipo continental,  es en principio más bien escaso  aunque el encargado de servirlo pregunte, cuando ya hemos terminado, si queremos alguna tostada más .


Ya sin equipaje, decidimos ir hasta el centro histórico caminando. Vamos con un poco de prisa porque queremos visitar la Iglesia de Santa María la Mayor, muy interesante según la información de que disponemos, pero resulta que solamente está abierta de 12 a 13 horas y no llegamos a tiempo. Nos conformamos con verla desde el exterior y hacer alguna fotografía.


Según iré mostrando, Talavera de la Reina, tiene otras cosas que ver además de la Cerámica, pero es ésta sin duda su principal encanto o al menos, a mi, así me lo parece. 
Tenemos la suerte de que un señor muy amable, al identificarnos como turistas, nos encamine hasta el Paseo Fluvial donde no hace mucho tiempo se inauguraron  unos murales que recuerdan la relación de Talavera con el Rio Tajo.  Estos hermosos azulejos recuerdan un tiempo en el que el río era una fuente vital para la subsistencia de los  talaveranos.












Si mis datos son correctos, este mural  tiene una longitud de 17,70 metros de largo por 3,25 metros de alto. Es obra del Maestro ceramista Antonio Cerro quien llevó a cabo este proyecto de la Asociación de Vecinos San Jerónimo cuya inauguración tuvo lugar  en julio del 2015. Los cinco círculos en los que se representan las escenas tradicionales de pesca corresponden también a los cinco arcos que tiene el Puente Viejo. Como detalle curioso decir que este monumento fue sufragado por suscripción popular pagando cada vecino que quiso contribuir 15 euros por cada uno de los 1275 azulejos que lo componen.

No tiene el Río Tajo, en Talavera de la Reina, la belleza que presenta en el Estuario de su desembocadura en Lisboa, el aire bucólico que le prestan los Jardines y el Palacio de Aranjuez, o la magia con la que rodea Toledo, pero aún así tiene su encanto. Para abrir el apetito nos damos un paseo por su ribera.










En los días que llevamos de viaje hemos comido siempre con cierta prisa y hoy que los horarios no nos aprietan tanto vamos a hacerlo con tranquilidad. Hemos escogido un restaurante, en la margen del Río Tajo, llamado El Monasterio, con una decoración que hace honor a su nombre. Dispone de terraza con vistas al río pero el tiempo no acompaña y decidimos comer en el interior.





La elección resulta acertada y los cuatro coincidimos en tomar de segundo plato un cochinillo asado que teníamos pendiente desde Cáceres. Ahora, viendo la fotografía, pienso que estaría mejor cuando aún teníamos comida en la mesa pero los camareros andaban ocupados y no era cuestión de interferir en su trabajo. De todos modos, aunque no podáis verlo, puedo deciros que si pasáis por el Monasterio el cochinillo es recomendable.

Salimos del restaurante y, mientras llega la hora de poder visitar el Museo de La Cerámica, caminamos viendo los restos de las Murallas Árabes, Siglo X, y Las Torres Albarranas, Siglo XIII, que se mantienen en relativo buen estado gracias a los trabajos de restauración que se vienen realizando.









En ese paseo, podemos ver  la Iglesia del Salvador, convertida en la actualidad en un Centro Cultural.


Y  también vemos, en estado de semiabandono, el antiguo Mercado Municipal que, según leo, espera ser rehabilitado para un nuevo uso. En mi opinión, mientras se toma una decisión al respecto, todo ese entorno debería tener un mejor estado de conservación.


Antes de llegar a la Plaza del Pan, pasamos por el Teatro Palenque, antiguo Convento de los Jesuitas de San Ildefonso creado a instancia del Arzobispo Gaspar Quiroga en el Siglo XVII. Tras diversas vicisitudes y el abandono y práctica destrucción de las dependencias eclesiásticas este lugar se rehabilitó como centro cultural convirtiéndose en Sala de Cine y posteriormente Teatro, función que desarrolla actualmente.


Otro de los teatros de Talavera que vemos paseando es el Victoria. Como el Palenque su historia se remonta a siglos atrás, teniendo como origen un antiguo Corral de Comedias del Siglo XVII llamado Teatro Principal que sería demolido dos siglos después.
Cual Ave Fénix este teatro renacería de sus cenizas de la mano del empresario talaverano Miguel Fernández Santamaría  quien lo volvió a levantar poniéndole el nombre de su hija Victoria.
En la actualidad es propiedad del Ayuntamiento quien lo restauró, respetando su distribución y ornamentación original, en 1994. Se trata de un edificio de tintes modernistas en el que destacan sus balcones forjados y la Cerámica de Ruíz de Luna.


La Plaza del Pan es, además de uno de los rincones con mayor encanto de Talavera de la Reina, el lugar donde late el pulso administrativo de la ciudad. En ella se ubican el Ayuntamiento, la Cámara de Comercio, El Palacio Arzobispal y la Colegiata de Santa María, entre otros edificios importantes. Es de forma cuadrangular y en ella se celebraban, durante la Edad Media, justas y torneos. También se utilizó este lugar para la celebración de actos religioso y corridas de toros.










El centro es un espacio de ocio público dotado de una fuente y bancos, todo ello profusamente decorado con Cerámica de Talavera. Preside la Plaza una estatua de Fernando de Rojas,  escritor autor de La Celestina, quien vivió en la ciudad durante 33 años de los cuales 30 lo hizo como alcalde.


Juan Ruíz de Luna, nacido en Noez  en 1863 y afincado en Talavera a partir de los 17 años fue artista y padre de artistas. Su vocación desde la infancia había sido la de ser pintor y a su llegada a Talavera, donde ya residían dos de sus hermanos, se interesó  por el mundo de la Cerámica estudiando los métodos tradicionales y llegando a dominar las técnicas de tal forma que elevó su trabajo a la categoría de arte. Además de  piezas de fabricación propia consiguió reunir una basta colección que es la que hoy se exhibe en el Museo que lleva su nombre.
No me voy a extender en la información sobre la figura de este personaje pues es algo fácil de conseguir para cualquiera que esté interesado en ello. Solo añadir que su trabajo se puede encontrar en muchos países y que su talento alcanzó resonancia mundial como lo acreditan los muchos premios con los que fue reconocido.


El Museo de La Cerámica Ruíz de Luna ocupa gran parte de las dependencias del antiguo Convento de San Agustín el Viejo que podéis recorrer brevemente a través de mis fotografías.







Una de las cosas que más llama mi atención es este hermoso vestidor.




Pero son múltiples los detalles con los que olvidarse del tiempo en estas salas.










No podía faltar, entre tantas imagenes, la de la Virgen del Prado Patrona de Talavera de la Reina cuya Basílica visitaremos más tarde.




No Todo son piezas de gran tamaño, también se pueden contemplar en el Museo una gran colección de jarrones, platos y figuras que vale la pena fotografiar para contemplarlas con tranquilidad cada vez que uno lo desee. No hay ninguna limitación para hacer fotografías salvo el uso del flash, lo cual agradezco.









Finalizada la visita al Museo Ruíz de Luna, la cual os recomiendo si pasáis por Talavera de la Reina, seguimos nuestro paseo dirigiéndonos a la zona comercial.





Junto a una parte de las murallas encontramos un monumento que recuerda a Fray Hernando de Talavera en el V Centenario de la muerte de Isabel la Católica. Este fraile jerónimo fue Obispo de Ávila, primer Arzobispo de Granada y confesor de la Reina durante gran parte de su reinado.


No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy, dice el refrán. Nosotros pecamos de confiados pensando que en la ciudad de la cerámica iríamos tropezando continuamente con tiendas de artesanía donde adquirir un recuerdo de cerámica talaverana. Craso error porque en lo que es la zona comercial no encontramos ni una; las había en Mérida, Badajoz, Cáceres y Guadalupe pero aquí, donde se fabrica, brillan por su ausencia. Nos comentan que las grandes superficies han acabado con el pequeño comercio pero tampoco en los grandes almacenes encontramos nada. Tomamos nota para que no vuelva a suceder lo mismo en próximos viajes.



Nos adentramos en los Jardines del Prado. De estilo francés fueron construidos en 1864 y forman parte del Patrimonio Histórico de la Ciudad. Están muy bien cuidados y hay una extensa muestra de la cerámica talaverana.
















Yo añadiría a esta leyenda "solo respeto y admiración por la belleza del entorno y las cosas bien hechas.




Al final de estos jardines encontramos la Basílica de Nuestra Señora del Prado, construida entre los Siglos XVI y XVII de estilo renacentista. donde se venera a la Patrona de Talavera de la Reina.


La entrada a la Iglesia está protegida por un porche con siete arcos sustentados en columnas toscanas de piedra y la fachada es de ladrillo rematada con una espadaña del mismo material. No podían faltar en este espacio los azulejos talaveranos.



Escenas del Paraíso con Adán y Eva, San Antonio Abad con los animales y otras escenas bíblicas se representan en los muros del exterior e interior.














La antiguedad de los azulejos va del Siglo XVI al Siglo XX y reproducen escenas de la vida de Jesús, imagenes de diversos santos, incluidos los evangelistas.



El Altar Mayor esta presidido por  de La Virgen del Prado cuya imagen se cree fue regalada a la ciudad, en el Siglo VII, por el visigodo Rey Liuva,que impulsó la cristianización a su llegada. El Rey mando construir una ermita para que la Virgen fuese venerada en el lugar donde antes había un templo romano dedicado a la Diosa Ceres. Ésta era la  encargada de favorecer la fertilidad de la tierra y las buenas cosechas según la tradición pagana.
La Ermita original fue sometida a diversas ampliaciones correspondiendo su aspecto actual al año 1649. Bajo la dirección del arquitecto agustino Fray Lorenzo de San Nicolás se acometieron importantes obras, entre ellas la construcción de la Cúpula en el Crucero central.
Felipe II denominó a esta Basílica  como la Reina de las Ermitas. Pío XII le concedió en 1956 la Bula de la Coronación Canónica y el 14 de febrero de 1989 Juan Pablo II firmaba una Bula por la que se elevaba la Ermita a la dignidad de Basílica Menor siendo consagrada como tal el 5 de noviembre del mismo año.



Junto a La basílica de La Virgen Del Prado se sitúan los Jardines de la Alameda, rincón idílico con un lago y unos bellísimos puentes recubiertos de Cerámica de Talavera. 







Este terreno era antiguamente un pequeño bosque cubierto de olmos que debieron ser talados por la enfermedad que aquejaba a esta especie. En su luga,r en 1982, se construyeron estos jardines de estilo inglés  que junto a los Jardines del Prado constituyen el gran pulmón verde de la ciudad.







Con estos hermosos paisajes damos fin a la visita turística de hoy. Durante todo el día la lluvia nos ha amenazado sin llegar a caer. Ahora empieza a llover ligeramente y por si acaso va a más decidimos retirarnos al hotel. Llevamos una semana en la que hemos caminado mucho y el descanso apetece.



Apuramos las últimas horas en Talavera de la Reina. El día ha amanecido lluvioso y no hemos madrugado demasiado. Desayunamos y salimos a dar un corto paseo por las cercanías del Hotel.  En la Avenida de Madrid los plataneros, esa especie que tanto abunda en muchas ciudades y cuyo polen es veneno para los que somos alérgicos, presentan una poda muy original que quizás los haga menos dañinos.



Al fondo del paseo se divisa la Cúpula de la Basílica de la Virgen del Prado, bonita estampa para despedirnos de la ciudad antes de coger un taxi que nos lleve a la Estación del Ferrocarril.


En la Plaza de la Estación una última muestra de la belleza que aporta la cerámica talaverana a la fachada de cualquier edificio.


Hace cinco días que pasamos por esta estación a bordo de un tren regional con destino Mérida, ahora deberemos esperar más de lo previsto en la misma pues el tren procedente de Extremadura viene con bastante retraso. Menos mal que tenemos margen suficiente para llegar hasta Madrid Atocha y enlazar con el Ave que nos llevará hasta Camp de Tarragona.


Cuando subimos al tren sigue lloviendo, ya no importa, el tiempo ha sido en general bueno y hemos podido hacer turismo, salvando unas horas en Mérida, sin la molestia de la lluvia que por otra parte es muy esperada y necesaria por estos contornos.


Damos fin a nuestro viaje por tierras de Extremadura y Talavera de la Reina. Como en las demás ocasiones, al final, el viaje se hace corto y el primer deseo es regresar cuanto antes. Sabemos  que eso no será inmediato pues en nuestra cabeza ya vislumbramos el próximo viaje que nos llevará a otros lugares que también tienen su encanto


Talavera de la Reina 

29 de abril de 2017

Matías Ortega Carmona.