El Milagro de Puerto Colombia 1ª Parte
Las
instalaciones portuarias registraban una actividad inusitada, una multitud de
obreros se afanaban en dar a las mismas un aspecto inmejorable. En aquellos
lugares, donde los trabajos no habían terminado en el plazo previsto, se
improvisaba dando a la fachada de los locales su aspecto definitivo mientras el
interior se dejaba para ultimarlo en fechas posteriores. Todo debía estar a
punto, o por lo menos parecerlo, para recibir al gobernador de la provincia,
que en apenas unas semanas llegaría para inaugurar un nuevo muelle.
La
ciudad de Puerto Colombia se había convertido en pocos años en una de las
principales del país. Su puerto era el de mayor tráfico de mercancías de la
nación y con la ampliación, hecha para que los
grandes cruceros de pasajeros pudiesen atracar en él, llegaría a ser uno de los más importantes del
continente.
Ramiro
Herrera Clavijo, carpintero de rivera, era el propietario de una empresa
dedicada a la construcción y reparación de pequeñas embarcaciones de pesca. Su
negocio, próspero en otro tiempo, al que su padre había dedicado su vida y en
el que él trabajó desde que era un muchacho, no pasaba por sus mejores
momentos. Los pedidos habían ido descendiendo en la misma medida que el puerto
crecía.
El lugar que antes ocupaban las barcas de los
pescadores estaba ahora destinado a los grandes barcos mercantes en los que la
madera se había sustituido por el acero. Mientras, los marineros, que en otro
tiempo faenaban en la cercanía de la costa, se enrolaban en esas naves de gran
calado que los llevaban a recorrer los mares de todo el planeta. Quedaban muy
pocos que aun se dedicaban a la pesca de
bajura y, si seguían en ello, lo hacían bien llevados por la tradición o quizás porque su edad ya
no les permitía tomar otros caminos.
La
mayoría de los habitantes de Puerto Colombia dependían de la actividad de su
puerto. Todos los negocios, de una forma u otra, estaban relacionados con él
y los que, como Ramiro, no sabían o no
querían adaptarse a esa realidad estaban abocados al exilio o a un adelantado
retiro.
El
futuro de su empresa no era la única preocupación de Ramiro. Llevaba bastantes
años viudo. Luz Mejía Godoy, su mujer, había fallecido a los pocos años de
haberse casado dejándole con una hija a la que quería con locura, aunque no
siempre la entendiese ni supiese como actuar con ella. La joven, con sus
diecisiete años acabados de cumplir, recién dejaba atrás la niñez para
convertirse en una hermosa mujer que causaba estragos entre la población
masculina. Los hombres, embrujados por su belleza, la perseguían con la mirada
turbados entre el deseo y la lujuria.
Yanira,
ajena a las preocupaciones de su padre, sufría una urgencia impropia de su edad
por tomar de la vida todo aquello que ella pensaba que podía hacerla feliz.
Sabía el efecto que ejercía sobre los hombres y jugaba con ellos sin dejar que
ninguno se le acercase lo suficiente para hacerse necesario. Su madre falleció
cuando ella contaba cuatro años y la falta de la compañía y el cariño materno
hizo que creciese con la idea de vivir todo lo que su progenitora no pudo.
En
el puerto los trabajos proseguían sin pausa. Se había escogido el más grande de
los pabellones para que en él tuvieran lugar todos los actos protocolarios de
la inauguración. Durante años en ese lugar se habían ido almacenando mercancías no retiradas por los
consignatarios y otros efectos a los que no se les encontraba una utilidad que
los hiciese necesarios. Al proceder a su desalojo, los operarios encargados de
ello repararon en una caja de grandes dimensiones situada en un rincón al fondo
de la nave. La rotulación impresa en la misma indicaba que su remitente era una
empresa de Barcelona (España) llamada “Corominas e Hijos S.A” dedicada a la
fabricación de imágenes religiosas, mientras que su destinatario era el
obispado de la Diócesis del Departamento Caribeño de Barranquilla. La fecha de
embarque correspondía al 7 de noviembre de 1877; hacía pues 35 años que esa
mercancía había llegado a su destino sin que nadie la reclamase.
La
sorpresa de los que presenciaron la apertura de la caja fue mayúscula. Desde el
interior una imagen de la Virgen les miraba y parecía sonreírles. Era una talla
bellísima a la que el tiempo transcurrido en la oscuridad de su embalaje,
arrinconado en aquel almacén, no había afectado en absoluto. Tenía una altura
algo superior a la normal y la tez ligeramente morena, semejándose en su
apariencia a las mujeres nativas.
Comunicado
el hallazgo a los mandatarios locales, y dado lo inminente de las celebraciones
previstas, estos decidieron improvisar un altar en el mismo lugar donde la
Virgen había estado todo aquel tiempo. El Obispo de la Diócesis tenía anunciada
su presencia, junto a las autoridades civiles, para bendecir las nuevas
instalaciones y entonces sería el momento de decidir la ubicación definitiva de
la imagen.
Matías Ortega Carmona
ME ENCANTA LA NARRATIVA,CREO QUE MÁS QUE LA POESÍA.Y TU NOVELA ME ATRAPÓ,QUÉ DEBO HACER PARA CONTINUAR... RAMIRO,YANIRA....LA VIRGEN....TE DIGO QUE ME ABURRÍ AL INICIO,PERO RÁPIDAMENTE CAÍ EN LA TRAMPA DE SU ENCANTO.GRACIAS.
ResponderEliminarESPERO CONTINUAR LEYENDO Y CONOCER"EL MILAGRO...GRACIAS UNA VEZ MÁS.
Gracias Cari, me alegra que ya la primera parte te haya atrapado. Para seguir entra en el Blog y busca las entregas siguientes. Espero que llegues hasta el final y compartas esta historia con otras amistades.
Eliminarhermoso!!relato..Matias
ResponderEliminarMe alegro de que te guste, Mabel. Este es solo el primer capítulo aun quedanotros doce. Sigue y llega hasta el final. Saludos
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