Este poema navideño, lo escribí en castellano hace algunos años. Ahora, especialmente para amigos y amigas de Galicia y también para el resto de seguidores de mi Blog os lo quiero presentar escrito en gallego. Con la traducción se pierden algunas rimas pero sigue manteniendo su esencia y su lectura es algo más dulce. Espero que os guste.
viernes, 13 de diciembre de 2013
domingo, 8 de diciembre de 2013
sábado, 23 de noviembre de 2013
RELATO RAICES.
Este relato es un homenaje a los muchos gallegos que por un motivo u otro, casi siempre económico, dejaron su tierra y en muchos casos ya no no regresaron nunca. Aun así, se cuidaron de transmitir a sus descendientes el amor por su origen e hicieron que muchos de ellos hayan vuelto para conocer sus raices.
RAICES
Manuel Pereiro
Sandín, abuelo de Aurora, fue uno de los muchos gallegos que salió de su tierra
persiguiendo el sueño de hacer fortuna. Dejó su pequeña aldea de Louro, en el
Concello de Muros, provincia de La Coruña para recalar cerca de Buenos Aires en
la población argentina de Villa Ballester.
Estación de ferrocarril |
Algunos amigos que
emigraron antes que él le hablaron de ése
lugar y de la necesidad de mano de obra que generaba la expansión del municipio.
Manuel pensó que allí, trabajando duro, conseguiría en poco tiempo el dinero
necesario para volver a Galicia y afrontar el futuro con una posición económica
desahogada. Como sucedió con muchos otros, aquel sería un viaje de sueños rotos
en el que no habría retorno.
Villa Ballester, era
por aquellas fechas, una pequeña ciudad todavía joven, pues había sido fundada
en 1889 por los herederos de Miguel Ballester, importante terrateniente del
Partido de General San Martín en la provincia de Buenos Aires. Pedro Ballester
(de quien tomaría el nombre el lugar) vio la posibilidad de hacer negocio
promocionando un asentamiento que sirviese de complemento a una gran urbe como
Buenos Aires, que crecía a ritmo vertiginoso. La buena comunicación tanto por ferrocarril como por carretera, con la
capital, habría de facilitar el tránsito de personas y mercancías impulsando el
crecimiento y desarrollo de la localidad.
Donde nada había,
todo se tenía que construir. Partiendo de la hacienda de los Ballester y en
dirección a la estación de ferrocarril, los terrenos se iban edificando con viviendas,
industrias y también comercios para abastecer a la población. El grueso de la
mano de obra llegaba de fuera y junto a argentinos, que se desplazaban generalmente
desde Buenos Aires, vinieron emigrantes de otros países. Franceses y principalmente
alemanes llegaron para quedarse, dejando en la ciudad su impronta y sus
costumbres. También, atraídos por Manuel, empezaron a llegar algunos gallegos
que a su vez servían de reclamo a otros que les seguirían hasta formar una
pequeña colonia.
Nadie,
como los gallegos, sufre el estar alejados de su país. Todos los que hemos
estado lejos de padres, hermanos, familia y amigos hemos llorado, en alguna
ocasión, su ausencia pero el gallego necesita su tierra y si no la tiene la
llora como a cualquier ser querido. Aunque el clima que encontraron en aquella
parte de Argentina guardase cierta similitud con su lugar de origen,
temperaturas poco extremas, bastante humedad y lluvia algo frecuente, Manuel y
el resto de la colonia echaban de menos los paisajes de sus aldeas. El verdor
de los campos que rodean a la laguna de Louro, el amarillo intenso que en
primavera da la flor del toxo a los montes, el nítido azul del cielo y mar en
los días de bonanza, la arena blanca y fina de las playas y hasta los poco
idílicos temporales, frecuentes en la Costa da Morte, eran recuerdos que se
clavaban como puñales en el corazón de aquellas gentes.
Muros |
Duras jornadas faenando
en el mar, los amaneceres llegando al puerto de Muros con la pesca recogida
durante la noche, unas veces abundante y otras tan escasa que poco quedaba para
los marineros cuando de las ganancias, se desquitaba la parte del patrón. Esos eran los recuerdos de
un Manuel reconvertido a obrero de la construcción. María Suarez Piñeiro, su
esposa, encontró trabajo entre el personal de servicio domestico de la quinta
que Jean Bouvier, un acaudalado comerciante francés que había dejado Buenos
Aires, atendiendo los deseos de su esposa Justine. Ésta no soportaba la presión
y el ajetreo de vivir en la gran ciudad y Villa Ballester ofrecía más
tranquilidad, a la par que la poca distancia con la capital permitía a Monsieur
Bouvier seguir atendiendo sus negocios sin tener que realizar largos
desplazamientos.
Pasaban los meses,
Manuel y María veían que el dinero que ganaban, si bien les permitía vivir
cómodamente, no era suficiente para poder cumplir su sueño de volver a su aldea
de Louro en Galicia, por lo menos de momento. Por ello ya no hacían planes a
corto plazo y empezaron a plantearse que su regreso quedaría para cuando pudiesen
retirarse a vivir sus últimos años en la tierra que les vio nacer.
La mayoría de los
emigrantes gallegos varones siguieron los pasos de Manuel trabajando como
obreros en la construcción. Muchos de ellos, aprovechando que estaban edificando
un grupo de nuevas viviendas, decidieron que había llegado el momento de dejar
de ser inquilinos para tener su propio hogar.
Villa Ballester |
Se construía en
cuadras formadas por casas de planta baja y piso, con un patio lateral y trasero
que proporcionaba a las viviendas una mayor privacidad. Los patios eran lugar
de reunión en fechas señaladas y algunos aprovecharon para tener un pequeño
huerto donde sembraban verduras con simientes que se hicieron traer desde
Galicia.
La vida de Manuel y
María tomó un nuevo rumbo cuando, al cumplirse dos años de su llegada a
Argentina, nació su primer hijo. El niño, siguiendo la tradición, se llamaría
Miguel al igual que su abuelo paterno. No sería su único descendiente, pues después
del primogénito llegarían Antonia y Josefa. A partir de entonces, toda la
atención y recursos económicos de la pareja se centraron en que los pequeños
creciesen y estudiasen lo suficiente para tener una vida menos dura que la que
habían tenido ellos.
Aurora, es la hija de
Miguel. Nada, a simple vista, se ve en ella de su ascendencia gallega. Su
acento es puramente argentino y su imagen y maneras son los de cualquier mujer
de su edad en Villa Ballester, pero su corazón es como un baúl, repleto de
recuerdos y amor por una tierra que no conoce. Recuerdos de su infancia, con
sus abuelos y otras gentes que vinieron de Galicia y nunca regresaron a ella.
Recuerdos de las tardes en que, en cualquier patio de una casa de cualquier
familia gallega, se entonaba canciones tradicionales y se bailaba al son de la
gaita. Recuerdos del día de Reyes, cuando se reunía toda la colonia y ataviados
con sus trajes típicos y sus instrumentos musicales se iban al Parque de la Plaza
de Argentina. Allí los mayores recreaban las romerías que salpican toda la
geografía gallega, sobre todo en verano, y los pequeños disfrutaban de los
regalos y juguetes traídos por sus
Majestades de Oriente. Recuerdos de
largas playas , de arena blanca que miran al océano, ese mar inmenso que
muchos surcaron en pos de sus sueños. Recuerdos de verdes prados, frondosos
bosques, altas montañas y ríos limpios y cantarines. Paisajes que, a fuerza de
ser oídos, conocía y visitaba cerrando
los ojos cuando la morriña, si ella también sentía morriña, la invadía. Recuerdos,
recuerdos, tantos recuerdos…
Villa Ballester |
Aurora había estudiado
derecho en Buenos Aires. En su último año de carrera conoció a Damián, un joven
pintor al que auguraban un gran futuro. Era un varón bien parecido, de carácter
alegre, amante de los caprichos y al que rodeaban siempre bellas mujeres.
Cuando este hombre se fijó en ella y la escogió como compañera, por encima de
las sofisticadas damiselas que revoloteaban a su alrededor, Aurora se sintió
afortunada. Era feliz, solo tenía ojos para él y sus oídos siempre estaban
alerta para escuchar sus deseos que corría a satisfacer.
Aurora y Damián se
casaron y se instalaron en Villa Ballester. Ella, acabada su carrera, empezó a
trabajar en uno de los bufetes de abogados de la ciudad, la firma
Vilmaux-Dangla, cuyos ascendientes franceses habían llegado desde Buenos Aires
cuando lo hizo el antiguo patrón de su abuela Monsieur Bouvier. Maurice, el
hijo del comerciante, sentía aprecio por María que lo había cuidado de niño y
dio buenas referencias de su nieta de esta para que fuese contratada. Damián
iba teniendo algunos encargos y todo apuntaba a que la vida de los recién
casados estaba encaminada a ser un idilio permanente. No sería así y pronto las
rosas dejarían ver sus espinas.
Damián, que durante
un tiempo tuvo un estudio en Villa Ballester, se buscó otro local en Buenos
Aires con la excusa de que la capital ofrecía más posibilidades ya que todo lo
relacionado con el mundo del arte se movía en la misma. Eso causó el primer
contratiempo en la pareja pues, aunque el pintor empezaba a ser conocido y sus
obras se vendían, los gastos aumentaban y Aurora tenía que cubrir con su
salario los gastos de la casa y muchas veces pagar el alquiler del
estudio de su marido. Ella no entendía a
donde iba a parar el dinero que Damián cobraba y éste le decía que los clientes
no siempre pagaban con puntualidad, pero que esas deudas debían contemplarse
como una inversión. Exigir demasiado a los clientes podía crearle mala fama y
eso no era una buena promoción. Después de una agria discusión, Aurora cedió y
su marido siguió adelante con sus planes.
Las ausencias de
Damián se sucedían cada vez con más frecuencia. Al principio era algún día a la
semana lo que pasaba en Buenos Aires, después semanas enteras. Las facturas del
alquiler del estudio y otros gastos del pintor llegaban al domicilio familiar
sin que este las pagase teniendo Aurora que hacer frente a las mismas. Ella
sabía que había otras mujeres en la vida del artista y se decía una y mil veces
que aquello se había terminado pero una y mil veces lo perdonaba.
Ella, porque su
trabajo y la casa la absorbían y él, porque estaba abandonado a una vida
bohemia y disoluta de la que no quería prescindir, no se habían planteado el
ser padres hasta que Aurora pensó que un hijo podía hacer sentar la cabeza a
Damián y dejó de tomar precauciones para prevenir el embarazo. Luis, su hijo, nació
cuando la pareja llevaba cuatro años de matrimonio. Damián estrenó su
paternidad con tanta ilusión como precocidad y tardó más bien poco en volver a
su vida anterior.
La vida castigaba a
Aurora dejándola sin aquello que más quería. Sus abuelos habían muerto sin
conocer a su bisnieto, su matrimonio se hundía y ella tenía que sacar adelante
su casa y su hijo pero aun contando con la ayuda de su madre la tarea era
ardua. Conocía las andanzas de su marido y no quería verlas, sabía que ella era
culpable por omisión, le perdonaba cuando volvía y le escuchaba cuando él le
decía que ella era su único amor. Le escuchaba aun sabiendo que le mentía. Nunca supo explicarse
porque aguantó esa situación durante tantos
años pero cuando tomó la decisión de dejar a su marido se dio cuenta de que de
nuevo era ella que le necesitaba para nada y que perderlo de vista fue una
liberación.
Alameda de Santiago de Compostela |
Aurora pasea por el
Parque de La Alameda de Santiago de Compostela. Por la tarde cogerá un vuelo
que la llevará de vuelta a Buenos Aires. Unas horas para recorrer un camino que
a sus abuelos, Manuel y María, les supuso días de penosa travesía en barco.
Ellos murieron sin poder regresar, sin ver cumplido su sueño de envejecer y
morir en su Galicia que tanto lloraron. Ella ha venido por ellos, para conocer
aquello que ya conocía de tanto como se lo contaron, para respirar ese aire sin
el que se estaba ahogando, para pisar con sus pies descalzos la arena de la
playa, para sentir el olor de los prados con la hierba mojada, para ver el
océano desde esta orilla y aprender que duros son los sueños cuando el
despertar es amargo.
Aldea de Louro y laguna |
Al pie de un pino,
cerca de la Laguna de Louro, Aurora ha enterrado una caja con fotos de toda la
familia, con cartas en las que los padres de Manuel y María les pedían a éstos
que regresasen pronto a Galicia. Unos familiares muy lejanos es lo que queda de
los Pereiro y los Suarez en su aldea. La han acogido con cariño pero, aun
sabiendo que eso no era posible, habría querido encontrar a alguno de aquellos
que esperaban que Manuel y María regresasen, sentarse con ellos viendo al sol
sumergirse en el mar y contarles como sus abuelos echaron de menos su tierra,
su gente y que siempre quisieron volver.
Vista de la catedral desde la alameda |
En un banco de la
Alameda, la escultura de D. Ramón María
del Valle Inclán, contempla la Catedral; preciosa la vista que el templo ofrece
desde ese lugar. Aurora se sienta a su lado con el corazón oprimido sabiendo
que su viaje se acaba, pero también está feliz porque ha pasado unas semanas
cumpliendo un anhelo, ha pasado unas semanas viviendo Galicia.
Matías Ortega Carmona
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