REFLEXIONES DE UNA TARDE DE FINAL DE VERANO
Reflexiones de una tarde de final de verano.
Como es costumbre, estoy sentado frente a mi ordenador mirando la Ría (siempre con mayúsculas, por algo es ese rincón que uno busca para encontrarse a sí mismo y que yo he tenido la fortuna de hallar).
El día es sombrío, como mis pensamientos. Las nubes casi ocultan lo que nosotros llamamos la otra banda, la otra orilla de ese trozo de mar en el que estoy. Miro y miro deseando que, como sucede aquí con tanta frecuencia el paisaje cambie y el sol aparezca radiante, iluminándolo todo y destacando con su luz los maravillosos colores de ese mar, montañas, playas y prados que lo circundan. Ese sol que busco y que sé que no es fácil que aparezca, es el bálsamo que cicatriza las heridas del corazón.
Cuando los hijos sufren, uno sufre con ellos y quizás más que ellos. Seguramente porque lo que ellos viven, uno ya lo ha vivido a pesar de lo cual no ha servido para tener el remedio que evite ese sufrimiento.
No importa que la situación sea la misma y que tampoco sea la primera vez. Las personas somos así, nos enamoramos y ese amor nos cierra los ojos de tal forma que solo vemos virtudes cuando por la inexperiencia y sobre todo por la experiencia cuando la hay, deberíamos enamorarnos también de los defectos. Es imposible tener una convivencia estable con alguien si no somos capaces de amar también aquello que no nos gusta de la otra parte de la pareja. No se trata de ignorarlo, más bien de conocerlo y ayudarse mutuamente para superarlo y buscar ese punto de encuentro que nos haga avanzar en el camino conjunto. Hecha esa reflexión, soy consciente de la dificultad de llevar a la práctica eso que sobre el papel debería ser tan sencillo.
Recuerdo aquella canción de mi juventud que habla del final del verano, anunciando también el final de una historia de amor vivida durante esos meses estivales. A menudo las canciones reflejan la realidad con todas sus alegrías y también (son las que más llegan y más duelen) con toda su crudeza. No necesariamente, esos amores que se rompen tienen la vigencia de un verano, pero si es curioso que una gran mayoría de esas relaciones tengan su caducidad coincidiendo con el anuncio de su fin. Así es ahora y así lo fue hace muchos años cuando yo era un muchacho que empezaba a ser hombre. Quizás me equivoque, pero lo valoro desde el punto de vista personal y esa, siendo mi verdad, no tiene que ser la de todos los demás.
Los hay que tienen la gran fortuna de conseguir ese amor de novela, que dura toda su existencia, en una única relación. Creo que son contados y también que son los verdaderos afortunados en esa Ruleta del Amor. El resto, la gran mayoría, vivimos más de una relación de pareja a lo largo de nuestros días, pero siempre hay una que es diferente y acaba marcando el resto. Si realmente los sentimientos fuesen algo racional y fácil de dominar entenderíamos que, esa relación que nos marcó como ninguna otra, es irrepetible. Cuando se termina no podemos buscar en otra pareja lo que nos unía a aquella que ya no está. El empeñarnos aún sin darnos cuenta, en ello, solamente nos llevará a sucesivos fracasos en los que nos haremos daño y dañaremos a otras personas. Sé que es más fácil decirlo que hacerlo y me lo dice mi propia experiencia.
Tuve la dicha, siempre estaré agradecido por ello, de conocer ese amor donde una sonrisa, el roce de una mano, esos ojos que te miran y simplemente con esa mirada te acarician, suponen la mayor Felicidad (también con mayúsculas). Al mismo tiempo tuve la desgracia de que eso me llegase, nos llegase, cuando éramos unos adolescentes que aprendíamos a vivir y a los que nadie ayudó a sacar adelante algo tan hermoso. Aprendí con aquella relación (también lo dice alguna canción) que de amor se puede morir, en algunos casos así sucede, pero no fue el mío. Durante algún tiempo lo deseé, pero el destino, terco, no lo permitió. Por mucho que me empeñase, cuando iba a dormir, en no volver a despertar inevitablemente abría los ojos y la vida seguía estando ahí.
Realmente solo ha habido dos mujeres en mi vida, aquel primer amor y mi esposa y madre de mis hijos con la que he compartido casi toda mi vida. Tardé; después de 50 años aún estoy aprendiendo a no buscar en la una en la otra. Es muy difícil porque no siempre la razón se impone ni domina a los sentimientos y uno cae en una cierta nostalgia que enturbia la realidad y lleva a situaciones de tensión que no son buenas para la convivencia.
En mi caso, creé una nube donde viven aquellos adolescentes a los que ni supieron, ni les dejaron culminar su historia de amor en un mundo real. Desde entonces viven y son felices en su pequeño paraíso. Alguna vez, cuando la vida se pone cuesta arriba, por una pequeña ventana, les miro y contagiado de su felicidad recobro fuerzas para seguir en el camino.
Carnoedo 05 de septiembre de 2024.