DICIEMBRE
Cuando decidí aceptar
la propuesta de Mara para escribir sobre los meses del año en el Grupo de
Amigos Escritores me incliné, no sabía bien porqué en aquel momento, por el mes
de diciembre.
Fue pensando en cómo
encarar ese cometido y en lo que podía contar yo, así a botepronto, de una
página del calendario cuando caí en la cuenta de que con el paso de los años, diciembre,
ha sido uno de los meses en que han sucedido algunas de las cosas importantes
de mi vida.
Muchos recuerdos de la
infancia sucedieron en el mes de Diciembre:
Las piernas heladas,
porque no era habitual que a pesar del frio invernal, en aquellos años, los
niños llevásemos pantalón largo; sí de lana o paño grueso, pero solo hasta las
rodillas. La “puesta de largo” acostumbraba a ser con la pubertad y en mi caso
creo recordar que sucedió un diciembre cuando contaba 13 años.
La primera vez que
pude ver la nieve, disfrutarla y sufrirla también fue en una Nochebuena del año
1962. Aún no teníamos televisión en casa y junto con mis padres y hermanos
fuimos al Bar de Aurelio que estaba en nuestra calle a escasa distancia de
nuestro domicilio. Por el único canal de TV disponible en aquellos tiempos
emitían un programa especial que se daba tradicionalmente en la vigilia de
Navidad.
Cuando terminó la
retransmisión y salimos del Bar de Aurelio empezaba a nevar. A todos, mayores y
especialmente a los pequeños, nos ilusionó ver como aquellas calles de nuestro
barrio todavía vírgenes de los adoquines que llegarían más tarde se teñían de
blanco. No faltaron las risas y las carreras originadas por una espontánea
pelea de bolas de nieve y todos fuimos para casa pensando que por la mañana la
nieve habría desaparecido. Vivíamos en la costa y la nieve, ni era algo
frecuente ni se quedaba demasiado tiempo. De hecho, esa era la primera vez, a
mis once años, que podía verla y tocarla físicamente.
Cuando nos levantamos,
el día de Navidad era como se suele describir en los cuentos. La nieve, no solo
permanecía, sino que lo cubría todo con un espesor de medio metro. Era
imposible transitar por las calles y los vecinos se afanaban con sus palas en
abrir unos senderos por los que poder llegar a las tiendas del barrio. Tampoco
era muy necesario pues estos comercios, que solían abrir los festivos por la
mañana, estaban totalmente desabastecidos porque no había ningún tipo de
transporte habilitado para circular. Decía anteriormente que había disfrutado
por primera vez la nieve y también la había sufrido, algo muy cierto porque de
lo bucólico pasamos a la realidad de una única estufa de petróleo cuyo uso se
hubo de racionar al no saber cuándo se podría comprar más combustible.
Diciembre y la
Nochebuena, siguieron siendo protagonistas de algunas actividades durante mi
juventud que recuerdo gratamente. La víspera de Navidad era una noche
tradicionalmente hogareña. Familias y en algunos casos los vecinos más
allegados se reunían en alegres veladas en las que se cantaba, bailaba y sobre
todo se bebía. Con mis amigos, acostumbrábamos a juntarnos después de cenar y
hacíamos la ronda por los domicilios de las respectivas familias para que nos
invitasen a una copa. En muchas ocasiones aparecíamos en alguna de esas casas
cuando la gente ya se había ido a la cama y volvían a levantarse para
atendernos. Lo hacían, casi siempre, con la sonrisa en la cara y puede, pienso
yo, que reprimiendo las ganas de darnos un escobazo. Nuestra ronda acababa al
amanecer en plena montaña, en una Masía Restaurante junto a la cual había un
campo de futbol. Dando patadas a un balón tratábamos de eliminar la resaca de
una intensa noche de juerga.
Fue también, a finales
de un mes de diciembre cuando murió la madre de mi madre, la única abuela que
conocí y a la que quería con devoción. Culminaba ese fallecimiento dos meses
trágicos en los que, de noviembre hasta ese día, también habían fallecido dos
de mis tíos, hermanos de mi padre. Esas pérdidas se superan porque el cariño
que yo sentía por esas personas me ayudaron y me ayudan a mantenerlas vivas en
el recuerdo, pero, sin duda ninguna, fue una experiencia desoladora. Como
decía, todo se supera y hoy todos ellos siguen formando parte de mi vida de
otra forma.
Seguimos repasando diciembre,
pero ya con sucesos más alegres.
Iban a ser mis
primeras Navidades fuera de casa. Paquito, el Dictador, me había premiado con
unas vacaciones de 16 meses en Las Islas Canarias sirviendo en su “glorioso
ejército”.
El permiso oficial, al
que todos los soldados teníamos derecho, no me tocaba hasta los 11 meses de
“mili” lo cual sucedería en febrero del año siguiente. Yo, ya estaba hecho a la
idea de que pasaría las Fiestas en Lanzarote, pero la añoranza se apoderó de mi
cuando a primeros de diciembre volví a Tenerife donde había desembarcado casi 9
meses antes para hacer el periodo de instrucción en Hoya Fría, el CIR de Reclutas.
En esta ocasión llegaba
para hacer un examen buscando ascender a Cabo 1º; nunca le tuve apego a ser
soldado pero la vida era mucho más fácil con galones que sin ellos y los
conseguí, aunque no por ello me integrase con mayor dedicación a la vida militar.
Mi desinterés era tal que acabé la mili sin saber marcar el paso.
Estuvimos unos días en
Los Rodeos, muy cerca de La Laguna y en las horas de paseo por esa hermosa
ciudad alguna de sus calles, sembrada de plataneros (no de los de comer), y el
clima me recordaban mucho al principio de otoño en Mataró. Fueron momentos de
intensa melancolía.
Cuando volví a
Lanzarote ya estaba más tranquilo y conformado a tomarme la situación como
parecía que debía ser. Digo parecía porque, sin esperarlo, me encontré con un
“Hada madrina”, la mujer del Teniente Coronel que mandaba el acuartelamiento y
un “Mago padrino”, uno de los Comandantes del mismo, que convirtieron aquel diciembre
en mágico. Gracias a sus gestiones se me concedió un permiso extraordinario que
me permitió, como en aquel famoso anuncio de turrón, volver a casa por Navidad.
Fue la segunda vez, en su vida, que mi madre esperó nueve meses para verme pues
justo ese tiempo pasó desde que salí de casa hasta que regresé de nuevo.
En mi vida laboral
también diciembre ha sido importante. El 9 de diciembre de 2006 se inauguró la
Estación de tren de Alta Velocidad de Camp de Tarragona. Se me había ofrecido
la oportunidad de ser el primer Supervisor de la misma cosa que acepté
encantado. Todo era nuevo y había que ponerlo a punto para que a partir de esa
fecha la estación funcionase sin problemas. Fue ilusionante volcar en aquel
lugar todo lo que había aprendido en mi trayectoria como ferroviario,
adaptándolo a un tiempo distinto y un funcionamiento que poco tenía que ver con
el ferrocarril tradicional.
Contaba con una
plantilla totalmente nueva que se estrenaba en esas labores. Personas que
carecían de experiencia pero que en su conjunto llegaban sin los vicios de los
ferroviarios “viejos”, aquellos que yo llamo funcionarios costumbristas, y
traían consigo una gran ilusión. Después de pulir un poco ese grupo, desechando
lo que podíamos llamar “las malas hierbas” conseguimos ser una “orquesta
afinada” con un rendimiento excepcional. Sin ninguna duda el mejor grupo humano
que me ha tocado dirigir y en el cual el compañerismo nunca dejó lugar a que
nadie olvidase cuál era su cometido y su responsabilidad. Nunca olvidaré esta
experiencia, Tampoco a esas personas que lograron hacerme vivir mis últimos
años en activo como los mejores de mi vida ferroviaria.
Dejo para el final de
este recorrido por diciembre la mayor alegría que me ha proporcionado ese mes
en uno de los 69 que he vivido hasta ahora. Mi primera nieta, Irene, vino al
mundo un 29 de diciembre y trajo con ella un horizonte lleno de ilusiones como
también lo haría dos años más tarde su hermana Paula.
Ser abuelo es uno de
los grandes regalos que te puede hacer la vida. Se vive con la misma ilusión
que la llegada de un hijo, pero, por decirlo de alguna manera, “con los deberes
hechos”. Los hijos son parte de esa vida que estas conformando y como parte
activa de la misma traen consigo las obligaciones y preocupaciones de un futuro
común en el que prima la responsabilidad de encauzar su porvenir. Coinciden con
los años en los que el trabajo propio y sus obligaciones escolares ocupan la
mayor parte del tiempo, robando horas al entorno afectivo y de ocio familiar.
Con los nietos es totalmente diferente, hay tiempo, menos responsabilidad en su
educación y uno puede convertirse en niño en lugar de tratar de hacerlos
adultos. Mis nietas son, sin duda, la gran alegría de mi vida.
No sé si este pequeño
recorrido por mis diciembres vividos se ajusta a la idea que se tenía sobre escribir
a un mes del calendario. En todo caso me ha hecho revivir algunos momentos
importantes y fijarme en que, si bien el calendario no organiza nuestra vida sí
es testigo fiel de la misma.
Ojalá, éste próximo diciembre
que vendrá, recoja el final de este tiempo de zozobra que nos ha tocado vivir,
recoja ilusiones nuevas, recoja esperanza y se pueda escribir en él, el final
de esta Pandemia y otras enfermedades que nos castigan y también el inicio de
un nuevo mundo más fraternal y más humano.
Matías Ortega Carmona