sábado, 10 de noviembre de 2012

LIBRO DE VIAJE POR LOS RECUERDOS 12ª ENTREGA DE MIS PAISAJES





Iglesia de San Juan de Rabanera

Páginas Sorianas 

Soria; Soria pura, cabeza de Estremadura… como reza en la leyenda de su escudo.
A los pocos meses de estar en esa ciudad me hicieron una entrevista en un programa de radio. Llevaban al mismo, personajes con oficios populares y a los responsables del programa les debió de parecer que el de Jefe de Estación entraba en ese grupo.
La periodista que me entrevistaba se extrañó un poco de que siendo catalán me hubiese ido a Soria, una tierra que no conocía y con la que no me unía ninguna relación. Al pedirme mi opinión sobre la misma le respondí –“Soria es algo que antes de conocerla no te imaginas”- (Mi definición del lugar  debió de gustarle a alguién pues, curiosamente pocos meses después de esta entrevista, desde la Diputación Provincial, se lanzó  una campaña para atraer el turismo con el lema "Soria, ni te la imaguinas"). 
Realmente era así, tanto la ciudad como la provincia pueden llevar a una apreciación errónea si se opina de ellas sin conocimiento previo. Quiero añadir que ese error será, casi siempre, por defecto, nunca por exceso.

Ermita de San Saturio

Pronto descubrí la belleza de sus paisajes y el encanto de los paseos por el Duero. Sitios llenos de romanticismo como San Polo, antiguo monasterio templario. Allí, atravesando un estrecho paso, se inicia el camino que recorrería San Saturio - patrón de la ciudad - para retirarse a vivir, en soledad, su fe religiosa. Camino que se hace poesía en la pluma de Antonio Machado. Sendero en la margen del río donde, éste, se remansa y sus aguas se transforman en un espejo en el que se miran los álamos de su ribera y la ermita del Patrón. Vereda que hay que recorrer con calma, dejando que su paz nos embargue el espíritu.
Para un ferroviario, nada tan doloroso y nostálgico como mirar el viejo puente de hierro sobre el Duero. Hasta hace muy poco tiempo por él circulaban los trenes con destino Zaragoza y Pamplona; hoy está condenado al silencio y el abandono.
La ciudad, pequeña y recogida, que hay que vivir y disfrutar sin prisa. Adornada de viejas iglesias, lugares de culto pero también joyas de la arquitectura con las que recrear la vista:
- San Juan de Rabanera, con la preciosa portada de San Nicolás,   que encandiló a Gerardo Diego.
- La Iglesia de Santo Domingo que, según los entendidos en este tema, posee la mejor fachada del románico español.

Ermita de La Soledad
 - Situada en el Parque de La Dehesa, La Soledad, pequeña y preciosa ermita en la que se puede contemplar una magnifica talla del Cristo del Humilladero. Junto a esta capilla estaba ubicado otro de los símbolos legendarios de la ciudad, El Árbol de la Música. Este olmo centenario – hoy desaparecido - estaba rodeado de un templete desde el cual, la Banda Municipal, solía amenizar los paseos de los sorianos.
- La Ermita del Mirón en un cerro, frente a otro que da cobijo al Parque del Castillo. Entre uno y otro la Concatedral de San Pedro con un hermoso (la última vez que lo vi algo abandonado) claustro. 

Iglesia del Mirón
 Desde cualquiera de estos dos cerros las vistas sobre el Duero son espléndidas, pero si lo que buscamos es paz y sosiego el Paseo del Mirón es sin ninguna duda un lugar adecuado. En esa zona vivía Leonor, la mujer que cautivo el corazón de Antonio Machado. 
- El Collado, arteria principal de la ciudad, donde las gentes van y vienen sin un motivo concreto, a no ser que estemos en San Juan. Entonces se convierte en paso obligado de las  peñas y cuadrillas que desfilan desde la Plaza Mayor a La Dehesa.
 
Siempre que podíamos hacíamos alguna escapada por los maravillosos lugares que forman el paisaje soriano.
Mitigábamos nuestra añoranza del mar en el embalse de La Cuerda del Pozo, donde acudíamos en verano a bañarnos y a disfrutar de una comida en el campo. Éste pantano está rodeado de frondosos y cuidados pinares, en los que es fácil tropezar con alguno de los muchos ciervos que tienen allí su hábitat. Tiene zonas acondicionadas con mesas y fogones que atraen gentes de Soria y provincias vecinas. Los visitantes buscan un lugar donde comer carne a la brasa y refrescarse de los rigores del corto pero, a veces, riguroso verano.
Otro de los alicientes de este embalse es que está rodeado de pueblos tan pintorescos como hermosos. Abejar, Herreros, Molinos de Duero y Vinuesa conforman un mosaico de arquitectura popular lleno de encanto. En esta ultima villa, la más grande y para mí la más bonita de esta zona, uno puede tener la impresión de que el tiempo se ha detenido. Paseando por sus calles empedradas; contemplando sus balcones de madera; aspirando el olor del pan que se ha cocido en los hornos de leña y oyendo al pregonero que avisa con su corneta para que los vecinos escuchen el último bando
municipal, uno no echa nada de menos las grandes urbes, ni siente ningún deseo de volver a ellas.

Desde Vinuesa sale la carretera hacía la tierra de Cameros subiendo el Puerto de Santa Inés. En ese lugar existe una pequeña estación invernal, escasa de servicios y en muchas ocasiones también de nieve. La utilizan los aficionados sorianos al esquí para matar el gusanillo cuando no disponen de tiempo o medios económicos para desplazarse a otros centros con más recursos.
En un desvío de esa carretera está el camino hacia La Laguna Negra.
 
Mis hijos en La Laguna Negra
Este lago, de origen glaciar, está rodeado de altas paredes rocosas que le dan la apariencia de un fantástico anfiteatro. Sobre esta laguna se cuentan misteriosas leyendas pero la verdadera magia está en su belleza que llega a sobrecoger.
Como otros lugares, en que la naturaleza se muestra con todo su esplendor, a mí me gustaba vivirlo sin aglomeraciones, notando la soledad, sabiéndome poca cosa en ese universo, pero sintiéndome afortunado de pertenecer a él.
Desde Covaleda, otra preciosa localidad de la llamada Tierra de Pinares, queda cercano el nacimiento del Río Duero en los Picos de Urbión. Por un motivo u otro, no encontré el momento para conocer éste río cuando aún es niño y me tuve que conformar, para saber de su origen, con leer a Antonio Machado quien, a lomos de un rocín, sí viajó hasta su cuna.
Sin ánimo de extenderme mucho quiero dejar aquí un recuerdo para otros paisajes sorianos que dejaron en mí un recuerdo imborrable:

Sierra de Cebollera
- La zona del Valle, a la que algunos llaman la Suiza de Soria. Los ríos Razón y Tera riegan esas tierras y las convierten en un pequeño paraíso, con bonitos pueblos por los que apetece perderse. Valdeavellano de Tera, Sotillo del Rincón y Molinos de Razón son algunos de ellos. Desde éste último sale una pista por la que se llega a las Lagunas de Cebollera. En nuestro recorrido podremos contemplar caballos que viven en completa libertad en esos bellos parajes. Aunque el último tramo del camino hay que realizarlo a pie, y con la calma suficiente para no perder el sosiego, cuando se llega arriba el paisaje compensa, sobradamente, la fatiga del ascenso.
- Si abandonamos la carretera de Valladolid, por un cruce a la derecha, llegaremos a Calatañazor. Es uno de los pueblos medievales mejor conservado y con más historia de la península. A sus pies, en los llanos donde se asienta un gran sabinar, se libró la batalla en la que el gran Caudillo árabe Almanzor fue herido de muerte.
Desde las ruinas de su castillo podremos ver volar a las aves rapaces y carroñeras. Águilas y buitres recortan con su vuelo el nítido cielo soriano.
- No lejos de Calatañazor, otro espacio singular nos cautivará con su belleza. La Fuentona, manantial subterráneo que da origen al Río Abion, es un enclave único que atrae a muchos visitantes y que yo recomiendo conocer en familia.

El Burgo de Osma

- El Burgo de Osma, villa monumental donde se puede atender tanto el cuerpo como el intelecto. Las jornadas gastronómicas que organiza un afamado restaurante son el remedio para la gula más feroz. Si además uno quiere saciar también su apetito intelectual, podrá hacerlo paseando por sus calles y contemplando sus edificios
llenos de historia. Es ineludible una detenida visita a su Catedral, para poder extasiarse con sus mil detalles, a cuál más bello. Para mí, ver éste recinto religioso supuso una sorpresa, como lo había sido conocer el paisaje soriano; nunca hubiese imaginado que esa Catedral fuese tan hermosa.
- Cerca del Burgo de Osma, remontando el Río Ucero, se encuentra un Centro de Interpretación de la Naturaleza muy bien documentado, que nos dará las pautas para visitar con mayor conocimiento El Cañón del Río Lobos, un espacio natural de los que van quedando pocos. En él podremos ver la preciosa ermita de San Bartolomé y recordar que ese singular paraje fue, como otros rincones de Soria, morada de los caballeros templarios.
- Como estamos en tierra de castillos, por aquí y por allá quedan restos de ellos. De los más conocidos el de Gormaz y mejor conservado el de Berlanga. En esta última población merece una visita la Colegiata de Santa María (cuidado con el lagarto) y en la de San Esteban de Gormaz las iglesias de Nuestra Señora del Rivero y San Miguel.
- Almazán Villa, con una horrorosa y moderna iglesia cercana a la estación del ferrocarril, puede inducir a error si el visitante no va más allá. En cuanto te adentres en su parte antigua cualquier detalle negativo se te habrá olvidado. Pasear por sus calles contemplando las hermosas fachadas blasonadas, te harán concebir la idea de que en cualquier momento te puedes encontrar con los Reyes o Nobles que en otra época vivieron en la villa. La vista de la Iglesia de San Miguel y las murallas junto al Duero te harán tan grato el paseo que no desearas que éste termine.

En fin, son tantos y tantos los recuerdos y los lugares que me impresionaron y dejaron su impronta en mí, que tendré que ir resumiendo:

Morón de Almazán
- Morón de Almazán, tiene una encantadora plaza a la que se asoman el Palacio, el Ayuntamiento y la Iglesia Parroquial que posee una magnífica torre de estilo plateresco. La mezcla de colores, que en primavera ofrece el paisaje divisado desde el campanario, bien merece el esfuerzo de subir hasta el mismo.
- Medinaceli, fue durante mucho tiempo frontera entre la España cristiana y musulmana. Los romanos dejaron allí testimonio de su presencia con un arco de triple arquería, único en España.
- Santa María de Huerta, en la vega del Jalón tiene como mayor atractivo su esplendido monasterio cisterciense. Es un lugar lleno de paz y se presenta como un pequeño oasis en la austera geografía de esa zona soriana.
- Agreda, al pie del Moncayo, nos anuncia el final de Castilla y la llegada a tierras del Reino de Aragón. Son varios los signos de identidad de esta población, el más actual ser la villa natal de un campeón olímpico, Fermín Cacho. Los restos de sus murallas y sus iglesias nos hablan, también, del esplendor de otras épocas.
- Vestigios de tiempos más remotos, los que se pueden contemplar en la llamada Ruta de los Ignitas: Santa Cruz de Yanguas, Bretúm y alguna población más de Soria y La Rioja nos recuerdan, con las huellas y las replicas de estos animales, que los dinosaurios estuvieron allí hace millones de años.




Sin ninguna duda, Los Sanjuanes, son una de las motivaciones más importantes en la vida de cualquier soriano. Justo, cuando en la noche del Lunes de Bailas, sorianas y sorianos cantan en la Plaza Mayor el Adiós, adiós San Juan, y queman sus pañuelos, algunos ya están pensando en la posibilidad de ser Jurados el próximo año.

Imágenes de La Compra en Valonsadero
Otros recuerdan sus carreras delante de los toros en Cañada Honda, en Valonsadero, sus requiebros a las vaquillas en el coso taurino y empiezan a contar los días para vivir otra vez lo que alguno consideró su momento de gloria.
Cuando la fiesta ya ha terminado, camino de casa, alguno recuerda que tal o cual cuadrilla no se lució demasiado en el Catapán, que fueron rácanos con el bacalao y que el vino no estaba a la altura. Da igual, el año que viene será mejor.
Tampoco La Compra acabó de gustarle, aquello más que toros parecían becerros. Pero el Jueves La Saca, por si acaso, se subió a la roca más alta de las praderas de Valonsadero.
Por la tarde camino de Soria se volvieron a escapar los toros. La culpa la tienen los de a caballo que vienen a lucirse y no saben conducir el encierro.
Llega la noche y la calle es un jolgorio, hay ganas de fiesta, primero los fuegos artificiales y después a bailar:
 
En la verbena toca la orquesta
y la noche amenaza con frío.
No importa, nadie se acuesta.
En el tubo baila el gentío,
de mano en mano corre la bota
y el frío, ¿Qué frío? ni se nota.

Como cada año, en el Viernes de Toros, los toreros no saben torear y tienen miedo. Yo me pregunto de quien, ¿de los toros o de la multitud?
Es sábado de Agés y la tajada cada vez más pequeña, aunque los Jurados se afanen en decir que lo han hecho mejor que sus predecesores. Claro, hay que guardar para la subasta.
Este año se enfadó como los anteriores, porque la caldera de su cuadrilla, que era la mejor, no resultó premiada. No importa, ¡qué guapa iba la Jurada! y las mozas de su cuadrilla, las más hermosas, resplandecían el Domingo de Calderas, vestidas de piñorras, en el paseo por la Dehesa.

Domingo de Calderas
Y esa misma tarde, Lunes de Bailas, en la pradera de San Polo junto al río ha cantado y bailado Sanjuaneras con su moza. Al anochecer han subido con las antorchas desde el Duero y desfilando por El Collado, han llegado a la Dehesa.
Un ratito antes el Adiós, adiós San Juan, porque mañana es Martes a Escuela. Ya camino de casa, lo dicho, algún recuerdo efímero de lo que no le gustó pero sobre todo añoranza de unas fiestas que acaba de vivir y el deseo de que un año pase pronto para gritar de nuevo ¡Qué viva San Juan!
 
Recuerdos, paisajes y emociones de siete años vividos en Soria. Llegamos a esa tierra buscando una mejoría en la salud de mi hijo y ese deseo se cumplió. Pero además tuvimos la oportunidad de disfrutar y conocer los lugares que antes habían cautivado a Antonio Machado y que ya para siempre, mi familia y yo, llevaremos en el corazón. Soria, Machado y también Mara, una entrañable amiga, tuvieron mucho que ver en el que yo retomase mi afición por escribir, por eso he incluido en este libro un poema que dediqué al poeta con motivo de su centenario:

En recuerdo de Antonio y Leonor:
 
La niña se hizo mujer
en los brazos de Antonio.
Éste, que la había visto crecer,
la pidió en matrimonio.
En la iglesia de Sta. María La Mayor,
en Soria, junto al Duero,
Antonio y Leonor
se dijeron el “Sí, quiero”
Los álamos de la ribera
fueron testigos de su felicidad,
sin saber que ésta sería efímera,
vencida por la enfermedad.
Disfrutaron de su amor
en Paris, junto al Sena,
pero, al enfermar Leonor,
la dicha mudó en pena.
A Soria vuelven los enamorados
buscando una mejoría,
pero Antonio, desolado,
sólo pudo ver como su esposa moría.
La llevaron al camposanto
un viernes, por la mañana.
¡Soria sumida en llanto!,
¡Luto en la tierra castellana!
Y el poeta que clama al cielo:
“Necesito su compañía,
vivir sin ella no quiero,
¡Cómo pena el alma mía!,
¡Mis lágrimas se lleva el Duero!”

El hecho de no tener una conexión directa, en tren, de Soria a La Coruña motivó que, en los años que vivimos en la ciudad castellana, hiciésemos ese recorrido en coche.
Establecí rutas alternativas para ir conociendo, con más detalle, Castilla y León. Estos viajes me descubrieron ciudades como Valladolid, Palencia, León, Burgos, Tordesillas, Benavente, Astorga y una serie de pueblos que yo había oído nombrar pero que nunca había visitado.

Catedral de Burgos
En cada uno de esos lugares, quien llegue por primera vez, encontrará motivos suficientes para hacer un alto en el camino y disfrutar de Catedrales, castillos, iglesias y otros monumentos.

Castilla y León es una visita recomendable para cualquier tipo de turismo. La variedad de paisajes y su patrimonio cultural no dejará a nadie indiferente. En el aspecto gastronómico la oferta es tan diversa y rica que se convierte en un festival para los amantes de la buena mesa y de sus bodegas salen caldos que hacen las delicias de los paladares más exigentes.
Otra de las cosas que yo disfruté, en el tiempo que viví allí, fue de su clima. Del verano me gustaban, mayormente, el atardecer y la noche. El contraste de la temperatura, con respecto al día, suele ser tan acusado que hasta se agradece un poco de abrigo. Y del invierno, que dura muchos meses, ese frío tan intenso pero fácil de combatir y aquellas mañanas de campos de escarcha y cielo claro, nítido, que no he vuelto a ver en ningún otro lugar.
Castilla y León, un conjunto de paisajes; naturales, gastronómicos, culturales y, los más importantes para este libro, los del corazón, que encontré en Soria y su provincia.

sábado, 27 de octubre de 2012

LIBRO DE VIAJE POR LOS RECUERDOS 11ª ENTREGA DE MIS PAISAJES


GERONA



Estación de Port Bou
Tuve una larga trayectoria sindical dentro del Sector Ferroviario de la UGT que se desarrolló en varios ámbitos de Cataluña, Madrid y Castilla y León, siendo la provincia de Gerona el escenario donde esa labor me proporcionó más satisfacciones. Por eso, para encabezar estas páginas, he elegido esa foto de la estación de Portbou.
Ese fue, durante muchos años, un enclave ferroviario de los más importantes de España. Su condición de lugar fronterizo hacía de esta pequeña villa gerundense un punto vital del transporte por ferrocarril ya que, tanto pasajeros como mercancías, debían de pasar los controles aduaneros pertinentes. Puede decirse que aquella era una población hecha por y para el ferrocarril y por eso la estación era el centro neurálgico de la misma. Sus habitantes, salvo los que se dedicaban al comercio, tenían en ese recinto su medio de vida. Ferroviarios en su mayoría, pero también guardias civiles, policías y personal de aduanas transitaban a diario por andenes, vías y resto de dependencias.
Los paisajes gerundenses han sido importantes en mi trayectoria personal y profesional. Inicié mi carrera ferroviaria, como Especialista de Estaciones (nombre rimbombante cuyo verdadero significado era el de chico para todo) en Riudellots de la Selva, otra pequeña población cercana a la capital. Realicé prácticas en la terminal de Gerona Mercancías y después, ya como Factor de Circulación, trabajaría en diversas estaciones de la provincia como: Blanes, Sils y Massanet de la Selva. Después de mi ascenso a Jefe de Estación mi vida tomaría otro rumbo lejos de aquellas tierras.
Fue un Factor de Circulación, Carlos Domínguez, sindicalista de UGT y miembro del Comité de Centro de Trabajo el causante de que yo siguiese su mismo camino. Él me postuló como candidato en las Elecciones Sindicales celebradas en RENFE en el año 1980 y sin darme cuenta me encontré inmerso en una actividad para la que quizás estaba predestinado. (Un recuerdo entrañable para Carlos, buena persona, buen amigo, fallecido recientemente a consecuencia de un cancer)
Mi labor como sindicalista me llevó a visitar con asiduidad todos los centros ferroviarios de la provincia permitiéndome, a la vez que atendía mis quehaceres sindicales, conocer paisajes tan hermosos como todo el tramo de vía que va de Ripoll, capital del Ripollés, a La Tour de Carol, otra frontera ferroviaria con Francia de menor importancia y tráfico que Port Bou. 

Estación de Ripoll
Estación de La Tour de Carol
En ese recorrido ferroviario entre estas dos estaciones poblaciones llenas de belleza en las que he podido disfrutar en distintas ocasiones como Puigcerdá, capital de la comarca de La Cerdanya, frontera con Francia y cercana al Principado de Andorra. 


Estación de Puigcerda
En esta estación, que sigue cumpliendo sus funciones ferroviarias, se instaló hace unos años un hotel que ocupa la planta superior del edificio.
La población ofrece grandes atractivos turísticos y dispone de rincones tan bucólicos y hermosos como su lago.


Añadir leyenda
Lago de Puigcerdá
Lago de Puigcerdá

Ribes de Fresser, es otra población importante por su enlace con el ferrocarril de cremallera que llega hasta el Santuario de Nuria.

Estación de Ribes de Freser
Estación del Tren de Cremallera
La Molina, es una localidad basicamente dedicada al turismo invernal con una de las primeras estaciones de esquí que se abrieron en España, que se encuentra también en este trayecto ferroviario del Pirineo de Gerona.
 

El otro tramo de línea que cruza la provincia de Gerona es el que va desde Blanes a Port Bou. Blanes es una población pesquera y turística de primer orden. En ella se inicia la denominada Costa Brava y el río Tordera, que desemboca en sus proximidades, es la frontera natural con la comarca del Maresme.
 
Panoramica de Blanes
 A partir de Blanes el ferrocarril se adentra otra vez en la  provincia de Barcelona y después de pasar por Tordera llega a Massanet, enlace con la línea que viene de Granollers y mi última residencia como Factor de Circulación. No volveremos a encontrar la costa hasta la localidad de Llança, ya cerca de Port Bou. Por el camino habremos pasado por la capital, Gerona.

Girona, zona de la muralla detrás de la catedral.
Gerona es una ciudad donde pasado, presente y futuro se dan la mano. Resulta muy interesante visitar su barrio judío, tan bien restaurado que una vez dentro de alguna de estas casas nos parecerá que hemos vuelto a la Edad Media, antes de que los miembros de esta comunidad fuesen expulsados de España por los Reyes Católicos. Pero lo mejor de esta ciudad es su presente, no en vano está considerada una de las primeras ciudades españolas en calidad de vida, y también su futuro que con la llegada de los trenes de Alta Velocidad y la conexión de esta red con Francia se augura esplendido.

Museo Dalí de Figueres
Otra de las ciudades importantes por la que pasa el ferrocarril, en su camino a la frontera, es Figueras. Esta población cuenta como mayor atractivo con el Museo dedicado a Salvador Dalí, el gran genio de la pintura de la generación del 27 nacido en Cadaqués que vivió y realizó la mayor parte de su obra el bellísimo rincón de Port Lligat. Su casa, convertida en museo es uno de los lugares más visitados de la Costa Brava de la cual, junto a otros gerundenses ilustres como Josep Plá, por citar alguno, fueron unos dignos representantes.
El año 1986 supuso un cambio radical en la estructura de los sindicatos en RENFE. El Comité Intercentros, del cual yo había formado parte, pasó de 75 a 13 miembros y los Comités Locales se ciñeron al ámbito provincial. Estas modificaciones obligaron a variar la estructura interna de los sindicatos con representación en la empresa para adaptarlos a una mayor operatividad.
Hasta esa fecha yo había compatibilizado, mis responsabilidades en la Ejecutiva del sindicato en Cataluña, con frecuentes viajes a la provincia de Gerona.
Acostumbraba a dormir en el dormitorio de agentes que RENFE tenía en Port Bou y me gustaba pasear por la noche por la estación para conocer in situ los problemas que encontraban mis compañeros en el desarrollo de su trabajo.

Port Bou, edificio donde se encuentra el enclavamiento (Cuadro de mando desde donde se manejan a distancia todos los dispositivos de vía y señales) detrás la Iglesia.
La Tramontana, el viento típico de aquella zona, alcanza velocidades que suelen sobrepasar los 90 Km. por hora y eso hace que los trabajos de formación de trenes resulten muy penosos. En algunos casos la virulencia del viento era de tal magnitud que había arrancado el techo de algún vagón y levantado del suelo a alguno de los trabajadores que por allí faenaban. 
La noche era el mejor momento para comprobar  las carencias en las instalaciones, sobre todo en lo referente a iluminación, y hacerlo personalmente me daba mayores argumentos a la hora de exigir a los responsables que se aportasen las debidas soluciones.
 
Desde septiembre de 1986 a agosto del 1987 me dediqué, con la ayuda de los compañeros de la provincia, a organizar el Sector Ferroviario de la UGT de Gerona y a preparar las elecciones sindicales que se celebraron en el mes de noviembre. Fueron meses de intenso trabajo pero tuve la satisfacción de ver que, llegado el momento de mi marcha, quedaba una estructura consolidada y unas personas capaces, no solo de mantenerla, sino también de mejorarla.

Girona, puente sobre el río Oñar
No llegué nunca a vivir en Gerona pero fue mucho el tiempo que pasé por aquella provincia que, como no podía ser de otra manera, forma parte de mis paisajes más queridos.
Los años dedicados al sindicalismo son un paisaje agridulce en mi vida. En la parte oscura sitúo las intrigas internas, propiciadas por intereses personales de gentes cuya única meta era ocupar parcelas de poder dentro de la organización o usar ésta como trampolín político. También estaban aquellos que descubrieron en el movimiento sindical una forma de vida lejos de su puesto de trabajo, donde dolía menos la espalda y tenían a mano la llave que abría la puerta de los favores personales. Hablo en pasado pero bien podría hacerlo en presente ya que, lamentablemente, la situación que describo sigue estando igual de vigente hoy en día.
En el lado positivo muchos buenos momentos vividos junto a compañeros con los que conseguimos algunos logros que mejoraron las condiciones de trabajo y solucionaron los problemas de muchos trabajadores.
 
Tossa de Mar
El mejor marco, para recordar esa época de mi vida con alegría, es Gerona y su provincia. Tierra de grandes contrastes, con lugares de inigualable belleza que recomiendo visitar. Los hay de todo tipo:
La Costa Brava, con aguas cristalinas y poblaciones llenas de encanto como Tossa de Mar, San Feliu de Guixols, Rosas, Cadaques etc.
Paisajes de alta o media montaña,donde las cumbres nevadas alternan con  verdes e interminables prados.
Bañolas y su lago acogen a multitud de visitantes que buscan refrescarse en sus aguas o practicar deportes naúticos.
Recintos medievales como Pals o Besalú, nos trasladan a otro tiempo.
Antiguas zonas volcánicas como la Garrotxa de la que es capital la ciudad de Olot y ríos cristalinos que serpentean por las faldas pirenaicas antes de verter sus aguas en otros más contaminados por las influencias de la civilización.

Quiero que estas páginas, dedicadas a Gerona, sean también una muestra de cariño para esos amigos que hice mientras andaba por allí, en especial para: Cipriano, Joaquín y Jovi. Compartí con ellos mucho tiempo de labor sindical pero, por encima de eso, nos unió una  amistad  que  se mantiene viva con el paso de los años. Es uno de los grandes premios que me ha dado la vida y borra cualquier mal recuerdo que pudiese tener de aquella época.

De izquierda a derecha ,Cipriano, Jovi y Joaquín

viernes, 19 de octubre de 2012

HISTORIAS DE HOSPITAL - 2ª PARTE






Puesta de sol en Canarias  (Foto de Loli Agea)

HISTORIAS DE HOSPITAL

Capitulo 2

Hospital Militar de Tenerife

Hablaba en el capitulo anterior de mi paso por distintos hospitales y dejaba constancia de querer, por encima del dolor derivado de la enfermedad o algún mal trato recibido por algunas personas de esos centros, resaltar los detalles positivos de esas experiencias que al final son los que perduran en el recuerdo.

Desde mi infancia, yo, había destacado por mi avaricia en coger cualquier virus (recurro a ese vocablo tan de moda en la actualidad aunque entonces  las enfermedades tenían nombres tan pintorescos como cólico miserere, una cosa mala, etc.) que estuviese en el ambiente. La verdad es que si lo cuantificasen en datos económicos, las atenciones médicas que he recibido a lo largo de mi vida, bien podría achacárseme el haber contribuido de forma activa a fomentar el déficit en la sanidad pública. Por otra parte y mirándolo en positivo, puedo congratularme de haber proporcionado a la ciencia horas de estudio e investigación (si no estudiaban o investigaban era porque no querían) para descubrir y tratar mis males que bien pueden haber sido los de más  personas. Vaya pues lo uno por lo otro.
Vegetaciones, en dos ocasiones, y las anginas llenas de pus, me habían hecho someterme a intervenciones quirúrgicas antes de cumplir los nueve años. Recuerdo que para quitarme estas últimas me colocaron un aparato en la boca que me impedía cerrar la misma. Me sentaron en un sillón reclinable, tipo barbero, y el otorrino, un médico polivalente con fama de carnicero, introdujo una herramienta parecida a una tenaza con la que seccionó las glándulas. La anestesia no debía de haber hecho mucho efecto, mientras me estaba interviniendo,  porque lo recuerdo todo y vine a quedarme dormido cuando me bajaron del taxi, ya en casa. Nada que ver con la forma y los cuidados que rodean este tipo de intervenciones en la actualidad. Como todo tiene su parte positiva, la extracción de amígdalas hizo (puede resultar curioso leer esto hoy) que por primera vez, quizás porque el médico tuvo a bien recomendarlo, se comprasen helados en una casa en la que eso quedaba cercano al despilfarro económico.  Seguramente para cualquier niño de ahora, acostumbrado a ver estos productos en la nevera de casa, resultará chocante esta historia de los helados en el trance de una operación que en aquellos días se realizaba de un modo algo salvaje.

Dicen, yo lo creo, aunque no exactamente en su sentido religioso, que somos un espíritu alojado en un cuerpo y pienso que en esto también hay clases. Como en los automóviles, a mí alma le tocó (espero encontrar un día al repartidor de cuerpos) un utilitario de bajas prestaciones susceptible de tener las más variadas y diversas averías. Aun así voy trampeando y reforzando mi ánimo para que no se resienta  ante las adversidades.

Mi primera experiencia hospitalaria grave tuvo lugar en Santa Cruz de Tenerife. El Estado había tenido a bien enviarme a las Islas Canarias para hacer de mí un soldado. He de reconocer que, seguramente por mi poca disposición a ello, el intento resultó un fracaso. El ejército y yo nunca resultamos demasiado compatibles y a pesar de que me licencié como Cabo Primero mi única meta al ascender fue la de vivir mejor. En ningún momento el ardor guerrero caló en mi interior y a  ello contribuyó de manera decisiva mi paso por el Hospital Militar de Tenerife.

Llevaría unos dos meses en el CIR de Hoya Fría cuando me sobrevino una peritonitis que caso de haberme sucedido en mi siguiente destino, Arrecife de Lanzarote donde no había ningún hospital, y ser atendido con la poca diligencia que lo hicieron en el campamento  podía haber tenido consecuencias irreparables. Desde que me empezó el cólico hasta que me enviaron al Hospital pasaron ocho largas horas en las que me atendieron los sanitarios (ignoro hasta que punto estaban cualificados para recibir ese nombre) del  Dispensario médico. En ese tiempo, además de administrarme calmantes, hasta se les ocurrió darme una copa de ginebra que, según ellos, era buena para el “dolor de barriga”. El médico, un Alférez de milicias, al que habían avisado varias veces llegó, ataviado con su equipo de tenista incluida la raqueta, cuando terminó con el importante partido de tenis que le mantenía ocupado. No necesitó demasiado tiempo para ver que la cosa era grave y ordenó mi traslado en ambulancia hasta Santa Cruz.

El Hospital Militar era un edificio antiguo, de grandes dimensiones y bastante destartalado por el paso del tiempo. Fue derruido en febrero de 2002 y en la actualidad, después de su rehabilitación, se ha convertido en un Centro Socio-Sanitario. La verdad es que no me produce ninguna nostalgia la desaparición de ese centro.
Me ingresaron en la Sala de Cirugía donde me diagnosticaron una perforación de apendicitis que había que operar rápidamente.   Aun así hubo tiempo para que me sacasen sangre, me rasuraran desde el pecho hasta las ingles, no les iba de un palmo, y poder darme una gratificante ducha, la primera con lo más parecido a agua normal desde que había llegado a Canarias (en el CIR, aunque se suponía que el agua pasaba por una planta desaladora,  la sensación al ducharse e incluso al beber era que lo hacías con agua de mar).

El quirófano estaba anexo a la Sala de Cirugía por lo que no tuve que andar demasiado para llegar a él por mi propio pie. Cuando entré estaba allí un sacerdote, días más tarde me enteré que tenía la graduación de capitán, que me recibió sonriente intentando tranquilizarme para que afrontase la operación con mayor ánimo. Mientras me preguntaba de donde era y cosas por el estilo, la anestesia fue haciendo efecto y la cara de aquel capellán, entrado en años, fue lo último que vi antes de quedarme dormido. Que distinto en el trato, aquel religioso, de su colega Sor Luisa la Jefa de la Sala de Cirugía a la que conocí cuando desperté de la anestesia. Aquella mujer, nunca tenía una palabra amable para los enfermos y su mal genio la llevó en un par de ocasiones (mientras yo estuve allí) a ordenar retirar el desayuno   porque, según ella, los pacientes demostraban poco apetito al no apresurarse a sentarse a las mesas, situadas en el centro de la sala, donde  se depositaban las bandejas con los alimentos. Era necesario estar muy mal para que aquella bruja permitiese que algún compañero te acercase algo del desayuno a la cama.

Me operó el Capitán Castaños, un cirujano con buena fama y extrañamente amable para estar en aquel entorno. Eso, sin duda, contribuyó a hacer más llevadero mi paso por el hospital. Como le había comentado que yo era carpintero me pidió que, cuando me encontrase bien para hacerlo, le colocase una cortina y unas estanterías en su despacho. Después de hacerlo me dijo que si no quería el alta él no me la daría hasta que se lo pidiese. Podía estar así, en el  hospital, para salir con el tiempo justo de jurar bandera e irme para casa. En esa situación estaban varios compañeros que hacían de improvisados enfermeros y dependían directamente de lo que tuviese a bien ordenar Sor Luisa.
El ambiente del hospital me deprimía aun más que el del campamento y dos semanas en aquel lugar fueron suficientes para reponerme de la operación y mentalizarme de que una vez superado aquel mal trance, ni los militares , ni el ejército iban a poder conmigo. Por ello, agradecí su oferta al Capitán Castaños y le pedí que me diese el alta para poder jurar bandera con mis compañeros de reemplazo.

Siempre he pensado que cuando las cosas vienen mal, tarde o temprano, han de ir a mejor y también en aquella ocasión esa regla se confirmó:
Recuerdo con cariño y mucho agradecimiento a Isabel, una joven tinerfeña que, durante ocho o nueve días,  contribuyó a hacer más llevaderas aquellas tardes de hospital. Era hermana de un compañero canario ingresado en la misma sala, unos días después que yo, y desde que lo visitó por primera vez se interesó por mi estado y fue un bálsamo para mitigar la soledad que me embargaba en aquellos momentos.
Isabel sentía mucha curiosidad, después descubriría que eso era algo bastante común, sobre todo en las mujeres isleñas, por saber cosas de la España peninsular y se pasaba el tiempo conversando conmigo, cosa que yo agradecía profundamente. Ninguna tarde se olvidaba de traer para mí también,  como hacía con su hermano, algún zumo o galletas pero lo mejor de todo era, que estando tan lejos de casa y de mis seres queridos, había alguien que venía a verme como si formase parte de su familia. Ella fue, puede decirse así, mi hada madrina y con su dulce sonrisa trajo la luz  a  aquellos negros días de hospital.

Una mañana, sin previo aviso, me dieron el alta y me trasladaran de nuevo a Hoya Fría sin que pudiese despedirme de ella (tampoco de su hermano al que le estaban realizando unas pruebas) y agradecerle las atenciones que tuvo conmigo. Nunca más volví a saber nada de ella pero siempre he mantenido vivo el recuerdo  de aquella muchacha canaria que en tan pocos días dejó en mí una profunda huella.

Ciertamente la oscuridad, que acompaña al tiempo en que la enfermedad nos acecha, es ahuyentada por esas Blancas Sonrisas que también viven en los hospitales.

viernes, 12 de octubre de 2012

LIBRO DE VIAJE POR LOS RECUERDOS 10ª ENTREGA DE MIS PAISAJES


Carnoedo
De Carnoedo a la Coruña se puede ir por carreteras interiores o bordeando la costa. A mi, siempre que puedo ir sin prisas, me gusta no separarme del mar. El primer tramo de carretera atraviesa unos montes en el término de Veige y tiene acceso a varias calas en las que se puede disfrutar del mar en un privilegiado entorno.

Veige
Enseguida, pasado Veige, llegamos a Lorbé. Con el nombre de está aldea se comercializan todos los mejillones que se crían en las bateas de esa parte de la ría; desde el mismo Lorbé hasta las cercanías de Fontán. Éste apetitoso molusco se puede consumir preparado de   diversas maneras en alguno de los restaurantes de la localidad. A mi me gusta hacerlos en casa y darles mi toque personal.




Mera saluda al mar con sus dos faros, construcciones sin ningún encanto, hechas para llevar a cabo la labor encomendada sin ninguna otra pretensión. Aun así, conviene llegarse hasta ellos y disfrutar del paisaje.

Vistas desde uno de los Faros de Mera con los toxos en primer plano




La zona que rodea a los faros tiene pequeños acantilados donde rompen las olas. Al final de la primavera y principio del verano las flores de los toxos (Los toxos son unos arbustos muy abundantes en Galicia. Su flor es utilizada para fabricar un licor de alta graduación y el tallo servía de lecho a los animales y descompuesto se usaba como abono en las tierras de labor), en todo su esplendor, tiñen aquellos campos de un amarillo intenso; si además tenemos la suerte de disfrutar de uno de esos días claros, en que el cielo está limpio de nubes y presta su azul a ese mar en que pasean los veleros, estaremos contemplando un cuadro que bien podrían haber pintado, pincel a pincel, Sorolla y Van Gog.
Casi tocando al mar, aproximadamente a unos cien metros del mismo, existe una laguna que no siempre tuvo la atención que merecía. Afortunadamente tampoco nadie opto, como ha ocurrido en otros lugares, por desecarla. Actualmente, adecentado su entorno, se ha convertido en una zona de ocio para los lugareños o los muchos foráneos que visitan Mera.

Majestuosos cisnes y algunos patos comparten el espacio para regocijo de grandes y pequeños.

Lagoa de Mera
Visité Mera en mi primer viaje a Galicia. Se celebraba la verbena de Santa Ana, la patrona, y la orquesta tocaba al lado de la capilla, junto al mar. No había pista de baile, como ahora, y se bailaba en el prado. Embelesado como estaba, con todo lo que iba descubriendo sobre aquel maravilloso país, aquella fiesta es uno de mis recuerdos favoritos.
Después de Mera, siguiendo la carretera de la costa, llegamos a Santa Cruz. Otro rincón lleno de encanto con su castillo construido en un islote a pocos metros de la costa. En él, según me han contado (confieso que no lo he verificado porque me parece bien la idea de que así fuese), vivió la insigne escritora gallega Doña Emilia Pardo  Bazán.

Castillo de Santa Cruz
El acceso a este castillo se realizaba, tradicionalmente en barca aunque, cuando la marea está en su punto más bajo, se puede llegar hasta él a pie. No hace mucho tiempo se construyó un puente que permite ir hasta el castillo sean cuales sean las condiciones de la mar. Se han eliminado, de paso, esas barreras naturales que impedían el acceso a personas con discapacidad.
Desde los jardines y murallas de esta fortaleza la vista de la ría es esplendida; proporciona toda la belleza y calma que un escritor puede necesitar para plasmar en los libros las más sugerentes historias. Quizás fuese, éste, el caso de Doña Emilia.
Dejando atrás Santa Cruz, bordeamos la extensa playa de Bastiagueiro. A ella acuden en masa los coruñeses para combatir los rigores veraniegos, bañándose en unas aguas que en algunos casos, por el oleaje y las corrientes, suelen resultar traicioneras para nadadores poco avezados.
Antes de enfilar el puente del Pasaje y entrar en La Coruña queda a la derecha Santa Cristina, una de las zonas de ocio del fin de semana coruñés. Su playa (foto que encabeza estas páginas dedicadas a Galicia), sembrada de pinos, más o menos extensa según el capricho de la marea, es una delicia para disfrutar del baño. Ya sea paseando o contemplada desde el tren o el automóvil esta imagen es un regalo para los ojos de quien la mira.


Santa Cristina  
La Coruña, esa ciudad donde según su lema nadie es forastero, se ofrece al visitante llena de atractivos, pero no voy a hacer una descripción minuciosa de la misma. Eso se puede encontrar en cualquiera de las guías editadas con ese fin. Me limitaré por tanto a repasar alguno de los lugares que tienen más significado para mí.
El acceso, por las Avenidas del Pasaje y la del Ejército, nos lleva hasta el puerto de la ciudad. Barcos de todo tipo dan vida a este recinto, en el que podemos encontrar, desde la flota pesquera que faena en el Gran Sol cerca de las costas de Irlanda y la Gran Bretaña, a grandes buques de la marina mercante o los cruceros que llevan pasajeros de un lugar a otro del mundo. Los muelles de las embarcaciones recreativas y deportivas se sitúan a continuación.

Veleros en el Puerto de A Coruña
He paseado en muchas ocasiones por ese puerto pero si tengo que quedarme con unas imágenes, como referencia, lo haría con las de la descarga de los barcos pesqueros y la posterior subasta. Es un espectáculo ver la gran diversidad de pescados que salen de sus bodegas; los hay de todos los tamaños y aspectos, especies que yo no conocía pero que las personas que pujan en la subasta acaban llevándose a los mercados y restaurantes de la ciudad. Curiosa manera de comprar y vender que solo entienden los implicados en el negocio.
Paralelos al puerto, están ubicados los jardines de Méndez Núñez. Cualquier época del año es buena para pasear por ellos, pero es con el calor veraniego cuando más se agradece el frescor y la sombra de esa grande y variada arboleda.

Dña Emilia Pardo Bazán
También, en ese lugar, tiene un espacio Doña Emilia Pardo de Bazán con una estatua que le rinde merecido homenaje.
Siguiendo los jardines se llega a la Dársena de La Marina. A la izquierda las típicas balconadas acristaladas y a la derecha el principio del Paseo Marítimo, uno de los legados de Paco Vázquez, posiblemente el alcalde que más ha cambiado la fisonomía de la ciudad durante su mandato. Cambios que, mejorando sustancialmente lo que había, han sabido mantener viva la esencia de La Coruña.

Bahía de San Amaro
Estos cambios de los que hablaba se reflejan en toda su magnitud en zonas como San Amaro, en los aledaños de La Torre de Hércules, y en los terrenos que circundan el viejo faro romano.
Recuerdo mi primera visita a la Torre en el año 1975 y la diferencia, de entonces a ahora, es abismal. Su aspecto exterior parece otro, aunque sólo se le hayan hecho ligeros retoques, pero lo que realmente le da una nueva imagen es el campo que la rodea.

Desde el faro hasta San Amaro, en lo que era una zona totalmente degradada, se ha creado el parque de las esculturas que vienen a ser un testimonio de épocas pasadas.
En lo que amenazaba con convertirse en un basurero se han puesto bancos y limpiado y acondicionado el terreno. Ese entorno invita al paseo o a sentarse para contemplar las hermosas vistas. Por un lado el océano, por otro la Ría de La Coruña, más allá, en la boca de la Ría de Betánzos, La Marola (ese islote del que se dice que quien pasó La Marola pasó la mar toda), algo más lejos la entrada a la Ría de Ferrol. En fin, un paisaje que incita a soñar a los más despiertos y al que he dedicado una de mis poesías que transcribo a continuación:

Torre de Hercules

Torre de Hércules
viejo faro romano,
tumba de Gerión,
vigía frente al océano.
La rodean verdes prados
con margaritas y amapolas,
junto a ella, en los acantilados,     
llegan y rompen las olas.
Los barcos que van a puerto
saludan al pasar,
vienen de mar abierto,
cansados de navegar.
Las gaviotas desde el cielo
bajan hasta el mar,
incesantes en su vuelo
cansinas en su piar.
Niños que corretean
gritando con alegría,
gentes que sestean,
en los bancos, frente a la ría.
Jóvenes que se besan
con ardor inusitado.
Dos ancianas que los miran
diciendo si eso no será pecado.
Repartidas por los prados,
imágenes de piedra,
recuerdan el pasado
rememorando antiguas guerras.
Paisajes de primavera

de una ciudad que quiero,
A Coruña marinera,
donde nadie es forastero.

Castillo de San Antón
Atrás se nos ha quedado el Castillo de San Antón. Esta fortaleza fue construida para defender la entrada de la ciudad de los ataques ingleses. Con el tiempo se ha utilizado también de prisión y actualmente es la sede del Museo Arqueológico.
Es recomendable una visita a este castillo, para ver las piezas que alberga como museo, pero sobre todo para embelesarse con el paisaje. Desde sus almenas obtendremos una panorámica inigualable del puerto y las galerías de lo quellaman la Ciudad de Cristal, más a la derecha está el mirador del Jardín de San Carlos y por el otro lado alcanzaremos a ver Mera y sus faros que, junto con la Torre de Hércules, velan por la seguridad de las embarcaciones que surcan aquellas aguas.

Jardín de San Carlos
He hablado del Jardín de San Carlos y éste bien merece otra visita. En el centro del mismo se halla el sarcófago que contiene los restos del almirante inglés Sir Jon Moore, muerto tras ser herido por los franceses en la batalla de Elviña, durante la Guerra de la Independencia. En un extremo se encuentra un palacio que alberga el Museo de Historia de La Coruña. La tranquilidad que se respira en este rincón es un bálsamo para los espíritus acelerados. Ya sosegados podremos seguir explorando la ciudad.
Lo que llaman la ciudad vieja es un entramado de calles estrechas y plazas recogidas, llenas de encanto. Mi primer paseo por ellas fue, como a mí me gusta, en un día normal sin el agobio y bullicio propio de las fiestas. Disfrutar con calma del callejeo, contemplando esas hermosas fachadas de piedra, pequeñas joyas como las iglesias de Santa María y de Santiago, hacer un alto en la Plazuela de las Bárbaras donde está el convento de la santa que le da nombre, vivir ese paisaje, es algo que no tiene precio.

Plaza de María Pita y Palacio Municipal
Irse de La Coruña sin visitar La Plaza de María Pita y el Palacio Municipal es un error imperdonable.
Conviene rendir un pequeño homenaje, aunque sea desde el recuerdo, a la heroína de la ciudad. Valiente mujer, pescadera de profesión, que guió a los coruñeses en la defensa de la ciudad contra los ingleses.
Una vez presentados nuestros respetos a tan emblemática dama visitaremos el Ayuntamiento. Este edificio, una joya en sí mismo, alberga una importante colección de relojes. El mobiliario en general y el del despacho del alcalde, en particular, nos trasladan a un tiempo en que cualquier trabajo era un arte y el artesano dejaba su impronta en lo que hacía. Pero es el Salón de Plenos lo que deja boquiabierto al visitante; si los políticos alcanzasen, en sus debates, el nivel de los artesanos que allí trabajaron, serían capaces de aportar soluciones a la mayoría de los problemas que padecen los ciudadanos.
No es, sólo, lo que he relatado hasta ahora lo que hace grande a una ciudad como La Coruña y lo que despierta mi amor por ella. Las playas del Orzán, Riazor, el Parque de Santa Margarita, sus museos, la Calle Real, el Parque de Bens, etc. son otros lugares llenos de interés que harán las delicias de cualquiera.

He procurado describir los lugares que más sensaciones me despiertan guardando para el final el Parque de San Pedro de Visma.

Puesta de sol en el Parque de San Pedro
Unas antiguas baterías de costa que se han transformado en un precioso lugar de ocio. Los enormes cañones, con sus bocas selladas, son ahora cañones para la paz, una paz que se siente de manera profunda al contemplar desde ese monte una puesta de sol. Emociona contemplar, en silencio, como el astro rey se sumerge, lenta pero inexorablemente, en las aguas del océano.

Betanzos, es uno de los lugares de Galicia en los que no me importaría vivir. De hecho estuve a punto de hacerlo; pedí en primer lugar esa residencia cuando ascendí a Jefe de Estación. Luego, por tejemanejes del concurso de ascenso, me diesen la plaza en Montmeló, provincia de Barcelona.
Siempre me ha gustado esa ciudad, habitualmente tranquila, cuya paz se altera de forma puntual los días 1 y 16 que es cuando se celebra el mercado. Esos días acuden gentes de toda la comarca, unos a vender, otros a comprar y muchos atraídos por la curiosidad que generan ese tipo de eventos.

Iglesia de Sta María del Azogue
Barcas preparadas para la Fiesta de Os Caneiros

Yo la definía como la ciudad de las iglesias, hay muchas para  el tamaño de la población, y algunas muy bonitas. En la construcción de todas ellas predomina la piedra, cosa habitual en Galicia. La de Santa María con su placita y cruceiro y la de San Francisco en la que se encuentra el sepulcro del conde Fernando Pérez de Andrade son mis favoritas.
Pero la antigua Brigantium es algo más que iglesias, es una ciudad en la que se concentra todo el comercio de la zona y a la que acudíamos con regularidad, a realizar compras, en mis primeras visitas a Galicia. Es también bella; dos ríos, el Mendo y el Mandeo, vierten en ella sus aguas dando origen a la Ría de Betánzos. Aguas arriba de este último se celebran las famosas fiestas de los Caneiros en las que barcas, engalanadas de flores y guirnaldas, repletas de gente, remontan el río para celebrar una curiosa romería.
Famoso es el Globo de Betánzos. En las Fiestas Patronales de San Roque se suelta cada año un globo de papel, dicen que el mayor que se fabrica en el mundo, que viaja por el cielo de la noche gallega hasta donde el viento quiere empujarlo. En alguna ocasión, cuentan, que ha llegado hasta Portugal.

Globo de Betanzos
Otro de los atractivos de la localidad es El Parque del Pasatiempo que debe su construcción a los hermanos García Naveira, nativos de la villa y sus principales benefactores. En el mismo se recrean lugares de todos los continentes que los dos hermanos tuvieron oportunidad de conocer en sus viajes.

León en el Parque del Pasatiempo
Durante décadas, ese recinto, estuvo sumido en el ostracismo hasta que el consistorio decidió rehabilitarlo. En la actualidad, aunque siguen los trabajos de restauración, está abierto de forma regular a los visitantes.
Santiago de Compostela, capital espiritual de Galicia lo es también, política y administrativa, desde la llegada de la Autonomía.
La ciudad del Apóstol recibe diariamente la visita de peregrinos de todo el mundo. En algunas fechas, como en la festividad del Patrón o cuando se celebra el Año Santo, llegan de forma tan masiva que se hace imposible caminar con tranquilidad por sus calles. Nunca me han gustado las aglomeraciones y por eso, una vez visto ese ambiente, mis visitas se producen fuera de esos días tan señalados.

Vista de La Catedral desde los jardines de La Alameda
 Alguien me decía que lo que más le había sorprendido de Galicia es que, en un día, se pueden vivir las cuatro estaciones del año. La verdad es que son muchos los días en que el clima se manifiesta de esa forma y si así lo hace, mientras visitamos Santiago de Compostela, tendremos en una sola jornada la oportunidad de vivir la ciudad en toda su esencia. Porque lejos de la fama que le dan los más agoreros no siempre llueve y en julio o agosto aguantar el sol implacable, en la Plaza del Obradoiro o haciendo cola para entrar por la Puerta Santa, es toda una heroicidad.
Me gusta Santiago y a fuerza de ir muchas veces me siento allí como en casa. Disfruto paseando por la zona monumental, viendo escaparates o engullendo un trozo de empanada. No siempre visito al Santo pero él, estoy seguro, sabe que ando cerca y me lo agradece igual. Además, así le dejo tiempo para atender a los que no son tan habituales.
Al igual que con otros lugares, no voy a describir aquí los monumentos de esa entrañable ciudad. Pero si quiero hablar, desde la emoción que a mí me producen, de algunos rincones que recomiendo visitar:
Por supuesto la Catedral; disfrutar en silencio y sin agobios de la belleza del Pórtico de la Gloria; visitar al Santo, sin  prisas, y contarle, sin que nadie lo sepa, alguna de nuestras cuitas son cosas que conviene hacer.

Callejear por los alrededores, disfrutando de cada plaza y plazuela. Extasiarnos con la grandiosidad de la Plaza del Obradoiro y los edificios que se asoman a ella: Catedral, Palacio de Raxoi, Hostal de los Reyes Católicos, Pazo de Xelmirez; muy cerca, en la Plaza de la Inmaculada el Convento de San Martiño y al principio de la Rúa del Franco el Palacio de Fonseca. Siguiendo por esa calle llegaremos al Parque de La Alameda, un remanso de paz para solaz de cuerpo y mente. Desde ese lugar hay unas vistas de la Catedral que hacen las delicias de cualquier buen aficionado a la fotografía.

Vista del Hostal de los Reyes Católicos desde la escalinata de la Catedral.
Un recuerdo imborrable que tengo de la capital gallega fue una visita nocturna en la vigilia del Apóstol. Recién estrenada la Autonomía pude escuchar, por primera vez en mi caso, como los miles y miles de gallegos que abarrotaban la Plaza del Obradoiro entonaban con entusiasmo el Himno Gallego. En una tierra donde el franquismo había menospreciado, de forma sistemática, sus signos de identidad esa manifestación de fervor galaico despertaba lo más profundo de los sentimientos. 

Ría de Ferrol con la ciudad al fondo
Si vistamos Galicia con tiempo suficiente podremos llegarnos a otros lugares de su geografía que no nos dejaran indiferentes:
Ferrol, ciudad marinera donde las haya, con los castillos de La Palma y San Felipe custodiando la entrada a su puerto.
Muy cerca Doniños, lago, playa y dunas.
Siguiendo la escarpada costa otra laguna, la de Valdoviño, y preciosas rías como la de Cedeira, Ortigueira, Viveiro y, hasta llegar a Ribadeo, el maravilloso paisaje de la Mariña lucense con un grandioso colofón como La Playa de las Catedrales.
Desde Caión a Muros nos espera la llamada Costa de la Muerte, trágica y hermosa, con poblaciones como Laxe o Camariñas (famosa por sus encajes). También están en este itinerario el Faro de Fisterra, durante mucho tiempo el fin del mundo conocido como su nombre indica, y lugares de peregrinación como el Santuario de la Virgen de la Barca en la localidad de Muxía.


Santuario de A Virxe da Barca
A partir de Noya la costa se suaviza dando origen a las denominadas Rias Bajas. Clima más benigno y paisajes de inconmensurable belleza. 

Playa de Samil en Vigo
Vigo con la playa de Samil, Parque de Castrelos y la Virgen de la Guía.
Pontevedra, con el Museo, su Casco Antiguo y su Virgen Peregrina.

Lugo, con sus Murallas, el Parque de Rosalía y el Miño que pasa acariciando la ciudad.

Lugo, Muralla y Catedral
Orense, con su Puente Romano, la Catedral y las fuentes termales de Las Burgas.
Eso y mil rincones más. Podría seguir llenando páginas y más páginas, hablando de Galicia, pero eso sería salirme de las pautas que me marqué cuando empecé a escribir este libro.

Me ciño por ello a lo que me es más cercano, física y emocionalmente. Galicia, en su conjunto, es el más hermoso de los paisajes y poder vivirlo, la más bella de las emociones: 

GALICIA

Se acelera mí corazón,
te siento como una caricia
rebosante de ilusión,
me acerco a ti: Galicia.
Esa tierra tan bella,
con sus montes, valles y rías;
es como una doncella,
es toda ella, poesía.
A Coruña: Plaza de María Pita;
Torre de Hércules, faro marinero.
Aunque estés de visita,
en esa ciudad, nunca serás forastero.
Dársena de la Marina,
Ciudad de Cristal,
más allá, Santa Cristina;
Jardines de Méndez Núñez y la calle Real.
Un recuerdo a lo más cercano,
Lorbé, Oleiros y Mera.
Aunque quedan más a mano,
Carnoedo y La Pedreira.
Cantan los de Milladoiro
a Santiago y a su Catedral,
en la Plaza del Obradoiro,
conjunto monumental.
En Lugo y sus murallas,
ciudad que el Miño baña,
pelearon en mil batallas
celtas, romanos y “María Castaña”.
Pontevedra en otra esquina
nos llama la atención.
Allí a La Virgen Peregrina
la quieren con devoción.
En Vigo está Samíl y su playa.
y para ver la esplendida Ría
nada mejor que subir la atalaya
que nos brinda la Virgen de Guía.
Orense y su Puente Romano,
La Catedral y sus arrabales
y, muy cerca, muy a mano,
Las Burgas, fuentes termales.
Galicia, campesina y marinera,
a tus pueblos y a tus gentes,
por muy lejos que estuviera
siempre los tendría presentes.

Nota:
María la Castañeira, fue una heroína lucense que se
enfrentó al poder eclesiástico en el siglo XIV. El
pueblo ha conservado su memoria haciendo habitual

la frase: “En los tiempos de Mari Castaña…”