lunes, 21 de mayo de 2012

LIBRO DE VIAJE POR LOS RECUERDOS 1ª ENTREGA DE MIS PAISAJES

                                                                    PROLOGO

 Al empezar a escribir este libro, que titularé Mis Paisajes, no
pretendo hacer algo que pueda confundirse con una guía
turística. Por ello el lector no encontrará, en el mismo, una
descripción minuciosa de los lugares que iré presentando y
puede que incluso, si le son conocidos, le parezca que las
imágenes que describo no se ajustan a la realidad.
Seguramente no le faltará razón; en unos casos, porque con
los años, alguno de esos paisajes se ha modificado de forma
sustancial, hasta el punto de que puede decirse que han
desaparecido; en otros, porque el terreno es simplemente el
marco en el que se encuadran las emociones vividas, siendo
éstas las conforman la verdadera imagen.
Doy por hecho que el viaje por estas páginas no despertará
en quien las lea los mismos sentimientos que en quien las
escribe y esta premisa también justifica el titulo pues, es
obvio que, todos esos paisajes están vistos desde mis ojos y
vestidos y adornados con mis vivencias. Espero de todos
modos que si alguien se enfrasca en esta lectura la
encuentre, cuando menos, interesante.
Para poner fecha y origen al inicio de este libro he escogido el
más reciente de los paisajes, la estación de ferrocarril del
Camp de Tarragona. No será, probablemente, el último de los
que aparezcan en él, pero tiene unas connotaciones muy
especiales. Esta estación modificará con toda seguridad el
entorno en que se encuentra pero, además, traerá cambios en
el devenir de las personas que con su trabajo le dan vida y
también en el de los viajeros que utilizan sus servicios. En mi
caso significa dedicar el final de mi vida laboral a un proyecto
que nace para hacer que el transporte ferroviario, en esta
provincia, siga siendo el vehículo que con toda rapidez lleve
personas y sueños hacia un futuro mejor.

Camp de Tarragona 28 de agosto de 2007






                         Paisajes de infancia
 
Los primeros paisajes que recuerdo son los de los
extrarradios de una ciudad que cambiaba su fisonomía día a
día. La continua llegada de inmigrantes procedentes de otras
partes de España hizo que Mataró, como otras ciudades de
Catalunya, tuviese un crecimiento rápido y no siempre
controlado.
Aunque nací y pasé los primeros dos años de mi vida viviendo
con mis padres, mi hermano mayor, mis tíos y primos en un
piso de alquiler en el centro de la ciudad, no tengo recuerdos
reales de esa época. Si se forjaron imágenes en mi
subconsciente, después de que en alguna ocasión mi madre
me llevase de visita a esa vivienda. Ellas me hablan de
hacinamiento y malas condiciones de vida debido a la
cantidad de gente que vivíamos allí.
Cuando tuvieron unos ahorros, mis padres y mis tíos,
compraron un terreno en las afueras de la ciudad y en el
mismo construyeron una vivienda para las dos familias. La
casa la dividía un pasillo central quedando a cada lado de
este tres habitaciones, una cocina, un pequeño comedor y un
más que elemental cuarto de aseo. En los laterales de la
edificación otros dos pasillos, estos descubiertos, llevaban a
la parte trasera en la que había un patio con un lavadero.
Las dos familias fuimos pioneras en lo que hoy es el populoso
barrio de Los Molinos Altos. Recuerdo que lo que era la
ciudad vieja terminaba en el Parque Municipal y a partir de
éste se extendían terrenos de labor en el que los almendros y
la viña convivían con otros cultivos. La sensación era la de
vivir en contacto con la naturaleza y nos sentíamos tan
ajenos a la urbe que, cuando dejábamos nuestro entorno
para llegarnos hasta ella, solíamos decir “Vamos a Mataró”,
cuando la realidad es que la distancia que nos separaba era
exigua.
 
En nuestro barrio, las calles eran de tierra y cuando llovía se
volvían intransitables. Si las lluvias eran fuertes, se habría el
terreno en profundos surcos que derivaban en torrenteras,
arrastrando el agua todo lo que encontraba a su paso. Existía
y aún existe, aunque ya hace años que se cubrió, un pequeño
canal que llamábamos El Desvío al que iban a parar estas
aguas y las que bajaban procedentes de las montañas
cercanas. Durante algún tiempo, hasta que viajando descubrí
que los ríos eran otra cosa, eso fue lo más parecido a éstos
que conocí.
 
Fuente del 1º de Mayo


 Uno de los rincones que disfruté en mi infancia, de los pocos
que perdura sin haber sufrido grandes cambios, es la Fuente
de Mayo. Esta fuente era, en su origen, un lugar situado en las
afueras de Mataró y acercarse a el a pasear o merendar
podía considerarse como una pequeña excursión.
Han desaparecido, de la explanada que hay en la parte
superior, una vivienda que estaba allí ubicada y los
algarrobos que compartían la tierra con unos pequeños
pinos. Entre aquellos pinos, mis amigos y yo, enterrábamos
nuestros “tesoros” cuando, en nuestros juegos, imitábamos a
los terribles corsarios que surcaban un mar que desde aquel
lugar entonces, sin grandes edificios que lo ocultasen,
podíamos divisar. Después, cuando volvíamos a buscar
aquello tan celosamente guardado, casi nunca atinábamos
con su paradero y muchas veces, ya de adulto, he sentido la
tentación de ponerme a excavar, no se si para hallar el tesoro
perdido o para tratar de reencontrarme con mi niñez.
Una canción muy de aquella época que alguna vez oía
tararear a mi padre, aficionado al cante flamenco, decía - “La
fuente se ha secado, las azucenas están marchitas…” Eso no
ha sucedido con la Fuente de Mayo de cuyo caño seguía
manando el agua la última vez que estuve en ella. También
siguen allí aquellos pequeños pinos, poco crecidos a pesar del
tiempo transcurrido, que me recuerdan unos días en los que
necesitábamos poco más que nuestra imaginación para pasar
unos ratos divertido
 
Muy cerca de La Fuente de Mayo está situado el viejo
Cementerio que aún hoy se sigue utilizando ocasionalmente.
La ciudad, en su crecimiento, ha engullido este recinto
ubicado en su origen a las afueras de la misma. Eso ha hecho
necesario construir un nuevo Campo Santo para aquellos que
duermen el sueño eterno.
He mencionado ese lugar porque también fue uno de los
paisajes habituales de mi infancia. En su interior hay una
pequeña capilla que, a falta de una verdadera iglesia, era la
sede de la parroquia y en ella se celebraban misas y
funerales. Los oficios religiosos como bodas, bautizos y
comuniones se llevaban a cabo en la iglesia de San José o
bien en la Basílica de Santa María, ambas situadas en el
centro de Mataró. Se evitaba así que un día de evidente
alegría para los protagonistas tuviese un escenario tan poco
apropiado para la fiesta.

Capilla del Cementerio Viejo


Mi relación con esta capilla fue, por decirlo de alguna
manera, casi profesional pues me tomaba muy en serio el
trabajo de ayudante de Mosén Jubany, el cura párroco.
Durante muchos años fui el monaguillo titular de la misma y
eso me hizo familiarizarme con aquel entorno.
Mi labor como acólito abrió mis ojos a otros paisajes de los
que, dada mi edad, no era muy consciente pero que sin
ninguna duda fueron calando en mi personalidad. Como ya
he dicho anteriormente, en aquella capilla eran infrecuentes
las celebraciones que incitaran a la alegría y por el contrario
se hacían muchos funerales por lo que aprendí a verle la cara
al dolor y empecé a no temerle a la muerte. Descubrí también
que, por mucho que los poderosos se esforzasen en
diferenciarse de los humildes, adornando su parcela con ricos
mármoles y colocando en las tumbas bellas estatuas, todos
los inquilinos de aquel lugar escuchaban la misma canción y
se arrullaban con el murmullo de los cipreses.
De que nadie perturbase el reposo de sus vecinos y de que en
el cementerio estuviese todo en orden se cuidaba  el sepulturero, que vivía con su familia en una casa adosada al
mismo. Recuerdo, de esta casa, el gran huerto cuajado de
naranjos en el que Pere sembraba también tomates y otras
hortalizas. En alguna ocasión acompañaba a Mosén Jubany
que, a la vez que párroco, era administrador del cementerio
en sus paseos por aquel huerto. No imaginaba entonces,
cuando me sentaba a la sombra de los naranjos, que años
más tarde en aquel lugar habría una iglesia en la se
celebrarían ceremonias sin distinguir si su finalidad era triste
o alegre. En ella, en la iglesia de Nuestra Señora de la
Esperanza, me casé, bauticé a mis hijos y me he despedido
de más de un ser querido. Siempre que he vuelto a esa iglesia
me ha acompañado el recuerdo de aquel buen sacerdote y el
del niño que le ayudaba.

 
Iglesia de Ntra. Sra. de La Esperanza




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