Construcciones
de Ultramar, empresa española con importante arraigo en toda la América Latina,
fue la adjudicataria encargada de urbanizar la zona y construir el complejo de
edificios que complementaban las obras del nuevo muelle en Puerto Colombia. El
responsable y encargado de desarrollar ese proyecto era Samuel, quien por ese
motivo había viajado desde España dos años antes. Al principio le costó
adaptarse al clima caribeño y también al modo de vida de los porteños. Allí el
tiempo tenía una importancia relativa y las prisas, tan habituales en España,
eran algo desconocido. Por otra parte, una vez se asimilado que las cosas eran
así, uno tendía a pensar que quizás aquella gente tuviese razón y que la vida
se podía vivir con menos sobresaltos, obviando todo aquello que realmente no
fuese necesario.
El
sábado 18 de febrero todo estaba listo para la inauguración. Los porteños iban
llegando en masa, ellos siempre tranquilos, lo hacían esta vez con relativa
prisa para escoger el mejor lugar posible desde el que presenciar los actos
previstos. La expectación era enorme, no solo porque la entrada en servicio de
las nuevas instalaciones eran de suma importancia para Puerto Colombia y su futuro, además
estaba el tema de La Virgen de la que todos se sentían ya devotos. Correspondía
al Obispo comunicar la decisión adoptada por la Iglesia sobre este tema y se
respiraba cierta inquietud por si se optaba por trasladar a la capital aquella
imagen que ya consideraban suya.
El
obispado había debatido durante horas el hallazgo de la Virgen, olvidada
durante treinta y cinco años en un oscuro almacén. Había que buscar la manera
de justificar ese olvido y acabar con ciertas chanzas que empezaban a hacerse
populares como la que recitaban muchas personas en toda la provincia – “La
iglesia nos pide que nos encomendemos a la Virgen sin saber donde está
escondida”
Orestes
Gaviría Álvaro, obispo de la diócesis de Barranquilla tenía a su favor que
cuando ocurrieron los hechos, la llegada del flete a Puerto Colombia, el era un
joven y prometedor párroco en una población del Valle. No tenía, pues, ninguna
responsabilidad en lo ocurrido y, si gestionaba bien este asunto, podría obtener unos méritos que impulsasen aun más
su ascendente carrera dentro de la curia. Había dedicado muchas horas a
documentarse sobre la historia de Puerto Colombia, lo que había supuesto la
construcción de su puerto y todo lo relacionado con la actividad del mismo. El
tema tenía su importancia visto desde el prisma del auge que tuvo la ciudad en
ese tiempo y el lugar preponderante que ocupaba ya en la región. Lo que no terminaba de ver es como encajar el asunto de la Virgen en todo ello.
Se
acercaba el día y el prelado Orestes no acababa de tomar una decisión. Un
terrible suceso ocurrido en el puerto de Barranquilla haría que viese la luz.
Por causas desconocidas se produjo una
explosión en uno de los cargueros atracados en el muelle de la ciudad caribeña.
Este trágico incidente dejó un balance de veinte marineros muertos. Revisando la
estadística el Obispo vio con sorpresa que de los accidentes ocurridos en el
recinto portuario de Puerto Colombia, en los años que la imagen llevaba
depositada en aquel almacén, ninguno de ellos había causado muertes. Esos datos, bien utilizados, podían ser la base de su proyecto.
Inocencio
Chávez Corrientes, gobernador de la provincia que alberga el Departamento
Caribeño de Barranquilla, llegó a Puerto Colombia dispuesto a darse un baño de
multitudes en la fiesta de inauguración. Destacó en su parlamento el esfuerzo
realizado por el Gobierno de Nación financiando la mayor parte del proyecto.
Nombró y agradeció, la aportación de las
distintas empresas privadas que participaban en el mismo y, como buen político,
se guardo para sí el papel más lucido. Recordó a todos los presentes que suya
fue la primera propuesta de ampliación del puerto y se extendió en detallar la
ingente cantidad de tiempo y gestiones que tuvo que realizar para
materializarla. Por supuesto no habló en ningún momento de cómo su patrimonio y
el de sus colaboradores más allegados había ido creciendo al mismo ritmo que
las obras. Poco importaba eso, en estos momentos, a los porteños que estaban
acostumbrados a que la corrupción estuviese presente en cualquier faceta de la
vida pública. Ahora todos querían oír hablar al obispo.
Orestes
casi se olvida de que el motivo principal de aquellos actos era la bendición e
inauguración del nuevo muelle. Inició su discurso recordando los hechos
luctuosos ocurridos en la vecina Barranquilla, enviando sus condolencias a los
familiares de los fallecidos, para seguidamente acercarse al improvisado altar
de la virgen, recientemente rescatada del olvido, y arrodillándose ante ella
proclamar “SU MILAGRO”.
Encendido
de fe, Su Eminencia relató a los porteños que le escuchaban, boquiabiertos, (no
todos los días podían ser protagonistas de un milagro) que aquella imagen era
la de La Virgen del Carmen. Les aclaró que el pretendido olvido por parte del
obispado no había sido tal, sino la voluntad de la Madre de Dios de demostrar a
los habitantes de Puerto Colombia que aun desde la oscuridad de su embalaje,
arrinconada en un almacén, podía velar por ellos.
Los datos exhibidos por Orestes Gaviría Álvaro eran contundentes: en todo aquel tiempo La Virgen del Carmen había velado por la seguridad de los marineros y trabajadores del puerto no permitiendo que ninguno de ellos perdiese la vida en el desempeño de su trabajo.
Los datos exhibidos por Orestes Gaviría Álvaro eran contundentes: en todo aquel tiempo La Virgen del Carmen había velado por la seguridad de los marineros y trabajadores del puerto no permitiendo que ninguno de ellos perdiese la vida en el desempeño de su trabajo.
Las
gentes se arrodillaban y lanzaban vivas a la que a partir de entonces iba a ser
la patrona de la ciudad. Todos querían acercarse a tocar y besar la imagen. El
Obispo y los religiosos que le acompañaban estaban exultantes pero se aplicaron
en contener a los fieles para que el fervor no degenerase en tumulto.
Inocencio, el Gobernador, vio claro que su protagonismo quedaba anulado ante
aquellos hechos y decidió subirse a aquel místico carro. Se mostró convencido
del milagro anunciado por su eminente compañero de inauguración y convino con
el obispo Orestes en incorporar a La Virgen al resto de actos. Así la imagen
fue bendecida y paseada por el puerto, como si en lugar de estar en febrero
fuesen las Fiestas de la Patrona, aun por instaurar, y de la procesión marinera
se tratase.
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