En el Salón de Actos del Ayuntamiento, las mesas
estaban dispuestas para satisfacer la gula más desenfrenada y los paladares más
exigentes. Platos típicos de la región acompañando a pescados y mariscos
traídos de Barranquilla, cordero asado preparado por cocineros de la provincia
de Santander, postres de la zona del Valle llegados desde Cali, todo ello
regado con vinos blancos y tintos de
Bocaya, en el Valle del Sol, y vinos
espumosos procedentes de las mejores cavas de España. El café ¿cómo no? del
país, de la zona de Nariño y el Cauca y acompañándolo ron, aguardiente y los
más variados licores de Antioquia.
La mesa principal estaba ocupada por el Gobernador Inocencio Chávez, el Obispo
Orestes Gaviría, Lucio Quintana Salcedo, Alcalde de Puerto Colombia, las
esposas de ambos políticos, Rosaura González y Chelo Méndez, además de Margarita Salado, Reina Oficial de las
Fiestas y Yanira Herrera, Reina Popular del Carnaval de Puerto Colombia.
Durante la tarde, en las horas que precedieron a la
cena, el Gobernador y el Alcalde de una
parte y el Obispo y su secretario, de otra, estuvieron reunidos buscando ideas
para dar una solución definitiva al descubrimiento de la imagen de la Virgen.
Concluyeron en que había que buscar un lugar donde ubicar a la que pensaban
nombrar patrona de la ciudad.
Visto el fervor que había despertado este suceso, se abriría una suscripción popular para que los porteños colaborasen en la construcción de una ermita que diese cobijo a la Virgen del Carmen. Bien sabido es que las gentes más humildes suelen olvidar sus penurias y abren corazón y bolsillo a las demandas del cielo, representado en este caso por Orestes Gaviría.
Visto el fervor que había despertado este suceso, se abriría una suscripción popular para que los porteños colaborasen en la construcción de una ermita que diese cobijo a la Virgen del Carmen. Bien sabido es que las gentes más humildes suelen olvidar sus penurias y abren corazón y bolsillo a las demandas del cielo, representado en este caso por Orestes Gaviría.
Sabían que con lo reacuadado por la aportación de los fieles
no sería suficiente para llevar a cabo este proyecto. Por ello
intentarían implicar también a comerciantes y empresarios convenciéndoles de que la idea de difundir la
milagrosa aparición y construir un Santuario Mariano daría aún mayor auge a la
ciudad.
Estos hechos despertarían la curiosidad de muchos visitantes que llegarían dispuestos a dejar su dinero en los comercios, hoteles y balnearios de Puerto Colombia.
Comprometerían, como no podía ser de otra manera, la ayuda de las Administraciones local y provincial, además de contar con la contribución del Obispado, con partidas en sus presupuestos destinadas a financiar parte de las obras.
Estos hechos despertarían la curiosidad de muchos visitantes que llegarían dispuestos a dejar su dinero en los comercios, hoteles y balnearios de Puerto Colombia.
Comprometerían, como no podía ser de otra manera, la ayuda de las Administraciones local y provincial, además de contar con la contribución del Obispado, con partidas en sus presupuestos destinadas a financiar parte de las obras.
La reunión y los acuerdos tomados en ella, dejaron
satisfechos a sus protagonistas. Si su idea se llevaba a término serviría de
blasón a sus correspondientes carreras. Por otra parte, como en cualquier otra
obra de gran envergadura, junto a los trabajos llegarían las comisiones que
iban a parar directamente al bolsillo de muchos responsables de cada
Administración implicada en los mismos. Como es sabido a mayor cargo mejor porcentaje.
Gobernador, Obispo y Alcalde decidieron que el
mejor momento para explicar su proyecto sería después de los postres. En esos instantes ya todos los comensales tendrían los estómagos llenos,
agradecidos, y el ánimo bien dispuesto por los efectos de la bebida.
Yanira observaba a aquel hombre de atractivas
facciones y cuerpo atlético que desde una mesa cercana la miraba con descaro.
Su piel, bronceada por los efectos del sol, podía hacerlo pasar por un nativo
pero sus rasgos denunciaban su procedencia extranjera. Sintió curiosidad por
saber de quién se trataba y, aunque estaba
acostumbrada a que los hombres la desnudasen con la mirada, los ojos de aquel
extraño producían en su interior un raro cosquilleo y la sumían en una honda
turbación.
Efectivamente, Samuel, ya que se trataba del joven
arquitecto, no había dejado de pensar en ella desde que vio como la coronaban.
Él también sentía como un batallón de hormigas se paseaba por su interior. En
un lugar lleno de hermosas mujeres sus ojos solamente la veían a ella y, a
pesar de lo bien provista de viandas que estaba la mesa, el único manjar que su
boca pedía eran aquellos labios que se abrían en cautivadora sonrisa.
Preguntó, sobre Yanira, a sus compañeros de mesa;
Melquiades Luján García, un orondo banquero, el director de uno de los
balnearios, Santiago Morales Esquivel y a Goyo Rosa Ligero, empresario y
distribuidor de materiales para la construcción, que monopolizaba todas las
grandes obras que se realizaban en aquellos contornos. A tan ilustres
caballeros se añadían sus respectivas esposas, que fueron quienes aportaron una
detallada información sobre la flamante Reina del Carnaval. Le contaron como la
madre, Luz, había precedido a su hija como la mujer más popular de Puerto
Colombia, unos años atrás y como ésta, heredera de su belleza, había seguido
sus pasos. Añadieron con cierto retintín, que denotaba una mal disimulada
envidia, que ser la Reina Popular, era algo a lo que solo se prestaban las
mujeres de pocos prejuicios o excesivamente liberadas y que damas como ellas
jamás participarían en un concurso como aquel. Samuel las miraba con cierta
conmiseración y, aunque su sonrisa irónica quizás lo delataba, evitó decirles
que para optar al lugar de Yanira deberían volver a nacer y por supuesto dentro
de otro molde. Sus maridos por descontado no opinaban igual y devoraban a la
joven Reina con la mirada.
La propuesta que, terminando la velada, expusieron
Autoridades y Obispo a los comensales, fue aceptada de buen grado por todos los
presentes. Unos porque realmente encontraban brillante la idea y otros porque
de ningún modo querían quedar en evidencia al no apoyarla. De ese modo, a
partir de aquella fecha, La Virgen del Carmen era designada Patrona de Puerto
Colombia. También se aprobó la construcción del Santuario y se decidió que la
imagen se ubicaría, en tanto no estuviese acabada la ermita, en una pequeña
capilla que se haría en una cueva situada en el Monte Carmelo a las afueras de
la ciudad.
Unos días después Samuel recibía un aviso del
Alcalde para que pasase por el Ayuntamiento. Él, lo relacionó con algún detalle
de las obras del nuevo muelle. Su empresa le había comunicado que su estancia
en Colombia se iba a prorrogar por más tiempo del previsto, pero no le había
dado más detalles.
Lucio Quintana sonrió al ver llegar al arquitecto. Le
invitó a sentarse y tras los saludos de cortesía le puso al corriente del
motivo de su llamada. Se conocían desde hacía unos tres años, cuando el joven
llegó al país, por primera vez, para ponerse al tanto del proyecto de
ampliación del puerto. Los planos, elaborados por él, que con posterioridad su
empresa presentó al concurso de adjudicación de las obras, fueron los ganadores
del mismo. Por ello, como si se tratase de una ampliación esos trabajos, la
Comisión encargada de sacar adelante el asunto del Santuario (Gobernador,
Obispo y Alcalde) optó por confiar a Samuel el diseño y construcción del mismo.
Pensó que aquella noticia no alegraría demasiado a
sus padres, que no veían llegado el momento de que su hijo volviese a casa.
Cierto es que cada seis meses viajaba a España para repasar detalles con la
dirección de la empresa y acercarse a Toledo a ver a la familia. Esas visitas
siempre sabían a poco, sobre todo a Teresa, que no había vuelto a ser madre, y no
se resignaba a estar tanto tiempo sin la compañía de su único hijo.
Por su parte, a él, que una semana atrás estaba
ilusionado con el regreso, ahora la noticia de quedarse le pareció maravillosa.
Desde que vio a Yanira no había dejado de pensar en
ella. Lo inminente de su marcha le hizo ser precavido y evitó ponerse en
contacto con la muchacha pero las circunstancias cambiaban e iba a tener mucho
tiempo para poder encontrarla y cortejarla si ella se lo permitía.
En el transcurso de la cena le habían comentado que la chica
acostumbraba a estar durante el día en la empresa de su padre. Había hecho
estudios de secretariado en Barranquilla y ayudaba a Ramiro atendiendo a los
clientes y llevando la contabilidad del negocio. Samuel se acercó hasta el
taller con el pretexto de comprar una pequeña embarcación, no le importaba que
ésta no fuese nueva siempre que estuviese en buen estado y le permitiese desplazarse por la costa para practicar el
submarinismo, una de las aficiones adquiridas desde que llegó a Colombia.
Ramiro vio acercarse a aquel hombre y al estrechar
la mano que le tendía se sobresaltó. Sintió como una extraña premonición, la
misma del primer día cuando cogidos de la mano, paseó con Luz, su difunta
esposa. La amó más que a nada, fue tan feliz que pensó que era imposible mayor dicha,
pero en los pocos años que el destino le permitió disfrutar de su compañía
siempre tuvo la sensación de que algo vendría a romper aquel idilio.
Yanira también había visto llegar a Samuel y estaba
tan turbada como la noche que le vio en la cena.
Sentía acelerarse su corazón y latidos en sus
sienes. Abandonó la oficina yendo junto a los dos hombres. Un estremecimiento
recorrió su cuerpo al notar el tacto de su mano. Ella, que se reía de los
hombres y jugaba con ellos, se veía indefensa ante aquel español de tez ligeramente
aceitunada. Éste, como sus antepasados, ejercía
de conquistador, aunque lo hiciese con la mirada en lugar de con la espada.
Mientras los dos jóvenes conversaban animadamente
Ramiro los miraba con el ceño fruncido. No podía dejar de sentir aquella rara
sensación que se apoderó de él con la llegada de Samuel.
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