viernes, 30 de marzo de 2012

CUENTO - LUCÍA Y OSO







LUCÍA Y OSO

La pequeña Lucía le contemplaba extasiada. Como cada día, El Perrines pregonaba su mercancía mientras, a su lado, el oso bailaba. 


Surtido de toda clase de cachivaches y de los más milagrosos productos que curaban todos los males, el vendedor y su oso  eran el centro de atención en los mercados semanales de cualquier población. Niños, jóvenes y ancianos les rodeaban, unos con curiosidad, otros con temor, al ver el tamaño de la fiera. Para la mayoría el oso era considerado un animal terrible que, en las historias que se contaban, se decía de él que podía devorar una vaca en una sola comida y destrozar al más grande de los hombres de un solo zarpazo, pero  Lucía lo veía como un animal simpático. Cuando los demás se asustaban de sus bramidos, ella solo oía gemidos lastimeros de alguien preso que añora la libertad. Sus enormes fauces le sugerían, cuando su mirada se encontraba con la del que ella consideraba su amigo Oso, una gran sonrisa. 


Solía acudir al mercado en compañía de su madre y por las prisas de esta era muy poco el tiempo que podía disfrutar de esos encuentros. 
Un día que su madre estaba enferma, Lucía sabía que no debía de hacerlo, le mintió diciendo que iba a jugar un rato con las amigas y se fue sola al mercado. Pensaba que hoy si podría disfrutar mucho rato de la compañía de Oso y ver las cosas tan maravillosas que llevaba aquel vendedor y que ofertaba solo a 3 "perrines" que, por cierto, ella no tenía.  Cuánto habría deseado tenerlos para comprar aquella muñeca que como el oso, parecía sonreírle en sus visitas semanales.
Había llegado un poco tarde y ya El Perrines recogía su mercancía por lo que enseguida marcharía para su casa, lo cual dio una idea a Lucía; le seguiría y así sabría el lugar en que El Perrines vivía con Oso. Quién sabe si, de esa manera, ella lo podría ver más a menudo y Oso podría también disfrutar de su compañía, porque estaba segura de que Oso era feliz viéndola. Les siguió por la ancha avenida hasta llegar a una calle estrechísima por la cual desaparecieron Oso y El Perrines.


Al principio sintió un poco de miedo pues aquella calle parecía que, de un momento a otro, se podía estrechar aún más hasta el punto de atrapar entre sus paredes a aquellos que por ella pasaban. Además, mientras caminaba, había empezado a nevar y hacía mucho frío, pensó en su madre que estaría inquieta por su tardanza pero la curiosidad pudo más y siguió adelante. La calle desembocaba  en una gran explanada y en la misma, en un gran edificio de color azul desvaído, entraron El Perrines y Oso. 



Seguía nevando, cada vez con mayor intensidad, y Lucia se refugió en el portal, justo al lado de otra puerta en la que un rótulo indicaba que era una panadería. El hambre empezaba a dejarse sentir y la niña imaginó por unos momentos los bollos de pan calentitos, recién salidos del horno, pero para su desgracia la panadería estaba cerrada y además no tenía dinero. Se sintió cansada y tal como nevaba no era posible volver a casa; se acurrucó bajo la escalera y poco a poco el sueño hizo presa en ella. 
A pesar de estar dormida, cada vez fue notando  más y más frío, hasta que este se hizo insoportable. En sus sueños sintió que lloraba, pensaba en su madre y empezaba a estar aterida, pero de pronto una gran sombra se proyectó en la tenue luz que se filtraba en la escalera. Se sintió envuelta en unos brazos sedosos y calientes y notó como la acariciaban  hasta que entro en calor, tanto, tanto calor que la nieve desapareció como por arte de magia y ella siguió durmiendo cada vez de forma más y más plácida.
Por la mañana Lucía despertó en su cama, se frotó los ojos y corrió hasta la ventana, hacía un sol radiante  y oyó como su madre la apremiaba para que se asease y vistiese. Era jueves y había mercado, además Ana, su madre, le prometió una gran sorpresa. Por ello se apresuró a cumplir sus órdenes.
Como su madre debía de hacer un encargo antes de ir al mercado, ese día variaron su recorrido. Lucía caminaba cogida de la mano de Ana, todavía quedaban restos de las nevadas de días anteriores y podía resbalar y caerse. Llegaron a una calle estrechísima que desembocaba en una gran explanada (aquella calle que parecía poderse estrechar aun más, atrapando a los que por ella pasaban). De la panadería situada en aquel edificio azul desvaído salía un agradable olor a pan recién hecho y Ana compró dos bollos y Lucía devoró el suyo como si lo hubiese estado esperando mucho tiempo.


En el mercado, la gente seguía mirando a Perrines y a Oso, unos con admiración, otros con miedo y Lucía con devoción. Tenía en sus brazos aquella preciosa muñeca que por fin le había comprado su madre y hoy, más que nunca, estaba segura que Oso la miraba y sonreía solo para ella.
......
Lucía nunca mintió a su madre y recordó, toda su vida, aquel día. Cuando tuvo hijos les explicaba esta historia. No recordaba si todo había sucedido así o lo había soñado pero enseñó a sus hijos que la mentira sólo tiene cabida en los sueños y siempre que sea por una buena causa.

Matías Ortega Carmona

Nota: Las ilustraciones que acompañan este cuento están sacadas de páginas de Internet.


1 comentario:

  1. QUÉ LINDO CUENTO.GRACIAS MATIAS POR ESTE GESTO TAN BELLO.MI NIETA LO VA A DISFRUTAR MUCHO.BENDICIONES.

    ResponderEliminar

Los comentarios de los visitantes de mi Blog son bienvenidos y trataré de aprender de ellos cuando contengan alguna sugerencia. Me gustaría que al hacerlos incluyerais vuestro nombre y que, aun cuando expresen alguna critica o desacuerdo, se expresen con corrección.
Gracias