lunes, 2 de abril de 2012

NOVELA - EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 6ª PARTE


 
 
 
 
 
 
 
 

Para la construcción del Santuario se eligieron unos terrenos cercanos al puerto y a la estación de ferrocarril. La línea ferroviaria era la única en servicio en todo el país y se construyó para unir Puerto Colombia con Barranquilla. Por este medio, las mercancías que descargaban los gigantescos buques eran trasladadas hasta la capital del departamento del Atlántico en breve espacio de tiempo.
El muelle recién inaugurado era uno de los de mayor longitud del continente; obligaba a ello la poca profundidad del mar en la costa caribeña que hacía que los barcos de gran calado tuviesen que atracar mar adentro. Desde cierta distancia, en la que no se apreciaban los raíles, resultaba curioso ver cómo las humeantes locomotoras de los trenes parecían correr sobre las aguas, desafiando un mar que amenazaba con engullirlas.

Samuel diseñó una iglesia de estilo colonial, con  una nave central, en la que grande vidrieras laterales, proporcionarían al recinto luz natural procedente de un sol, que luce generoso en aquellas latitudes. Al final de la nave  estaría el altar y  tras él, sobre un pedestal adornado con dos columnas, se colocaría la imagen de la Virgen del Carmen.
Sobre el pórtico  de entrada habría un rosetón, de considerable tamaño con cristales de variadas tonalidades,  para aportar color y belleza al conjunto.
El campanario, con el fin de  que fuese visible desde cualquier punto de la ciudad, doblaría en tamaño a la altura de la iglesia.
Adosada a la derecha, en línea con la parte  trasera, estaría ubicada la sacristía y a la izquierda del santuario se construiría la vivienda del párroco.
Entre los jardines del puerto y  la ermita quedaba  una amplia plaza que serviría tanto de lugar de ocio como de concentración de los fieles que cada 15 de julio acudirían, seguro que en gran número, a festejar a su patrona.
Los suelos del interior del santuario, escaleras de acceso y el pavimento de la plaza, estarían recubiertos de mármol colombiano procedente de las canteras de Huila y Puerto Nare.

Sus obligaciones como arquitecto no fueron obstáculo para que Samuel y Yanira pasasen juntos mucho tiempo. Durante la semana, en los ratos que les dejaban libres sus respectivas ocupaciones, paseaban por la ciudad o se llegaban hasta la zona de los balnearios. El de Sabanilla era su preferido por la belleza del entorno y por la atención que les dispensaba Santiago Morales, el director del mismo, con quien Samuel había compartido mesa en la cena ofrecida por las autoridades, durante el Carnaval.
Cuando disponían de más tiempo, sobre todo los fines de semana, Yanira mostraba a su amante lugares cercanos a la ciudad por los que él, hasta entonces, no había mostrado gran interés.
La carretera del Mar que lleva hasta el estuario del Río Magdalena permite acercarse hasta un  conjunto de charcas o lagunas (Aguadulce, El Rincón, El salado, Balboa o Los Manatíes son algunas de ellas) en las cuales se puede pescar, contemplar gran variedad de aves acuáticas o, simplemente, en el caso de los enamorados, aislarse del mundo para dedicarse el uno al otro.
En otras ocasiones, embarcados  en el pequeño velero que Ramiro había vendido a  Samuel, navegaban recorriendo la costa. Paradisiacas calas, prácticamente vírgenes, con playas de una arena blanca y fina, fueron mudos testigos del amor y caricias con las que se agasajaba la pareja.
Si el tiempo se estropeaba, lo cual era más bien infrecuente, o no les apetecía navegar, su amigo Santiago siempre estaba dispuesto a ejercer de buen “Celestino” y les ofrecía la  mejor habitación del balneario. Allí, colmados de las más discretas atenciones, la pareja pasaba el tiempo entregados a una pasión que les consumía.

Ni las habladurías de la gente, ni los consejos de su padre, tenían ningún efecto en Yanira para que recapacitase sobre su relación con Samuel. Se diría que producían en ella el efecto contrario. Cuando empezaron a salir lo hicieron por apagar las llamas del deseo que se habían apoderado de los dos. Nada o poco conocían el uno del otro y nada necesitaban saber, solo beber el uno del otro para apagar la sed de caricias de sus cuerpos sedientos de amor.
En la habitación del balneario, cuando los dos yacían con sus cuerpos exhaustos, Samuel le hablaba de España, de su origen judío y de cómo sus antepasados habían sido expulsados, siglos atrás, de su país. Curiosamente, en muy pocas ocasiones hacía  referencia a su familia y si ella preguntaba, él le contestaba de forma escueta sin extenderse lo más mínimo. Tampoco (Yanira se daría cuenta más adelante de ese detalle)  mencionaba nunca la posibilidad de llevarla a conocer Toledo, una ciudad de la que el joven hablaba con devoción pero que no parecía tener en sus planes que ella conociese.
Realmente, Yanira no pedía ni necesitaba más; era feliz. Su amante la colmaba de atenciones, jamás miraba a otra mujer, aunque  la belleza de la mayoría de las porteñas estuviese fuera de toda duda, y se comportaba con ella de manera muy diferente a como lo hacían los nativos con sus mujeres, a las que consideraban como una propiedad más. Ella opinaba, tenía su propio criterio de las cosas y no obedecía a ningún dueño, si hacía el amor con Samuel era porque ambos lo deseaban y no porque su hombre lo demandase. Le hablaba y le trataba con la dulzura propia de las mujeres nativas pero sin dejar nunca que su amor por él se convirtiese en sumisión.

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