domingo, 13 de mayo de 2012

NOVELA- EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 11ª ENTREGA


 
 
 
 
 
Ramiro, mi hijo, nació un 12 de junio. Le dije a Samuel, sin que él pusiese el menor reparo, que ya que no estábamos casados y no parecía que fuésemos a estarlo, el niño llevaría el nombre de mi padre y mis apellidos.
Aunque el parto no tuvo ningún problema, mi salud se resintió después de nacer el niño. El médico me ordenó reposo y mi tía Cecilia, que alegando que mi padre ya estaba algo mayor para estar solo se había ido a vivir con él, me dijo que me fuese una temporada con ellos. Samuel seguía manteniendo una relación muy fría con mi padre y no le alegró demasiado la idea de compartir casa con él pero, a pesar de ello, decidí aceptar la oferta de mi tía. A estas alturas Cecilia y Ramiro, al menos de puertas hacia dentro, no escondían su relación y compartían uno de los dos dormitorios que tenía el apartamento. Yo, con Samuel y el niño, podría ocupar el otro situado en la primera planta, lo cual nos daba algo más de intimidad y también evitaba que los dos hombres tuviesen que estar juntos si no les apetecía. De  todos modos Samuel, excusándose en su trabajo, se quedaba la mayor parte de las noches en el apartamento de la playa de Pradomar. Según decía le era más cómodo, pues allí tenía organizado su estudio con su tablero de dibujo y toda la documentación necesaria para sus obligaciones profesionales.

A finales de agosto, yo aún seguía en casa de mi padre, Samuel me comunicó la visita de su madre. Me informo también que para que la travesía en barco se le hiciese más amena y para ayudarla en cualquier contratiempo que pudiese presentar durante el viaje, Teresa, vendría acompañada por su sobrina Isabel.
En un primer momento creí que Samuel quería que su madre nos conociese a su nieto y a mí pero mi gozo duró apenas un instante, el que tardó mi papi en decirme que no era el momento y que había que darle tiempo para que pudiese asimilar la situación. Nuestra relación chocaba con la forma de ser y las costumbres por las que se regía aquella dama toledana.
Yo, pecando de ilusa, creí las palabras de mi amante y pensé que, durante el mes que tía y sobrina tenían  previsto pasar en Puerto Colombia, Samuel encontraría el momento más adecuado para que pudiesen conocernos a mi hijo y a mí.
Las dos mujeres se instalaron en el apartamento de Samuel por  lo que éste, para que no levantar sospechas, dejó de pasar las noches conmigo. Se acercaba a la casa durante el día, en visitas cada vez más cortas. Yo le apremiaba para que aclarase las cosas con su madre, pero él siempre me pedía un poco más de paciencia.
Una mañana, había pasado una semana desde su última visita, salí a buscarle. Pensaba que estaría en las obras del Santuario y me dirigí hasta aquel lugar. Cristóbal, el capataz que mandaba a los obreros, se llegó solicito a recibirme y con una malévola sonrisa me informó de que el “españolito” hacía días que no aparecía por allí y que su mamá y la primita lo tenían muy ocupado.
Le di las gracias por la información y me alejé en dirección al puerto. Mientras lo hacía maldecía a aquel hombre que seguía sonriendo con lascivia y  con sus ojos clavados en mi trasero.
Al llegar al lugar donde Samuel tenía atracado su velero pude verlo en la cubierta. Mantenía una animada conversación con una señora de porte distinguido, sin duda sería Teresa, y una mujer poco mayor que yo, muy hermosa, que debía de ser Isabel, la prima llegada de España.
En un momento dado Teresa bajó al camarote pude ver como Samuel tomaba a su “prima” por la cintura y atrayéndola hacía él la besaba con pasión en la boca. Lo hacía con la misma pasión que yo recordaba de sus primeros días conmigo y que aquel hombre, al que yo me entregué sin ninguna reserva, había olvidado tan pronto.
Las lágrimas afloraron a mis ojos con virulencia y cesaron con el mismo ímpetu con que vinieron. Aquello que sospechaba y no quería creer era ya una realidad. Samuel se había cansado de Colombia y de mí, ni siquiera su hijo le daba un motivo para aferrarse a una tierra, para él, extraña, a la que ya solo le ataban sus compromisos profesionales.
Me acerqué al velero y subí a él. Las dos mujeres, Teresa había regresado, me miraron con curiosidad y mi amante tenía los ojos muy abiertos, como si estuviese paralizado por la sorpresa. Intentó hablar y no pudo, o quizás no le dejé, me acerque hasta él y le besé con furia, hasta que aquel último beso me hizo daño, después le abofeteé y me despedí de él diciéndole – “Adiós papi, no me busques, no quieras saber más de mí, tu hijo y yo no te necesitamos”

Ignoraba si al final, Samuel, le había contado a Teresa algo de mí y de su nieto, en todo caso me pareció verla sonreír mientras me alejaba. No entendía como aquella mujer podía renunciar a conocer a una criatura que llevaba su misma sangre. Después entendí que esa era la forma de olvidar con más prontitud el paso de Samuel por Colombia y de ver a su hijo cumplir aquello que ella siempre había deseado.  Cuando terminase su trabajo en Puerto Colombia, el hijo pródigo volvería al hogar. Una vez en Toledo, se casaría con Isabel, una joven culta, de buena posición, que le ayudaría a progresar en su carrera y, sin duda, llegarían otros nietos que la harían sentirse feliz de ser abuela.

sábado, 5 de mayo de 2012

FOTOS - ALBARRACÍN

Albarracín es uno de los rincones más bellos de la geografía española y más concretamente de ese Teruel injustamente olvidado durante muchos años. Su recinto medieval muy bien conservado nos traslada a otra época en la que arabes y cristianos se disputaban la Península Ibérica .

Torre del Castillo

Panoramica

Panoramica

Torre del recinto amurallado

Murallas

Escudo nobiliario

Panoramica

Recorriendo las calles

Detalles de forja

Vista desde la muralla

Torre

Catedral

Plaza del mercado

Custodia

Fresco en el techo de la Catedral

Interior de la Catedral

Interior de la Catedral

Calle típica

Espadaña

Panoramica

Pez de Cristal

viernes, 4 de mayo de 2012

NOVELA - EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 10 ENTREGA





Samuel, dado lo imprevisto del viaje, tuvo muchas dificultades para encontrar pasaje en un buque que zarpase de inmediato desde Vigo para Sudamérica. Aún así pudo llegar a Puerto Colombia el 16 de febrero y acercarse al Ayuntamiento donde Lucio Quintana, el Alcalde, le puso al corriente de los actos programados a los que también asistiría el Gobernador Inocencio Chávez. La misa y resto de actos con participación de la ciudadanía tendrían lugar en la mañana y por la tarde, autoridades y el resto de responsables en el proyecto del Santuario, se reunirían en las dependencias municipales para examinar los avances del mismo.
La comida, que precedió a la reunión fue, como siempre, excelente. Los comensales dieron buena cuenta de los manjares que les eran servidos mientras platicaban con ánimo distendido.
Samuel tenía a su lado a Santiago, al que hacía algún tiempo que no visitaba en el balneario de Sabanilla y con el que le agradaba conversar. El porteño había visitado España en varias ocasiones; por eso, la Madre Patria, como acostumbraba a llamarla, solía ser el tema central de la conversación y eso agradaba a los dos amigos que ansiaban regresar a ella, aunque cada uno por un motivo distinto.
Santiago veía en el viejo continente unas posibilidades de progreso que tenía limitadas en su país y pensaba que, llegado el momento, Samuel podría serle de utilidad. Para éste último, algo cansado de su estancia en Colombia, la añoranza era una pesada carga. Su reciente viaje supuso un reencuentro con su mundo de siempre, con costumbres largo tiempo aparcadas y sobre todo con Isabel, aquella hermosa toledana a la que cada día que pasaba recordaba con más vehemencia.

Inocencio Chávez saludó a todos los presentes y pidió a Samuel que, como máximo responsable de las obras, informase de la marcha de las mismas y del plazo previsto para finalizarlas. El arquitecto le respondió que lo más difícil estaba hecho pero aún así, si no surgía ningún problema que las demorase,  no estarían listas antes de dos años. Esta respuesta pareció contrariar al político quien exigió, a todos, el máximo empeño en que el plazo se cumpliese y sobre todo que el presupuesto se mantuviese en las cantidades previstas, aunque fuese necesario prescindir de algunos detalles. Pidió a Obispo y Alcalde que se implicasen en mayor medida en los gastos, ya que su Administración estaba embarcada en otro ambicioso plan al que el Gobierno Nacional daba prioridad absoluta. Todos los asistentes quedaron perplejos cuando el Gobernador les explicó que esos planes incluían, como objetivo principal, la ampliación y modernización del puerto de la cercana Barranquilla.
Como era costumbre, ninguno de los presentes osó contravenir a Inocencio Chávez y ni mucho menos manifestar lo incongruente de aquel proyecto que, sin ninguna duda, tendría consecuencias negativas para Puerto Colombia, pudiendo acabar con la hegemonía de su puerto sobre el  tráfico marítimo de la zona.

16 de julio, en el Santuario Mariano de la Virgen del Carmen no cabe un alma más. En la Plaza, una marea de fieles espera ansiosa a que la misa solemne termine y la Patrona salga del interior del templo para vitorearla y acompañarla hasta su antigua capilla.
Es la primera celebración de las fiestas patronales desde que la Virgen ocupó su santuario. Hasta entonces la fiesta y adoración de la imagen se había realizado en la capilla del Monte Carmelo.
En todo aquel tiempo los porteños  habían establecido la costumbre de  llevarse la comida y pasar un día en el campo.  Después de la misa, en toda la montaña, la música y el baile tomaban el protagonismo. Como es habitual en esos festejos la chicha, el ron y el aguardiente, corrían de  forma generosa, dando lugar a algunos altercados que la policía, siempre pendiente, sofocaba con rapidez.
La Virgen pasará tres días en la gruta, acompañada de la réplica que el Obispo Orestes había hecho traer desde Envigado, siendo llevada de nuevo a la ciudad en el cierre de las fiestas patronales.

Dicen que según te mire la Virgen, así te irán las cosas. Me llamo Yanira y hace ya muchos años que su mirada y la mía se cruzaron. Yo era, aún, una joven llena de ilusiones que reclamaba a la vida que todas se cumpliesen. Me pareció entonces que sus ojos me devolvían una mirada que yo veía cada mañana en el espejo. Samuel me lo recordaba a menudo:
 – Tiene los ojos hermosos como los tuyos, mirada profunda, llena de misterio y melancolía. Como tú, tiene una mirada cálida que reconforta e invita a soñar.
De alguna manera aquella imagen cautivó a los porteños invitándoles a un maravilloso sueño lleno de prosperidad. La aparición de la misma coincidió con el despegue económico de la ciudad y años de bonanza para sus habitantes. El fervor que los porteños sentimos por nuestra patrona no ha desaparecido ni aun cuando el castillo de naipes, que supuso la ampliación del puerto con el nuevo muelle, se vino abajo.
Mi vida puede decirse que ha ido paralela al devenir de Puerto Colombia. Cuando conocí a Samuel, él llenó por completo mis días y mis noches. No quise escuchar los consejos de mi padre y me entregué a aquella aventura sin reservas. Fui muy feliz, tuve toda la felicidad que puede dar la unión entre un hombre y una mujer. De esa unión nació lo mejor y más importante que me ha dado la vida, mi hijo Ramiro. No importa que, como pude comprobar más tarde, ese hijo fuese deseado tan solo por mí y que el hombre que lo engendró nos olvidase pronto a los dos.

Samuel no fue el mismo después de su viaje a España. Apenas habló de su familia y mucho menos (él, que la recordaba constantemente) de su ciudad, Toledo. Se limitó a decir que todo estaba bien y que tanto su empresa, como ahora el Gobernador, le exigían celeridad en su trabajo porque habían otros proyectos que esperaban con urgencia.
A partir de entonces pasaba más horas en el trabajo y cuando estaba en casa se entregaba a la lectura y andaba siempre ensimismado. Aquella pasión que antes nos devoraba a los dos, aquel deseo de estar siempre juntos, abrazados o haciendo el amor, se iba amortiguando, en él, al mismo tiempo que mi cuerpo cambiaba y engordaba con el embarazo. Yo lo atribuía a mi estado pero intuía que los motivos en el cambio de actitud de Samuel eran otros.

jueves, 26 de abril de 2012

NOVELA - EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 9ª ENTREGA




 
 
 
 

A principio de enero, Samuel, al abrir la valija procedente de su empresa en España, se encontró con una inesperada convocatoria. Debía ir a Madrid para informar en persona de cómo se iban desarrollando los trabajos del Santuario, de la previsión para terminarlos y analizar otros proyectos que Construcciones de Ultramar tenía previstos en Sudamérica.
La noticia de este viaje no gustó nada a Yanira, que ya se encontraba en su tercer mes de embarazo, y aun menos a Ramiro, que temió que el arquitecto lo aprovechase para no regresar.
Todo lo contrario sucedió en Toledo, donde los padres del arquitecto no cabían en sí de gozo. Teresa hacía planes para la llegada de su hijo y rezaba para que no se volviese a marchar. Nada le había contado Samuel de su vida sentimental pero su silencio y lo prolongado de su ausencia eran detalles suficientes para que una madre, tan unida a su hijo, se afirmase en lo hacía tiempo que sospechaba.

El reencuentro con Toledo y su familia fue mucho más emotivo de lo que Samuel había pensado. En casa, rodeado de atenciones por sus padres, se sentía feliz. Teresa, siempre dispuesta a mimarle como si aun fuese el chiquillo que corría, en pantalón corto, por las estrellas callejuelas de la Judería. Daniel, atento a satisfacer el menor capricho de su hijo, no económico pues el joven disponía de buenos ingresos provenientes de su trabajo, se afanaba en encontrar aquellos libros, material de dibujo o tratados de arquitectura que este no podía hallar en Colombia.
Otra de las cosas que disfrutó el toledano fue del frío de su ciudad. En ésta apenas se superaban los diez grados mientras en Puerto Colombia se rondaban los 30 que con la humedad del ambiente parecían algunos más. Él, criado en el rigor del invierno castellano, siempre soportó mejor las bajas temperaturas que el calor, de ahí que no fuese excesivamente abrigado mientras paseaba por la Plaza Zocodover, lugar ideal para tomar el pulso a la ciudad.
Teresa, veía satisfecha como su hijo disfrutaba de su estancia con ellos y empezó a urdir un plan para que esta fuese lo más larga posible.
El 25 de enero, Samuel cumplía 28 años  y al estar, en esa fecha,  habitualmente fuera de España, hacía algún tiempo que no celebraban en familia su aniversario. Por eso en esta ocasión organizaron una gran fiesta en la que el homenajeado, poco dado a la vida social cuando no estaba en Toledo, se reencontró con familiares y amigos a los que tenía casi olvidados.
Destacaba entre los invitados la presencia de una joven hermosa, de mejillas sonrosadas, larga melena de cabello castaño, de aspecto tímido y porte distinguido que se ruborizó cuando al acercarse a felicitarlo, Samuel, la sorprendió con dos besos en las mejillas. Teresa, que observaba todo lo que hacía su hijo, sonrió satisfecha de aquel encuentro que ella misma había propiciado.
Isabel Serrano Pedraza, era hija de unos amigos de la familia. Su padre, Fernando, ejercía de notario de la Villa y su madre, Lucía, era profesora en el Conservatorio de la ciudad. La joven, además de su belleza física, tenía otras cualidades la hacían candidata a conseguir lo que la sociedad consideraba un buen matrimonio.
Licenciada en Arte e Historia, a sus veintidós años, era de un perfil parecido a Teresa, quien veía con muy buenos ojos que la muchacha pudiese convertirse en su nuera. A la posible suegra, le parecía que Isabel, con su cultura, belleza y desenvoltura, era la mujer ideal en la que su hijo podía apoyarse en la vida y progresar en su carrera.
Samuel no reconoció enseguida aquella doncella que se ruborizaba al sentir sus labios rozándola en sus mejillas. Había visto a Isabel corretear en multitud de ocasiones por su casa o la tienda de sus padres. Sus últimos recuerdos le traían la imagen de una adolescente con trenzas y la cara salpicada de acné, visión que estaba muy lejos de parecerse a la esplendida mujer que ahora estaba frente a él.

En los días siguientes, los dos jóvenes, se vieron con asiduidad y pasearon recorriendo, sobre todo, aquellos rincones que el arquitecto recordaba con mayor nostalgia cuando estaba lejos. Ya no le acompañaba Teresa hasta el Puente de Alcántara, pero eso no causaba ningún disgusto a una madre esperanzada en que, por fin, su hijo caminase por la senda que ella había previsto.
Era durante la noche en la soledad de su lecho cuando el toledano, acordándose de Yanira, se sorprendía al notar que la angustia de la separación era más llevadera conforme pasaban las fechas. No sucedía lo mismo con ella, que iba acumulando lágrimas mientras rezaba porque su amado volviese.

Ignorante de estos hechos y sin pretenderlo, el Obispo Orestes Gaviría, se iba a convertir en aliado de la porteña haciendo efímera la estancia de Samuel en España ya que, por solicitud suya, el arquitecto debía estar en Puerto Colombia antes del l8 de febrero. En esa fecha se cumplía un año de la inauguración del nuevo muelle y de la firma del acuerdo por el que se dio inicio a la construcción del Santuario. Por ese motivo, Su Eminencia, decidió organizar un acto de homenaje a la Virgen. Quería mantener viva la ilusión de los porteños hacia ella y ¿Por qué no? también estimularlos a seguir con sus aportaciones económicas para sufragar los gastos de las obras.
Aunque faltaba mucho para que los trabajos finalizasen, el evento tendría lugar en la Plaza del Santuario hasta donde  la imagen, procedente  del Monte Carmelo, sería traída a hombros de los fieles, en una procesión en la que también participarían las autoridades. Una vez la comitiva estuviese en la plaza se celebraría una misa solemne oficiada por el Obispo, ayudado por los sacerdotes de la diócesis.
En el año transcurrido desde que la Virgen ocupó la capilla en la gruta   de la montaña el fervor por ella había ido en aumento, siendo multitud los porteños y forasteros que habían convertido aquel sitio en lugar de peregrinación. Esto, había hecho pensar al Obispo Orestes en la conveniencia de mantener vivo el culto en aquella capilla una vez la imagen de la Virgen fuese trasladada al Santuario. A tal fin, realizó el encargo de una talla, de menor tamaño, en los talleres de imaginería religiosa de  Envigado, municipio cercano a Medellín.

lunes, 23 de abril de 2012

CELEBRANDO EL AMOR




Lloraba, triste, un corazón
porque su amor se había acabado.
Otro corazón, que le envidiaba,
lloraba su desilusión 
porque, él, nunca se había enamorado.



                                                   Matias Ortega Carmona





jueves, 19 de abril de 2012

CUENTO - HABLANDO CON IRENE




HABLANDO CON IRENE






EL MAR
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              Abuelo ¿Por qué miras tanto el mar?- preguntaba la pequeña Irene.
-      Mi  querida nieta  – contestó su abuelo –,  el mar es inmenso  como tu mirada,  tranquilo como tu sueño y también  bravo, como tu cuando te enfadas.
-         Las olas vienen y van y me traen tu recuerdo cuando te tengo lejos, su rumor es como tu risa, entra dentro de mí como la música y da paz a mi espíritu.
-         Abuelo ¿Por qué aquí el mar tiene dos orillas?
-         Verás, mi tesoro, el mar que conoce y baña la costa de multitud de países cuando llegó a Galicia se enamoró de esta tierra, tuvo envidia de los ríos y como estos quiso penetrar dentro de ella.
-         ¿Y el mar siempre es azul? – dijo la niña.
-         El mar es un espejo en el que se mira el cielo, en él se refleja su color que cambia del  nítido azul al gris de la tempestad, puede ser muy bello y también dar miedo hasta encoger el alma.
-         Abuelo, si yo soy como el mar ¿también puedo darte miedo?
-         No, querida mía, tu solo puedes darme amor aunque bien es cierto que podría sentir temor si te viese enferma o sujeta a cualquier peligro, solo eso sumiría mi mar en horribles tinieblas.

Rabindranath Tagore, nos dejó una magnífica obra literaria de la que yo destacaría sus relatos breves. Cuentos que partiendo de una elaborada sencillez exaltan en pocos párrafos todo un mundo de sensaciones en el que predominan los sentimientos.
Respetando estas pautas he llevado al papel una conversación algo imaginaria con esa niña, aun en camino pero pronta a llegar, que será mi primera nieta a la que llamaremos Irene.
Estoy seguro que la innata curiosidad de los niños y mis ganas por enseñarle mi forma de entender la vida, harán que esas conversaciones sean una práctica habitual en la relación abuelo nieta.


Matías Ortega Carmona

Carnoedo 8 de octubre de 2010