LUCÍA Y
OSO
La pequeña Lucía le
contemplaba extasiada. Como cada día, El Perrines pregonaba su mercancía
mientras, a su lado, el oso bailaba.
Surtido de toda clase de cachivaches y de los más milagrosos productos que curaban todos los males, el vendedor y su oso eran el centro de atención en los mercados semanales de cualquier población. Niños, jóvenes y ancianos les rodeaban, unos con curiosidad, otros con temor, al ver el tamaño de la fiera. Para la mayoría el oso era considerado un animal terrible que, en las historias que se contaban, se decía de él que podía devorar una vaca en una sola comida y destrozar al más grande de los hombres de un solo zarpazo, pero Lucía lo veía como un animal simpático. Cuando los demás se asustaban de sus bramidos, ella solo oía gemidos lastimeros de alguien preso que añora la libertad. Sus enormes fauces le sugerían, cuando su mirada se encontraba con la del que ella consideraba su amigo Oso, una gran sonrisa.
Solía acudir al mercado en compañía de su madre y por las prisas de esta era muy poco el tiempo que podía disfrutar de esos encuentros.
Surtido de toda clase de cachivaches y de los más milagrosos productos que curaban todos los males, el vendedor y su oso eran el centro de atención en los mercados semanales de cualquier población. Niños, jóvenes y ancianos les rodeaban, unos con curiosidad, otros con temor, al ver el tamaño de la fiera. Para la mayoría el oso era considerado un animal terrible que, en las historias que se contaban, se decía de él que podía devorar una vaca en una sola comida y destrozar al más grande de los hombres de un solo zarpazo, pero Lucía lo veía como un animal simpático. Cuando los demás se asustaban de sus bramidos, ella solo oía gemidos lastimeros de alguien preso que añora la libertad. Sus enormes fauces le sugerían, cuando su mirada se encontraba con la del que ella consideraba su amigo Oso, una gran sonrisa.
Solía acudir al mercado en compañía de su madre y por las prisas de esta era muy poco el tiempo que podía disfrutar de esos encuentros.
Un día que su madre estaba
enferma, Lucía sabía que no debía de hacerlo, le mintió diciendo que iba a
jugar un rato con las amigas y se fue sola al mercado. Pensaba que hoy si
podría disfrutar mucho rato de la compañía de Oso y ver las cosas tan
maravillosas que llevaba aquel vendedor y que ofertaba solo a 3 "perrines" que,
por cierto, ella no tenía. Cuánto habría
deseado tenerlos para comprar aquella muñeca que como el oso, parecía sonreírle
en sus visitas semanales.
Había
llegado un poco tarde y ya El Perrines recogía su mercancía por lo que
enseguida marcharía para su casa, lo cual dio una idea a Lucía; le seguiría y
así sabría el lugar en que El Perrines vivía con Oso. Quién sabe si, de esa
manera, ella lo podría ver más a menudo y Oso podría también disfrutar de su
compañía, porque estaba segura de que Oso era feliz viéndola. Les siguió por la
ancha avenida hasta llegar a una calle estrechísima por la cual desaparecieron
Oso y El Perrines.
Al principio sintió un poco de miedo pues aquella calle parecía que, de un momento a otro, se podía estrechar aún más hasta el punto de atrapar entre sus paredes a aquellos que por ella pasaban. Además, mientras caminaba, había empezado a nevar y hacía mucho frío, pensó en su madre que estaría inquieta por su tardanza pero la curiosidad pudo más y siguió adelante. La calle desembocaba en una gran explanada y en la misma, en un gran edificio de color azul desvaído, entraron El Perrines y Oso.
Seguía nevando, cada vez con mayor intensidad, y Lucia se refugió en el portal, justo al lado de otra puerta en la que un rótulo indicaba que era una panadería. El hambre empezaba a dejarse sentir y la niña imaginó por unos momentos los bollos de pan calentitos, recién salidos del horno, pero para su desgracia la panadería estaba cerrada y además no tenía dinero. Se sintió cansada y tal como nevaba no era posible volver a casa; se acurrucó bajo la escalera y poco a poco el sueño hizo presa en ella.
Al principio sintió un poco de miedo pues aquella calle parecía que, de un momento a otro, se podía estrechar aún más hasta el punto de atrapar entre sus paredes a aquellos que por ella pasaban. Además, mientras caminaba, había empezado a nevar y hacía mucho frío, pensó en su madre que estaría inquieta por su tardanza pero la curiosidad pudo más y siguió adelante. La calle desembocaba en una gran explanada y en la misma, en un gran edificio de color azul desvaído, entraron El Perrines y Oso.
Seguía nevando, cada vez con mayor intensidad, y Lucia se refugió en el portal, justo al lado de otra puerta en la que un rótulo indicaba que era una panadería. El hambre empezaba a dejarse sentir y la niña imaginó por unos momentos los bollos de pan calentitos, recién salidos del horno, pero para su desgracia la panadería estaba cerrada y además no tenía dinero. Se sintió cansada y tal como nevaba no era posible volver a casa; se acurrucó bajo la escalera y poco a poco el sueño hizo presa en ella.
A pesar de estar dormida, cada vez fue notando más y más frío, hasta que este se hizo
insoportable. En sus sueños sintió que lloraba, pensaba en su madre y empezaba
a estar aterida, pero de pronto una gran sombra se proyectó en la tenue luz que
se filtraba en la escalera. Se sintió
envuelta en unos brazos sedosos y calientes y notó como la acariciaban hasta que entro en calor, tanto, tanto calor
que la nieve desapareció como por arte de magia y ella siguió durmiendo cada
vez de forma más y más plácida.
Por la
mañana Lucía despertó en su cama, se frotó los ojos y corrió hasta la ventana,
hacía un sol radiante y oyó como su
madre la apremiaba para que se asease y vistiese. Era jueves y había mercado,
además Ana, su madre, le prometió una gran sorpresa. Por ello se apresuró a cumplir
sus órdenes.
Como su
madre debía de hacer un encargo antes de ir al mercado, ese día variaron su
recorrido. Lucía caminaba cogida de la mano de Ana, todavía quedaban restos
de las nevadas de días anteriores y podía resbalar y caerse. Llegaron a una
calle estrechísima que desembocaba en una gran explanada (aquella calle que
parecía poderse estrechar aun más, atrapando a los que por ella pasaban). De la
panadería situada en aquel edificio azul desvaído salía un agradable olor a pan
recién hecho y Ana compró dos bollos y Lucía devoró el suyo como si lo hubiese
estado esperando mucho tiempo.
En el mercado, la gente seguía mirando a Perrines y a Oso, unos con admiración, otros con miedo y Lucía con devoción. Tenía en sus brazos aquella preciosa muñeca que por fin le había comprado su madre y hoy, más que nunca, estaba segura que Oso la miraba y sonreía solo para ella.
En el mercado, la gente seguía mirando a Perrines y a Oso, unos con admiración, otros con miedo y Lucía con devoción. Tenía en sus brazos aquella preciosa muñeca que por fin le había comprado su madre y hoy, más que nunca, estaba segura que Oso la miraba y sonreía solo para ella.
......
Lucía nunca mintió a su madre y recordó, toda su
vida, aquel día. Cuando tuvo hijos les explicaba esta historia. No recordaba si
todo había sucedido así o lo había soñado pero enseñó a sus hijos que la
mentira sólo tiene cabida en los sueños y siempre que sea por una buena causa.
Matías Ortega Carmona
Nota: Las ilustraciones que acompañan este cuento están sacadas de páginas de Internet.
Nota: Las ilustraciones que acompañan este cuento están sacadas de páginas de Internet.