Lloraba, triste, un corazón
porque su amor se había acabado.
Otro corazón, que le envidiaba,
lloraba su desilusión
porque, él, nunca se había enamorado. |
lunes, 23 de abril de 2012
CELEBRANDO EL AMOR
jueves, 19 de abril de 2012
CUENTO - HABLANDO CON IRENE
HABLANDO CON IRENE
EL MAR
-
Abuelo
¿Por qué miras tanto el mar?- preguntaba la pequeña Irene.
-
Mi querida nieta
– contestó su abuelo –, el mar es
inmenso como tu mirada, tranquilo como tu sueño y también bravo, como tu cuando te enfadas.
-
Las
olas vienen y van y me traen tu recuerdo cuando te tengo lejos, su rumor es
como tu risa, entra dentro de mí como la música y da paz a mi espíritu.
-
Abuelo
¿Por qué aquí el mar tiene dos orillas?
-
Verás,
mi tesoro, el mar que conoce y baña la costa de multitud de países cuando llegó
a Galicia se enamoró de esta tierra, tuvo envidia de los ríos y como estos
quiso penetrar dentro de ella.
-
¿Y
el mar siempre es azul? – dijo la niña.
-
El
mar es un espejo en el que se mira el cielo, en él se refleja su color que
cambia del nítido azul al gris de la
tempestad, puede ser muy bello y también dar miedo hasta encoger el alma.
-
Abuelo,
si yo soy como el mar ¿también puedo darte miedo?
-
No,
querida mía, tu solo puedes darme amor aunque bien es cierto que podría sentir
temor si te viese enferma o sujeta a cualquier peligro, solo eso sumiría mi mar
en horribles tinieblas.
Rabindranath Tagore, nos dejó una
magnífica obra literaria de la que yo destacaría sus relatos breves. Cuentos
que partiendo de una elaborada sencillez exaltan en pocos párrafos todo un
mundo de sensaciones en el que predominan los sentimientos.
Respetando estas pautas he llevado al
papel una conversación algo imaginaria con esa niña, aun en camino pero pronta
a llegar, que será mi primera nieta a la que llamaremos Irene.
Estoy seguro que la innata curiosidad
de los niños y mis ganas por enseñarle mi forma de entender la vida, harán que
esas conversaciones sean una práctica habitual en la relación abuelo nieta.
Matías Ortega Carmona
Carnoedo 8 de octubre de 2010
domingo, 15 de abril de 2012
NOVELA - EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 8ª ENTREGA
Ramiro, montó en cólera al recibir la noticia. No
es que la idea de ser abuelo le molestase pero temía por la indefensión de su
hija en una situación como aquella. Desde que supo que los dos jóvenes estaban
saliendo la previno, sin que esta le hiciese el menor caso, de las
consecuencias que podría tener aquel romance.
El arquitecto no dejaba de ser un extraño en una
tierra a la que lo único que le ataba era su trabajo y ella era una joven que
empezaba a vivir y a la que su bisoñez, en ese tipo de relaciones, podía
pasarle una amarga factura.
Había llorado mucho la falta de su esposa pero era
ahora cuando más notaba su ausencia. Pensaba que quizás no fue todo lo riguroso
que cabía ser en la educación de la chica, pero había puesto en ello todo su
empeño y si no lo hizo mejor es porque ignoraba como hacerlo. Algunas veces se
decía que si hubiese sido un varón, quizás, habría sido más fácil. No le
preocupaba lo que la gente pudiese murmurar sobre su embarazo pues ser madre
soltera, en aquel lugar, era algo más común que extraordinario. No sabía si la
culpa la tenían la música, el sol, el mar, o lo idílico del paisaje, pero lo
cierto es que la juventud se entregaba al sexo con autentico ardor y nula
inhibición. Como consecuencia de ello abundaban las muchachas de Puerto
Colombia, Barranquilla, en general toda la zona caribeña, que acostumbraban a
ser madres a muy temprana edad.
Su padre se tranquilizó un poco cuando Yanira le
explicó la conversación que había mantenido con Samuel aunque las dudas de
Ramiro, persistieron al saber que, en
ningún momento, el arquitecto toledano, había planteado la opción del matrimonio.
Las calles de la ciudad lucían engalanadas con
guirnaldas y con el típico alumbrado que recordaba motivos navideños.
A Samuel, que pasaba su primera Navidad en Puerto
Colombia, se le hacía muy raro contemplar
aquel decorado soportando el calor tórrido y húmedo del diciembre
caribeño, así como ver a la gente en traje de baño, disfrutando de las playas,
en lugar de ir tapados con abrigo y bufanda.
Aprovechando las fiestas, habían salido a navegar
en su velero hasta una pequeña bahía en la que solían fondear la embarcación.
Desde la cubierta, Samuel, observó como la mujer se desnudaba y, cual grácil
sirena, se sumergía en aquella agua nítida y transparente. Nadó despacio,
dejando que las olas la acariciasen, hasta llegar a la orilla y allí,
tendida en la arena, se rindió al abrazo
del sol. Él, viéndola tan hermosa, sintió celos del agua, del sol y por un
momento temió que Neptuno, si realmente
existía, saliese del mar para raptarla y
llevarla con él.
Acunados por el rumor del mar y con la única
compañía de las gaviotas que volaban
incansables sobre el velero, pasaron el día en aquel lugar. Abrazándose los
dos, fundiendo sus cuerpos el uno en el otro, e imitando a las olas que después
de entregarse a la arena renacen en su ímpetu para volver a acometerla de
nuevo. Las manos de él recorrían aquel vientre, en cuyo interior se
desarrollaba una nueva vida, sintiéndose culpable por no tener la misma ilusión
que Yanira y también porque, ese ser,
fuese más el fruto de un descuido que un hijo deseado por ambos.
La cena de Nochebuena es el evento más celebrado en las fiestas navideñas del
departamento del Atlántico. Las familias se reúnen en torno a una mesa bien
provista de las viandas típicas de la zona: buñuelos, natillas y otros dulces
acompañan a los perniles de pavo o de
cerdo y a las sabrosas hayacas (un pastel
hecho con masa de maíz, relleno con guisos de carne de res, cerdo y gallina al cual se le agregan aceitunas, uvas pasas,
alcaparras, pimentón y cebolla, envuelto
de forma rectangular en hojas de plátano) tan populares en toda la zona
caribeña, e importadas por los emigrantes hasta el archipiélago canario, en
España.
Después de cenar la gente sale a la calle y en
unión de sus vecinos, mientras brindan por la llegada del Niño Dios, cantan
villancicos como: El Zagalillo, A la Nanita Nana o Mamá ¿donde están los
juguetes?
La pareja estaba invitada a cenar en casa de Ramiro. Acudirían también
los familiares más allegados y la joven
creyó que sería buen momento para dar la noticia de su embarazo. No es que se
sintiese obligada a ello pero pensó que su padre preferiría que fuese ella
quien lo contase y no que sus parientes se enterasen de ello viéndola engordar
o por los comentarios de la gente.
Esta cena, para Samuel, sería el primer contacto
con la familia de su compañera. Hasta entonces sólo había conocido al padre y
su relación había sido educada pero tensa desde el primer momento. Los recelos
del carpintero de ribera, por una parte,
y la falta de compromiso en la relación que el arquitecto mantenía con su hija,
por otra, eran motivo de desencuentro entre los dos hombres.
Con la puesta de sol fueron llegando los
comensales: Rodolfo, hermano de Ramiro, acompañado de su mujer Emilia, su hija
Susana y Rodi, su hijo menor. Casi al mismo tiempo llegó Cecilia, hermana
soltera de la difunta Luz, que había ayudado mucho a Ramiro en los cuidados de
su hija, cuando se quedó sin madre y de la que se decía también que, cuando la
soledad de la viudez embargaba a su cuñado, le aportaba calor humano en esas
horas de amargo desconsuelo. Los últimos en llegar fueron Mariana, una hermana
divorciada de Ramiro, seguida de sus hijos, Carlos, Rogelio y Lucy.
La velada fue de lo más distendida; Samuel, que
andaba algo preocupado pensando en cómo le iban a recibir los familiares de
Yanira, desechó pronto sus temores pues, éstos, haciendo honor a la
idiosincrasia de los porteños, lo acogieron y le trataron de una forma
sumamente cariñosa.
Después de haber comido y bebido en abundancia, a
los postres, la muchacha pidió a todos los presentes que volviesen a llenar sus
copas y brindasen por su futura maternidad. En ese momento, Samuel, temió que
la noticia provocase algún reproche hacia él. Pensaba que quizás le exigiesen
que, un anuncio como aquel, debía ir acompañado de un compromiso de
formalización de la relación por su parte pero todos, a excepción de Ramiro que
mantenía su semblante serio, felicitaron a la joven pareja y siguieron con la
fiesta.
lunes, 9 de abril de 2012
NOVELA - EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 7ª ENTREGA
Las obras del Santuario avanzaban a ritmo pausado,
adaptándose a la poca prisa que para casi todo ponían los porteños. Era curioso
ver como aquellas gentes que se entregaban con autentico frenesí a cualquier
acto festivo, sobre todo si de moverse al son de música se trataba, actuaban de
forma tan indolente a la hora de llevar adelante cualquier trabajo.
Samuel, feliz en su relación con Yanira, tampoco
ponía ningún reparo a que aquel proyecto se alargase en su ejecución. Atrás
quedaban sus prisas por regresar a España y, aunque ya hacía casi un año que no
veía a su familia, tampoco se planteaba hacerlo de forma inmediata.
En Toledo, Daniel y Teresa sentían cierta
preocupación por la dilatada ausencia de su hijo. Cierto que éste les había
informado de que su estancia en Puerto Colombia se iba a prolongar, como mínimo
dos años, con las nuevas obras que le habían sido adjudicadas a su empresa.
Samuel les explicó en qué consistía el
nuevo encargo y se extendió de forma tan minuciosa en los detalles que sus
padres, prácticamente, podían ver ya la nueva iglesia de la que justo se
acababan de poner los cimientos.
Aunque nada les había comentado su hijo, Teresa
intuía que no era sólo trabajo lo que retenía a Samuel en tierras colombianas.
Siempre, desde la primera vez que el joven arquitecto viajó al país caribeño,
su madre tuvo el temor de que alguna mujer se cruzase en su vida y eso le
retuviese lejos para siempre.
Sabía del carácter familiar del muchacho y de lo
arraigado que se sentía a su ciudad. Las calles de Toledo estaban llenas de
embrujo para él, en cada piedra podía entrever una historia que, en su
imaginación desbocada, le contaban almas errantes. Estas almas pertenecían a
gentes de la ciudad que, después de dejar este mundo, no encontraron mejor
paraíso que seguir rondando por aquellas
empinadas cuestas y estrechos recovecos. En más de una ocasión cuando su hijo
regresaba, Teresa lo acompañaba hasta uno de sus lugares favoritos, el Puente
de Alcántara, y allí, mirando al Tajo, Samuel le decía que querría emular a
aquel río, rodear la ciudad en un gran abrazo y no abandonarla nunca más.
Las mujeres tienen un instinto natural para
adivinar aquello más oculto, pero las madres lo han desarrollado de forma
especial. Recordaba las palabras de su hijo junto al río y esto unido a que su
ausencia se prolongaba más de lo habitual hizo pensar a Teresa que aquello que
tanto temió había sucedido. Sin ninguna duda para ella, Samuel había conocido a
una mujer que le retenía muy lejos y quizás le apartase de ella para siempre.
Se había consumido la primera semana de diciembre y
ya faltaba poco para Navidad. Samuel siempre procuraba pasar esas fechas en
España, pero este año se quedaría, con Yanira, en Puerto Colombia. Se secó el
sudor que resbalaba por su frente y buscó la sombra de las palmeras en los
jardines del puerto. Desde allí, contemplaba el ir y venir de los obreros que
trabajaban en la explanación de la plaza del Santuario.
Los pensamientos le llevaron rápidamente a su
ciudad. Seguramente en ella hacía mucho frío y quizás también estuviese
nevando. Eso no importaría a los muchos turistas que habitualmente guardaban
turno para visitar la Catedral o bien entrar en la iglesia de Santo Tomé para
ver El Entierro del Conde Orgáz, la obra maestra del Greco.
Cerrando los ojos podía ver como las empedradas
calles, resbaladizas con la nieve (estaba seguro de que había nevado) eran un
ir y venir de gentes que entraba en los comercios para proveerse del popular
mazapán toledano, quesos, hojaldres y otras viandas con las que disponer las
mesas en los días de fiesta. Camino de la Sinagoga del Tránsito, construida
bajo el mecenazgo de un judío que por el nombre, Samuel ha Levi, bien podía ser
un antepasado suyo, unos aspirantes a Caballero Andante, émulos de Don Alonso
Quijano, blandían sus aceros recién adquiridos, quizás ¿por qué no? en la
tienda de sus padres.
Por un momento creyó sentir frio y hasta oír tañer
las campanas, pero las voces de los trabajadores le despertaron de su sueño y
el calor agobiante lo situó de nuevo en la que había de ser la plaza del
Santuario.
Era la hora de comer por lo que se encaminó hacia el apartamento que, desde su
llegada a Colombia, tenía alquilado en la playa de Pradomar.
Hacía unos meses que Yanira, desoyendo la opinión
de su padre, se había ido a vivir con él, aunque continuase trabajando en la
empresa de su progenitor. Suponía que la joven le estaría esperando y ese día,
por alguna extraña razón, ardía en deseos de verla.
Efectivamente, la muchacha había llegado antes que
él y le recibió más cariñosa que de costumbre. Se abrazó a su cuello
besándole apasionadamente, como si
hubiesen estado mucho tiempo sin verse. Cuando Samuel pudo por fin separarse,
después de haber respondido a sus besos, la miró entre satisfecho y perplejo
por aquella bienvenida. Ignoraba a que era debida pero, cualquiera que fuese el
motivo de la misma, pensó que tenía que valer la pena.
Se habían sentado en la terraza, Samuel con la
vista fija en el mar y Yanira mirándole a él, esperando que dijese algo. La
noticia de que iba a ser padre le impactó de tal manera que le fue imposible
articular palabra alguna. La verdad es que por su cabeza no había pasado tal
posibilidad y tampoco era algo que se hubiese hablado entre los dos.
Estaba loco por Yanira, vivía esa relación de una
forma intensa, entregándose cada día como si se tratase del último, sin
plantearse como sería o si habría un futuro en la misma.
En ese momento los recuerdos de Toledo y su familia que poco antes le
asaltaron en la plaza, volvían a hacerse presentes con más fuerza. Amaba a su
compañera pero no sabía si quería o estaba preparado para ser padre. Pensó en
su madre y cómo reaccionaría ésta cuando le
contase que la iba a hacer abuela. Conocía los planes que Teresa había
hecho sobre él y la situación que se planteaba distaba mucho de los mismos.
Le sacó de su letargo la voz de la muchacha quien
con lágrimas en los ojos le reprochó la poca ilusión con la que acogía su
embarazo. Yanira le manifestó su intención de seguir adelante con el mismo, ya
fuese con su ayuda o sin ella. Seguidamente entró en la casa y se dirigió al
dormitorio donde empezó a meter sus cosas en una maleta con la intención de
regresar a casa de su padre. Samuel, que había ido tras ella, le pidió perdón y
le rogó que no se fuese. Intentó explicarle que su reacción se debía a lo
inesperado de aquella noticia y se comprometió a compartir juntos aquel
embarazo, añadiendo que se sentiría feliz al tener un hijo. Ella intuía que
aquellas palabras no eran del todo sinceras pero estaba convencida de que él la
quería y pensó que, cuando asimilase la idea, también estaría orgulloso de su
futura paternidad.
viernes, 6 de abril de 2012
FOTOS - FRAGAS DO EUME
Rio Eume |
Este lugar ha estado esta semana de triste actualidad. Un incendio, al parecer provocado, ha calcinado 750 hectareas de esta reserva natural, uno de los más importantes ecosistemas de Galicia. Una vez más se demuestra la maldad que puede desarollar el ser humano. A todos los que podaís os recomiendo una visita a estos parajes y os pido que disfruteís de ellos con el maximo respeto.
Panel Informativo |
Panel Informativo |
Panel Informativo |
Puente sobre el Eume |
Rio Eume |
Camino de Caveiro |
Indicador de los rios Eume y Sesin |
Monasterio de Caveiro |
Monasterio de Caveiro |
Monasterio de Caveiro |
Camino del Río Sinde |
Camino del Río Sinde |
Peregrinos |
Rio Eume |
Rio Eume |
Rio Eume |
Rio Eume |
Punto de Información |
Rio Eume |
Rio Eume |
Os envío mi saludo desde uno de los puentes |
colgantes del Rio Eume
lunes, 2 de abril de 2012
CUENTO - MARINERO DE TIERRA ADENTRO
MARINERO DE TIERRA ADENTRO
Las voces
y risas de los chiquillos se apagaban a
medida que éstos iban abandonando el lago. En el pequeño embarcadero solamente
quedaba el viejo Pepito, que estaba ocupado en amarrar su aún más vieja barca,
la cual había heredado de su padre. Mirando la quietud del agua, mientras
sujetaba la última amarra, pensaba que, aunque la dejase suelta, la barca no se iría de allí y que en caso de hacerlo
ella sola encontraría el camino para volver. Aquella barca, al igual que él,
conocía hasta el rincón más recóndito del lago, no en vano lo había explorado,
a bordo de ella, miles de veces.
Ensimismado
en su tarea recordaba que su padre, siendo él todavía un niño, le hablaba del
mar. Le explicaba que era una extensión de agua salada mayor que todos los
lagos del mundo juntos. Su nombre variaba en función de su ubicación
geográfica, llamándose mar cuando la distancia de una a otra orilla era
relativamente corta y océano cuando se podían pasar días y semanas navegando
sin ver la costa. Estos mares y océanos se comunicaban entre sí y ocupaban la
mayor parte del planeta. En sus aguas vivía desde los más minúsculos peces
hasta las más enormes de las criaturas marinas, como las ballenas. En sus
costas había países de lo más variado. Unos tenían una vegetación exuberante,
con un paisaje parecido al de las riberas del lago y otros eran auténticos
desiertos. También las personas que habitaban esos países eran de lo más
variopinto, siendo diferente hasta su color. Pepito escuchaba extasiado las
historias de su padre; desde que empezó a oírlas se dijo que, en cuanto
pudiese, dejaría el lago para ir hasta el mar.
Pepito le
preguntó a su progenitor que es lo que debía de hacer para ser un buen marinero
y este le contestó –“Primero deberás saber manejar la barca, después dominar,
con ella, las aguas del lago y cuando éste no tenga secretos para ti lo dejarás
y te irás al mar. Cuando estés en él descubrirás que, para navegar, lo que aquí
has aprendido no es suficiente. Nuestra querida Isabela (nombre de la barca),
que en el lago es la reina, en el mar sería sólo un cascarón que zozobraría al
menor embate. Tus conocimientos de navegación, en ese medio, no te llevarían
más allá de una jornada de travesía. Por ello tendrás que esforzarte y
estudiar, sólo si haces todo eso podrás ser un buen marino”.
Pasaron
los años y el niño se hizo hombre. Siguió los consejos de su padre y se convirtió en un buen marino. Pepito era
Don José, un capitán de la marina mercante que surcaba todos los mares del
mundo y conocía los países más exóticos. Navegar le dio la oportunidad de tener
amigos en un extremo y otro de la tierra
y de comprobar que la gente puede ser buena o mala sin importar el idioma que
hablen o la raza que tengan. Pudo ver de cerca los avances más grandes que el
hombre ha sido capaz de crear, los monumentos que adornan las grandes ciudades
y también como los mismos hombres luchaban contra la naturaleza, destruyendo
los rincones más bellos, persiguiendo y acosando a los animales hasta exterminarlos.
No contentos con eso también se exterminaban entre sí, luchando en terribles
guerras. Todo ello con el objetivo, casi siempre, de saciar sus ansias de
riqueza y poder.
Afortunadamente también había personas maravillosas que hacían
de su vida una aventura al servicio de los demás. Gentes que habían abandonado
la comodidad de la civilización más moderna para, con sus conocimientos, ayudar
a otros que no habían tenido oportunidad de conocer más que, la miseria, el
hambre y la enfermedad. Mujeres y hombres de las más diversas profesiones:
médicos, enfermeros, misioneros y otros vivían entregados a esa labor.
Pepito, o
Don José, pudo conocer como, dependiendo del lugar, se practicaban multitud de
religiones y que en determinados países, donde se había producido una mezcla de
razas y culturas, coexistían varias de ellas. Su experiencia le decía que no
había una religión mejor que otra y que, en todas ellas, se podía encontrar el
mandamiento que recordaba a los fieles la obligación de ser respetuoso con sus
semejantes y el entorno en que vivían. Él pensaba que sólo con cumplir ese
precepto el mundo sería completamente distinto y, sin lugar a dudas, mejor.
Pasaba
también, por su mente, el recuerdo de las noches en medio del océano. La paz y
el sosiego que le producía contemplar la belleza del cielo cuajado de
estrellas, que le sugerían otros mundos en los que, quizás, también habría
mares en los que navegar. Pero no siempre el mar ofrecía esa calma, en
ocasiones se enfurecía, como si se rebelase contra aquellos que osaban surcar
sus aguas, y entonces era terrible. Multitud de barcos y miles de marineros
habían pagado su tributo al mar, quedándose para siempre en él. También Pepito
tenía su recuerdo de esos momentos trágicos, en una de esas tempestades su barco
estuvo a punto de zozobrar, salvándose de ello milagrosamente. Con los embates
de las olas sufrió una caída que le provocó una fractura en su pierna derecha,
de la cual le había quedado, como secuela, una cojera que al caminar le hacía
arrastrar ligeramente la pierna.
Llegó un
día en que Don José, que empezaba añorar a Pepito, revirtió el camino y volvió
al lago en el que había nacido. En las aguas de su infancia el marino de los
grandes viajes dejó paso al marinero de tierra adentro. A bordo de Isabela navegó
otra vez por aquellos parajes familiares y queridos. Acompañándole, casi
siempre, niños de las aldeas vecinas a los que les encantaba oír las historias
de Pepito. La vida, que tantas alegrías le había proporcionado, no quiso
premiarle con la llegada de un hijo, y aquellos niños a los que paseaba en su
barca llenaban, de alguna manera, ese vacío.
La cálida voz de una bella mulata, que le avisaba para
la cena, le trajo de nuevo a la realidad. Raquel era, desde hacía años, la
mujer con la que compartía su vida. La conoció en uno de sus viajes por Las
Antillas y desde entonces no se habían separado.
Apoyados
el uno en el otro, como dos jóvenes enamorados, Raquel y Pepito caminaron hacia
la casa. En la arena, las huellas de la pareja que, poco a poco, se iba
perdiendo en la oscuridad de la noche. En el lago, la luna llena bañándose en las tranquilas aguas, acompañaba a
Isabela esperando que con el amanecer el
sol le diese el relevo.
Matías
Ortega Carmona
NOVELA - EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 6ª PARTE
Para la construcción del Santuario se eligieron
unos terrenos cercanos al puerto y a la estación de ferrocarril. La línea
ferroviaria era la única en servicio en todo el país y se construyó para unir Puerto
Colombia con Barranquilla. Por este medio, las mercancías que descargaban los gigantescos
buques eran trasladadas hasta la capital del departamento del Atlántico en
breve espacio de tiempo.
El muelle recién inaugurado era uno de los de mayor
longitud del continente; obligaba a ello la poca profundidad del mar en la
costa caribeña que hacía que los barcos de gran calado tuviesen que atracar mar
adentro. Desde cierta distancia, en la que no se apreciaban los raíles, resultaba
curioso ver cómo las humeantes locomotoras de los trenes parecían correr sobre
las aguas, desafiando un mar que amenazaba con engullirlas.
Samuel diseñó una iglesia de estilo colonial, con una nave central, en la que grande vidrieras
laterales, proporcionarían al recinto luz natural procedente de un sol, que
luce generoso en aquellas latitudes. Al final de la nave estaría el altar y tras él, sobre un pedestal adornado con dos
columnas, se colocaría la imagen de la Virgen del Carmen.
Sobre el pórtico
de entrada habría un rosetón, de considerable tamaño con cristales de
variadas tonalidades, para aportar color
y belleza al conjunto.
El campanario, con el fin de que fuese visible desde cualquier punto de la
ciudad, doblaría en tamaño a la altura de la iglesia.
Adosada a la derecha, en línea con la parte trasera, estaría ubicada la sacristía y a la
izquierda del santuario se construiría la vivienda del párroco.
Entre los jardines del puerto y la ermita quedaba una amplia plaza que serviría tanto de lugar
de ocio como de concentración de los fieles que cada 15 de julio acudirían,
seguro que en gran número, a festejar a su patrona.
Los suelos del interior del santuario, escaleras de
acceso y el pavimento de la plaza, estarían recubiertos de mármol colombiano
procedente de las canteras de Huila y Puerto Nare.
Sus obligaciones como arquitecto no fueron
obstáculo para que Samuel y Yanira pasasen juntos mucho tiempo. Durante la
semana, en los ratos que les dejaban libres sus respectivas ocupaciones,
paseaban por la ciudad o se llegaban hasta la zona de los balnearios. El de
Sabanilla era su preferido por la belleza del entorno y por la atención que les
dispensaba Santiago Morales, el director del mismo, con quien Samuel había
compartido mesa en la cena ofrecida por las autoridades, durante el Carnaval.
Cuando disponían de más tiempo, sobre todo los
fines de semana, Yanira mostraba a su amante lugares cercanos a la ciudad por
los que él, hasta entonces, no había mostrado gran interés.
La carretera del Mar que lleva hasta el estuario
del Río Magdalena permite acercarse hasta un conjunto de charcas o lagunas (Aguadulce, El
Rincón, El salado, Balboa o Los Manatíes son algunas de ellas) en las cuales se
puede pescar, contemplar gran variedad de aves acuáticas o, simplemente, en el
caso de los enamorados, aislarse del mundo para dedicarse el uno al otro.
En otras ocasiones, embarcados en el pequeño velero que Ramiro había vendido
a Samuel, navegaban recorriendo la costa.
Paradisiacas calas, prácticamente vírgenes, con playas de una arena blanca y
fina, fueron mudos testigos del amor y caricias con las que se agasajaba la
pareja.
Si el tiempo se estropeaba, lo cual era más bien
infrecuente, o no les apetecía navegar, su amigo Santiago siempre estaba
dispuesto a ejercer de buen “Celestino” y les ofrecía la mejor habitación del balneario. Allí,
colmados de las más discretas atenciones, la pareja pasaba el tiempo entregados
a una pasión que les consumía.
Ni las habladurías de la gente, ni los consejos de
su padre, tenían ningún efecto en Yanira para que recapacitase sobre su relación
con Samuel. Se diría que producían en ella el efecto contrario. Cuando
empezaron a salir lo hicieron por apagar las llamas del deseo que se habían
apoderado de los dos. Nada o poco conocían el uno del otro y nada necesitaban
saber, solo beber el uno del otro para apagar la sed de caricias de sus cuerpos
sedientos de amor.
En la habitación del balneario, cuando los dos
yacían con sus cuerpos exhaustos, Samuel le hablaba de España, de su origen
judío y de cómo sus antepasados habían sido expulsados, siglos atrás, de su
país. Curiosamente, en muy pocas ocasiones hacía referencia a su familia y si ella preguntaba,
él le contestaba de forma escueta sin extenderse lo más mínimo. Tampoco (Yanira
se daría cuenta más adelante de ese detalle)
mencionaba nunca la posibilidad de llevarla a conocer Toledo, una ciudad
de la que el joven hablaba con devoción pero que no parecía tener en sus planes
que ella conociese.
Realmente, Yanira no pedía ni necesitaba más; era
feliz. Su amante la colmaba de atenciones, jamás miraba a otra mujer, aunque la belleza de la mayoría de las porteñas estuviese
fuera de toda duda, y se comportaba con ella de manera muy diferente a como lo
hacían los nativos con sus mujeres, a las que consideraban como una propiedad
más. Ella opinaba, tenía su propio criterio de las cosas y no obedecía a ningún
dueño, si hacía el amor con Samuel era porque ambos lo deseaban y no porque su
hombre lo demandase. Le hablaba y le trataba con la dulzura propia de las
mujeres nativas pero sin dejar nunca que su amor por él se convirtiese en
sumisión.
viernes, 30 de marzo de 2012
CUENTO - LUCÍA Y OSO
LUCÍA Y
OSO
La pequeña Lucía le
contemplaba extasiada. Como cada día, El Perrines pregonaba su mercancía
mientras, a su lado, el oso bailaba.
Surtido de toda clase de cachivaches y de los más milagrosos productos que curaban todos los males, el vendedor y su oso eran el centro de atención en los mercados semanales de cualquier población. Niños, jóvenes y ancianos les rodeaban, unos con curiosidad, otros con temor, al ver el tamaño de la fiera. Para la mayoría el oso era considerado un animal terrible que, en las historias que se contaban, se decía de él que podía devorar una vaca en una sola comida y destrozar al más grande de los hombres de un solo zarpazo, pero Lucía lo veía como un animal simpático. Cuando los demás se asustaban de sus bramidos, ella solo oía gemidos lastimeros de alguien preso que añora la libertad. Sus enormes fauces le sugerían, cuando su mirada se encontraba con la del que ella consideraba su amigo Oso, una gran sonrisa.
Solía acudir al mercado en compañía de su madre y por las prisas de esta era muy poco el tiempo que podía disfrutar de esos encuentros.
Surtido de toda clase de cachivaches y de los más milagrosos productos que curaban todos los males, el vendedor y su oso eran el centro de atención en los mercados semanales de cualquier población. Niños, jóvenes y ancianos les rodeaban, unos con curiosidad, otros con temor, al ver el tamaño de la fiera. Para la mayoría el oso era considerado un animal terrible que, en las historias que se contaban, se decía de él que podía devorar una vaca en una sola comida y destrozar al más grande de los hombres de un solo zarpazo, pero Lucía lo veía como un animal simpático. Cuando los demás se asustaban de sus bramidos, ella solo oía gemidos lastimeros de alguien preso que añora la libertad. Sus enormes fauces le sugerían, cuando su mirada se encontraba con la del que ella consideraba su amigo Oso, una gran sonrisa.
Solía acudir al mercado en compañía de su madre y por las prisas de esta era muy poco el tiempo que podía disfrutar de esos encuentros.
Un día que su madre estaba
enferma, Lucía sabía que no debía de hacerlo, le mintió diciendo que iba a
jugar un rato con las amigas y se fue sola al mercado. Pensaba que hoy si
podría disfrutar mucho rato de la compañía de Oso y ver las cosas tan
maravillosas que llevaba aquel vendedor y que ofertaba solo a 3 "perrines" que,
por cierto, ella no tenía. Cuánto habría
deseado tenerlos para comprar aquella muñeca que como el oso, parecía sonreírle
en sus visitas semanales.
Había
llegado un poco tarde y ya El Perrines recogía su mercancía por lo que
enseguida marcharía para su casa, lo cual dio una idea a Lucía; le seguiría y
así sabría el lugar en que El Perrines vivía con Oso. Quién sabe si, de esa
manera, ella lo podría ver más a menudo y Oso podría también disfrutar de su
compañía, porque estaba segura de que Oso era feliz viéndola. Les siguió por la
ancha avenida hasta llegar a una calle estrechísima por la cual desaparecieron
Oso y El Perrines.
Al principio sintió un poco de miedo pues aquella calle parecía que, de un momento a otro, se podía estrechar aún más hasta el punto de atrapar entre sus paredes a aquellos que por ella pasaban. Además, mientras caminaba, había empezado a nevar y hacía mucho frío, pensó en su madre que estaría inquieta por su tardanza pero la curiosidad pudo más y siguió adelante. La calle desembocaba en una gran explanada y en la misma, en un gran edificio de color azul desvaído, entraron El Perrines y Oso.
Seguía nevando, cada vez con mayor intensidad, y Lucia se refugió en el portal, justo al lado de otra puerta en la que un rótulo indicaba que era una panadería. El hambre empezaba a dejarse sentir y la niña imaginó por unos momentos los bollos de pan calentitos, recién salidos del horno, pero para su desgracia la panadería estaba cerrada y además no tenía dinero. Se sintió cansada y tal como nevaba no era posible volver a casa; se acurrucó bajo la escalera y poco a poco el sueño hizo presa en ella.
Al principio sintió un poco de miedo pues aquella calle parecía que, de un momento a otro, se podía estrechar aún más hasta el punto de atrapar entre sus paredes a aquellos que por ella pasaban. Además, mientras caminaba, había empezado a nevar y hacía mucho frío, pensó en su madre que estaría inquieta por su tardanza pero la curiosidad pudo más y siguió adelante. La calle desembocaba en una gran explanada y en la misma, en un gran edificio de color azul desvaído, entraron El Perrines y Oso.
Seguía nevando, cada vez con mayor intensidad, y Lucia se refugió en el portal, justo al lado de otra puerta en la que un rótulo indicaba que era una panadería. El hambre empezaba a dejarse sentir y la niña imaginó por unos momentos los bollos de pan calentitos, recién salidos del horno, pero para su desgracia la panadería estaba cerrada y además no tenía dinero. Se sintió cansada y tal como nevaba no era posible volver a casa; se acurrucó bajo la escalera y poco a poco el sueño hizo presa en ella.
A pesar de estar dormida, cada vez fue notando más y más frío, hasta que este se hizo
insoportable. En sus sueños sintió que lloraba, pensaba en su madre y empezaba
a estar aterida, pero de pronto una gran sombra se proyectó en la tenue luz que
se filtraba en la escalera. Se sintió
envuelta en unos brazos sedosos y calientes y notó como la acariciaban hasta que entro en calor, tanto, tanto calor
que la nieve desapareció como por arte de magia y ella siguió durmiendo cada
vez de forma más y más plácida.
Por la
mañana Lucía despertó en su cama, se frotó los ojos y corrió hasta la ventana,
hacía un sol radiante y oyó como su
madre la apremiaba para que se asease y vistiese. Era jueves y había mercado,
además Ana, su madre, le prometió una gran sorpresa. Por ello se apresuró a cumplir
sus órdenes.
Como su
madre debía de hacer un encargo antes de ir al mercado, ese día variaron su
recorrido. Lucía caminaba cogida de la mano de Ana, todavía quedaban restos
de las nevadas de días anteriores y podía resbalar y caerse. Llegaron a una
calle estrechísima que desembocaba en una gran explanada (aquella calle que
parecía poderse estrechar aun más, atrapando a los que por ella pasaban). De la
panadería situada en aquel edificio azul desvaído salía un agradable olor a pan
recién hecho y Ana compró dos bollos y Lucía devoró el suyo como si lo hubiese
estado esperando mucho tiempo.
En el mercado, la gente seguía mirando a Perrines y a Oso, unos con admiración, otros con miedo y Lucía con devoción. Tenía en sus brazos aquella preciosa muñeca que por fin le había comprado su madre y hoy, más que nunca, estaba segura que Oso la miraba y sonreía solo para ella.
En el mercado, la gente seguía mirando a Perrines y a Oso, unos con admiración, otros con miedo y Lucía con devoción. Tenía en sus brazos aquella preciosa muñeca que por fin le había comprado su madre y hoy, más que nunca, estaba segura que Oso la miraba y sonreía solo para ella.
......
Lucía nunca mintió a su madre y recordó, toda su
vida, aquel día. Cuando tuvo hijos les explicaba esta historia. No recordaba si
todo había sucedido así o lo había soñado pero enseñó a sus hijos que la
mentira sólo tiene cabida en los sueños y siempre que sea por una buena causa.
Matías Ortega Carmona
Nota: Las ilustraciones que acompañan este cuento están sacadas de páginas de Internet.
Nota: Las ilustraciones que acompañan este cuento están sacadas de páginas de Internet.
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